«¡Queridos camaradas y amigos! ¡Querido Yósif Visarionovich!
»En este día memorable llegan hacia usted cordiales mensajes de saludo y adhesión de millones de hombres y de mujeres de todos los rincones de la Tierra. Y entre el clamor entusiasta de esas voces jubilosas se escucha también la voz del pueblo español, que no quiere vivir de rodillas y que lucha por la liberación de la Patria con el nombre de Stalin en los labios. Ni el terror ni las persecuciones de los verdugos franquistas pueden apagar en el corazón de las masas populares españolas el fuego sagrado del cariño hacia Stalin y hacia la Unión Soviética.
»No hace mucho tiempo fueron ejecutados en Sevilla varios comunistas por su participación en la lucha contra el régimen franquista. Y ante el tribunal que los condenó, ellos proclamaron orgullosamente: “Nuestra devoción a la Unión Soviética, al Partido Bolchevique y a Stalin es nuestro más noble orgullo y alto honor.” Así piensan y sienten nuestros hombres, que no olvidan que en nuestra penosa lucha contra el fascismo, el mejor y más consecuente defensor de la República española es la Unión Soviética, es usted, querido Yósif Visarionovich.
»Y en nombre de los españoles que luchan por la libertad, yo quiero condensar en breves palabras, salidas de lo hondo del alma, los ardientes sentimientos de mi pueblo, diciendo: ¡Viva la Unión Soviética, cuyas grandiosas realizaciones llevan indeleblemente grabadas el nombre inmortal de Yósif Visarionovich Stalin! ¡Viva por largos años el genial creador del comunismo, camarada Stalin!» (Mundo Obrero, París, 29 de diciembre de 1949.)
Así se pronuncia Dolores Ibárruri en la sesión solemne con la que se celebra el 70 aniversario de Stalin. Es el 21 de diciembre de 1949, y estamos en el Teatro Bolshoi de Moscú. En la presidencia del acto están todos los que son alguien en el movimiento comunista, acompañando al homenajeado: los soviéticos Kosyguin, Kaganovich, Bulganin, Kruschev, Suslov, Malenkov, el temible Beria, Voroshilov, Molotov…; también los principales dirigentes de los nuevos estados comunistas: el chino Mao, el alemán Ulbricht, el mongol Tsedenbal, el rumano Gheorghiu-Dej, el búlgaro Cervenkov, el checoslovaco Siroky, el húngaro Rakosi…; y con ellos el italiano Togliatti, el austríaco Koplenig, y la española Dolores Ibárruri, tres comunistas procedentes de Europa occidental, que no disfrutan del poder en sus países. Naturalmente, no asisten el yugoslavo Tito ni el polaco Gomulka, que pronto será condenado a prisión.
Dolores Ibárruri (1895-1989), que utilizaba el apodo de “Pasionaria” desde 1919, tuvo efectivamente un protagonismo considerable en la historia general del siglo, en buena medida gracias a sus dotes de agitación y propaganda. Además, puede representar perfectamente el sinuoso (¿o dialéctico?) rumbo del Partido Comunista de España desde su fundación, con continuos y radicales cambios políticos, en buena medida en función de las decisiones del todopoderoso hermano mayor soviético, el PCUS. Elorza y Bizcarrondo señalaron que «el análisis de la actuación de Comintern en España viene a probar algo que constituía una intuición generalizada hasta 1939: no cabe hablar en rigor de historia del Partido Comunista de España, sino de historia de la Sección española de la Internacional Comunista. Las decisiones que luego ejecutaban los distintos órganos del PCE no eran fruto de una discusión colectiva en el Buró Político o en el Comité Central del Partido, ni emanaban del buen sentido revolucionario de José Díaz o Dolores Ibárruri (…) Todo ha de subordinarse a la perspectiva teleológica que tiene por meta la revolución mundial, lo cual en el tiempo que nos ocupa es tanto como decir subordinación a Stalin y a los intereses de la URSS.» (Queridos camaradas, Barcelona 1999)
Esta dependencia se mantendrá incólume durante la república, durante la guerra civil, y en la larga etapa del exilio, también tras la muerte de Stalin, y explica absolutamente los cambios de estrategia y táctica (y hasta de expresión) que se observan en la docena de textos escogidos. Los primeros corresponden a la época en que Stalin, tras abandonar en 1935 su campaña contra los llamados “socialfascistas” (los partidos de la segunda Internacional), promueve el acercamiento a socialistas, sindicalistas y radicales burgueses, y la creación de Frentes Populares para enfrentarse a fascistas y reaccionarios. Pero lo exiguo de sus resultados (donde más éxito ha logrado ha sido en España, con un PCE hegemónico en el bando republicano) le llevan a la alianza con Hitler, y a las primeras grandes ganancias territoriales de la URSS. Ibárruri respaldará plenamente esta política, y condenará rotundamente a los socialistas y a las potencias aliadas, mientras evitará cualquier referencia a la Alemania nazi. Más aún, condenará de forma absoluta el propio estado polaco, considerado como artificial y eminentemente antisoviético. (Podemos encontrar una cierta similitud en los actuales argumentos rusos para justificar su ataque a Ucrania...)
Ahora bien, la Operación Barbarroja provoca un nuevo quiebro. Otra vez el enemigo es el fascismo, y por tanto es no sólo aceptable sino recomendable la alianza con potencias antes tildadas de imperialistas. En el mismo sentido, Ibárruri propugna para luchar contra el franquismo la Unión Nacional con sectores sociales ―la Iglesia, la burguesía, socialistas y anarquistas― antes condenados como reaccionarios. El fin de la guerra mundial y el inicio de la guerra fría da lugar a un nuevo giro. Ahora el enemigo es Estados Unidos, verdadera amenaza a la paz que propugnan la Unión Soviética y las nuevas democracias populares. Por ello apuntala a Grecia, a Yugoslavia, y a la misma España franquista. En consecuencia el partido debe absorber los elementos sanos dentro del sindicalismo, del socialismo, de la intelectualidad, obviando a sus vendidos líderes.
A la muerte de Stalin (en cuyos solemnes funerales estará presente Ibárruri) seguirá poco después una nueva política, la coexistencia pacífica, que también será convenientemente aplicada por el PCE: ahora se busca la reconciliación nacional, se abandona definitivamente la lucha armada para combatir el franquismo, y se renueva el esfuerzo para establecer lazos de colaboración con todos los sectores que no apoyen directamente al dictador: por supuesto socialistas y sindicalistas, pero también clases medias, democristianos, monárquicos, nacionalistas vascos y catalanes, la Iglesia… Los cambios culturales de los años sesenta, el llamado eurocomunismo, y la muerte de Franco, explicarán los cambio del comunismo durante la Transición: aceptación plena de la democracia, de la monarquía, y hasta de la misma bandera tradicional de España. Pero la “Pasionaria”, aunque sigue presidiendo el partido y es diputada, hace tiempo que carece de poder ejecutivo: se ha convertido en buena medida en un símbolo que sigue la línea política de los dirigentes; lo que, por otra parte, siempre había hecho, también cuando ocupaba la Secretaría General. Su muerte coincidió prácticamente con la caída del muro de Berlín; no llegó a ver la desaparición de la Unión Soviética.
Dolores Ibárruri, a la derecha, bajo el gran cuadro de Stalin. |
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