Escribe José García Mercadal en su España vista por los extranjeros: «Veintinueve años contaba el famoso historiador Francisco Guicciardini, autor de la celebrada Historia de Italia, cuando vino a España como embajador de Florencia cerca del Rey católico. Tanto aprovechamiento había puesto en el estudio del Derecho en Ferrara y Padua, que a los 23 años la Señoría de Florencia le nombraba catedrático de Instituto, en Octubre de 1505, doctorándose al mes siguiente. De modo tal creció su reputación, que el gremio de comerciantes designóle por su cónsul, no pudiendo desempeñar semejante oficio por no alcanzar la edad de treinta años exigida fiara ello.
»Una difícil comisión diplomática cerca del rey aragonés fue causa de que Guicciardini viniera a España. Su juventud no fue obstáculo para que los florentinos le eligiesen por embajador de la Señoría, que harto fiaban en su talento y discreción para detenerse ante la razón de los pocos años. Requeridos los de Florencia para ingresar en la «Liga santa» que el Papa Julio II formó el 5 de Octubre de 1511 contra Luis XII de Francia, interesábales explorar el ánimo del rey de Aragón don Fernando V, antes de decidirse, pretendiendo permanecer neutrales en la próxima lucha. Para esta comisión fue designado Guicciardini, no habiendo memoria de que Florencia hubiera elegido nunca a un enviado tan joven para trasladarse a una corte tan lejana y espléndida. Guicciardini tomó consejo de su padre antes de aceptar el honor que se le dispensaba, saliendo de Florencia el 19 de Enero de 1512.
»Por aquel tiempo el Rey católico, mostrando su habilidad diplomática, harto acreditada en los asuntos de Italia, apoderóse del reino de Navarra. Guicciardini, que llenó de anotaciones interesantísimas una especie de apuntes autobiográficos que llamó Ricordi, habla de don Fernando, figura a la que muchos historiadores han querido oscurecer al lado de la Reina católica, en los siguientes enaltecedores términos:
»Observé, cuando era embajador en España cerca del rey D. Fernando de Aragón, príncipe prudente y glorioso, que, cuando meditaba una empresa nueva o algún negocio importante, lejos de anunciarlo primero para justificarlo en seguida, se arreglaba hábilmente de modo que se dijera por las gentes: «El Rey debía hacer tal cosa por estas y aquellas razones», y entonces publicaba su resolución, diciendo que quería hacer lo que todo el mundo consideraba necesario, y parece increíble el favor y los elogios con que se acogían sus proyectos. Una de las mayores fortunas es tener ocasión de mostrar que la idea del bien público ha determinado acciones en que se está empeñado por interés particular. Esto es lo que daba tanto lustre a las empresas del Rey: hechas siempre con la mira de su propia grandeza o de su seguridad, parecía que tenían por objeto la defensa de la Iglesia o la propagación de la fe cristiana.»
Por su parte, Antonio María Fabié, en la introducción que incluimos en esta entrega, señala que «esta relación tiene un carácter especial y distinto de otras, porque en ella no se dan pormenores de las ciudades y villas ni de los accidentes geográficos de la Península, sino que consiste en un juicio general, y como ahora se dice, sintético, del nuevo Estado que acababa de formarse por la unión de los reinos de Aragón y de Castilla, y que pesaba ya tanto en todos los negocios de la cristiandad, y más especialmente en los de Italia, campo en aquella sazón abierto a las ambiciones de todos los soberanos de Europa; este aspecto de la nueva monarquía y reino de España no podía menos de llamar la atención de un político como Guicciardini.»
Abraham Ortelius, Theatro del orbe de la Tierra |
Muchas gracias.
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