Escribe José García Mercadal en su España vista por los extranjeros: «El siglo XV señálase en el interés de muchos de los viajeros que visitan por entonces nuestra patria por la exaltación del espíritu aventurero de ciertos jóvenes paladines, acudidos al olor de la lucha contra los moros, como respuesta a las notas que los monarcas españoles solían enviar a las cortes extranjeras, anunciando las guerras que tenían pensado emprender; o simplemente se manifiesta como una floración del encendido romanticismo de la época, cuyos atacados venían a romper lanzas en torneos de amor y cosos de bizarrías. (…) Influido por las ideas caballerescas de la época viene también a nuestro país Jorge de Einghen, caballero de Suabia, de treinta años de edad, quien desde la corte de Carlos VII de Francia, donde se encontraba, trasladóse a España en 1457 para luchar contra los moros y tomar parte en la guerra preparada por Enrique IV de Castilla. Entretenido en su camino por haberse desviado de él para visitar en Angers a Renato de Anjou, titulado Rey de Sicilia, al llegar a Pamplona sorprendióle en la Corte del famoso don Juan II la noticia de que la expedición de los castellanos contra los moros granadinos estaba ya de vuelta.
»Menos mal que hubo de saber cómo el gran Alonso V de Portugal disponíase a mover guerra a los africanos, trasladándose inmediatamente a la corte portuguesa después de haber sido agasajado en la de Navarra con cacerías, bailes, banquetes y otros regocijos, no obstante las preocupaciones que tenían ganado el ánimo del monarca por las diferencias surgidas con su hijo, el príncipe de Viana. En África este aventurero desempeñó papel principal en cierto singular combate en el que tomó parte, obteniendo brava y resonante victoria, siendo obsequiado cumplidamente y otorgándosele licencia del monarca portugués para ausentarse, acudiendo entonces al lado de Enrique IV de Castilla y siendo herido en la toma de Jimena.» Y más adelante: «Los paladines caballerescos no se preocupaban más que de sus hazañas y del botín que éstas les producían. El país les tenía sin cuidado, dándoles igual España que África, no hablando de él más que cuando las dificultades de los medios de comunicación se hacían tan grandes que habían de enterrar, al margen de los caminos, alguno de sus corceles de guerra. Lo más interesante del manuscrito de Jorge de Ehingen, que se conserva en un códice de la Biblioteca real y pública de Stugart, son unas miniaturas que aquel mandó hacer, representando a los reyes cuyas cortes hubo de visitar en sus viajes.»
Hemos incluido en esta entrega de Clásicos de Historia esta interesante galería de soberanos. Aparecen representados de cuerpo entero, con el blasón de sus estados, y las siguientes inscripciones explicitando su nombre y sus títulos: «Ladislao, por la gracia de Dios, Rey de Hungría y de Bohemia, Duque de Austria, Margrave de Merhen. Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Francia. Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla y de León, Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Algarve, Algeciras; Señor de Vizcaya y de Molina. Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Inglaterra y de Francia, Señor de Irlanda. Alfonso, por la gracia de Dios, Rey de Portugal y del Algarve, Señor de Ceuta y de Algogiro. Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Chipre. Renato, por la gracia de Dios, Rey de Sicilia y Duque de Calabria. Juan, por la gracia de Dios, Rey de Navarra y de Aragón, Duque de Viana y de Momblanc, Conde de Ribagorza, Señor de la ciudad de Balaguer. Jacobo, por la gracia de Dios, Rey de Escocia.»
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