lunes, 27 de enero de 2025

Andrés de Mena y Francisco de Rioja: Sobre el Conde Duque de Olivares, en su caída

Velázquez, supuesto retrato de Rioja

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Propaganda y contra-propaganda es una constante en las luchas políticas de todos los tiempos. Justificar a los propios y condenar a los contrarios, atacar y defenderse, son operaciones habituales desde la Antigüedad hasta nuestros días. Pues bien, el largo gobierno del conde duque de Olivares, más de veinte años, dio lugar a una considerable oposición (aristócratas y altos funcionarios preteridos) que se incrementó considerablemente con una situación interior y exterior cada vez más desfavorable para los intereses españoles. Y en enero de 1643, cuando Felipe IV acepta finalmente separar de su cargo al conde duque, tendrá lugar un encarnizado debate mediante pasquines, panfletos y folletos, impresos o manuscritos, del que comunicamos las dos obras más importantes e influyentes.

J. H. Elliott, en su El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia (Barcelona 1990) nos narra el conflicto de este modo: «En febrero (de 1643) apareció un folleto impreso que contenía una serie de acusaciones contra el conde-duque. Su autor, Andrés de Mena, había sido, al parecer, un antiguo oficial real que había servido en 1633-1634 como agente del duque de Béjar en la corte. El folleto constituía básicamente un resumen de las críticas acumuladas contra el conde-duque por sus enemigos de la nobleza durante los años de su ministerio. Se le echaba la culpa de haber puesto fin a la tregua con los holandeses en 1621, y de haber metido a España en la guerra de sucesión de Mantua. Se le responsabilizaba de la rebelión de Cataluña. Que a su vez había dado ánimos al duque de Braganza para declarar la independencia de Portugal (…) Ya era hora de que Felipe alcanzara nuevas cotas en la condición de rey. Debía devolver los poderes a los consejos y, en adelante, seleccionar para su servicio sólo a aquellos que gozaran de la aprobación del pueblo.

»La lluvia de acusaciones formuladas por Mena exigía una respuesta vigorosa. Ésta apareció en el mes de mayo en un impreso clandestino que llevaba por título el Nicandro. Nicandro, médico griego del siglo II a. C., era el autor de los Alexipharmaca, tratado sobre los venenos y sus antídotos. La edición de Colonia de 1531 se hallaba entre los libros de la biblioteca del conde-duque y parece verosímil que su bibliotecario, Rioja, fuera el que redactara este poderoso antídoto contra el veneno de Mena, tal vez ayudado por José González… Aunque la prosa en que está escrito el Nicandro es demasiado clara para ser del conde-duque, no puede librarse de su poderoso influjo. Se trata de la defensa de sus veintidós años de gobierno, presentada con el aplomo de un hombre que no ve nada en su hoja de servicios de lo que tenga que excusarse (…)

»Esta animosa defensa de su anhelada política de unión y uniformidad no había de ganar, como es natural, nuevos adeptos para su causa, precisamente cuando esa política había fracasado de forma estrepitosa (…) No es de extrañar que esta defensa impenitente y a veces descarada de la carrera ministerial del conde-duque provocara gritos de protesta… Para los enemigos del conde-duque, frustrados por su incapacidad de echar a los olivaristas de la corte y la administración, el Nicandro vino como agua de mayo. Pero, según parece, el rey siguió impertérrito y se dice que lo había considerado muy superficial como defensa del ministro caído. Su circulación, sin embargo, había suscitado tales emociones que se vio en la obligación de ordenar la incautación de todas las copias que se encontraran, y una investigación para descubrir a los responsables (…)

»El grado de influencia del que aun gozaban los partidarios del conde-duque tanto en los círculos judiciales como en los administrativos, se echa de ver en que el autor de los cargos originales, Andrés de Mena, fue severísimamente condenado a una multa y a un destierro de seis años a Orán, y su impresor recibió un castigo más riguroso que el del Nicandro

Resulta interesante e instructivo confrontar estos dos textos contrapuestos, sus argumentos, y tácticas y maniobras. Pero es que además nos proporcionan una información de primera mano sobre una época de crisis generalizada en buena parte del mundo, que Geoffrey Parker, en un interesante artículo, describió así: «La década de 1640 fue testigo no sólo de las peores condiciones climáticas en siglos (lo cual produjo catastróficas hambrunas) sino también las peores revueltas políticas en siglos, algunas de las cuales desembocaron en regicidios (en Inglaterra y en el Imperio Otomano, mientras que en China sólo suicidándose se libró el emperador Chongzheng de ser ejecutado por el ejército rebelde que había tomado su capital)…

»La crisis mundial de mediados del siglo XVII no ha sido la única catástrofe global conocida –otra incluso más grave, en torno a la Peste Negra, tuvo lugar a mediados del siglo XIV–, pero fue la primera que dejó abundante documentación en todo el mundo. Para explicarla, sugiero un proceso compuesto por cuatro factores: 1. Un episodio repentino de enfriamiento global que puso bajo extrema tensión a muchas (aunque no a todas las) zonas superpobladas del planeta. 2. El desmoronamiento del régimen demográfico imperante bajo tal tensión. 3. Surgieron nuevas ideologías radicales en muchas (aunque no en todas las sociedades), provocando estallidos de violencia y arrebatos de creatividad. 4. A pesar de estas dificultades, muchos, aunque no todos los gobiernos, incrementaron fuertemente la presión social, religiosa y (sobre todo) fiscal.»

Pasquín portugués de 1641, tras la rebelión. Felipe IV y Olivares como
Don Quijote y Sancho Panza. (Hispanic Society of America, Nueva York)

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