lunes, 10 de junio de 2024

Isidoro de Sevilla, Historia de los reyes godos, vándalos y suevos

De un códice del siglo X
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Ramón Menéndez Pidal, en su Universalismo y nacionalismo. Romanos y germanos (1940), extensa introducción al tomo III de la monumental Historia de España que dirigía, se refiere así a la obra que comunicamos esta semana.

«Al leer a Idacio asistimos al laborioso parto de España y de su historia; en el Biclarense vemos crecer una historia de España , aunque sujeta todavía a una crónica de emperadores; Isidoro es el primero que saca esta historia de la tutela imperial, para darle independencia y espíritu propio. El metropolitano de Sevilla no es godo, como el monje Biclarense es romano, y, sin embargo, participa del mismo entusiasmo goticista, pues ya para unos como para otros los destinos de España estaban indisolublemente ligados a los del pueblo que había hecho de la Península una monarquía poderosa. La historia isidoriana del pueblo glorioso temido de Alejandro, de Pirro, de César, toda ella computada por la era española, termina en el año 624 con las victorias de Suintila, en especial la conquista de las últimas ciudades que el Imperio romano conservaba en la Bética; así se repite: Suintila fue el primero que tuvo la monarquía de toda España, totus Hispaniæ, del lado de acá del Estrecho. La marina creada por Sisebuto acechaba el momento de transfretar, para hacerse con la Tingitana, que aún retenía el Imperio bizantino y que era parte integrante de la España romana.

»Es época de entusiasmo gótico, y ese entusiasmo dicta a Isidoro el prólogo de su Historia, en loor de España, De laude Spaniæ, donde define qué es para él España y qué es lo que la hace amable.

»De todas las tierras cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, oh sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos. Bien se te puede llamar reina de todas las provincias…; tú, honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra, en quien la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece. Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en fruta, henchida de vides, alegre en mieses…; tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol, ni arrecida por glacial inclemencia… Tú vences al Alfeo en caballos y al Clitumno en ganados; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia… Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romulea, después de florentísimo pueblo godo. Tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti te amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio.

»Esta férvida Laus Sapaniæ se inspira, a mi ver, principalmente en la Laus Serenæ de Claudio, que ya conocemos. Isidoro, con su vaga mención de la riqueza de España en príncipes y gentes, nos impresiona menos que Claudiano con sus precisas alusiones a los augustos hispanos; es que Isidoro tiene el mal acuerdo (lo mismo en todo su relato histórico) de buscar elevación o elegancia en la vaguedad, huyendo la individuación de personas y lugares; no estima, como Claudiano, el alto valor poético de lo concreto. Sin embargo, él comunica más emoción a sus palabras y mayor alcance desde el momento que, lejos de hablar de una región del mundo entero, habla como historiador de un pueblo. Por esto el loor isidoriano se aparta de toda la serie de loores de España que produjo la literatura latina. No es el postrero en la serie de ellos; no es, como se ha dicho, el canto del cisne de la provincia romana, sino, al contrario, es el canto auroral de la alondra que acompaña a los desposorios de España con el pueblo godo y anuncia el advenimiento de la nueva nación. El nuevo loor lo dice; por eso Isidoro, que sabe bien lo que en la nueva edad del Occidente significa el germanismo, confunde la historia de España con la del antiquísimo pueblo emigrante introducido en ella por Ataúlfo.

»Esa concepción de San Isidoro era participada por todos. La patria y los godos son dos cosas inseparables; Gothorum gens ac patria es la expresión corriente, lo mismo en las leyes que en los cánones, para significar el interés general del Estado.

»En esta edad germanorromana el universalismo imperial desaparece, quedando sólo representado por el universalismo eclesiástico, y surge un sentimiento contrario: el nacionalismo político y cultural. Los germanos son los que suelen dar nombre a estos círculos nacionales nuevos: Anglia, Francia, Burgundia, Lombardía…; España está a punto de ser una Gotia si no es porque Ataúlfo dijo que no quería que eso sucediera; pero aunque el rasgo fisonómico más saliente de los nuevos países es germánico, el sentimiento nacional es una creación románica. Lo vimos, como escabulléndose del universalismo agustiniano, surgir de la provincialización del Imperio en Paulo Orosio. Isidoro nos lo da ya perfecto, en cuanto a lo político, en el loor de España; y en cuanto a lo cultural, nos lo formula el concilio IV por él presidido, proclamando la unificación de la Iglesia en toda España (téngase presente que en esta época la cultura es exclusivamente eclesiástica): una misma disciplina, una liturgia, unos mismos himnos para todos los que vivimos —dice el concilio— abrazados por una misma fe y un mismo reino, qui una fide complectimur et regno. Al lado del Estado nacional se crea, no digamos una Iglesia nacional en el sentido propio de la frase, pero sí una Iglesia nacionalizada y coherente, bajo la supremacía de Toledo, Iglesia unificada por una liturgia especial, que fue llamada isidoriana, la cual no dejará de existir sino en el siglo XI por tenaz empeño de Gregorio VII.

»A pesar de la desaparición del Estado godo, las posteriores historias de España se llamaron frecuentemente Historia de los godos, imitando a la de Isidoro; y la autoridad del gran polígrafo hizo que la Laus Spaniæ, el himno natalicio del pueblo hispanogodo, quedase entre los connacionales del obispo hispalense como el credo nacionalista profesado durante muchos siglos, reiterado y refundido en múltiples formas, lo mismo en tiempos muy críticos para el amor patrio que en épocas de nueva exaltación optimista.»

Presentamos el texto original del año 624, ampliación de otra versión anterior más reducida, y una traducción propia. También hemos agregado unos pocos pasajes de las Etimologías —la gran obra de Isidoro y la de mayor difusión a lo largo de los siglos—, referentes a su concepción de la Historia, a los pueblos godos, vándalos, suevos e hispanos, y a la propia Hispania. En su día ya comunicamos su Crónica Universal.

El inicio de la Historia Vandalorum en un códice de los siglos XI o XII.

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