martes, 21 de octubre de 2025

Augustin Cochin, Las sociedades de pensamiento y la democracia. Estudios sobre la Revolución Francesa

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Augustin Cochin (1876-1916) fue uno de tantos millones de víctimas de la Gran Guerra, la tragedia que de algún modo podemos considerar como el dantesco final de la etapa histórica inaugurada en cierto sentido por la Revolución Francesa. Y al estudio de esta última dedicó sus esfuerzos, aunque lo prematuro de su muerte hizo que sólo se centrase básicamente en el estudio de dos cuestiones: la campaña electoral de 1789 para elegir a los representantes en los Estados Generales, y el gobierno revolucionario de 1793. Realizó su tarea de un modo profundamente innovador que, naturalmente, no gozó de gran reconocimiento entre el establishment académico de su tiempo.

En primer lugar, fue uno de los introductores del método sociológico en la Historia. Se basa en Durkheim, aunque despojándolo de su determinismo. Da así un paso adelante desde la ya entonces ritualizada historia positivista, centrada en la escrupulosa recogida de datos, pero también dependiente del relato y del personaje. En segundo lugar, Cochin se sitúa outside de la canónica reverencia a la Revolución por parte del nacionalismo francés, lo cual le depara suspicacias varias y una injusta identificación con los Barruel y legitimistas partidarios del Antiguo Régimen, anhelantes por descubrir planes y conspiraciones tenebrosas de los revolucionarios (especulares, por cierto, de los que sus contrarios atribuyen a los tiránicos reyes, nobles y clérigos).

Pero lo que nuestro autor realmente pretende es la comprensión del fenómeno, los procedimientos colectivos mediante los que se actúa, la difusión y el conflicto social de las ideas y propósitos con los que buscan justificarse... Propondrá el concepto de la sociedad de pensamiento (o de la idea) para explicarlo, y comprender el discurrir de los acontecimientos. Y es que la tarea del historiador no es la del juez de instrucción o el moralista que absuelven o condenan, no es la del calificador de concurso que reparte premios y castigos. De algún modo Cochin se adelanta a la famosa invocación de Marc Bloch: «Robespierristas, antirrobespierristas, por piedad, decidnos simplemente quién fue Robespierre.»

La obra que comunicamos es póstuma; se publicó en 1921. Recoge ensayos, artículos, conferencias y un prólogo, varios inéditos, escritos entre 1904 y 1912. El conjunto es significativo: se ocupa en primer lugar de la emergencia y desarrollo de la nueva intelectualidad de los filósofos, es decir, de los ilustrados a los revolucionarios. En segundo lugar, de su actuación concreta en un momento clave: la elección de representantes para los Estados Generales de 1789; la estudia detenidamente en Bretaña y en Borgoña. Y por último, en el ensayo que titula La crisis de la historia revolucionaria, defiende la obra de Hippolyte Taine (1828-1893) del ataque que le dirigió el entonces santón reconocido de los historiadores de la Revolución: Alphonse Aulard (1849-1928).

François Furet estudió la figura de Cochin en un artículo luego incluido en Pensar la Revolución Francesa. Lo valora así: «Lo que la obra de Cochin tiene de extraordinario, y creo, de excepcional, es la coexistencia del tema de su estudio con el carácter teórico de su reflexión. Cochin no se interesa por el problema planteado por Tocqueville que es el del balance revolucionario a largo plazo; no ve en la Revolución un proceso de continuidad institucional, social y estatal entre el Antiguo Régimen y el nuevo; lo que desea entender, por el contrario, es la explosión del acontecimiento, la ruptura del entramado histórico, todo aquello que empuja hacia adelante durante seis o siete años, como un flujo irresistible, el movimiento revolucionario, su dinámica interior: lo que en el siglo XVIII podría haberse llamado su resorte. No es, pues, por casualidad si dedicó su vida de archivista a ofrecer y a publicar, como Aulard, materiales sobre el Comité de Salud Pública y sobre el jacobinismo. Cochin está interesado por el mismo problema que Aulard o Mathiez; al igual que ellos considera que el jacobinismo es el fenómeno central de la Revolución, pero él intenta conceptualizar su naturaleza en vez de ver simplemente en él la matriz de la defensa republicana

Y más adelante: «El jacobinismo no es, pues, para Cochin un complot, o la respuesta política a una coyuntura, o incluso una ideología: es un tipo de sociedad, cuyas tensiones y reglas es necesario descubrir para comprenderla, independientemente de las intenciones y de los discursos de los actores. En la historiografía de la época y directamente en la historiografía de la Revolución Francesa, esta manera de plantear el problema del jacobinismo es tan original que fue o incomprendida, o enterrada, o ambas cosas a la vez.» Y quizá podamos trasponer esa mirada perspicaz de Cochin a los políticos, intelectuales y activistas de aquel tiempo, que Furet analiza detenidamente, y aplicarla a los políticos, intelectuales y activistas de nuestro presente.

Comité revolucionario del año II, por Jean-Baptiste Huet


sábado, 11 de octubre de 2025

Manetón, Historia de Egipto (fragmentos)

Un neokoros del culto a Serapis (s. III de C.)

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«Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.» ¿Recuerdan a Roy Batty? Esta es la maldición de la Historia: acontecimientos y personas que los llevaron a cabo, ideas y proyectos que les obsesionaron, monumentos y libros en que se solazaron, modas y aficiones que apasionaron a generaciones enteras… casi todo se ha ido por el desagüe del tiempo, y sólo conocemos la vaga espuma que lo sobrenada. Una espuma ciertamente ingente e inabarcable (como el universo, como el individuo), pero incompleta, fragmentaria y engañosa, fuente de las múltiples interpretaciones, polémicas y diatribas en que de siempre han divertido sus ocios los historiadores.

Pues bien, en esta entrega comunicamos una de estas lágrimas que no se confundieron en la lluvia, los fragmentos salvados de la obra que escribió en griego Manetón, sacerdote de Serapis en Heliópolis, en el siglo III a. de C., para informar de la historia de Egipto a las gentes cultivadas del recién estrenado y extenso mundo helenístico. Desde la sucesión de las dinastías y sus hechos principales, hasta el propio nombre helenizado de sus faraones, pasarán a ser de común conocimiento desde oriente a occidente. Algo semejante respecto a Babilonia realiza por entonces el caldeo Beroso, en una obra también perdida, que siglos después cierto falsario tentará su reelaboración.

Presentamos una traducción propia de la edición que en 1940 publicó William Gillan Waddell (1884-1945), que incluía, junto a los abundantes fragmentos conservados de la Historia de Egipto, los escasos de otras obras de Manetón: El Libro Sagrado, Epítome de las doctrinas físicas, Sobre el ritual y la religión antiguos..., así como de algunas falsamente atribuidas. Todas ellas en sus originales griego o latino y traducción inglesa. También incluyó abundantes notas y una interesante introducción, que incluimos oportunamente, y de la que extraemos a continuación algunos párrafos.

«Entre los egipcios que escribieron en griego, el sacerdote Manetón ocupa un lugar único debido a su época comparativamente temprana (siglo III a. de C.) y al interés de su temática: la historia y la religión del antiguo Egipto. Sus obras en su forma original poseerían la mayor importancia y valor para nosotros ahora, si pudiéramos recuperarlas; pero hasta el afortunado descubrimiento de un papiro, que transmita el auténtico Manetón, podemos conocer sus escritos sólo a partir de citas fragmentarias y a menudo distorsionadas preservadas principalmente por Josefo y por los cronógrafos cristianos, Africano y Eusebio, con pasajes aislados en Plutarco, Teófilo, Eliano, Porfirio, Diógenes Laercio, Teodoreto, Lido, Malalas, los Escolios de Platón y el Etymologicum Magnum.

»Al igual que Beroso, que es un poco anterior, Manetón da testimonio del crecimiento de una mentalidad internacional en la época alejandrina: cada uno de estos “bárbaros” escribió en griego un relato de su país natal; y es emocionante pensar en su esfuerzo por tender un puente sobre el abismo e instruir a todos los pueblos de habla griega (es decir, a todo el mundo civilizado de su tiempo) en la historia de Egipto y Caldea. Pero estos dos escritores son únicos: los griegos, de hecho, escribieron de vez en cuando sobre las maravillas de Egipto (obras que ya no existen), pero pasó mucho tiempo antes de que apareciera un sucesor egipcio de Manetón: Ptolomeo de Mendes, probablemente bajo Augusto.

»Los escritos de Manetón, sin embargo, continuaron siendo leídos con interés; y su Historia de Egipto fue utilizada con fines específicos, por ejemplo, por los judíos cuando entablaron una polémica contra los egipcios para demostrar su extrema antigüedad. Los escritos religiosos de Manetón nos son conocidos principalmente por referencias en el tratado de Plutarco Sobre Isis y Osiris.»

Fragmento del Mosaico del Nilo. Palestrina (Italia), siglo I a. de C.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Horace Greeley, La Administración Lincoln y la Guerra Civil (1860-1865)

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Horace Greeley (1811-1872) fue un prestigioso periodista y editor, que participó activamente en la vida política y cultural norteamericana. Su periódico New York Tribune, el de mayor circulación en el país, influyó poderosamente en la actuación de los partidos Whig, primero, y Republicano más tarde. Ideológicamente se le puede considerar afecto a un liberalismo radical, promotor de las entonces consideradas medidas avanzadas: socialismo, feminismo, abolicionismo, vegetarianismo, templanza (lo que derivará en la ley seca)… Aunque opuesto al presidencialismo expansionista de Jackson, animó a la colonización del Oeste con el lema: «Go West, young man, and grow up with the country».

Durante la Guerra Civil apoyó a Lincoln, incitándole desde el principio a acabar definitivamente con la esclavitud. Sin embargo, tras la batalla de Gettysburg en julio de 1863 comenzaron a distanciarse Lincoln y Greeley. El editor participó en algunas bienintencionadas e infructuosas iniciativas para lograr la paz, dando lugar a cierta desconfianza por parte del primero. Al iniciarse la campaña para la reelección del presidente, Greeley no la apoyó demasiado calurosamente, aunque tuvo que reconsiderar su postura ante la ausencia de cualquier otro candidato republicano.

Tras el asesinato de Lincoln, Greeley se enfrentó cada vez más con sus sucesivos sucesores republicanos, Andrew Johnson y Ulysses Grant. Acusó de corrupción a la Administración Grant, y rechazó el mantenimiento de las medidas de reconstrucción, al considerar que sólo perseguían afirmar el dominio del poder ejecutivo sobre el legislativo y los Estados. Se opuso a la reelección de este último en 1872, y se presentó a las elecciones como candidato a la presidencia por parte del nuevo partido Liberal Republicano. Manifestó sus deseos de reconciliación tras la guerra y defendió el fin de la ocupación militar del Sur. Obtuvo un 43,8 por ciento del voto popular, pero tan sólo 66 de los 352 votos electorales. Falleció poco después, y el nuevo partido desapareció.

En agosto de 1863 O. D. Case & Company había encargado a Greeley la redacción de una historia de la guerra. Al año siguiente publicó el primer volumen de su monumental The American conflict: A History of the Great Rebellion in the United States of America, 1860-64: Its causes, incidents and results: Intended to exhibit especially its moral and political phases, with the drift and progress of American opinion respenting Human Slavery. From 1776 to the close of the War for the Union. El segundo apareció dos años después. Fue un rápido éxito, y hacia 1870 ya se habían vendido un total de 225.000 ejemplares.

Esta obra fue compendiada (o más bien extractada) y traducida en 1870 por Enrique Leopoldo de Verneuill, y agregada como libro octavo de la Historia de los Estados Unidos desde su primer período hasta la administración de Jacobo Buchanan, de Jesse Ames Spencer (1858). La obra había sido reimpresa numerosas veces en Estados Unidos, y ediciones posteriores habían agregado una continuación (libros octavo y noveno), a cargo del historiador Benson J. Lossing (1813-1891), pero el traductor español no dispuso de ella o la rechazó, y la sustituyó por la obra que nos ocupa.