Un neokoros del culto a Serapis (s. III de C.) |
«Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.» ¿Recuerdan a Roy Batty? Esta es la maldición de la Historia: acontecimientos y personas que los llevaron a cabo, ideas y proyectos que les obsesionaron, monumentos y libros en que se solazaron, modas y aficiones que apasionaron a generaciones enteras… casi todo se ha ido por el desagüe del tiempo, y sólo conocemos la vaga espuma que lo sobrenada. Una espuma ciertamente ingente e inabarcable (como el universo, como el individuo), pero incompleta, fragmentaria y engañosa, fuente de las múltiples interpretaciones, polémicas y diatribas en que de siempre han divertido sus ocios los historiadores.
Pues bien, en esta entrega comunicamos una de estas lágrimas que no se confundieron en la lluvia, los fragmentos salvados de la obra que escribió en griego Manetón, sacerdote de Serapis en Heliópolis, en el siglo III a. de C., para informar de la historia de Egipto a las gentes cultivadas del recién estrenado y extenso mundo helenístico. Desde la sucesión de las dinastías y sus hechos principales, hasta el propio nombre helenizado de sus faraones, pasarán a ser de común conocimiento desde oriente a occidente. Algo semejante respecto a Babilonia realiza por entonces el caldeo Beroso, en una obra también perdida, que siglos después cierto falsario tentará su reelaboración.
Presentamos una traducción propia de la edición que en 1940 publicó William Gillan Waddell (1884-1945), que incluía, junto a los abundantes fragmentos conservados de la Historia de Egipto, los escasos de otras obras de Manetón: El Libro Sagrado, Epítome de las doctrinas físicas, Sobre el ritual y la religión antiguos..., así como de algunas falsamente atribuidas. Todas ellas en sus originales griego o latino y traducción inglesa. También incluyó abundantes notas y una interesante introducción, que incluimos oportunamente, y de la que extraemos a continuación algunos párrafos.
«Entre los egipcios que escribieron en griego, el sacerdote Manetón ocupa un lugar único debido a su época comparativamente temprana (siglo III a. de C.) y al interés de su temática: la historia y la religión del antiguo Egipto. Sus obras en su forma original poseerían la mayor importancia y valor para nosotros ahora, si pudiéramos recuperarlas; pero hasta el afortunado descubrimiento de un papiro, que transmita el auténtico Manetón, podemos conocer sus escritos sólo a partir de citas fragmentarias y a menudo distorsionadas preservadas principalmente por Josefo y por los cronógrafos cristianos, Africano y Eusebio, con pasajes aislados en Plutarco, Teófilo, Eliano, Porfirio, Diógenes Laercio, Teodoreto, Lido, Malalas, los Escolios de Platón y el Etymologicum Magnum.
»Al igual que Beroso, que es un poco anterior, Manetón da testimonio del crecimiento de una mentalidad internacional en la época alejandrina: cada uno de estos “bárbaros” escribió en griego un relato de su país natal; y es emocionante pensar en su esfuerzo por tender un puente sobre el abismo e instruir a todos los pueblos de habla griega (es decir, a todo el mundo civilizado de su tiempo) en la historia de Egipto y Caldea. Pero estos dos escritores son únicos: los griegos, de hecho, escribieron de vez en cuando sobre las maravillas de Egipto (obras que ya no existen), pero pasó mucho tiempo antes de que apareciera un sucesor egipcio de Manetón: Ptolomeo de Mendes, probablemente bajo Augusto.
»Los escritos de Manetón, sin embargo, continuaron siendo leídos con interés; y su Historia de Egipto fue utilizada con fines específicos, por ejemplo, por los judíos cuando entablaron una polémica contra los egipcios para demostrar su extrema antigüedad. Los escritos religiosos de Manetón nos son conocidos principalmente por referencias en el tratado de Plutarco Sobre Isis y Osiris.»
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Fragmento del Mosaico del Nilo. Palestrina (Italia), siglo I a. de C. |
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