En 1935, el eminente paleógrafo e historiador Zacarías García Villada (1879-1936), del que ya hemos editado su Metodología y crítica histórica, pronuncia dos conferencias en las que expone su visión de la historia de España. Serán publicadas en la revista Acción Española, donde Maeztu había dado a conocer su más conocida Defensa de la Hispanidad, para la que tiene palabras encomiásticas. El texto original de estas conferencias es el que que reproduciremos aquí, aunque prontamente comenzó a ampliarlo de cara a su impresión posterior que, finalmente, resultará póstuma como consecuencia de su prisión y asesinato en los primeros meses de la guerra civil.
Podemos reconocer en esta breve obra la que muy pronto se convertiría en la interpretación canónica, oficial, de la historia nacional durante el franquismo. Y sin embargo, su influencia será limitada: deberá compartir espacio con el falangismo que oscila entre la influencia totalitaria alemana e italiana que provoca ansias de imperio (de la que sería muestra la obra Reivindicaciones de España de Areilza y Castiella), y la más orteguiana y posterior de, por ejemplo, Laín Entralgo en su España como problema. Pero es que, además, pronto volverá a predominar en las universidades españolas una historia meramente profesional que asimilará con rapidez las corrientes historiográficas que se generalizan en Europa tras la segunda guerra mundial. Es sintomático que el más importante debate sobre la interpretación y sentido de la historia española sea llevado a cabo por dos eximios intelectuales exiliados, Américo Castro y Sánchez Albornoz.
El punto de partida de García Villada es claro: «Existen actualmente entre nosotros cuatro corrientes intelectuales, que se disputan la formación de la conciencia nacional y la dirección de nuestro pueblo. La primera es la socialista, que todo lo espera de la lucha de clases y del factor económico. La segunda, la representada por la llamada generación del 98, que se agrupa ahora alrededor de la Revista de Occidente, y cifra la salvación de España en el olvido de su historia y en su europeización. La tercera, la personificada en el espíritu de Giner de los Ríos, transmitido a través de la Institución Libre de Enseñanza, cuyo afán es crear una sociedad culta eminentemente naturalista, de tipo inglés. Y la cuarta, la propugnada por las fuerzas católicas. Esta última ofrece dos matices: una parte de esas fuerzas, aunque en su programa lleva escrito por delante la vuelta a la tradición hispánica, en su actuación la moldea y recorta según patrón extranjero (alemán, belga o italiano), que pudo inspirar cierta confianza hace sesenta, treinta o veinte años, pero que hoy está fracasado y en completa bancarrota (…) Hay otras fuerzas intelectuales católicas que quieren navegar a velas desplegadas por el mar fecundo e inmenso de nuestra tradición.»
Queda así patente la postura desde la que va a interpretar la historia de España: un catolicismo tradicional compuesto de providencialismo agustiniano, de su reelaboración por Bossuet, y de su defensa por Menéndez Pelayo en su juventud. Y todo ello sobrepuesto a una visión nacionalista de España que ha germinado fundamentalmente a lo largo del siglo XIX, y que, paradójicamente, se debe en buena medida a la reflexión que ilustrados y liberales construyeron en contra de la tradición. García Villada asume así buena parte de los mitos hispánicos que construyen un tipo español persistente a lo largo de los siglos, mezcla de universalismo y de individualismo, con su misión providencial consistente en la extensión del cristianismo en el mundo. Y eso desde lo que considera su primigenio origen: «La nación española nació y se formó políticamente el año 573, bajo el cetro de Leovigildo, y espiritualmente el 8 de mayo de 589, bajo Recaredo (…) A pesar de que los reinos y condados pirenaicos estuvieron separados políticamente del sucesor legítimo del antiguo reino visigodo, espiritualmente conservaron todos la unidad. Esta Unidad estaba constituida por el anhelo común de expulsar a los mahometanos del suelo patrio, para reanudar el lazo que a todos, libres e invadidos, les ligaba; es decir: la Catolicidad.»
Biblioteca del ICAI, Madrid |
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