viernes, 31 de agosto de 2018

Henry David Thoreau, La desobediencia civil


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El solitario vasco Miguel de Unamuno, en un artículo publicado en 1934, se refería así a Henry David Thoreau (1817-1862), el solitario norteamericano: «¿Se acuerda usted, a propósito, de aquella maravillosa página del gran individualista solitario del bosque norteamericano, que fue Thoreau; aquella página de su Walden en que nos cuenta la odisea de un mosquito, de un cínife, por el recinto de la cabaña de madera que con sus manos se construye el robinsoniano? ¡Admirable pasaje! Y qué encanto sería adormilarse al alba, bien protegido por un mosquitero, al arrullo brizador de la sonatina del violero —tal aquí su nombre— y que se mejan y remejan el sueño y la vela y se nos hunda la conciencia de estar soñando y escape uno a derechas y a izquierdas y a centros programáticos.»

En su Thoreau. Biografía esencial (2004), Antonio Casado da Rocha se refiere así a los sucesos que motivarán la redacción de La desobediencia civil en 1848: «Thoreau dedicó varias páginas de su primer libro a glosar la Antígona de Sófocles y así recordar la primacía de la conciencia sobre la ley y el orden. ¡Todo esto por enterrar un cadáver!, exclamó después de traducir del griego varios pasajes de la tragedia, dando a entender que si Antígona llevaba a tales extremos la compasión por su hermano muerto, ¿qué debería hacer un ciudadano estadounidense ante la esclavitud de los negros, una muerte en vida que además conducía al gobierno a emprender una guerra contra México para anexionarse más territorios? La respuesta de Thoreau es clara: Rompe la ley, haz que tu vida ayude a parar la máquina. La desobediencia era para él un deber, una cuestión de principios; tenía que observar, en cualquier circunstancia, que no se prestaba al mismo mal que condenaba. Ese mal era, por supuesto, la esclavitud, una cuestión que amenazaba con fracturar el país y provocaba enfrentamientos constantes tanto en el Norte como en el Sur, donde los intereses económicos de la industria del algodón exacerbaban el creciente nacionalismo americano. Con la excusa de que el dios de la Biblia les había destinado para extender el Imperio de la Libertad (así lo llamaban los apologistas del Destino Manifiesto), los creadores de opinión habían repetido la vieja doctrina Monroe de América para los americanos hasta lograr que el presidente Polk ordenase la ocupación militar de un área disputada con México entre el río Nueces y el río Grande (…)

»Esta oposición a la esclavitud y la guerra le llevó a la prisión del condado, donde pasó la noche del 23 o el 24 de julio de 1846. Thoreau llevaba sin pagar el impuesto de capitación desde 1842, poco antes de que Alcott y su socio Lane se negasen a pagar ese mismo impuesto alegando motivos ideológicos. Ambos fueron arrestados, pero se les dejó rápidamente en libertad cuando otra persona pagó el impuesto por ellos. En Concord el cargo de recolector de impuestos se otorgaba en subasta pública y ese año fue elegido Sam Staples, un amigo de Thoreau que continuó desempeñando esta función durante cuatro años a cambio de una comisión de un centavo por dólar recaudado; tal vez fuera ésa la razón por la que se afanó en hacer cuadrar las cuentas en 1846. El poll tax, o impuesto de capitación, era una fuente habitual de ingresos para el estado de Massachusetts desde la época colonial. Sólo podía evitarse viviendo como pionero más allá de la esfera de influencia del gobierno; para eso la relativa autosuficiencia de Thoreau en Walden no era suficiente, aunque el registro fiscal de Concord atestigua que el impago de este impuesto era habitual, sobre todo entre los más pobres, y aquellos que se negaban a pagarlo perdían el derecho al voto pero raramente eran perseguidos por la ley.

»Esa tarde de julio Thoreau había ido al pueblo para arreglar un zapato y se encontró en la calle con Staples. El alguacil le reclamó la capitación de los últimos años, ofreciéndose a pagarla por él si es que andaba mal de dinero. También le propuso hablar con los administradores municipales para reducir el importe si Thoreau lo juzgase demasiado elevado, pero éste le replicó que no había pagado por principios y que no tenía ninguna intención de hacerlo en ese momento. Entonces Sam le preguntó qué podía hacer él. Henry le sugirió que renunciase a su cargo. A Staples no debió gustarle la idea, pues le condujo hasta la prisión, que se encontraba en el centro del pueblo. Thoreau dijo después que podría haberse resistido a la fuerza, pero juzgó mejor que fuera la sociedad la que, a la desesperada, le infligiera su castigo. Aquella noche, cuando su compañero de celda se fue a dormir, Thoreau todavía estaba despierto y permaneció junto a la ventana durante un tiempo, mirando a través de la reja y escuchando la actividad de la posada adyacente. Algo más tarde, el prisionero de una celda contigua comenzó a quejarse en voz alta, repitiendo una y otra vez la misma
cantinela: ¡Así es la vida! Esto continuó hasta que Thoreau se asomó entre las rejas y gritó a su vez: Bien, ¿y qué es la vida, pues?

»El de la letanía no supo responder, pero algo de la pregunta debió quedar flotando en el ensayo que Thoreau escribió a petición de algunos vecinos para justificar su conducta. Presentó su posición en dos conferencias, la primera de las cuales tuvo lugar en Concord el 26 de enero de 1848. Aunque no se conservan más que unos borradores de la charla, el 23 de febrero Thoreau escribió a Emerson para contarle su conferencia de la semana anterior, que dedicó, dijo, a glosar los derechos y deberes del individuo en relación al gobierno. Esta segunda conferencia era muy similar a la primera, pues Thoreau se encontraba muy ocupado corrigiendo las pruebas de A Week. Tampoco pudo hacer muchos cambios al texto antes de enviarlo a Elizabeth Peabody, que había oído hablar de las conferencias a su hermana Sophia Hawthorne y lo solicitó a Thoreau en primavera para la nueva revista que estaba preparando. Se lo envió, quejándose de la falta de tiempo, y finalmente Resistance to Civil Government apareció el 14 de mayo de 1849 impreso en el número primero, que también sería el último, de Æsthetic Papers (Sophia y Channing pensaron que el título Civil Disobedience cuadraba mejor a este ensayo sobre el deber de la desobediencia cívica, o civil, pero tardaría unos años en aparecer bajo ese nombre).»

Martin Luther King explicaba así lo que le supuso la lectura de esta obra: «Leí el ensayo de Thoreau sobre la desobediencia civil por primera vez durante mis primeros años en la facultad. Fascinado por la idea de rehusar cooperar con un sistema injusto, me conmovió tan profundamente que releí la obra muchas veces. Quedé convencido de que la no cooperación con el mal es una obligación moral en la misma medida que lo es la cooperación con el bien. Nadie ha logrado transmitir esta idea de forma más apasionada y elocuente que Henry David Thoreau.» Y sin embargo…, otros descubren en Thoreau la fabricación consciente del mito escapista que se generalizará en el siglo XX. Leon Edel escribió en 1982:  «La imagen de Thoreau que hemos recibido es mayor que el personaje que conocieron sus contemporáneos. Su mito de una vida solitaria en los bosques, del hombre contra la sociedad, ha proporcionado a los modernos reflexiones sobre su propia situación en un mundo en el que los árboles desaparecen y el aire está contaminado: un mundo alienado, enajenado de la naturaleza. Thoreau dio forma permanente al sueño de los hombres encerrados en grandes comunidades urbanas y anónimas que quieren escapar de todo

Naturalmente, de Quino.

2 comentarios:

  1. Buenas tardes. Los tres anteriores libros no los he podido bajar. ¿Es posible arreglarlo?. En cualquier caso muchas gracias.
    Desde mi punto de vista, este, en su género, es una de los mejores y mas serviciales blog de la red. Con el mérito añadido de sus trabajados comentarios, breves y bastante asépticos, como corresponde a un Historiador.

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  2. Estoy a la espera de que Dropbox solucione el problema, y confío en que lo resuelva pronto.
    Muchas gracias por su opinión.

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