viernes, 4 de septiembre de 2020

Manuel de Odriozola, Relación de las excursiones de los piratas que infestaron la Mar del Sur en la época del coloniaje


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Hemos comunicado anteriormente textos diversos sobre la piratería mediterránea, como la Crónica de los Barbarrojas, de Francisco López de Gómara, o las andanzas corsarias de Alonso de Contreras. Ahora vamos a comenzar a ocuparnos de la americana. Jesús Varela Marcos, en su Las guerras y su reflejos en América: el área atlántica (en el primer tomo de la obra colectiva América en el siglo XVII) presenta el fenómeno así: «En torno a corsarios y piratas, filibusteros y bucaneros existe una leyenda dorada que nos presenta a estos personajes como hombres audaces que arrastraban penalidades sin límite en su lucha contra el dominio opresivo español; es parte de la leyenda rosa. La negra, la descrita por los afectados, quienes desde un principio la aumentaron cuando aun no era peligrosa con el fin de obtener de la Corte española medros personales o bien una situación de favor para los colonos allí asentados, tampoco refleja toda la verdad, que se halla lejos de la ilusionada audacia de la primera, y de los informes y relatos sangrantes que al difundirse se convertían en mitos temidos, de la segunda. Lo cierto es que la palabra pirata se empleaba sin suficiente precisión en lo que a designar un tipo de personas que por estos años de comienzos del siglo XVII aparecen por el oriente de Venezuela. El término pirata designa al ladrón que anda robando por el mar. El origen de esta actividad humana es muy remoto (…) en América la piratería va a conseguir su época dorada, su siglo de oro, en el siglo XVII. Pero es necesario distinguir las clases de piratería que allí aparecen, a qué responde su formación y por qué en un determinado momento.»

La primera es la piratería comercial, predominante en el siglo XVI, en la que contrabandistas ingleses, franceses y holandeses, con patentes de corso de sus autoridades, persiguen obtener materias primas a cambio de productos manufacturados. Pero al mismo tiempo «se estaba incubando el germen de la auténtica piratería, cuya fase inicial corresponde a las tres primeras del siglo (XVII), y que podemos denominar como etapa bucanera, prólogo de la del gran auge filibustero (…) El origen del fenómeno bucanero hemos de verlo en los pequeños grupos de desertores, franceses e ingleses principalmente, que se habían ido asentando poco a poco en la isla de San Cristóbal. Estos europeos actuaban como intermediarios entre los indígena caribes y los barcos corsarios, a los que proporcionaban carne seca (bucana) que habían aprendido a conservar de los nativos; también les abastecían de fruta y agua, y así los barcos podían continuar sus viajes con facilidad.» Pero en 1629 una expedición de la Armada Real les expulsó de las Antillas menores, y provocó la ocupación de la región noroeste de la isla Española, despoblada a la sazón pero en la que subsistía el ganado abandonado por los españoles, y hecho cimarrón. Y de allí se trasladaron a la conocida isla de la Tortuga.

«La Cofradía de Hermanos de la Costa se puede considerar como la primera célula de la sociedad filibustera. Es la organización de marginados donde ni las nacionalidades ni actos anteriores cuentan, y su objetivo común es conseguir plenamente la libertad que les había sido condicionada en la sociedad establecida. Una vez conseguido este fin pretenden mostrárselo al mundo e imponérselo, en muchas ocasiones convertido en libertinaje. Es, pues, esta etapa de las décadas del 20 y el 30 que se desarrolla en la isla de la Tortuga la que marca el definitivo paso del bucanero ensangrentado y perseguido en las costas de la Española, al del filibustero como ser que goza de una libertad, dentro de una sociedad propia, y con posibilidades de defensa.» En esta situación, la ocupación inglesa de Jamaica en 1656 (en la que está presente nuestro conocido Thomas Gage) «la convirtió en puerto franco para todos los filibusteros, piratas, salteadores renegados y desertores que quisieran acceder a ella con la sola cláusula de disponer de dinero para gastarlo en la isla. A tal efecto se instalaron almacenes de vituallas, armas, pólvora y todo género de manufacturas traídas de Inglaterra. Incluso el puerto actuaba de compraventa. En sus muelles se podía adquirir desde un recambio de vergas, velas, palos, hasta todo un barco completo; así como quien lo desease podía vender aquellos navíos, fruto de sus correrías, que no le sirviesen. De esta forma Jamaica va a actuar como un banco de mercancías o de una agencia indirecta del robo contra la Corona española.»

En esta entrega comunicamos el interesante documento que uno de los fundadores de la independencia del Perú, Manuel de Odriozola Herrera (1804-1889) editó sin indicación de sus fuentes en 1864, en el segundo tomo de su Colección de documentos literarios del Perú, no menos rica e interesante que los doce tomos de Documentos históricos del Perú en las épocas del coloniaje después de la conquista y de la independencia hasta la presente. A ambas habremos de volver más adelante.

Viñeta de Bob de Moor

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