En una muy difundida historia de la España contemporánea publicada inicialmente en 1966, y que tras sucesivas ampliaciones acabará llamándose España 1808-2008, el británico Raymond Carr presentaba así el fenómeno del regeneracionismo:
«Al igual que la guerra de Crimea en Rusia, la humillación de la derrota en 1898 obligó a los españoles a un examen de conciencia. ¿Podía explicarse la catástrofe en términos de un pecado original patrio que corrompía las instituciones importadas de afuera o, acaso, según sostuvieron los defensores de la Leyenda Negra, había sido España excluida de aquellas corrientes de progreso que condujeron a otras naciones hacia la prosperidad y el poder? Ello originó un debate acerca del problema de ser español, que ha llegado hasta nuestros días y que cambió el lenguaje de la vida política (...)
»Al principiar el siglo, la regeneración era un tema acerca del que todos escribían ensayos, desde el cardenal-arzobispo de Valladolid hasta Blasco Ibáñez, el novelista republicano; desde profesores hasta poetas; desde los herederos de la tradición serena de Jovellanos hasta los charlatanes políticos; desde los nacionalistas catalanes hasta los patriotas castellanos. Mientras los republicanos celebraban reuniones de regeneradores, el Congreso Católico debatió “la participación del clero en el trabajo de la regeneración patriótica”. Todos fueron regeneradores a su modo.»
Y más adelante: «Podemos tomar como símbolo del regeneracionismo radical de los intelectuales a su figura más destacada, Joaquín Costa, hijo de un campesino aragonés (… Además de notario,) Costa era un historiador social y del derecho de gran valor y todavía mayor laboriosidad. Trabajaba diecisiete horas diarias y su obra abarca más de cuarenta volúmenes. Intensamente patriota, estaba obsesionado por la búsqueda de las raíces históricas del atraso español, y el desastre de 1898 fue lo que dio a su crítica, severa y largamente meditada, su carácter de urgencia y también un público.
»El programa de Costa era noble pero ingenuo. El sistema vigente era malo; bastaba destruirlo e invertir todas sus premisas. España debía dejar de ser gobernada por “quienes deberían estar entre rejas en Ceuta, en un manicomio o sentados en los bancos de una escuela”. ¿Quiénes, entonces, debían gobernar? Las masas neutras, cuya calificación residía en el hecho de que nunca habían ejercido el poder político. El gobierno parlamentario en manos de los oligarcas —el término fue popularizado por Costa— no había hecho nada (...)
»En febrero de 1899, bajo la presidencia de Costa, se formó la Liga Nacional de Productores en Zaragoza, donde ya en noviembre de 1898 se habían reunido las Cámaras de Comercio bajo la presidencia de Basilio Paraíso, otro reformador que representaba a la burguesía mercantil. Había que movilizar a las “clases productoras” contra los oligarcas en una cruzada por la modernización de España. Creía que el dinero ahorrado reduciendo los presupuestos de la Marina, del Ejército y de la administración pública debía invertirse en el fomento de la agricultura y de la industria; las abstracciones de los políticos debían ser sustituidas por un “programa de realizaciones”: por una educación moderna y técnica, y por la reforma agraria.
»Costa estaba condenado al fracaso porque no existía una clase nueva que pudiera responder a su llamamiento. Las clases neutras no eran más que un poderoso mito político: no había más reservas que las que empezaban a movilizar socialistas y anarquistas con objetivos muy diferentes. Por otra parte, el movimiento regeneracionista de Aragón se dividió en grupos de intereses, cada uno de los cuales tenía su propia solución: así, los agricultores de Costa y las Cámaras de Comercio de Paraíso solamente podían unirse contra la alta finanza, el Banco de España y los gastos militares. La Unión Nacional terminó su carrera de nueva organización de la clase media en una campaña contra los nuevos impuestos del presupuesto de Villaverde. La que decía ser una organización independiente y reformista quedó desacreditada como grupo de presión de tenderos movidos por el egoísmo.
»Costa siguió siendo una figura sombría y pensativa, un Goya del mundo económico y político, que recordaba a España su “falta de aptitudes para la vida moderna”. Cuando se derrumbó su plan de un tercer partido independiente, no pudo trabajar útilmente con partido político alguno a pesar de su paso por el republicanismo; era “el gran fracasado”, el hombre para el cual la política, en España, había dejado de ser un instrumento para la mejora de la sociedad.»
Pues bien, comunicamos esta semana la obra publicada en 1900, a nombre de el Directorio de la Liga Nacional de Productores (aunque su autoría debe atribuirse básicamente a Joaquín Costa), con la que se quiere impulsar ese nuevo movimiento político que aunque nacido en Aragón, tiene una apreciable implantación por toda España. En él se recogen, a partir del iniciático mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón (Barbastro, noviembre de 1898); el programa de la Asamblea Nacional de Productores (Zaragoza abril 1899); los cuatro manifiestos de la Liga Nacional de Productores (Madrid abril, junio, julio y noviembre 1899), y otros artículos, conferencias y ensayos de Costa.
Sin embargo, ni el partido nacional que promueve Costa llegará a nacer, ni los vagos compromisos que alcanza con Silvela y otros políticos de los partidos del turno, llevan a ninguna parte. Y la diversidad de sociedades (agricultores, contribuyentes, maestros, propietarios, comerciantes, industriales, mineros, obreros, ateneos, de Amigos del País…) que lo apoyan no alcanzan a vertebrar una auténtica organización política. Y lo que es más, los dos principales promotores, Costa y Basilio Paraíso, divergen prontamente el uno del otro.
El influyente periodista (y costista) Mariano de Cavia, un par de años después, al aludir a Paraíso en uno de sus habituales artículos de El Imparcial, no puede evitar clavarle un rejón: «Don Basilio Paraíso, catalanista consorte y corifeo de... Iba a decir de la Unión Nacional, pero ante los restos de aquel que fue movimiento generoso y ante los extravagantes rumbos por donde a tientas y a tropezones marcha Don Basilio, a este descarriado varón sólo se le puede diputar hoy por corifeo de la Desunión Nacional.»
En su día comunicamos en Clásicos de Historia otra obra capital de Costa: Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: modo de cambiarla.
![]() |
Dibujo de Joaquín Moya en Gedeón, Madrid 7 de marzo de 1900 |