jueves, 21 de agosto de 2025

Francis Yeats-Brown, La jungla europea

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La primera guerra mundial fue el final de una época; pero también su lógica (aunque no necesaria) consecuencia. La amalgama de liberalismo, capitalismo, imperialismo y positivismo secularizador fraguó y cristalizó en unos nacionalismos exacerbados más o menos racistas y eugenistas. La Gran Guerra fue la culminación, el enfrentamiento aparentemente definitivo en pos de la supremacía, entre unas naciones ricas, orgullosas de sus logros y convencidas todas ellas de su propia superioridad. Las consecuencias fueron atroces; la destrucción humana, material y moral tuvo tales dimensiones, que no hubo en realidad vencedores, sino grados diversos de vencidos.

La misma civilización europea, sin renunciar en absoluto a sus notas características derivadas de la modernidad, se encontró ante la necesidad de transmutarse, dotándose de nuevos paradigmas que proporcionaran nuevas explicaciones totales de la realidad, y que propusieran, como certezas absolutas, proyectos políticos rigurosos para resolver de forma definitiva las lacras y conflictos de las sociedades mediante su movilización permanente. Nacieron así los primeros totalitarismos: el comunismo, el fascismo, el nazismo... Y así al nacionalismo se le unió la ideología como origen de conflictos, lo que los hizo más complejos: la lealtad nacional convivió (muchas veces con dificultad) con la lealtad ideológica.

El periodo de entreguerras fue el caldo de cultivo perfecto en el que se incubó todo lo anterior. El desprestigio total de lo viejo, la persecución de soluciones revolucionarias, la asunción de la violencia como medio necesario para alcanzar ese nuevo mundo perfecto que se propone, trazaron un camino patente, al mismo tiempo temido y deseado, hacia la catástrofe, la reanudación de la guerra interrumpida con el armisticio de 1918. Tras el inicio de la gran depresión, durante los años treinta, la angustia o esperanza por lo que se ve venir crece de manera definitiva. En Clásicos de Historia incluimos en su día a tres españoles que nos transmitieron su personal mirada y reflexión sobre esta conflictiva Europa: el periodista Manuel Chaves Nogales, el catalanista Francisco Cambó, y el comunista Andrés Nin.

A ellos se les une ahora Francis Yeats-Brown (1886-1944), que podemos considerar un acabado ejemplo de las contradicciones de su tiempo: firmemente británico pero cosmopolita (nació en Italia, hijo de un cónsul inglés); militar, periodista y escritor; racista y eugenista (como los tradicionales radicales de izquierda) pero conservador que flirtea con el fascismo y el nazismo, los admira y recomienda... mientras no supongan un perjuicio para Gran Bretaña; deplora el maltrato a los judíos, pero acepta buena parte de la propaganda antijudía; en fin, profundamente atraído por la filosofía y tradiciones orientales, pero acérrimo defensor del Imperio Británico (y no deja de advertir alguna contradicción al respecto: «somos hipócritas en este asunto: excluimos a los indios de nuestros clubes, mientras esperamos que glorifiquen nuestro Imperio.»)

En La jungla europea, publicada en 1939, podremos observar cómo el mundo —y las mismas personas, como el autor— se sumieron en una confusión general en la que los valores, creencias y lealtades se trocaban con gran velocidad. La visión simplista, de buenos y malos perfectamente separados, que ha acabado haciéndose dominante, especialmente en los mass media y entre políticos y profesores, tiene poco que ver con lo que nos transmiten los documentos de la época, incluso cuando obedecían a estrictas intenciones de agit-prop. Es lo que tienen las llamadas memorias histórica o democrática, es decir, la manipulación del pasado para dominar el presente.

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Aunque fue un abundante escritor, la fama de Yeats-Brown se asentó sobre todo en su libro The Lives of a Bengal Lancer (1930), en el que narra su vida, con poco más de veinte años, en el 17.° Regimiento de Lanceros Bengalíes en la Frontera Noroeste de la India Británica, en los años anteriores a la Gran Guerra. El libro fue un auténtico best seller, lo que propició su conversión en una película de aventuras, con el mismo título (En España, Tres lanceros bengalíes), dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por Gary Cooper. Aunque fue nominada en 1935 a siete premios Óscar, sólo ganó uno, el de Asistente de dirección. Yeats-Brown siempre deploró las considerables libertades que se habían tomado con su obra.

En una reseña periodística de la biografía que publicó su primo John Evelyn Wrench en 1948, cuatro años después de su muerte, se sintetizaba así la vida de nuestro autor:

«Para el mundo en general, Francis Yeats-Brown es probablemente más recordado como el autor de Bengal Lancer, pero como soldado, aviador, periodista, autor y estudioso de la vida y el pensamiento orientales, fue un hombre de amplios intereses y profundo conocimiento, y un colaborador original en muchos campos. En este estudio sobre él realizado por su primo, Sir Evelyn Wrench, se le ve como cadete en Sandhurst y luego como joven subalterno en la India, sensiblemente consciente de los peculiares problemas que planteaba ese gran país, problemas tanto materiales como espirituales, a cuya consideración aún dedicaba su mente al final de su vida. Tras ser transferido al Real Cuerpo Aéreo en los primeros años de la Primera Guerra Mundial, fue capturado por los turcos y sufrió muchas privaciones antes de regresar finalmente a Inglaterra en 1918.

»Tras un período adicional de servicio en la India, se dedicó a la escritura y al periodismo, convirtiéndose en colaborador habitual del Spectator y, ocasionalmente, de otras publicaciones sobre diversos temas. También comenzó a escribir libros, y Sir Evelyn Wrench, con la ayuda de sus cartas y notas, ofrece un fascinante relato del trabajo que produjo Bengal Lancer, además de describir su amistad con Lawrence de Arabia, Henry Williamson y otras figuras literarias de la época. La agitación internacional de los años treinta lo llevó a centrarse en el problema de asegurar la paz, pero cuando llegó la guerra, regresó a la India para escribir Martial India, un relato de la contribución del Dominio a la lucha. Poco después de regresar a Inglaterra, falleció en 1944, tras una vida cuyo colorido y diversidad no lograron ocultar a sus familiares y amigos la búsqueda fundamental de la realidad que subyacía en todas sus actividades.»

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Emery Kelen (1896-1978) y Alois Derso (1888-1964) fueron dos dibujantes húngaros de origen judío que trabajaron juntos desde 1922. Antes de establecerse en Estados Unidos, colaboraron desde Ginebra con la revista norteamericana Ken, de la que efectuamos en su día una selección de sus ilustraciones, que titulamos Antes de la catástrofe. Caricaturas políticas en la revista Ken. 1938-1939. Los dos ejemplos que reproducimos aquí, publicados en marzo y junio de 1938, pueden servir de óptima ilustración de La jungla europea. Muestran el contraste y la tensión entre una cierta visión idílica y la dura situación real de Europa, que muchas veces aparece en las páginas de Yeats-Brown.

NUEVA LILIPUT.
Halifax dice a Chamberlain:
«No le tengas miedo, lo conozco muy bien… ¡Es vegetariano!»

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE
Halifax refiriéndose a Chamberlain:
«No disparen al pianista. Lo hace lo mejor que puede.»

lunes, 11 de agosto de 2025

E. A. Wallis Budge, La literatura de los antiguos egipcios

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El autor de esta entrega fue uno de los numerosos egiptólogos europeos que a lo largo del siglo XIX lograron una extensa información directa de la antigua civilización egipcia, más allá de la información conservada en las fuentes clásicas y bíblicas. Resulta sorprendente la rápida acumulación de conocimientos de todo tipo que se consiguió a partir de los estudios de Champollion, a principios de ese siglo. Quizás debamos atribuirlo a que el interés por las culturas del Próximo Oriente estuvo acompañado estrechamente por el imperialismo occidental, que facilitó los recursos necesarios para la investigación arqueológica in situ... y para el saqueo generalizado de un patrimonio desconocido o poco valorado en sus países de origen.

E. A. Wallis Budge (1857-1934) desarrolló una exitosa carrera en el afamado Departamento de Antigüedades Egipcias y Asirias del Museo Británico, para el que realizó numerosas misiones para la adquisición de antigüedades en Mesopotamia, y sobre todo en Egipto. Entre ellas destaca el fabuloso Papiro de Ani, del siglo XIII a. de C., uno de los mejores ejemplos de Libro de los Muertos. También logró adquirir para el Museo casi un centenar de las tablillas que contienen las conocidas como Cartas de Amarna, del siglo XIV a. de C., que recogen la correspondencia diplomática de Egipto con los países vecino de Oriente, en tiempos de Akenatón.

Budge fue también un prolífico escritor, autor de más de cien obras. Junto a los libros y artículos estrictamente académicos y científicos, otros tuvieron un propósito de alta divulgación. La popularidad que adquirieron estas viejas culturas antiguas en su tiempo (y no digamos desde el descubrimiento de la tumba de Tutankamón) le aseguraban un abundante público lector de cierta cultura.

La obra que presentamos pertenece a este grupo. Naturalmente la egiptología ha avanzado considerablemente desde sus tiempos, y además, como es lógico, Budge es hijo de su época. Encontraremos numerosos resabios victorianos, prejuicios muy de la época, algunos deudores de los afanes difusionistas de Petrie y Ellioth Smith, otros de Frazer y su Rama Dorada, como el que la magia fue predecesora de la religión. Posiblemente sus traducciones han quedado un tanto anticuadas hoy en día...

Y sin embargo La literatura de los antiguos egipcios, publicada en 1914, sigue siendo una obra interesante y atractiva para acercarnos a la cultura inmaterial egipcia: lo que pensaban, lo que creían, lo que valoraban, lo que querían. De manera ordenada, se ocupa de los textos de las Pirámides, historias de magos, el Libro de los Muertos, la historia egipcia de la creación, leyendas sobre los dioses, literatura histórica, autobiografías, cuentos de viajes y aventuras, cuentos de hadas, himnos a los dioses, literatura moral y filosófica, composiciones poéticas... Y todo ello empedrado con numerosos textos originales.

viernes, 1 de agosto de 2025

Joaquín Costa, Reconstitución y europeización de España. Programa para un partido nacional

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En una muy difundida historia de la España contemporánea publicada inicialmente en 1966, y que tras sucesivas ampliaciones acabará llamándose España 1808-2008, el británico Raymond Carr presentaba así el fenómeno del regeneracionismo:

«Al igual que la guerra de Crimea en Rusia, la humillación de la derrota en 1898 obligó a los españoles a un examen de conciencia. ¿Podía explicarse la catástrofe en términos de un pecado original patrio que corrompía las instituciones importadas de afuera o, acaso, según sostuvieron los defensores de la Leyenda Negra, había sido España excluida de aquellas corrientes de progreso que condujeron a otras naciones hacia la prosperidad y el poder? Ello originó un debate acerca del problema de ser español, que ha llegado hasta nuestros días y que cambió el lenguaje de la vida política (...)

»Al principiar el siglo, la regeneración era un tema acerca del que todos escribían ensayos, desde el cardenal-arzobispo de Valladolid hasta Blasco Ibáñez, el novelista republicano; desde profesores hasta poetas; desde los herederos de la tradición serena de Jovellanos hasta los charlatanes políticos; desde los nacionalistas catalanes hasta los patriotas castellanos. Mientras los republicanos celebraban reuniones de regeneradores, el Congreso Católico debatió “la participación del clero en el trabajo de la regeneración patriótica”. Todos fueron regeneradores a su modo.»

Y más adelante: «Podemos tomar como símbolo del regeneracionismo radical de los intelectuales a su figura más destacada, Joaquín Costa, hijo de un campesino aragonés (… Además de notario,) Costa era un historiador social y del derecho de gran valor y todavía mayor laboriosidad. Trabajaba diecisiete horas diarias y su obra abarca más de cuarenta volúmenes. Intensamente patriota, estaba obsesionado por la búsqueda de las raíces históricas del atraso español, y el desastre de 1898 fue lo que dio a su crítica, severa y largamente meditada, su carácter de urgencia y también un público.

»El programa de Costa era noble pero ingenuo. El sistema vigente era malo; bastaba destruirlo e invertir todas sus premisas. España debía dejar de ser gobernada por “quienes deberían estar entre rejas en Ceuta, en un manicomio o sentados en los bancos de una escuela”. ¿Quiénes, entonces, debían gobernar? Las masas neutras, cuya calificación residía en el hecho de que nunca habían ejercido el poder político. El gobierno parlamentario en manos de los oligarcas —el término fue popularizado por Costa— no había hecho nada (...)

»En febrero de 1899, bajo la presidencia de Costa, se formó la Liga Nacional de Productores en Zaragoza, donde ya en noviembre de 1898 se habían reunido las Cámaras de Comercio bajo la presidencia de Basilio Paraíso, otro reformador que representaba a la burguesía mercantil. Había que movilizar a las “clases productoras” contra los oligarcas en una cruzada por la modernización de España. Creía que el dinero ahorrado reduciendo los presupuestos de la Marina, del Ejército y de la administración pública debía invertirse en el fomento de la agricultura y de la industria; las abstracciones de los políticos debían ser sustituidas por un “programa de realizaciones”: por una educación moderna y técnica, y por la reforma agraria. 

»Costa estaba condenado al fracaso porque no existía una clase nueva que pudiera responder a su llamamiento. Las clases neutras no eran más que un poderoso mito político: no había más reservas que las que empezaban a movilizar socialistas y anarquistas con objetivos muy diferentes. Por otra parte, el movimiento regeneracionista de Aragón se dividió en grupos de intereses, cada uno de los cuales tenía su propia solución: así, los agricultores de Costa y las Cámaras de Comercio de Paraíso solamente podían unirse contra la alta finanza, el Banco de España y los gastos militares. La Unión Nacional terminó su carrera de nueva organización de la clase media en una campaña contra los nuevos impuestos del presupuesto de Villaverde. La que decía ser una organización independiente y reformista quedó desacreditada como grupo de presión de tenderos movidos por el egoísmo.

»Costa siguió siendo una figura sombría y pensativa, un Goya del mundo económico y político, que recordaba a España su “falta de aptitudes para la vida moderna”. Cuando se derrumbó su plan de un tercer partido independiente, no pudo trabajar útilmente con partido político alguno a pesar de su paso por el republicanismo; era “el gran fracasado”, el hombre para el cual la política, en España, había dejado de ser un instrumento para la mejora de la sociedad.»

Pues bien, comunicamos esta semana la obra publicada en 1900, a nombre de el Directorio de la Liga Nacional de Productores (aunque su autoría debe atribuirse básicamente a Joaquín Costa), con la que se quiere impulsar ese nuevo movimiento político que aunque nacido en Aragón, tiene una apreciable implantación por toda España. En él se recogen, a partir del iniciático mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón (Barbastro, noviembre de 1898); el programa de la Asamblea Nacional de Productores (Zaragoza abril 1899); los cuatro manifiestos de la Liga Nacional de Productores (Madrid abril, junio, julio y noviembre 1899), y otros artículos, conferencias y ensayos de Costa.

Sin embargo, ni el partido nacional que promueve Costa llegará a nacer, ni los vagos compromisos que alcanza con Silvela y otros políticos de los partidos del turno, llevan a ninguna parte. Y la diversidad de sociedades (agricultores, contribuyentes, maestros, propietarios, comerciantes, industriales, mineros, obreros, ateneos, de Amigos del País…) que lo apoyan no alcanzan a vertebrar una auténtica organización política. Y lo que es más, los dos principales promotores, Costa y Basilio Paraíso, divergen prontamente el uno del otro.

El influyente periodista (y costista) Mariano de Cavia, un par de años después, al aludir a Paraíso en uno de sus habituales artículos de El Imparcial, no puede evitar clavarle un rejón: «Don Basilio Paraíso, catalanista consorte y corifeo de... Iba a decir de la Unión Nacional, pero ante los restos de aquel que fue movimiento generoso y ante los extravagantes rumbos por donde a tientas y a tropezones marcha Don Basilio, a este descarriado varón sólo se le puede diputar hoy por corifeo de la Desunión Nacional.»

En su día comunicamos en Clásicos de Historia otra obra capital de Costa: Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: modo de cambiarla.

Dibujo de Joaquín Moya en Gedeón, Madrid 7 de marzo de 1900

Basilio Paraíso y Joaquín Costa se reflejan como Sagasta (fusionista) y Silvela (conservador) en un espejo de La Veneciana, empresa creada por Paraíso en 1876.