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Durante la guerra franco-prusiana, apenas unos meses después de los acontecimientos de que va a tratar, el periodista francés Alfred Marchand publicó en París Le siége de Strasbourg 1870. Allí describe y lamenta el asedio que sufrió la capital alsaciana por parte del ejército prusiano, y las irreparables pérdidas para la cultura que supusieron los bombardeos de la Biblioteca y la Catedral:
«La destrucción de la Biblioteca de Estrasburgo constituye una pérdida irreparable para la ciencia. La colección, compuesta por más de 200.000 volúmenes, era, por tanto, una de las más ricas de Europa y la más rica de Francia, después de la Biblioteca Nacional de París. Lo que le confería un valor extraordinario era la gran cantidad de obras raras, manuscritos preciosos e incunables que allí se recopilaban.» Y tras enumerar un buen número de éstas, concluye: «Estos son los tesoros de manuscritos y libros raros que atraían a eruditos de toda Europa cada año, y que un soldado, obedeciendo a un plan bárbaro, redujo a cenizas en un día de ira y ceguera. Su nombre lamentablemente permanecerá ligado a la quema de esta colección única.»
Entre las obras definitivamente perdidas se encontraba un famoso códice conocido como el Hortus deliciarum, redactado e ilustrado a lo largo de su vida por la abadesa del monasterio de Hohenburg, Herrad de Landsberg (1125-1195). Alfred Woltmann, unos años después de su irreparable desaparición, lo describía así:
«Consistía en 324 hojas de pergamino, la mayoría en folio grande, con 636 dibujos a pluma a color... Según el prefacio, Herrad había compilado la obra como una abejita a partir de diversas flores de la literatura sagrada y filosófica. Su contenido era un breve relato de la historia bíblica, pero en los lugares apropiados siempre se incluía lo que los filósofos han investigado a través de la sabiduría mundana, que también fue inspirada por el Espíritu Santo. Ocasionalmente se incluían extractos sobre astronomía, geografía, historia natural, filosofía, artes liberales, cronología y poemas en verso leonino y troqueos rimados. El conjunto pretendía ser un compendio de valiosos conocimientos desde la perspectiva de la educación femenina de la época, para ser utilizado por las monjas como punto de partida para la enseñanza de las jóvenes confiadas a su cuidado. El libro pretendía ser útil y entretenido para el grupo de vírgenes de Hohenburg, como afirma el poema introductorio.»
Era, por tanto, una auténtica enciclopedia escolar, lo que hoy consideraríamos un exhaustivo repositorio de materiales didácticos en los que lo textual y lo gráfico se asociaba estrechamente. Y es que las miniaturas tenían un valor muy superior al de unas simples ilustraciones, meros adornos de los contenidos escritos como todavía hoy ocurre en algunos libros de texto. Al contrario, los gráficos de Herrad explicaban, desarrollaban y completaban la información escrita; formaban parte esencial de la obra. Un buen número de las miniaturas del Hortus podríamos considerarlas auténticas infografías. Y no es una excepción en su tiempo: la pintura románica es básicamente narrativa.
Pues bien, esta admirada joya quedó destruida en 1870. Tampoco es un hecho infrecuente en la historia del Arte. Fue el mismo destino de las memorables pinturas murales del monasterio de Sijena, en Aragón, apenas unos años posteriores al Hortus, y por una causas comparables: en este otro caso, el incendio provocado del monasterio por las columnas milicianas de Barcelona durante la guerra civil. Pero si de estas pinturas nos queda un completo respaldo fotográfico (aunque en blanco y negro), y ciertos restos (calcinados, decolorados, incompletos y deslocalizados todavía hoy en Barcelona), del Hortus sólo quedan los numerosos calcos que se realizaron durante el siglo XIX por encargo de diversos estudiosos.
En esta entrega de Clásicos de Historia se ha pretendido reunir un buen número de calcos y copias diversas de las miniaturas del Hortus. Las hemos tomado principalmente de tres viejas obras. Christian Moritz Engelhardt publicó en 1818 un libro sobre Herrad con una serie de láminas en las que incluyó una selección de los muchos calcos que había obtenido del Hortus, pero en su mayoría meros fragmentos y personajes aislados. Auguste de Bastard en 1869, como parte de una muy extensa colección a la que dedicó muchos años, publicó otros cuidadosos calcos, escogiendo a diferencia del anterior grandes miniaturas completas, muchas de las cuales ocupaban toda una página en el códice. Por último, y tras el incendio de la Biblioteca de Estrasburgo, Alexandre Straub comenzó la impresión y comentario de todos los calcos conocidos del Hortus, en sucesivas entregas. Iniciada la tarea en 1879, sólo concluyó en 1899 , cuando se reunió y publicó la obra de conjunto, aunque ya a cargo de Gustave Keller.
Por nuestra parte, nos hemos limitado a reordenar las copias de las miniaturas de acuerdo con el orden original en que aparecían en el Códice, folio a folio. En ocasiones hemos reproducido, uno tras otro, varios calcos de distinta mano de la misma miniatura, lo que puede resultar sorprendente... e instructivo. La mayoría, procedentes de la exhaustiva obra de Straub y Keller, son meros dibujos sin iluminar, y muchas de escasa calidad: sólo los de las otras colecciones fueron cuidadosamente coloreados. Por último, hemos traducido buena parte de los comentarios de estos dos canónigos alsacianos, que proporcionan interesantes explicaciones sobre los aspectos formales, simbólicos y de contenido vario de las miniaturas.
Concluimos con las propias palabras de Herrad de Landsberg: «Este libro titulado Jardín de las Delicias, yo, una pequeña abeja, lo he compuesto, bajo la inspiración de Dios, con el jugo de diversas flores de la Sagrada Escritura y obras filosóficas, y lo he construido por amor a vosotras (sus educandas), como si fuera un panal para honra y gloria de Jesucristo y de la Iglesia. Por lo tanto, os animo a buscar a menudo en este libro el dulce fruto que contiene, y a reconfortar vuestro espíritu cansado con estas gotas de miel para que, nutridas por la dulzura espiritual, podáis transitar con seguridad por las cosas transitorias de este mundo, y para que yo misma, teniendo que atravesar los peligrosos caminos de este mar agitado, sea preservada por vuestras poderosas oraciones de todo afecto terrenal y llevada con vosotras hacia el cielo, en el amor de Cristo, vuestro amado.»








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