Retrato de desconocido |
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El interés por conocer a fondo la civilización china se multiplicó en Europa desde el siglo XVIII, fundamentalmente a través de la labor de los misioneros jesuitas, de los que hemos comunicado las pasadas semanas diversas obras de tres personajes destacados: Diego de Pantoja, Dominique Parennin y Joseph de Moyriac de Mailla. Por otra parte, en el siglo XIX los contactos de las potencias europeas se incrementaron, en buena medida por medio de un intervencionismo violento, que se resume en las dos guerras del opio (1839-42 y 1856-60) promovidas por el Imperio Británico. El resultado son concesiones territoriales y comerciales, que se reproducen con otros países como Rusia, Estados Unidos, Francia, y más tarde Alemania, Japón… China entró por tanto en una situación semicolonial, de la que sólo saldrá en el siglo XX tras el establecimiento del comunismo.
En cualquier caso, continuó creciendo el interés por la cultura y especialmente por los productos chinos (seda, porcelana, té, lacas…) durante el siglo XIX. Ahora bien, la admiración que ha provocado en los siglos anteriores comienza a verse afectada por el naciente racismo contemporáneo fruto de la Ilustración, de los avances científicos y tecnológicos y de las revoluciones políticas. La consecuencia es el patente “complejo de superioridad” que oscila entre un paternalismo comprensivo y una crítica despectiva hacia las sociedades que se consideran primitivas o fracasadas, y en cualquier caso destinadas a aculturarse satisfactoriamente con Occidente. En las cartas de jesuitas se discrepaba y se criticaban algunos valores o comportamientos chinos, pero se respetaba la cultura, la sociedad y las personas chinas; este respeto es el que aparentemente se ha diluido con rapidez ante el embate de la modernidad.
La obra que comunicamos esta semana es una mera descripción de China, breve, somera y superficial, casi apropiada para incluirla en una enciclopedia, publicada en 1862 con el equívoco título Compendio de la Historia de la China. Su gobierno, leyes, ciencias, artes, industria, comercio, navegación, usos y costumbres. Su autor (del que no tengo referencias) la presenta como traducida del francés, y como resumen “que aunque rápido, es muy fiel”, de la magna Histoire générale de la Chine, ou Annales de cet Empire, de nuestro conocido Moyriac de Mailla, con la que es evidente que no guarda ninguna relación: la historia es meramente orillada, y sólamente se extractan algunos datos del volumen trece, suplementario, de dicha obra, en la que el abbé Grossier, uno de sus editores, presenta La description topographique des quinze provinces qui forment cet Empire, celle de la Tartarie, des Isles, et autres pays tributaires qui en dépendent; le nombre et la situation de ses villes, l’état de sa population, les productions de son sol, et les principaux dètails de son Histoire Naturelle. Sin embargo, su valor puede radicar en que nos muestra la percepción general de China que se generaliza a mediados del XIX, y que se reproducirá por medio de la literatura, las artes, la música y, más tarde, del cine.
Hergé, El Loto Azul (1936) |
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