Los humanistas del siglo XVI, los racionalistas y los empiristas del XVII, con sus diferencias, enfrentamientos y contradicciones, fluyen sin pausa hacia la revolución inglesa, la polimórfica Ilustración y la revolución francesa. Los cambios ideológicos, políticos y culturales que traen consigo los philosophes del XVIII, abocan ya a nuestro mundo contemporáneo. Y naturalmente, con sus luces (grandes luces) y sus sombras (enormes sombras). Esta semana vamos a centrarnos de nuevo en la cuestión de la esclavitud. Aunque abundaron las críticas y condenas (y hemos visto algunas muestras en Clásicos de Historia) desde su reintroducción en gran escala con motivo de la colonización de América, fueron los pensadores y publicistas ilustrados los que con su rechazo dieron lugar al movimiento abolicionista del siglo XIX. En su día comunicamos el ejemplo iniciático español que constituye la Disertación sobre el origen de la esclavitud, pronunciada por Isidoro de Antillón en 1802, y hoy agregamos una selección de textos de Locke, Montesquieu, Jaucourt, Rousseau, Voltaire, Diderot, Condorcet y Humboldt: entre ellos, los primeros espadas de la Ilustración.
Ahora bien, señala José Andrés-Gallego en su La esclavitud en la Monarquía hispánica, «La verdad es que este primer corpus abolicionista quedaba muy lejos de la envergadura y el rigor intelectual, filosófico y antropológico, del corpus teológico y jurídico de los siglos XVI-XVII (...) Con la excepción del artículo Esclavage de Jaucourt, en las publicaciones que acabo de mencionar el rigor del razonamiento brillaba por su ausencia; lo propiamente antropológico era pobre y escaso, por no decir nulo. Raynal, el mejor de los mencionados ―siempre con la salvedad de Jaucourt―, no pasaba de glosar las brutalidades que, de facto, padecían injustamente los negros ―cosa que ya habían repetido hasta la saciedad aquellos teólogos y juristas―, sin añadir un solo argumento estrictamente doctrinal en contra o a favor de la existencia de la esclavitud en sí misma. Y las Reflexions sur l’esclavage des nègres ―firmadas por un cierto Schwartz, pasteur du Saint Evangile [Condorcet]― no hacían sino insistir en el tono condenatorio y proponer una manera de amortizar la esclavitud.»
Y todavía se muestra más radical Louis Sala-Molins, en un artículo de 1985 (y más tarde en su Les Miseres des Lumieres: Sous la raison, l’outrage, 1992), señalaba las que considera graves carencias de la Ilustración francesa. Cuando ésta comienza a interesarse por el rechazo de la esclavitud, «todo eso, notémoslo, había sido discutido y vuelto a discutir y, al menos jurídicamente, estaba positivamente resuelto desde el siglo XVI por los teólogos y los jurisconsultos españoles. En este aspecto Inglaterra iba por el buen camino. Francia, cuyas Luces debían, por definición, ir infinitamente más allá de la teología hispánica y del pensamiento inglés, se quedaba criminalmente más acá. Voltaire vociferaba contra el esclavismo e insistía, con su conocido talento, en el postulado de la inferioridad racial de los negros y en su animalidad. La Enciclopedia, y Diderot con ella, cantaba la igualdad de todos en un párrafo, y en el otro ―por lo que respecta a la palabra “esclavitud”― no se ocupaba de la suerte de los esclavos... sino bajo los griegos y los romanos, por simple olvido de la continuación, probablemente; por un lado decía que había que parar la trata; y por el otro ponderaba sus buenos resultados y su función salvífica para los negros.
»Raynal se estrangulaba de furor en cuanto a los excesos de la esclavitud, pero consideraba que no se podría esperar de los esclavos negros ninguna maravilla si se les liberaba así como así. Montesquieu ironizaba eficazmente con la idea de esclavitud, y se dejaba sorprender declarando a su vez, que ciertos climas producían un tipo de humanidad al cual la esclavitud convenía muy particularmente. ¿Qué clima? El africano, evidentemente. ¿Qué tipo de hombre? El negro, naturalmente. Bellas Luces, que alumbran sobre todo la inmunda petulancia del blanco-biblismo europeo, y no quieren iluminar el universo de los negros más que con el agua clara del bautismo y las mordidas del látigo y de las tenazas.
»¿Y Rousseau? El bueno de Rousseau. Él fue el más obstinado adversario de la expansión europea. Sin embargo busque en dónde, en qué capítulo o en qué pedazo de frase de su obra inmensa pidió (como algunos lo hicieron), que los franceses abandonaran sus posesiones de ultramar. Tiempo perdido, ni una palabra. Y vaya si sabría de leyes Rousseau. Busque la menor crítica, la menor alusión al Code noir. Nada. ¿Demasiado complicado este código para el autor del Contrato social? ¿Demasiado marginal su zona de jurisdicción? Vaya a saber…
»Pero Francia formó sobre el modelo inglés su Sociedad de amigos de los negros. Uno de ellos es el abate Gregorio, otro Condorcet; y algunos más, y de los mejores. Estamos en la antevíspera de la Revolución cuando esta sociedad arranca. Estos señores critican con violencia la trata... y proponen soluciones para suavizarla un poco: se cazarían allá más mujeres para ir transformando poco a poco los mataderos antillanos en criaderos de negrillones; los hijos legítimos de una negra nacerían libres... a partir del quinto, y claro, se indemnizaría al dueño de la negra. Estos señores escupen sobre el Code noire... que seguirán utilizando en tanto se redacta otro, uno un poco menos inhumano: se enviarían comisarios a verificar las violaciones, a contar los latigazos y a medir la profundidad de las heridas a fin de evitar abusos, puesto que los colonos solían ponerse nerviosos. ¡Demasiado! Eso es poner a la patria en peligro ―gritan enfrente― porque ponen en peligro su azúcar. Los elegidos del pueblo claman contra la traición: “los Amigos de los negros están pagados por Inglaterra”, lo juran. ¡No!, responden los Amigos y agregan: “Ustedes no entenderán nunca, nosotros jamás hemos pensado en pedir la abolición de la esclavitud de los negros. Luchamos por las gentes de color, por los de sangre mezclada, puesto que de su dignidad depende, y nada más que de ella, que no perezcan nuestras colonias. Sólo ellos podrán ayudar a los europeos a contener a los negros en caso de revuelta. Si ellos se rebelan ese será el fin de nuestras colonias, en las cuales nosotros como cada uno de ustedes, tenemos ciudadanos.” Estamos ya no en la víspera sino en las posteridades de la Bastilla (…)
»Teóricamente ellos tienen derecho a la libertad. Después de los teólogos españoles (esto es: hace dos siglos) y de los filántropos ingleses (es decir, hace años), los franceses amigos de los negros lo aceptan. Y Condorcet, el noble espíritu, calcula y resuelve: dada la idiotez de estas bestias de carga y la fealdad de sus espíritus, él prevé un periodo “de al menos setenta años” entre el día en que arda el Code noir y aquel en que los esclavos puedan ser tratados como libres. Setenta años. Generoso Condorcet. Él compromete su palabra para una generación de esclavos que todavía no había nacido dando así la medida de su coraje y, por antífrasis, la prueba definitiva de la cobardía que se ocultaba detrás de tanta temeridad.»
Aunque quizás nos resulte un tanto excesiva su indignación, no dejan de ser ciertas sus afirmaciones.
Grabado francés del siglo XVIII. Y, naturalmente, la Naturaleza es blanca... |
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