Hace un tiempo comunicamos el Panegírico de Trajano y la correspondencia con dicho emperador, de Plinio el Joven. Hoy completamos aquella entrega con los nueve libros de Cartas dirigidas a particulares, que el autor revisó y publicó cuidadosamente, al igual que otras obras (muchas mencionadas en sus cartas: tragedias, poemas, discursos) que no se han conservado. Pero las Cartas poseen un valor considerable, ya que nos introducen estrechamente en la vida misma de las élites romanas, esa pequeña parte de la población formada por grandes propietarios, políticos y oradores, escritores, que se consideran la exclusiva y auténtica sociedad romana, que admiran los viejos tiempos republicanos, deploran la tiranía de Domiciano y se felicitan del imperio de Trajano… Campesinos, artesanos y esclavos sólo aparecen como elementos accesorios en la decoración de sus vidas, a los que, eso sí, debe tratarse benévolamente.
A través de su abundante correspondencia (si no he contado mal, exactamente cien destinatarios diferentes), Plinio condescendientemente nos informa de sus opiniones y gustos literarios, por supuesto, escogidos, depurados y elevados, nos narra los procesos que atiende como abogado o juez, nos informa de la vida y obras de su tío Plinio el Viejo, y de su muerte con motivo de la erupción del Vesubio, a lo que agrega sus propios recuerdos del caso. Cuenta sucesos catastróficos y prodigios sorprendentes, reflexiona sobre la existencia de fantasmas, critica los espectáculos del hipódromo… Nos transmite con detalle su vida y ocupaciones y preocupaciones, cuyo agobio le lleva en ocasiones a lamentarse y suspirar por el ocio dedicado a las artes y las letras, especialmente en sus villas de la Toscana que nos describe morosa y orgullosamente.
Sobre este último extremo, Alejandro Fornell Muñoz publicó su interesante Las epístolas de Plinio el Joven como fuente para el estudio de las uillae romanas, en el número 13 de la revista Circe (2009), de donde extraemos los siguientes párrafos: «Cayo Plinio Cecilio Segundo perdió a sus padres siendo niño, quedando bajo la tutela de Virginio Rufo, influyente general del ejército romano. Posteriormente fue adoptado por su tío materno Plinio el Viejo, quien lo envió a estudiar a Roma bajo la supervisión de profesores como Quintiliano, gran orador de la época, y Nices Sacerdos. Allí comenzó la carrera de política a los 19 años y llegó a ocupar importantes cargos en el senado, como el de cuestor, pretor y cónsul. Además, fue abogado, científico y escritor, codeándose con autores tan destacados como Marcial, Tácito o Suetonio.
»En consecuencia, Plinio se crió y vivió en los círculos sociales y culturales más selectos y refinados de la Roma de finales del siglo I y comienzos del II de C., y aunque en ningún momento hace mención de sí mismo como tal, debió ser uno de los hombres más ricos de su época, pues no sólo poseía el censo senatorial, sino que había amasado una fortuna constituida por propiedades inmobiliarias distribuidas por diversos lugares de Italia, heredada de sus familiares o procedente de legados testamentarios. A la muerte de Plinio el Viejo, el joven Plinio recibe la nobleza ecuestre junto a una gran fortuna constituida por posesiones en Etruria y Campania. Por otra parte, sabemos que se casó en segundas nupcias con una hija de Pompeya Celerina, propietaria de grandes posesiones en la Umbria (Otricoli, Narni, Consigliano y Perugia) y Etruria. Tras enviudar nuevamente, contrae matrimonio con Calpurnia, nieta de Calpurnio Fabato, ciudadano de Como de posición económica desahogada, pues tenía posesiones en Campania, Etruria y Como.
»Pero si Plinio el Joven ha pasado a la posteridad se debe a su faceta de escritor, de la que tenemos constancia a través del Panegiricus Trajani, una apología a Trajano, y las Epistolae, que recogen en diez libros la correspondencia privada que el autor mantuvo con numerosos personajes de la época (libros I al IX), y la correspondencia oficial con el emperador Trajano (libro X) tras su nombramiento como gobernador de Bitinia-Ponto en el año 110. El epistolario de Plinio ha suscitado un vivo interés entre los historiadores como fuente de documentación general, tanto para lo referido a la época en sí como lo atinente a personajes, cuestiones político-jurídicas precisas y aspectos científicos, artísticos y técnicos.» Y finalmente concluye: «Plinio el Joven madura literariamente en una época en la que la historiografía era el género que sobresalía claramente sobre los demás. De hecho, como se desprende de la carta a Titinio Capitón (Ep. V 8), parte de sus amigos le instaron a escribir una obra historiográfica que nunca llegó a hacer. Pero sin ser un historiador, contribuyó a escribir la historia de su época reflejando en sus cartas muchos de los acontecimientos políticos, sociales y económicos ocurridos entre fines del s. I y principios del II d.C. Plinio quiso pasar a la posteridad como un autor de la talla de Tácito, pero lo cierto es que la importancia de las Epistolae radica, más que en su calidad literaria, en su indudable valor histórico, incluso para quienes le han negado el carácter de auténtica correspondencia efectivamente enviada a sus destinatarios.»
Y añade en nota: «Se ha discutido si la correspondencia pliniana está formada por auténticas cartas o se trata de ensayos retóricos que el autor presenta como cartas reales. En los primeros años del siglo pasado imperó un posicionamiento negativo, pues fueron muchos autores los que las consideraron enteramente ficticias. En cambio, en la actualidad se tiende a confiar en las palabras de Plinio y se estima que las cartas, sin negar su carácter literario y por muy cuidada que haya sido su revisión, son auténticas. Esta postura ha sido sostenida por quienes consideran que la autenticidad resulta patente en numerosas cartas, cuyo contenido hace muy improbable que se trate de detalles inventados. Otros autores, mantienen una posición más ecléctica distinguiendo entre cartas con mayores rasgos de autenticidad y otras escritas pensando en su publicación.»
Reconstrucción imaginaria de la villa de Plinio, por Karl Friedrich Schinkel, 1842 |
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