El joven catedrático Manuel Fraga Iribarne (1922-2012), antes de dar el salto a la política, publicó en 1950 este denso estado de la cuestión sobre el racismo, en el mundo que acaba de salir de la catástrofe de la segunda guerra mundial. Abruma un tanto la ingente acumulación de referencias, obras y autores, que presenta como un primer acercamiento a la situación real del racismo, todavía bien presente. Y es que «ante un mundo lleno de racismos diversos... habría que pasar breve revista a alguna de sus formas y características más significativas.»
Y la primera cuestión es lo problemático del concepto de raza. Citando al sociólogo L. L. Bernard: «la organización conceptual de los caracteres biológicos en una unidad colectiva racial es sociológica, no biológica… Su unidad no es más que una abstracción que existe como un término medio estadístico en nuestras mentes, sin una unidad objetiva completa.» Y aun más, «las razas puras no son una abstracción (como es la raza): son un mito. La mezcla racial va más allá de todo lo que cabe imaginar... Hoy podemos ver la enorme relatividad del concepto de raza en esa frase famosa que es el color y sus compuestos: hombre de color, gente de color, barrera de color, etcétera. A partir de un tipo falsamente llamado blanco, se distinguen sin discriminación sus mestizos con gente de un supuesto color, como siendo todos coloreados y distintos de la raza elegida.»
Fraga insiste en la persistencia del racismo, más allá de su cúspide hitleriana, y se extiende en los casos de Estados Unidos (que será objeto de un inmediato ensayo del autor, Razas y racismo en Norteamérica), de Sudáfrica y de la propia Europa: «los desplazamientos en masa de personas con criterios raciales, independientemente de toda culpabilidad o responsabilidad individual, lejos de cesar con la caída del III Reich, han sido agravados aún por los vencedores.» Respecto a la América hispana, en cambio, y de forma un tanto llamativa, insiste en el mayor peso que comportan las discriminaciones de clase sobre las de raza. Y omite por completo cualquier referencia a los racismos domésticos respecto a los gitanos.
El autor concluye contraponiendo a «esta doctrina de odio, falsa de arriba abajo en sus pretendidos fundamentos científicos», una noción de la raza desvinculada de lo biológico, y entendida como un estilo colectivo de vida basado en la homogeneidad cultural. Esto es, el concepto nacionalista ya un poco desgastado que ha venido sosteniéndose entre los intelectuales españoles de todo signo desde tiempo atrás, que más recientemente habían defendido Ramiro de Maeztu o García Morente, y que en este momento va quedando relegado a la ideología y valores del tradicionalismo del régimen de Franco.
Fraga desarrollará una amplia carrera política en el franquismo como uno de los más significados reformistas y modernizadores. Fue ministro de Información y Turismo en los años sesenta, y embajador en Gran Bretaña en los setenta. Tras la muerte de Franco y el arranque de la transición a la democracia, será nombrado vicepresidente del gobierno, pero las reticencias del presidente Arias Navarro darán lugar al nuevo gobierno de Adolfo Suárez. A partir de entonces Fraga encabeza la derecha democrática. Será uno de los ponentes de la nueva Constitución, más tarde jefe de la oposición, y finalmente presidente de la Junta de Galicia durante quince años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario