sábado, 11 de octubre de 2025

Manetón, Historia de Egipto (fragmentos)

Un neokoros del culto a Serapis (s. III de C.)

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«Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.» ¿Recuerdan a Roy Batty? Esta es la maldición de la Historia: acontecimientos y personas que los llevaron a cabo, ideas y proyectos que les obsesionaron, monumentos y libros en que se solazaron, modas y aficiones que apasionaron a generaciones enteras… casi todo se ha ido por el desagüe del tiempo, y sólo conocemos la vaga espuma que lo sobrenada. Una espuma ciertamente ingente e inabarcable (como el universo, como el individuo), pero incompleta, fragmentaria y engañosa, fuente de las múltiples interpretaciones, polémicas y diatribas en que de siempre han divertido sus ocios los historiadores.

Pues bien, en esta entrega comunicamos una de estas lágrimas que no se confundieron en la lluvia, los fragmentos salvados de la obra que escribió en griego Manetón, sacerdote de Serapis en Heliópolis, en el siglo III a. de C., para informar de la historia de Egipto a las gentes cultivadas del recién estrenado y extenso mundo helenístico. Desde la sucesión de las dinastías y sus hechos principales, hasta el propio nombre helenizado de sus faraones, pasarán a ser de común conocimiento desde oriente a occidente. Algo semejante respecto a Babilonia realiza por entonces el caldeo Beroso, en una obra también perdida, que siglos después cierto falsario tentará su reelaboración.

Presentamos una traducción propia de la edición que en 1940 publicó William Gillan Waddell (1884-1945), que incluía, junto a los abundantes fragmentos conservados de la Historia de Egipto, los escasos de otras obras de Manetón: El Libro Sagrado, Epítome de las doctrinas físicas, Sobre el ritual y la religión antiguos..., así como de algunas falsamente atribuidas. Todas ellas en sus originales griego o latino y traducción inglesa. También incluyó abundantes notas y una interesante introducción, que incluimos oportunamente, y de la que extraemos a continuación algunos párrafos.

«Entre los egipcios que escribieron en griego, el sacerdote Manetón ocupa un lugar único debido a su época comparativamente temprana (siglo III a. de C.) y al interés de su temática: la historia y la religión del antiguo Egipto. Sus obras en su forma original poseerían la mayor importancia y valor para nosotros ahora, si pudiéramos recuperarlas; pero hasta el afortunado descubrimiento de un papiro, que transmita el auténtico Manetón, podemos conocer sus escritos sólo a partir de citas fragmentarias y a menudo distorsionadas preservadas principalmente por Josefo y por los cronógrafos cristianos, Africano y Eusebio, con pasajes aislados en Plutarco, Teófilo, Eliano, Porfirio, Diógenes Laercio, Teodoreto, Lido, Malalas, los Escolios de Platón y el Etymologicum Magnum.

»Al igual que Beroso, que es un poco anterior, Manetón da testimonio del crecimiento de una mentalidad internacional en la época alejandrina: cada uno de estos “bárbaros” escribió en griego un relato de su país natal; y es emocionante pensar en su esfuerzo por tender un puente sobre el abismo e instruir a todos los pueblos de habla griega (es decir, a todo el mundo civilizado de su tiempo) en la historia de Egipto y Caldea. Pero estos dos escritores son únicos: los griegos, de hecho, escribieron de vez en cuando sobre las maravillas de Egipto (obras que ya no existen), pero pasó mucho tiempo antes de que apareciera un sucesor egipcio de Manetón: Ptolomeo de Mendes, probablemente bajo Augusto.

»Los escritos de Manetón, sin embargo, continuaron siendo leídos con interés; y su Historia de Egipto fue utilizada con fines específicos, por ejemplo, por los judíos cuando entablaron una polémica contra los egipcios para demostrar su extrema antigüedad. Los escritos religiosos de Manetón nos son conocidos principalmente por referencias en el tratado de Plutarco Sobre Isis y Osiris.»

Fragmento del Mosaico del Nilo. Palestrina (Italia), siglo I a. de C.

miércoles, 1 de octubre de 2025

Horace Greeley, La Administración Lincoln y la Guerra Civil (1860-1865)

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Horace Greeley (1811-1872) fue un prestigioso periodista y editor, que participó activamente en la vida política y cultural norteamericana. Su periódico New York Tribune, el de mayor circulación en el país, influyó poderosamente en la actuación de los partidos Whig, primero, y Republicano más tarde. Ideológicamente se le puede considerar afecto a un liberalismo radical, promotor de las entonces consideradas medidas avanzadas: socialismo, feminismo, abolicionismo, vegetarianismo, templanza (lo que derivará en la ley seca)… Aunque opuesto al presidencialismo expansionista de Jackson, animó a la colonización del Oeste con el lema: «Go West, young man, and grow up with the country».

Durante la Guerra Civil apoyó a Lincoln, incitándole desde el principio a acabar definitivamente con la esclavitud. Sin embargo, tras la batalla de Gettysburg en julio de 1863 comenzaron a distanciarse Lincoln y Greeley. El editor participó en algunas bienintencionadas e infructuosas iniciativas para lograr la paz, dando lugar a cierta desconfianza por parte del primero. Al iniciarse la campaña para la reelección del presidente, Greeley no la apoyó demasiado calurosamente, aunque tuvo que reconsiderar su postura ante la ausencia de cualquier otro candidato republicano.

Tras el asesinato de Lincoln, Greeley se enfrentó cada vez más con sus sucesivos sucesores republicanos, Andrew Johnson y Ulysses Grant. Acusó de corrupción a la Administración Grant, y rechazó el mantenimiento de las medidas de reconstrucción, al considerar que sólo perseguían afirmar el dominio del poder ejecutivo sobre el legislativo y los Estados. Se opuso a la reelección de este último en 1872, y se presentó a las elecciones como candidato a la presidencia por parte del nuevo partido Liberal Republicano. Manifestó sus deseos de reconciliación tras la guerra y defendió el fin de la ocupación militar del Sur. Obtuvo un 43,8 por ciento del voto popular, pero tan sólo 66 de los 352 votos electorales. Falleció poco después, y el nuevo partido desapareció.

En agosto de 1863 O. D. Case & Company había encargado a Greeley la redacción de una historia de la guerra. Al año siguiente publicó el primer volumen de su monumental The American conflict: A History of the Great Rebellion in the United States of America, 1860-64: Its causes, incidents and results: Intended to exhibit especially its moral and political phases, with the drift and progress of American opinion respenting Human Slavery. From 1776 to the close of the War for the Union. El segundo apareció dos años después. Fue un rápido éxito, y hacia 1870 ya se habían vendido un total de 225.000 ejemplares.

Esta obra fue compendiada (o más bien extractada) y traducida en 1870 por Enrique Leopoldo de Verneuill, y agregada como libro octavo de la Historia de los Estados Unidos desde su primer período hasta la administración de Jacobo Buchanan, de Jesse Ames Spencer (1858). La obra había sido reimpresa numerosas veces en Estados Unidos, y ediciones posteriores habían agregado una continuación (libros octavo y noveno), a cargo del historiador Benson J. Lossing (1813-1891), pero el traductor español no dispuso de ella o la rechazó, y la sustituyó por la obra que nos ocupa.

domingo, 21 de septiembre de 2025

DeBow, Langdon, Van Dyke: Defensa de la esclavitud. Un panfleto antiabolicionista norteamericano de 1860

J. D. B. DeBow

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Alguien dijo que la guerra se hace con dinero, dinero y dinero. Pero también con propaganda. La guerra civil norteamericana no fue una excepción, y hoy traemos a Clásicos de Historia una buena muestra de ello, el panfleto sudista antiabolicionista cuyo título podríamos traducir libremente como Los habitantes del Sur que no poseen esclavos también tienen interés en el mantenimiento de la esclavitud. Se publicó a últimos de 1860 (si no se falseó la fecha) cuando ya se daba por descontado el inicio de la guerra. Claire Roth, en su To Rend the Union Into Fragments: The 1860 Association, Propaganda, and the Secession Crisis (2024) escribe:

«Para persuadir a otros estados esclavistas a separarse, los secesionistas de Carolina del Sur tuvieron que presentar la secesión como una respuesta moderada y racional al fanatismo del Norte. Debían mitigar la percepción de la secesión como extrema y radical, al tiempo que iniciaban un movimiento que sí que lo era (...) La secesión debía presentarse como el proyecto de líderes confiables y racionales que apelaban a la mayoría no radical del Sur blanco. Revisar la necesidad del movimiento secesionista de una fachada moderada abre la puerta a una clave olvidada para su éxito: la maquinaria propagandística con sede en Charleston, conocida como la Asociación 1860. Un grupo de esclavistas de élite se unió en el otoño de 1860 para formar la organización, y bajo la apariencia de moderación, sofisticación y civilidad, trabajó para lograr la secesión y la creación de una república esclavista mediante la orquestación y ejecución de una campaña de propaganda sostenida y cohesionada (...)

»La propaganda de la Asociación 1860 impulsó el éxito del movimiento secesionista, especialmente la ansiada unanimidad blanca de Carolina del Sur, al basarse en los principios de la ideología esclavista para afirmar la secesión como la única opción viable para los sureños blancos ante la percepción de una creciente agresión norteña. Estos propagandistas se dirigieron a plantadores, pequeños propietarios de esclavos y no propietarios de esclavos con una amplia gama de argumentos y lograron una amplia atención mediante la circulación de panfletos por todo el Sur y la cobertura secundaria en los periódicos locales. Esta propaganda presentó la secesión no solo como la única salida para el Sur, sino como una medida racional y defensiva.» Y más adelante:

«A lo largo de tres meses del otoño y principios del invierno de 1860, la Asociación 1860 publicó y distribuyó seis panfletos, reeditándolos a menudo en múltiples ediciones. Cientos de miles de ejemplares de estos panfletos salieron de las prensas de vapor de Evans & Cogswell. Sus títulos, como «Solo el Sur debería gobernar el Sur», «La ruina de la esclavitud en la Unión, su seguridad fuera de ella» y «El interés en la esclavitud del sureño no esclavista», ofrecen al lector una idea clara del mensaje que difundían los panfletos. «Solo el Sur», de John Townsend, probablemente fue el que tuvo mayor impacto en el movimiento secesionista, pero cada panfleto apeló con fuerza a un tema específico para un público específico, manteniendo la unidad de mensaje en las seis publicaciones.»

El quinto folleto es el que comunicamos en esta ocasión. Su autor principal fue James Dunwoody Brownson DeBow (1820-1867), nacido en Charleston aunque establecido en Nueva Orleans desde donde creó y dirigió diferentes periódicos y revistas; fue también director de la Oficina de Estadística de Luisiana y superintendente del Censo de los Estados Unidos durante la presidencia de Franklin Pierce (1853-1857), demócrata antiabolicionista. En este panfleto se centró en demostrar que los no propietarios de esclavos del Sur estaban también interesados en luchar contra la abolición, ya que aun los blancos más pobres tenían un reconocimiento social y un nivel económico manifiestamente superior a los de sus equivalentes del Norte, gracias a la existencia de la esclavitud. Se proponía así atraerlos a la causa de la secesión, con una mezcla de halagos, promesas de mejora y un racismo patente:

«El no propietario de esclavos del Sur conserva el estatus del blanco y no es considerado inferior ni dependiente. No afirma que la Declaración de Independencia, cuando dice que todos los hombres nacen libres e iguales, se refiere al negro por igual. No propone que el voto del negro libre tenga el mismo peso que el suyo en las urnas, ni que los niños pequeños de ambos colores se mezclen en las clases y los bancos de la escuela, ni se abracen amistosamente en sus juegos al aire libre. Nunca se le ocurre que un hombre blanco pueda degradarse tanto como para jactarse en una asamblea pública, como se hizo recientemente en Nueva York, de haberse acostado con una negra. Y su ira patriótica aplastaría de un golpe al negro libre que se atreviera, en su presencia, como se hace en los Estados libres, a calificar al padre de la patria de sinvergüenza

Pero el miedo tiene un gran valor propagandístico, y DeBow no rehúsa pulsar esa tecla: «Si se produce la emancipación, como sin duda ocurrirá a menos que se rechacen ahora las intrusiones de las mayorías fanáticas del Norte, la mayoría de los propietarios de esclavos escaparán de la degradante igualdad que resultará, mediante la emigración, para la cual tendrían los medios, al disponer de sus bienes personales; mientras que los no propietarios de esclavos, sin estos recursos, se verán obligados a quedarse y soportar su degradación. Esta es una consideración decisiva. En las comunidades del Norte, donde el negro libre es uno de cada cien de la población total, a menudo se le reconoce y se le considera como una plaga, y en muchos casos incluso su presencia está prohibida por ley. ¿Cuál sería el caso en muchos de nuestros estados, donde uno de cada dos habitantes es negro, o en muchas de nuestras comunidades, como por ejemplo las parroquias de los alrededores de Charleston y de Nueva Orleans, donde hay entre veinte y cien negros por cada habitante blanco? Por muy bajo que esta clase de gente al emanciparse se hundiera en la ociosidad, la superstición y el vicio, el hombre blanco obligado a vivir entre ellos, por el dominio que se ejercería sobre él, se hundiría aún más, a menos que como es de suponer prefiriera la muerte.»

Pero es que, además, la secesión del Sur resultaría altamente beneficiosa para todos sus habitantes, ya que sostiene que por entonces el Norte arrebataba al Sur más de doscientos millones de dólares anuales de sus beneficios, posibilitando la acumulación de capitales de los estados del Norte. En la nueva Confederación «nuestros derechos y posesiones estarían seguros, y la riqueza, retenida en casa, se podría utilizar para construir nuestras ciudades y pueblos, extender nuestros ferrocarriles y aumentar nuestros envíos, que ahora se ven recargados con tarifas u otros tributos involuntarios o voluntarios, a otros destinos; la opulencia se difundiría entre todas las clases y nos convertiríamos en la nación más libre, más feliz, más próspera y más poderosa de la tierra.»

Otra táctica propagandística clásica es hacer que tus contrarios te den la razón. Y DeBow lo lleva a cabo mediante la inclusión de dos textos de autores procedentes del Norte. El primero es un artículo publicado en el Boston Courier, firmado con el seudónimo Langdon, que justifica moral, jurídica y políticamente el derecho de los Estados a separarse de la Unión, basándose en el hecho que la soberanía permanece en el pueblo de cada uno de ellos, y del mismo modo que en su día decidieron federarse y ceder ciertas competencias al poder central, pueden de igual modo decidir la secesión.

Más curioso resulta el tercer texto incorporado al panfleto (posiblemente sin autorización de su autor). Henry Jackson Van Dyke (1822-1891), de Pensilvania, fue un afamado pastor presbiteriano y profesor de teología que por esas mismas fechas pronunció en Brooklyn un sermón en el que expuso su absoluto rechazo al abolicionismo, ya que apoyándose en la Biblia considera la esclavitud querida por Dios. Puesto que fue rápidamente difundido, resultó lógico que DeBow decidiera incluirlo en su panfleto. Ahora bien, antes era preciso podarlo de ciertas partes significativas. Por un lado, y en paralelo a sus dicterios de fanáticos calumniadores aplicados a los abolicionistas del Norte, afirma que también «los demagogos y los egoístas del Sur han sido violentos y abusivos, y que los periódicos que se declaran defensores de los intereses del Sur, con un espíritu que puede calificarse de poco menos que diabólico, han difundido cada escándalo de la forma más agravada e irritante.»

Pero es que, además, Van Dyke tenía la seguridad de que si el embate del abolicionismo persistía se iba a provocar la secesión del Sur, y eso es algo que rechazaba con rotundidad, pues consideraba que sólo sería el inicio de múltiples calamidades: «En semejante caos, no nos engañemos pensando que estaremos en completa paz y seguridad. La contienda en cuya peligrosa orilla parecemos estar no puede ser meramente geográfica, con todo el Norte por un lado y todo el Sur por el otro. Es un conflicto que extenderá el espíritu de la división en cada estado y en cada vecindario del país. Los oradores abolicionistas pueden hablar de lo que nosotros los del Norte haremos y no haremos, como si todo el pueblo se hubiera inclinado para adorar la imagen que ellos mismos han erigido. Pero otros hombres, además de ellos, reclamarán el derecho a hablar; será necesario preservar otros intereses, además de la causa sobre la que arrogantemente suponen que se asienta la victoria y que la sonrisa del cielo descansa.»

Naturalmente DeBow mantiene y celebra el discurso sobre la bondad de la esclavitud y la maldad del abolicionismo, y simplemente suprime los pasajes en los que Van Dyke critica a los habitantes del Sur y rechaza rotundamente la secesión. En esta edición hemos identificado y repuesto los párrafos suprimidos.

Una última reflexión. Resultan llamativas las coincidencias del argumentario al que se acudió en el panfleto para justificar la esclavitud y la secesión, con los que actualmente se usan para justificar otros pretendidos avances sociales del presente como el aborto (defensa de los derechos del propietario, y defensa de los derechos de la mujer, en oposición, negación o indiferencia ante los derechos del esclavo o los derechos del nasciturus). Lo mismo ocurre con la defensa de la secesión: los Estados de Norte nos roban, argumentaban los sudistas; España nos roba, argumentan los nacionalistas catalanes. Y aún más: se debe defender una imaginada idiosincrasia racial o nacional amenazada entonces en los Estados Unidos por negros, católicos y judíos; o en España ahora por emigrantes, forasteros e incluso turistas...

Eyre Crowe, Venta de esclavos en Charleston (1854)

jueves, 11 de septiembre de 2025

John L. O'Sullivan, El destino manifiesto (artículos)

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Paul Johnson, el autor del desmitificador Intelectuales, escribe en su historia de los Estados Unidos: «Hacia la década de 1830 la idea de que el destino de Norteamérica era absorber todo el oeste del continente, además de su centro, comenzaba a arraigar. Era un impulso nacionalista e ideológico, pero también religioso: la sensación de que Dios, la república y la democracia exigían de consuno que los norteamericanos se expandieran hacia el oeste, para colonizar y civilizar, para imponer los ideales republicanos y la democracia (...) El asunto fue debatido en el Congreso, sobre todo en la década de los estrepitosos cuarenta, como se los llamaría después, y que lo fueron, sin duda, por el estrépito con que los norteamericanos vociferaban su deseo de conquistar más tierras. Un congresista lo consignó en 1845 con estas palabras: “La Providencia concibió este continente como un vasto teatro en el que habría de poner en escena el gran experimento del Gobierno Republicano bajo los auspicios de la raza anglosajona.”

»El primero que usó la expresión “destino manifiesto” fue John L. O’Sullivan en la Democratic Review, en 1845, en un texto en el que se quejaba de las intervenciones extranjeras y de los intentos de “limitar nuestra grandeza e impedir la realización de nuestro destino manifiesto, que es el de ocupar en su plenitud el continente que la Providencia nos ha concedido para el libre desarrollo de nuestra descendencia, que año tras año se multiplica por millones.” (Y en otro periódico:) “...nosotros, el pueblo norteamericano, somos el pueblo más independiente, inteligente, moral y feliz sobre la faz de la tierra.” Este hecho, y la mayoría de los norteamericanos consideraban que era un hecho, proporcionaba la justificación ética que necesitaba el deseo de expandir la república que promovía semejante felicidad.»

John L. O’Sullivan (1813-1895) fue un influyente periodista y político demócrata, admirador del desaforado presidente Jackson. Fundó en 1837 The United States Magazine and Democratic Review y colaboró en otros muchos periódicos (siempre partidistas) como el Morning News de Nueva York. Acérrimo partidario del imperialismo norteamericano, para el que ideó su lema más difundido, apoyó todos los proyectos de expansión territorial: la anexión de Texas, la guerra con Méjico, la cuestión de Oregón (“¡de todo el Oregón, mal que les pese!”), las expediciones del general Narciso López con el objeto de incorporar Cuba a los estados del Sur... Estas últimas le depararon varios procesos por su violación del Acta de Neutralidad, sin consecuencia alguna. Al contrario, fue nombrado embajador en Portugal, cargo que ocupó entre 1854 y 1858. Durante la guerra civil tomó partido por la Confederación, de la que hizo propaganda activa desde Europa. No regresó a los Estados Unidos hasta 1879.

Presentamos cinco de los editoriales de su revista que, naturalmente, se publicaron sin firma entre 1837 y 1847: El principio democrático, La gran nación del futuro, Anexión, Engrandecimiento territorial, y La Guerra. En ellos encontraremos perfectamente formulados muchos de los fundamentos ideológicos del imperialismo norteamericano: un nacionalismo exacerbado y orgullosos, un radicalismo liberal que rechaza cualquier élite, una desconfianza arraigada respecto a las interferencias de los poderes federales en los distintos Estados, una templada defensa de la esclavitud, bien teñida de acérrimo racismo... Así, confía en que la población negra deje de ser necesaria en un futuro, y pueda ser expulsada hacia las Américas hispanas, ya que éstas son «de sangre mezclada y confusa, y libres de los prejuicios que entre nosotros prohíben rotundamente la mezcla social».

En su defensa del expansionismo, sin embargo, pide prudencia a las voces que tras la anexión de Texas, reclaman la de México y la del Canadá, e incluso la de Irlanda. Aunque sí defiende la incorporación del territorio hasta el Pacífico, es partidario de un dominio “blando” de los restantes países hispanos, basado en la economía y en los intereses comerciales. Tras la derrota de México asevera: «La raza mexicana ve ahora, en el destino de los aborígenes del norte, su inevitable destino. Deben fusionarse y desaparecer ante el vigor superior de la raza anglosajona, o perecer por completo. Podrán posponerlo por un tiempo, pero llegará el momento en que su nacionalidad acabe. Se puede observar que, mientras la raza anglosajona ha invadido la zona norte y la ha purgado de una vigorosa raza indígena, los españoles no han logrado ningún progreso considerable en el sur. La mejor estimación de la población de México es de 7 millones, de los cuales 4 millones y medio son indígenas de pura sangre y sólo 1 millón de europeos blancos y sus descendientes. A partir de estos datos, es evidente que el proceso, que se ha llevado a cabo en el norte, de expulsar a los indígenas o aniquilarlos como raza, aún no se ha llevado a cabo en el sur.»

Fue Julius W. Pratt el que determinó que fue O’Sullivan el acuñador original de la expresión “destino manifiesto”, en los editoriales que aquí presentamos. Lo hizo en 1927, en un artículo titulado The Origin of “Manifest Destiny” publicado en The American Historical Review; lo incluimos también en esta entrega.

 John Gast: American Progress (1872)

lunes, 1 de septiembre de 2025

Pedro Sarmiento de Gamboa, Historia de los Incas

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Soldado desde joven, Pedro Sarmiento de Gamboa (1532-1592) se estableció en las Indias en 1555, brevemente en México y definitivamente en el Perú. Desarrolló una importante carrera como marino, descubridor, geógrafo, cosmógrafo, escritor abundante, e incluso tuvo sus puntas de nigromante, lo que le deparó de joven algunos breves conflictos con la Inquisición. Entre los cargos que desempeñó estuvo el de Cosmógrafo general del Perú, el de Gobernador y Capitán general del Estrecho (de Magallanes), y el de Almirante de la Flota de Indias, poco antes de su muerte.

Tomó parte o dirigió importantes expediciones: descubrimiento de las islas Salomón y Vanuatu en Oceanía (1567-1569), la detallada exploración y estudio de todo el Perú dirigida por el virrey Francisco Álvarez de Toledo (1570-1575), la persecución del corsario inglés Francis Drake (1577), y las destinadas a la ocupación y control de la América austral (1579-1586), de luctuoso final, con episodios como el del Puerto del Hambre, y su propio apresamiento por Walter Raleigh cuando regresaba a España (1586). Liberado por los ingleses, fue capturado por los hugonotes franceses que lo mantuvieron en prisión hasta ser rescatado por Felipe II en 1589.

Como otros de los pioneros descubridores de América, Sarmiento de Gamboa fue un abundante escritor, en muchas ocasiones con fines meramente prácticos: relaciones de sus expediciones, memoriales, cartas, etc. Entre las conservadas destaca la Relación i derrotero del viage i descubrimiento del estrecho de la Madre de Dios, antes llamado de Magallanes, y la Segunda Parte de la Historia General llamada Yndica, la cual por mandado del Excmo. Sr. Don Francisco de Toledo virrey gobernador y capitán general de los reinos del Perú, y mayordomo de la Casa Real de Castilla compuso el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, que hoy comunicamos.

Llevó a cabo esta última con el objetivo de justificar plenamente desde la ética y el derecho de gentes la conquista española, al quedar demostrado (en su opinión y en la del virrey) la injusticia de las conquistas y gobernación de los incas sobre todo el Perú, además de la tiranía y falta de derechos de su último soberano Atahualpa, que ocupó el trono en medio de una cruenta guerra civil. Naturalmente, el resultado venía implícito en el propósito, y Sarmiento muestra una muy limitada simpatía por los incas, a diferencia, por ejemplo de Bernardino de Sahagún respecto a los pueblos de la Nueva España. Pero su método de trabajo fue similar, como indica el propio Sarmiento, con entrevistas a un gran número de informantes:

«Y así examinando de toda condición de estados de los más prudentes y ancianos, de quien se tiene más crédito, saqué y recopilé la presente historia, refiriendo las declaraciones y dichos de unos a sus enemigos, digo del bando contrario, porque se acaudillan por bandos, y pidiendo a cada uno memorial por sí de su linaje y del de su contrario. Y estos memoriales, que todos están en mi poder, refiriéndolos y corrigiéndolos con sus contrarios y últimamente ratificándolos en presencia de todos los bandos en público, con juramento por autoridad de juez, y con lenguas expertas generales, y muy curiosos y fieles intérpretes, también juramentados, se ha afinado lo que aquí va escrito.»

Pero esta obra formaba parte de un plan mucho más ambicioso, dividido en tres partes según Sarmiento, o en cuatro según explica su patrocinador y mandante, el virrey Francisco Álvarez de Toledo en carta a Felipe II, de la que entresacamos lo siguiente:

La primera parte consistiría en «la descripción y sitio de lo que es y está entre estos dos mares del Sur y del Norte, desde el Estrecho de Magallanes hasta el Nombre de Dios por entrambas costas con autoridad de testigos que lo han navegado, y dispuesto ante Juez, y asimismo la descripción de la tierra por provincias distintas que hay en medio... La segunda parte es del estado que tenía esta tierra, ritos, idolatrías y gobierno antes que fuese tiranizada de los doce incas... La otra parte es de la tiranía y gobierno y conquista que tuvieron doce Incas en ochocientos años que duró su poder y sucesión... La cuarta parte es la descripción e historias de los españoles, y la más falta de verdades en lo que estaba escrito y más dificultosa de sacarla en limpio, y que podía ser de más utilidad.»

La segunda parte (muy breve) y la tercera constituyen la obra que presentamos. En 1572 ya estaba lista y se realizó una elegante copia manuscrita que fue remitida al rey, y que por avatares de la historia acabó en la Biblioteca universitaria de Göttingen, en la Baja Sajonia. Allí pasó desapercibida hasta su hallazgo en 1893, al catalogarse los manuscritos de la universidad. El doctor R. Pietschmann la editó en 1906. En su prólogo elogia la preocupación de Sarmiento por documentarse a fondo, y concluye: «Debemos reconocer, si queremos ser justos, que antes de Sarmiento no describió nadie el nacimiento de los Incas y la formación de su imperio de manera más sintética y clara, ni con mayor espíritu crítico.»

Incluimos en esta edición digital las Notas que incluyó en su temprana (1907) traducción al inglés el profesor Clements Markham, bastante crítico con Sarmiento. El historiador argentino Roberto Levillier atribuye esta actitud a «la excesiva fe de Markham en la imagen idealizada que del imperio incaico trazó Garcilaso, tan diversa en mil aspectos de la que emana de los demás cronistas, de las Informaciones y de la Historia Índica; y procede también de su insuficiencia, documental pues creía conocer las Informaciones, y sólo había leído fragmentos insignificantes.»

Felipe Guaman Poma de Ayala, Nueva Crónica y buen Gobierno

jueves, 21 de agosto de 2025

Francis Yeats-Brown, La jungla europea

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La primera guerra mundial fue el final de una época; pero también su lógica (aunque no necesaria) consecuencia. La amalgama de liberalismo, capitalismo, imperialismo y positivismo secularizador fraguó y cristalizó en unos nacionalismos exacerbados más o menos racistas y eugenistas. La Gran Guerra fue la culminación, el enfrentamiento aparentemente definitivo en pos de la supremacía, entre unas naciones ricas, orgullosas de sus logros y convencidas todas ellas de su propia superioridad. Las consecuencias fueron atroces; la destrucción humana, material y moral tuvo tales dimensiones, que no hubo en realidad vencedores, sino grados diversos de vencidos.

La misma civilización europea, sin renunciar en absoluto a sus notas características derivadas de la modernidad, se encontró ante la necesidad de transmutarse, dotándose de nuevos paradigmas que proporcionaran nuevas explicaciones totales de la realidad, y que propusieran, como certezas absolutas, proyectos políticos rigurosos para resolver de forma definitiva las lacras y conflictos de las sociedades mediante su movilización permanente. Nacieron así los primeros totalitarismos: el comunismo, el fascismo, el nazismo... Y así al nacionalismo se le unió la ideología como origen de conflictos, lo que los hizo más complejos: la lealtad nacional convivió (muchas veces con dificultad) con la lealtad ideológica.

El periodo de entreguerras fue el caldo de cultivo perfecto en el que se incubó todo lo anterior. El desprestigio total de lo viejo, la persecución de soluciones revolucionarias, la asunción de la violencia como medio necesario para alcanzar ese nuevo mundo perfecto que se propone, trazaron un camino patente, al mismo tiempo temido y deseado, hacia la catástrofe, la reanudación de la guerra interrumpida con el armisticio de 1918. Tras el inicio de la gran depresión, durante los años treinta, la angustia o esperanza por lo que se ve venir crece de manera definitiva. En Clásicos de Historia incluimos en su día a tres españoles que nos transmitieron su personal mirada y reflexión sobre esta conflictiva Europa: el periodista Manuel Chaves Nogales, el catalanista Francisco Cambó, y el comunista Andrés Nin.

A ellos se les une ahora Francis Yeats-Brown (1886-1944), que podemos considerar un acabado ejemplo de las contradicciones de su tiempo: firmemente británico pero cosmopolita (nació en Italia, hijo de un cónsul inglés); militar, periodista y escritor; racista y eugenista (como los tradicionales radicales de izquierda) pero conservador que flirtea con el fascismo y el nazismo, los admira y recomienda... mientras no supongan un perjuicio para Gran Bretaña; deplora el maltrato a los judíos, pero acepta buena parte de la propaganda antijudía; en fin, profundamente atraído por la filosofía y tradiciones orientales, pero acérrimo defensor del Imperio Británico (y no deja de advertir alguna contradicción al respecto: «somos hipócritas en este asunto: excluimos a los indios de nuestros clubes, mientras esperamos que glorifiquen nuestro Imperio.»)

En La jungla europea, publicada en 1939, podremos observar cómo el mundo —y las mismas personas, como el autor— se sumieron en una confusión general en la que los valores, creencias y lealtades se trocaban con gran velocidad. La visión simplista, de buenos y malos perfectamente separados, que ha acabado haciéndose dominante, especialmente en los mass media y entre políticos y profesores, tiene poco que ver con lo que nos transmiten los documentos de la época, incluso cuando obedecían a estrictas intenciones de agit-prop. Es lo que tienen las llamadas memorias histórica o democrática, es decir, la manipulación del pasado para dominar el presente.

* * *

Aunque fue un abundante escritor, la fama de Yeats-Brown se asentó sobre todo en su libro The Lives of a Bengal Lancer (1930), en el que narra su vida, con poco más de veinte años, en el 17.° Regimiento de Lanceros Bengalíes en la Frontera Noroeste de la India Británica, en los años anteriores a la Gran Guerra. El libro fue un auténtico best seller, lo que propició su conversión en una película de aventuras, con el mismo título (En España, Tres lanceros bengalíes), dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por Gary Cooper. Aunque fue nominada en 1935 a siete premios Óscar, sólo ganó uno, el de Asistente de dirección. Yeats-Brown siempre deploró las considerables libertades que se habían tomado con su obra.

En una reseña periodística de la biografía que publicó su primo John Evelyn Wrench en 1948, cuatro años después de su muerte, se sintetizaba así la vida de nuestro autor:

«Para el mundo en general, Francis Yeats-Brown es probablemente más recordado como el autor de Bengal Lancer, pero como soldado, aviador, periodista, autor y estudioso de la vida y el pensamiento orientales, fue un hombre de amplios intereses y profundo conocimiento, y un colaborador original en muchos campos. En este estudio sobre él realizado por su primo, Sir Evelyn Wrench, se le ve como cadete en Sandhurst y luego como joven subalterno en la India, sensiblemente consciente de los peculiares problemas que planteaba ese gran país, problemas tanto materiales como espirituales, a cuya consideración aún dedicaba su mente al final de su vida. Tras ser transferido al Real Cuerpo Aéreo en los primeros años de la Primera Guerra Mundial, fue capturado por los turcos y sufrió muchas privaciones antes de regresar finalmente a Inglaterra en 1918.

»Tras un período adicional de servicio en la India, se dedicó a la escritura y al periodismo, convirtiéndose en colaborador habitual del Spectator y, ocasionalmente, de otras publicaciones sobre diversos temas. También comenzó a escribir libros, y Sir Evelyn Wrench, con la ayuda de sus cartas y notas, ofrece un fascinante relato del trabajo que produjo Bengal Lancer, además de describir su amistad con Lawrence de Arabia, Henry Williamson y otras figuras literarias de la época. La agitación internacional de los años treinta lo llevó a centrarse en el problema de asegurar la paz, pero cuando llegó la guerra, regresó a la India para escribir Martial India, un relato de la contribución del Dominio a la lucha. Poco después de regresar a Inglaterra, falleció en 1944, tras una vida cuyo colorido y diversidad no lograron ocultar a sus familiares y amigos la búsqueda fundamental de la realidad que subyacía en todas sus actividades.»

* * *

Emery Kelen (1896-1978) y Alois Derso (1888-1964) fueron dos dibujantes húngaros de origen judío que trabajaron juntos desde 1922. Antes de establecerse en Estados Unidos, colaboraron desde Ginebra con la revista norteamericana Ken, de la que efectuamos en su día una selección de sus ilustraciones, que titulamos Antes de la catástrofe. Caricaturas políticas en la revista Ken. 1938-1939. Los dos ejemplos que reproducimos aquí, publicados en marzo y junio de 1938, pueden servir de óptima ilustración de La jungla europea. Muestran el contraste y la tensión entre una cierta visión idílica y la dura situación real de Europa, que muchas veces aparece en las páginas de Yeats-Brown.

NUEVA LILIPUT.
Halifax dice a Chamberlain:
«No le tengas miedo, lo conozco muy bien… ¡Es vegetariano!»

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE
Halifax refiriéndose a Chamberlain:
«No disparen al pianista. Lo hace lo mejor que puede.»

lunes, 11 de agosto de 2025

E. A. Wallis Budge, La literatura de los antiguos egipcios

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El autor de esta entrega fue uno de los numerosos egiptólogos europeos que a lo largo del siglo XIX lograron una extensa información directa de la antigua civilización egipcia, más allá de la información conservada en las fuentes clásicas y bíblicas. Resulta sorprendente la rápida acumulación de conocimientos de todo tipo que se consiguió a partir de los estudios de Champollion, a principios de ese siglo. Quizás debamos atribuirlo a que el interés por las culturas del Próximo Oriente estuvo acompañado estrechamente por el imperialismo occidental, que facilitó los recursos necesarios para la investigación arqueológica in situ... y para el saqueo generalizado de un patrimonio desconocido o poco valorado en sus países de origen.

E. A. Wallis Budge (1857-1934) desarrolló una exitosa carrera en el afamado Departamento de Antigüedades Egipcias y Asirias del Museo Británico, para el que realizó numerosas misiones para la adquisición de antigüedades en Mesopotamia, y sobre todo en Egipto. Entre ellas destaca el fabuloso Papiro de Ani, del siglo XIII a. de C., uno de los mejores ejemplos de Libro de los Muertos. También logró adquirir para el Museo casi un centenar de las tablillas que contienen las conocidas como Cartas de Amarna, del siglo XIV a. de C., que recogen la correspondencia diplomática de Egipto con los países vecino de Oriente, en tiempos de Akenatón.

Budge fue también un prolífico escritor, autor de más de cien obras. Junto a los libros y artículos estrictamente académicos y científicos, otros tuvieron un propósito de alta divulgación. La popularidad que adquirieron estas viejas culturas antiguas en su tiempo (y no digamos desde el descubrimiento de la tumba de Tutankamón) le aseguraban un abundante público lector de cierta cultura.

La obra que presentamos pertenece a este grupo. Naturalmente la egiptología ha avanzado considerablemente desde sus tiempos, y además, como es lógico, Budge es hijo de su época. Encontraremos numerosos resabios victorianos, prejuicios muy de la época, algunos deudores de los afanes difusionistas de Petrie y Ellioth Smith, otros de Frazer y su Rama Dorada, como el que la magia fue predecesora de la religión. Posiblemente sus traducciones han quedado un tanto anticuadas hoy en día...

Y sin embargo La literatura de los antiguos egipcios, publicada en 1914, sigue siendo una obra interesante y atractiva para acercarnos a la cultura inmaterial egipcia: lo que pensaban, lo que creían, lo que valoraban, lo que querían. De manera ordenada, se ocupa de los textos de las Pirámides, historias de magos, el Libro de los Muertos, la historia egipcia de la creación, leyendas sobre los dioses, literatura histórica, autobiografías, cuentos de viajes y aventuras, cuentos de hadas, himnos a los dioses, literatura moral y filosófica, composiciones poéticas... Y todo ello empedrado con numerosos textos originales.