lunes, 30 de diciembre de 2024

Eusebio Jerónimo de Estridón, Varones ilustres

Crónica de Nuremberg

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Eusebius Sophronius Hieronymus Stridonensis (340-420), conocido generalmente como san Jerónimo, influyó poderosamente en la síntesis cultural de la Antigüedad tardía: su traducción latina de la Biblia, la Vulgata, sus obras polémicas, sus epístolas, su Crónica universal, que amplió la de Eusebio de Cesarea, y estableció la cronología que conjunta la helenística y romana con la judía y bíblica, y que perdurará en la historiografía posterior… Por otra parte, nacido entre el oriente y occidente del Imperio, Jerónimo recorrerá buena parte de éste, y su fama será, ya en vida, considerable. Los dos destacados historiadores hispanos del siglo V, Paulo Orosio e Idacio, lo han tratado (aunque este último de muy joven), y lo mencionan con entusiasmo en sus respectivas obras. Ernst Bickel, en su Historia de la literatura romana, nos lo presenta así:

«Jerónimo murió de edad avanzada, a los 80 años, aproximadamente, el 30 de septiembre del año 420 en el monasterio de Belén. Nacido en Estridón de Dalmacia, procedía de un país que en los siglos III y IV dio al mundo romano muchos buenos soldados, varios emperadores y un gran literato. Los componentes de la formación intelectual de Jerónimo fueron un sólido aprendizaje gramatical en su primera juventud en Roma junto al famoso comentarista de Terencio, Elio Donato; luego, en la adolescencia, el aprendizaje del griego unido al estudio teológico con el primer exégeta de la época, Apolinar de Laodicea, y finalmente el completo dominio del hebreo con un sabio escriturista judío converso o caldeo, durante su vida eremítica en el desierto de Calcis, desde el 375 al 378. Además, amplió Jerónimo su horizonte literario con ocasión del concilio de Constantinopla, en el año 381, en virtud del trato familiar con Gregorio de Nacianzo, que poseía una completa formación retórica griega y conocimientos bibliográficos.

»Finalmente, a la edad de cerca de 40 años pasó un mes en Alejandría, en donde pervivía la tradición de la escuela catequística del gran Orígenes, con el entonces jefe de la escuela, el ciego Dídimo. Jerónimo, después de su bautizo en Roma y antes de la consagración sacerdotal, que tuvo lugar en Antioquía, se entregó al disfrute del mundo viajando por la Galia e Italia, hasta que casi a la edad de 30 años fue ganado por el ansia de la época, la ascesis. Después entró en estrecha relación con el papa Dámaso. Éste fue el acicate de su ambición y también de su esperanza puesta en una gran carrera eclesiástica. Después de la muerte del papa en el año 384, dejó Roma juntamente con mujeres de noble linaje encaminadas por la vía ascética, para fundar en Belén un monasterio de hombres y otro de mujeres. Aquí se dedicó a lo largo de toda su vida a sus planes literarios, la traducción de la Biblia, su comentario, la redacción de escritos polémicos y a un extenso intercambio epistolar.»

Pero la obra que presentamos se encuentra a caballo de lo histórico y lo filológico: es una colección de breves reseñas biográficas sobre ciento treinta y cinco autores que publicaron libros con una mayor o menor relación con el cristianismo. Se inicia con apóstoles y evangelistas, y lógicamente predominan los escritores ortodoxos, aunque también se incluyen heterodoxos, paganos y judíos, como Tertuliano, Séneca y Flavio Josefo, a los que alaba en lo que considera oportuno. Se propone, pues, mostrar la valía de la literatura cristiana, independientemente de la lengua en que se haya escrito. Con esta obra, Jerónimo continúa la tradición de los repertorios biográficos, quizás iniciados por Cornelio Nepote en el siglo I antes de Cristo, y continuados por Plutarco, Suetonio, el desconocido autor de la obra que se atribuyó a Sexto Aurelio Víctor, y, en fin, el también anónimo autor que se ocultó bajo un puñado de autores inexistentes de la Historia Augusta.

Jerónimo sostiene, en fin, que la nueva Roma cristiana enlaza también en lo literario con la Roma pagana, y presenta ya abundantes frutos que pueden compararse favorablemente con los tradicionales. Y así, «que Celso, Porfirio y Juliano, que están rabiosos contra Cristo y sus seguidores, y piensan que la Iglesia no ha tenido filósofos ni oradores ni hombres de ciencia, aprendan cuántos y qué clase de hombres la fundaron, construyeron y adornaron, y dejen de acusar a nuestra fe de tan rústica simplicidad, y reconozcan más bien su propia ignorancia.»

Ms. 2313, Biblioteca General Histórica de la Universidad de Salamanca, s. XV

martes, 24 de diciembre de 2024

Feliz Navidad

Antonio Bisquert, Anunciación a los pastores. Mediados del siglo XVII. Museo diocesano Teruel


ALBADA AL NACIMIENTO

Media noche era por filos,
las doce dava el reloch,
quando ha nagido en Belén
vn mozardet como vn sol.

Nació de vna hermosa Niña,
virgen adú que parió,
y diz que dexó lo cielo
por este mundo traydor.

Buena gana na tenido
pues no len agradejón
aquellas por qui lo fizo
y bien craro lo veyó.

En fin, nació en vn pesebre,
como Llucas lo dizió,
no se enulle si le dizen
que en las pallas lo trobón.

Dízenlo Pasqual y Bato,
Bras y Chil y Mingarrón
y lo mayoral Turibio
que ellos primero lo bión.

Buena será la parbada
que aquege Grano escondió,
que en denpues de bien molido,
fará vn rico pan de flor.

Contaron que vnos moçardos
con vna anchélica voz,
groria y paz iban cantando,
dándole al mundo alegrón.

Llevarónle os pastores
de crabito y naterón
dos mil milenta de aquellas
de que el Niño se folgó.

Dixon que en trapos su madre,
contenta lo embollicó
y que estava hermosa y linda,
como vn alma que es de Dios.

Entre vn buey y entre vna azenbla
con muyto goyo nació;
aunque de ver tal socesso
diz que Ababuc se espantó.

El santo viello Chusepe
contento estava, por Dios,
adú que antes estió triste,
porque no trobó mesón.

Endepués no sintió cosa,
que su Fillo lo ordenó,
que sin ser bispe ni Papa
ye muy grande ordenador.

Lo sabroso y lindo Niño,
aunque plora ya ridió;
plora quando no lo quieren
y ride a quien le quirió.

Listos andan los ancheles,
del cielo al suelo vajón
cantando: «groria en los cielos
y paz en la tierra a toz».

La comarca de Belén
buena fiesta se gozó,
mas ella fue una coytada,
que guardarla no sabió.

Toz la claman buena noche,
dirálo la colación
y lo tizón de Nadal
que ye nombrado tizón.

Diránlo los villancicos
y diránlo los cantors,
dirélo yo que me enfuelgo
de repiquetiar a voz.

Ya que sabéz do está el Niño,
procurar veyerlo toz,
que aquel que no lo veyere
mal la cuenta le salió.

A su madre y a Chusepe,
pus lo merecen los dos,
darezle la norabuena
deste fillo que tenión.

Todos el pie le besemos,
que es nuestro Dios y Señor,
pidiendo faga pesebre
del christiano coraçón.

Ana Abarca de Bolea, Abadesa del Monasterio de Santa María de Casbas
Vigilia y Octavario de San Juan Baptista, Zaragoza 1679.

Manuel Alvar, Estudios sobre el "Octavario" de doña Ana Abarca de Bolea.
Archivo de Filología Aragonesa, serie A, II, Zaragoza 1945.

miércoles, 18 de diciembre de 2024

Luis Suárez, Grandes interpretaciones de la Historia

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El pasado 15 de diciembre falleció el destacado medievalista don Luis Suárez (1924-2024). Como sentido homenaje comunicamos una de sus obras más divulgadas, aunque ya descatalogada, por lo que debemos agradecer a la editorial EUNSA las facilidades concedidas.

El profesor Julio Valdeón Baruque, que siempre se consideró discípulo suyo, iniciaba así su semblanza en la revista Jerónimo Zurita (73/1998): «Se puede afirmar, con toda rotundidad, que Luis Suárez Fernández es uno de los medievalistas españoles más importantes que ha salido de la universidad española de la segunda mitad del siglo XX. Pero yo añadiría que es, asimismo, un medievalista de proyección universal. Hago esta afirmación, básicamente, apoyándome no sólo en el hecho de que el historiador citado tenga un conocimiento amplio y profundo de la historia medieval del Occidente de Europa, como lo ha puesto de manifiesto en numerosas ocasiones, sino también en su excepcional capacidad para saber conectar la peculiar historia bajomedieval de la Corona de Castilla, de la que es uno de sus más brillantes y consumados especialistas, con la evolución histórica general del mundo europeo. En definitiva, Luis Suárez es, sin la menor duda, un especialista, pero en el mejor sentido que puede darse a esta palabra, es decir aquel que nunca pierde de vista el horizonte general en el que es preciso situar la parcela específica de su investigación. Nada, por lo tanto, del bárbaro especialista de que hablara en su día Ortega y Gasset, figura, por desgracia, muy abundante en nuestros días en el ámbito de la investigación histórica de las universidades españolas.»

Y más adelante: «Ahora bien, la actividad investigadora no ha anulado al Luis Suárez profesor. Es más, su labor docente ha brillado durante toda su vida académica a una altura difícilmente igualable. La exposición histórica en Luis Suárez no se reduce al relato de acontecimientos político-militares en los que estén envueltos grandes personajes, como hacía la vieja tradición historicista, pero tampoco se limita a analizar aspectos demográficos o económicos desconectados de la vividura humana. La explicación histórica del profesor Suárez aglutina las diversas perspectivas de la investigación histórica, ofreciendo un ejemplo, muchas veces propuesto pero pocas cumplido, de historia total. En ningún momento podré olvidar las clases magistrales que yo recibí de él en la Universidad de Valladolid, lo mismo si explicaba el funcionamiento de la democracia en la Atenas de Pericles que si analizaba la compleja situación social y política de la Italia bajomedieval. Entiendo, por lo tanto, dados estos supuestos, el éxito que siempre ha acompañado al profesor Suárez en su calidad de conferenciante.»

También se refiere a sus publicaciones relacionadas con la teoría de la historia (como la que comunicamos), con la Antigüedad, con el mundo judío, con el cine, y con la España contemporánea. «La conclusión a la que llegamos es que nos encontramos ante una figura excepcional de la intelectualidad española del siglo XX.»

* * *

En la obra que comunicamos, publicada por primera vez en 1968 y ejemplo consumado de alta divulgación, Luis Suárez nos proporciona una auténtica historia de la historia. El profesor José Orlandis, en el prólogo, señala que «el lector se siente invitado a emprender una apasionante aventura intelectual. A medida que avanza en la lectura de estas páginas, descubrirá cuáles fueron los principales modos de entender la Historia que han existido desde la aparición sobre la tierra de culturas humanas capaces de crear una ciencia histórica. Desfilarán ante él, como jalones de un largo camino, las grandes interpretaciones que han tratado de descifrar cuál ha sido el sentido de la sucesión de las edades, desde la Antigüedad clásica hasta los modernos diagnósticos de Spengler y Toynbee.»

Luis Suárez concluía así apuntando a los límites de las tan diversas y contradictorias cosmovisiones históricas (como quizás podríamos denominarlas): «La influencia que estos grandes juicios acerca de la Historia han tenido sobre nuestra sociedad occidental queda fuera de toda duda. Con su análisis hemos tratado de demostrar dos cosas: que todos tienen pretensiones de explicación total, y que ninguno lo consigue. Marxismo, positivismo y racismo fueron, en el siglo XX, conformadores de grandes sistemas políticos y sociales; el último de ellos sirvió para alimentar la hoguera de la segunda guerra mundial, y aunque aparentemente haya desaparecido, se nos antoja a veces que vive soterrado, esperando nuevas circunstancias favorables (…)

»Muchas afirmaciones que se hicieron, con aire dogmático, en los últimos siglos, han sido ya destruidas por el progreso mismo del saber científico. Nada nos garantiza que muchas otras de las que actualmente se presentan con la misma pretensión no hayan de seguir el mismo camino. Al revisar a fondo las grandes doctrinas que sirvieron de plataforma a las interpretaciones de la Historia tendremos que sacrificar algunas ilustres figuras. Pero nadie se engañe: si el providencialismo ingenuo de Bossuet, que tanto regocijaba a Voltaire, ha de ser sustituido, también la Filosofía de la Historia volteriana, ilustrada, instructiva, amable incluso para las damas de buena sociedad, se encuentra en el museo de las curiosidades antiguas. La primera confesión que el historiador, en cuanto científico, debe hacer, se refiere a la provisionalidad de sus conclusiones.»

Pierre Mignard, Clío, musa de la Historia (1689)

lunes, 9 de diciembre de 2024

Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España

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Ilustraciones del Códice Florentino  |  PDF  | 

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La Historia general de las cosas de Nueva España puede considerarse como una enciclopedia de las sociedades originarias del Altiplano mejicano: el medio natural, su religión y ritos, el calendario y la astrología, su retórica y moral, su historia y política, sus oficios, sus conocimientos médicos, la conquista de México... Fue un complejo proyecto de investigación que se ocupó, avant la lettre, de lo que mucho después se denominará antropología cultural. Su autor fue el franciscano Bernardino de Sahagún (1499-1590), que llegó a la Nueva España en 1529, muy poco después de su conquista por Hernán Cortés. Fue misionero, profesor en el Colegio de Santa Cruz de Tlateloco (que puede considerarse embrión de la futura universidad de México), lingüista consumado y prolífico escritor.

Se propuso varios objetivos al iniciar la obra que nos ocupa. En primer lugar religiosos: para logran la conversión de los indios, es preciso conocer a fondo el conjunto de creencias que se quieren erradicar. «El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo (sin) que primero conozca de qué humor, o de qué causa proceda la enfermedad; de manera que el buen médico conviene sea docto en el conocimiento de las medicinas y en el de las enfermedades, para aplicar conveniblemente a cada enfermedad la medicina contraria, (y porque) los predicadores y confesores médicos son de las ánimas, para curar las enfermedades espirituales conviene (que) tengan experiencia de las medicinas y de las enfermedades espirituales.»

El segundo propósito es lingüístico: la obra se redacta inicialmente en náhuatl, y sólo posteriormente se romancea (y frecuentemente se resume). Así, en el Códice de Florencia, que conserva la que podríamos considerar versión definitiva, en cada página el texto se distribuye en dos columnas, en náhuatl y en castellano. Y las ilustraciones se incluyen en la segunda, testimoniando su carácter de apoyo. «Es esta obra como una red barredera para sacar a luz todos los vocablos de esta lengua con sus propias y metafóricas significaciones, y todas sus maneras de hablar, y las más de sus antiguallas buenas y malas; es para redimir mil canas, porque con harto menos trabajo de lo que aquí me cuesta, podrán los que quisieren saber en poco tiempo muchas de sus antiguallas y todo el lenguaje de esta gente mexicana.»

Pero podemos añadir una tercera intención, la de dar a conocer las muchas cosas admirables de las culturas originarias de estas tierras, del mismo modo que la Europa renacentista enloquece con las de los romanos paganos. «Aprovechará mucho toda esta obra para conocer el quilate de esta gente mexicana, el cual aun no se ha conocido... Esto a la letra ha acontecido a estos indios con los españoles: fueron tan atropellados y destruidos ellos y todas sus cosas, que ninguna apariencia les quedó de lo que eran antes. Así están tenidos por bárbaros y por gente de bajísimo quilate (siendo que) en las cosas de policía echan el pie delante a muchas otras naciones que tienen gran presunción de políticos, sacando fuera algunas tiranías que su manera de regir contenía.»

Bernardino de Sahagún se admira de la antigüedad y esplendor de sus construcciones, de su cultura, pues «fueron perfectos filósofos y astrólogos y muy diestros en todas las artes mecánicas», y «de lo que fueron los tiempos pasados, vemos por experiencia ahora que son hábiles para todas las artes mecánicas, y las ejercitan; son también hábiles para aprender todas las artes liberales, y la santa Teología, como por experiencia se ha visto en aquellos que han sido enseñados en estas ciencias; por que de lo que son en las cosas de guerra, experiencia se tiene de ellos, así en la conquista de esta tierra como de otras particulares conquistas, que después acá se han hecho, cuán fuertes son en sufrir trabajos de hambre y sed, frío y sueño, cuán ligeros y dispuestos para acometer cualesquiera trances peligrosos.»

La confección de la obra fue laboriosa y compleja, como se recoge en el prólogo del segundo libro: primeramente «hice en lengua castellana una minuta o memoria de todas las materias de que había de tratar... Lo cual se puso de prima tijera en el pueblo de Tepepulco, que es de la provincia de Acolhuacan o Tezcuco, (e) hízose de esta manera. En el dicho pueblo hice juntar todos los principales con el señor del pueblo... hombre anciano, de gran marco y habilidad, muy experimentado en todas las cosas curiales, bélicas y políticas y aun idolátricas. Habiéndolos juntado propúseles lo que pretendía hacer y les pedí me diesen personas hábiles y experimentadas, con quien pudiese platicar y me supiesen dar razón de lo que les preguntase. Ellos... señaláronme hasta diez o doce principales ancianos, y dijéronme que con aquellos podía comunicar y que ellos me darían razón de todo lo que les preguntase. Estaban también allí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes había enseñado la Gramática en el Colegio de Santa Cruz en el Tlatelolco. Con estos principales y gramáticos, también principales, platiqué muchos días, cerca de dos años, siguiendo la orden de la minuta que yo tenía hecha. Todas las cosas que conferimos me las dieron por pinturas, que aquella era la escritura que ellos antiguamente usaban, y los gramáticos las declararon en su lengua, escribiendo la declaración al pie de la pintura. Tengo aun ahora estos originales...

»(Más tarde) llevando todas mis escrituras, fui a morar a Santiago del Tlaltelolco, donde juntando (a) los principales les propuse el negocio de mis escrituras y les demandé me señalasen algunos principales hábiles, con quien examinase y platicase las escrituras que de Tepepulco traía escritas. El gobernador con los alcaldes me señalaron hasta ocho o diez principales, escogidos entre todos, muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas, con los cuales y con cuatro o cinco colegiales todos trilingües, por espacio de un año y algo más, encerrados en el Colegio, se enmendó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truje escrito, y todo se tornó a escribir de nuevo.»

Pasado un tiempo «vine a morar a San Francisco de México con todas mis escrituras, donde por espacio de tres años pasé y repasé a mis solas estas mis escrituras, y las torné a enmendar y las dividí por libros, en doce libros, y cada libro por capítulos y algunos libros por capítulos y párrafos... De manera que el primer cedazo por donde mis obras cirnieron fueron los de Tepepulco; el segundo, los de Tlatelolco; el tercero los de México, y en todos estos escrutinios hubo gramáticos colegiales.»

Tras algunos años en que se paralizó la labor por falta de fondos o de interés, «el Padre Comisario General Fray Rodrigo de Sequera vino a estas partes y los vio, y se contentó mucho de ellos, y mandó al autor que los tradujese en romance y proveyó de todo lo necesario para que se escribiesen de nuevo, la lengua mexicana en una columna y el romance en la otra, para los enviar a España, porque los procuró el ilustrísimo señor don Juan de Ovando, Presidente del Consejo de Indias, porque tenía noticia de estos libros por razón del sumario que el dicho Padre Fray Miguel Navarro había llevado a España.»

Esta copia se ilustra de nuevo profusamente, basándose en los pictogramas y dibujos realizados  en las fases de recogida de datos; posiblemente sea el actualmente llamado Códice Florentino. En su día comunicamos Las ilustraciones del Códice Florentino, de la Historia general de las cosas de Nueva España, más de ochocientas, que complementan página a página la obra.

Libro octavo

lunes, 25 de noviembre de 2024

Pedro Mártir de Angleria, Décadas del Nuevo Mundo

Retrato de un humanista, atribuido a Scorel

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Hace un tiempo comunicamos las Cartas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir de Angleria (1457-1526), con las que transmitía brevemente a sus corresponsales las noticias que le llegaban de las entonces denominadas Indias. El humanista milanés afincado en España se encontraba en la mejor posición para recabar la más exhaustiva información: en la corte desde la guerra de Granada, desempeñará importantes cargos y embajadas, será nombrado cronista real de Castilla, y miembro del Supremo Consejo de Indias desde 1524, cuando lo crea Carlos I.

Hoy presentamos su obra mayor a este respecto, las Décadas del Nuevo Mundo, redactadas en latín desde 1493 hasta el mismo año de su muerte, en la traducción venerable que realizó Joaquín Torres Asensio con ocasión del cuarto centenario del descubrimiento. Si para la presentación de las Cartas recurrimos al maestro Menéndez Pelayo, vamos a reproducir ahora algunos párrafos del artículo que con el título Pedro Mártir de Angleria, contino real y cronista de Castilla. La invención de las nuevas Indias le dedicó el profesor José A. Armillas Vicente en 2013:

«De Orbe Novo Decades, redactada en latín, está constituida por ocho décadas, divididas en diez libros que están dedicados a diferentes personas, en las que se recogen cuantas informaciones llegaron a la Corte acerca de la invención de las nuevas Indias, proporcionadas por los propios protagonistas, partiendo del propio Colón y sus familiares, difundiendo interesantes informaciones acerca de los naturales, costumbres y referencias de índole etnológica y antropológica, alcanzando hasta la conquista cortesiana del imperio Mechica y la circunvalación del orbe por Juan Sebastián Elcano.

»Comenzó la redacción —según afirmación propia— el 13 de noviembre 1493, imprimiéndose la primera Década en 1511, desinteresándose de la publicación al conocer el constante plagio de que era objeto su obra. Pedro Mártir de Anglería había comenzado a elaborar sus Décadas poco tiempo después del primer viaje colombino, circulando su obra manuscrita que se vería reproducida, en traducciones e impresiones foráneas a nombre de otros autores. Pedro Mártir protestó, además, en varias ocasiones contra las copias que circulaban —ajenas a mi voluntad— en ciertos pasajes de su obra… Lo cierto es que la obra no se imprimió completa hasta 1530, con carácter póstumo, merced al empeño puesto por Antonio de Nebrija, que tampoco llegó a ver la edición.»

Y más adelante: «Representa una constante el natural entusiasmo con que Mártir recoge las noticias que le llegan de las Indias y que mantendría intacto durante los treinta años largos que separan el inicio de la conclusión de las Décadas. En los comienzos abunda en expresiones optimizadoras haciendo suyas las informaciones que le han transmitido los protagonistas de las empresas (...) Pero aquel entusiasmo primigenio no empañará el juicio de cuanto no encaje en la comprensión de su contenido conforme va avanzando en la redacción de las Décadas y tal entusiasmo se va matizando. Con frecuencia adopta una actitud acrítica cuando alguna información no le convence, acudiendo a la frase “así me lo cuentan, así te lo cuento”, pero no responde a una constante por cuanto abundan sus propias opiniones adornando las informaciones colombinas.»

La lectura de las Décadas resulta muy atractiva, además de por la viveza casi periodística de su estilo, por la riqueza de datos que aporta, ya que su autor interroga a todos los conquistadores, administradores y clérigos que acuden constantemente a la Corte, y la abundantísima documentación que generan las Indias pasa habitualmente por sus manos. Naturalmente la visión que le transmiten sus informadores tiende a ser justificativa de sus acciones, pero llama la atención lo poco que se preocupan de disimular la abrumadora sed de oro que les posee. Pedro Mártir de Angleria mantiene su independencia de criterio, como podemos apreciar en estos párrafos que seleccionamos como ejemplo:

Sobre el exterminio de los isleños: «Resta decir algo acerca de la Española, madre de las otras islas. Se ha rehecho su Senado añadiendo cinco jueces que den leyes a todas aquellas regiones. Pero pronto cesarán de recoger oro en ella, aunque está llena de él, porque faltará quien lo excave; se han reducido a exiguo número los infelices indígenas de quien se han servido para explotar el oro. Desde el principio les consumieron duras guerras, y el hambre mató muchos más el año que arrancaron la raíz de yuca con que hacían el pan de los nobles, y se abstuvieron de sembrar el maíz que es el pan del pueblo; y a los demás las enfermedades de viruelas, hasta ahora desconocidas entre ellos, que en el año pasado, 1518, se cebaron en ellos como en rebaños apestados con hálito contagioso; también, para no mentir, la codicia de oro, que en excavarlo, acribarlo y escogerlo, después que habían hecho la siembra los ocupaban con demasiada falta de humanidad, cuando ellos estaban acostumbrados a ociosos juegos y danzas, a pescar y a cazar.» (Década cuarta, libro X)

Sobre el divorcio entre las leyes que se aprueban y su aplicación práctica: «Pero me parece que a las quejas y llantos de los infelices inocentes se ha levantado alguna deidad a vengar tanto estrago y el haber perturbado la tranquilidad de tantas naciones, visto que, por más que digan que los mueve el deseo de extender la religión, luego se entregan a la ambición, la avaricia y la violencia. Pues han muerto, o a manos de los mismos oprimidos, o heridos con saetas envenenadas, o sumergidos en el mar, o afligidos con varias enfermedades, todos los que fueron los primeros agresores, yendo por otro camino del que les había sido mandado por los Reyes.

»Las disposiciones de las leyes que se les dieron, siendo testigo yo que diariamente las estudié con los demás colegas, están formadas con tanta justicia y equidad, que más santas no puede haberlas; porque está decretado desde hace muchos años que se conduzcan con aquellas nuevas naciones nacidas con el esplendor de la edad, con benignidad, compasión y suavidad, y que los caciques asignados con sus súbditos a cualquiera que sea, sean tratados a modo de súbditos y miembros tributarios del Estado, y no como esclavos; que sean bien alimentados, dándoles la debida ración de carne y pan para soportar el trabajo; que se les dé todo lo necesario, y, como a jornaleros, el premio de cavar durante el día en vestidos o adornos a propósito; que no falten habitaciones en que descansen de noche; que no se les despierte antes de salir el sol, y que den de mano antes de la tarde; que en ciertas temporadas del año, dejándoles libres de las minas, se dediquen a sembrar la raíz de yuca y el trigo maíz; que en los días de fiesta descansen de todo trabajo, asistan a los templos, y después de Misa les permitan entretenerse en sus acostumbrados juegos y danzas, y en armonía con esto las demás cosas dispuestas, con razones de prudencia y humanidad, por varones jurisconsultos y religiosos.

»¿Pero qué sucede? Idos a mundos tan apartados, tan extraños, tan lejanos, por las corrientes de un océano que se parece al giratorio curso de los cielos, distantes de las autoridades, arrastrados de la ciega codicia del oro, los que de aquí se van mansos como corderos, llegados allá se convierten en rapaces lobos. Los que se olvidan de los mandatos del Rey, se les reprende, se les multa, se les castiga a muchos; pero cuanto más diligentemente se cortan las cabezas de la hidra, tantas más vemos pulular. Aténgome al proverbio aquel: en lo que muchos pecan impune queda.» (Década séptima, libro IV)

Sobre la rivalidad y constantes luchas sangrientas entre los conquistadores: «Cuánto tira cada uno de por sí en esta fascinadora materia de la ambición, en la cual ninguno sufre apaciblemente el mando de otro, bastante se ha visto en lo que precede, donde se trató de las enemistades entre Santiago Velázquez, vicegobernador de Fernandina, que es Cuba, y Hernán Cortés; y luego entre el mismo Cortés y Pánfilo de Narváez, y con Grijalba, de quien tomó nombre el río en la provincia de Yucatán; y luego de la rebelión de Cristóbal de Olid, que se apartó de Cortés, y después de las (diferencias) entre Pedro Arias, Gobernador del creído continente, y Gil González, y últimamente de la codicia general de buscar un estrecho del mar septentrional al del Sur; pues de todas partes acuden los capitanes que hay por aquellas tierras en nombre del Rey.» (Década octava, libro II)

Rechácese, pues, la leyenda negra, pero con idéntica rotundidad hágase lo mismo con la leyenda rosa.

Copia parcial de Johann Georg Kohl (1840) del mapamundi de Diego Ribero, 1529

lunes, 11 de noviembre de 2024

Carlos Pereyra, Tejas: la primera desmembración de Méjico

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Los mexicas, mucho después llamados aztecas, derrotaron a otros pueblos en el Altiplano, crearon su poderoso estado y desarrollaron su espléndida civilización… y sus sacrificios humanos. Los españoles, con la ayuda de los pueblos sojuzgados por los anteriores, derrotaron a los mexica y establecieron la Nueva España, y crearon una nueva y espléndida civilización mestiza... con una ávida sed de oro y un coste incalculable para las sociedades anteriores. Los criollos, aprovechando las posibilidades que les deparaban las circunstancias políticas, expulsaron a los españoles y modelaron el nuevo Méjico independiente, con su personalidad propia… y con una persistente inestabilidad y luchas intestinas que frenaron su considerable desarrollo anterior. Y finalmente los norteamericanos se infiltraron abundantemente en el norte de Méjico, y tras breve guerra lo conquistaron e incorporaron a su país, a su cultura y a su idioma… ignorantes de los cambios que el futuro les depararía.

En Clásicos de Historia nos hemos ocupado ya de este último suceso: el francés Alexis de Tocqueville predijo los acontecimientos posteriores; el mejicano progresista Lorenzo Zavala se ocupó de la atracción de inmigrantes anglosajones para poblar Tejas, antes de tomar partido por la secesión; su rival político Lucas Alamán analizó la guerra desde el punto de vista conservador y unitarista; el neoyorquino Jesse Ames Spencer nos proporcionó en su Historia la visión canónica de la guerra, desde el punto de vista norteamericano, repleta de orgullo patrio y destino manifiesto; en cambio, su paisano William Jay condenará la conquista del territorio mejicano, y la considerará una mera argucia en pro de los intereses de los estados esclavistas...

A todo ello añadimos hoy la breve obra del hispanófilo mejicano Carlos Pereyra (1871-1942), enfocada a a la confrontación con el planteamiento y narración dominante sobre el conflicto, la de los Estados Unidos. «Mientras seamos incapaces de llevar a cada aldea una antorcha, como decía el gran romántico, la verdad histórica se quedará en los archivos y triunfarán las falsedades, porque los Estados Unidos tienen una fuerza que realiza prodigios: su oro, y otra fuerza de igual potencia: su hipocresía. Lo más odioso en ellos no es el poder militar. Y no es eso lo odioso, porque la violencia reviste siempre un aspecto de belleza heroica. Lo infame es la sonrisa fraternal que asoma a sus labios cuando han golpeado con la bota; la santurronería cuando roban; la expresión evangélica cuando corrompen. De ahí la necesidad de un libro, o más bien, de muchos libros, no de uno, que inviten al quitamiento de caretas y provoquen debates.»

Pereyra publica su estudio en 1917 y considera urgente su difusión: «Si se quiere comprender toda la importancia americana de la cuestión de Tejas, basta reflexionar un poco y ver que Tejas es sólo un episodio, y que Jackson, el héroe de la cuestión de Tejas, es sólo uno de tantos personajes que en una larga serie de acontecimientos y en una larga lista de hombres, realizan el destino manifiesto, es decir, un hecho que se está desarrollando a nuestra vista. Después de Tejas, vienen California y Nuevo Méjico; a continuación, Cuba y Puerto Rico; en tercer lugar, Panamá. Y Nicaragua no será la última. La acompaña Santo Domingo. Y otras repúblicas la seguirán. Hay tela para mucha historia.»

En su día comunicamos de este autor La obra de España en América.

Hermann Lungkwitz, San Antonio de Bexar, 1857

lunes, 28 de octubre de 2024

Lorenzo Zavala, Viaje a los Estados Unidos del Norte de América en 1830

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Frances Trollope, en su Costumbres familiares de los norteamericanos, nos proporcionó una visión eminentemente negativa y conservadora de los Estados Unidos. El mejicano Lorenzo Zavala (1788-1836) nos ofrece ahora la suya, laudatoria y progresista: «Al echar una ojeada rápida sobre esa nación gigantesca, que nació ayer y que hoy extiende sus brazos desde el Atlántico hasta el Pacífico y mar de la China, el observador queda absorto y naturalmente se hace la cuestión, de cuál será el término de su grandeza y prosperidad… A la vista de este fenómeno político, los hombres de estado de todos los países, los filósofos, los economistas se han detenido a contemplar la marcha rápida de este portentoso pueblo, y conviniendo unánimes en la nunca vista prosperidad de sus habitantes al lado de la sobriedad, del amor al trabajo, de la libertad más indefinida, de las virtudes domésticas, de una actividad creadora y de una religiosidad casi fanática, se han esforzado a explicar las causas de estos grandes resultados.»

Naturalmente, estas alabanzas generalizadas en ocasiones se interrumpen y el autor deplora momentáneamente ciertas lacras, como la esclavitud y la general proscripción social (es la expresión que emplea) de los africanos y sus descendientes, libres o esclavos «que la excluye de todos los derechos políticos, y aun del comercio común con los demás, viviendo en cierta manera como excomulgados.» Sin embargo, el radical Zavala parece proponer como solución, no la integración, que considera exigiría un proceso prolongado y conflictivo, sino la deportación de la población negra a África, a la que en realidad era una colonia norteamericana, Liberia.

Otros aspectos vidriosos, como el expansionismo territorial, son en cambio ensalzados por el autor. «Diez mil ciudadanos de los Estados Unidos se establecen anualmente en el territorio de la república mejicana, especialmente en los Estados de Chihuahua, Coahuila y Tejas, Tamaulipas, Nuevo-León, San Luis Potosí, Durango, Zacatecas, Sonora, Sinaloa y Territorios de Nuevo Méjico y Californias. Estos colonos y negociantes llevan con su industria los hábitos de libertad, de economía, de trabajo; sus costumbres austeras y religiosas, su independencia individual y su republicanismo. ¿Qué cambio no deberán hacer en la existencia moral y material de los antiguos habitantes estos huéspedes emprendedores?... La república mejicana vendrá pues dentro de algunos años a ser amoldada sobre un régimen combinado del sistema americano con las costumbres y tradiciones españolas.» Sin embargo, Zavala decidirá no aguardar: participará en la secesión de Tejas, donde poseía múltiples intereses, y aceptará el cargo de vicepresidente del gobierno promovido por Estados Unidos.

Lucas Alamán, que coincidió y se enfrentó repetidas veces con Zavala, lo retrata así en su monumental Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente: «D. Lorenzo de Zavala, natural de Yucatán, por cuya provincia había sido diputado en las Cortes. Era Zavala hombre de obscuro origen y en sus principios se dedicó a la medicina: entregóse al mismo tiempo a la lectura de los filósofos del siglo pasado, estudio más a propósito para corromper el corazón que para ilustrar el espíritu, y esto le hizo aspirar a engrandecerse entrando en la carrera de las revoluciones, para lo que le abría camino el estado de cosas de España y el efecto que éste producía en América; sus primeros pasos no fueron sin embargo felices y fuese por algún conato sedicioso, o por facilidad en hablar y escribir, fue mandado preso por orden del capitán general de Yucatán al castillo de San Juan de Ulúa. Salió de éste para ser nombrado diputado, y en España se alistó entre los más exaltados, mas habiendo querido establecer en Madrid una nueva secta masónica, fue expelido de la que lo había admitido y su nombre se fijó en las columnas del templo. La revolución de Méjico presentó nuevo y más espacioso campo a su ambición, y sin esperar a que terminasen las Cortes sus sesiones extraordinarias, pasó a Francia con el fin de volver a su país. Para Zavala como para otros muchos, los empleos e influencia política a que aspiraba, no eran más que un escalón para llegar a la riqueza, considerando el poder tan sólo como instrumento de hacer dinero y no teniendo por reprobado ningún medio de adquirirlo.»

Y más adelante: «Las concesiones (de tierras en Tejas) se multiplicaron más allá de toda consideración de prudencia, y como los que las obtenían eran aventureros extranjeros o especuladores mejicanos que no tenían medios de hacerlas valer, las fueron enajenando a ciudadanos de los Estados Unidos, hasta establecerse en Nueva York un banco para la venta de tierras en Tejas, que era el punto que llamaba entonces la atención, en que tuvo no pequeña parte D. Lorenzo de Zavala, por las concesiones que se le habían hecho. Para evitar el mal que de aquí debía resultar, el gobierno en 1830, apenas establecida la administración del general Bustamante, considerando éste como el negocio más grave de la república, hizo uso de la facultad que le reservó la ley de colonización y prohibió que se avecindasen dentro de ciertos límites los nativos de la nación limítrofe... Las ventas de tierras cesaron por efecto de estas providencias, que fueron uno de los motivos de la revolución contra el gobierno de Bustamante en 1832, no disimulando Zavala su despecho y deseo de venganza contra los que le habían cerrado este camino de hacer fortuna… (Y) es bien sabido cómo los colonos intentaron hacerse independientes, haciendo causa común con ellos Zavala, quien infiel a su patria, murió entre los enemigos de ésta.»

La Casa Blanca en 1830

lunes, 14 de octubre de 2024

Frances Trollope, Costumbres familiares de los norteamericanos

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«Es imposible que una persona honrada no se exaspere al ver la diferencia enorme que separa la conducta y los principios de los norteamericanos. Ellos condenan los gobiernos de Europa, porque, según dicen, favorecen al poderoso y oprimen el débil. Contra esto oiréis declamar en el Congreso, gritar en las tabernas, argumentar en todos los salones, disparar sus burlas el teatro, y hasta lanzar desde el púlpito sus anatemas; escuchad, y observad después la conducta de los hombres que tanto declaman; los veréis levantando con una mano el gorro de la libertad y con otra azotando a sus esclavos; los veréis una hora explicando a su populacho los derechos imprescriptibles del hombre, y a continuación arrojando de su asilo a los hijos del suelo, a quien han jurado protección y amistad con tratados solemnes.»

La que escribe lo anterior es la británica Frances Trollope (1780-1863). Durante unos cuatro años de estancia con su familia en los Estados Unidos, sobre todo en Cincinnati, ha intentado emprender diversas actividades lucrativas, sin éxito. A su regreso a Inglaterra, en 1832, hace balance de su experiencia e inicia la que va a ser una abundante producción literaria. Su juicio es duro: «Sospecho que lo ya escrito probará hasta la evidencia que no me gusta la América… hablo de la población en general, tal cual se encuentra en la ciudad y en el campo, como se ve entre el rico y el pobre, en los estados donde hay esclavos y en los estados donde no los hay. De esa generalidad digo que no me gusta. No me gustan sus principios, no me gustan sus costumbres, no me gustan sus opiniones.»

Sin embargo, estas características tan extremadamente negativas que atribuye a los norteamericanos (mal educados, irrespetuosos, avariciosos...) constituyen en buena medida la visión estereotipada con la que los consideran las clases elevadas británicas: varones que fuman, escupen y cuyo único afán es enriquecerse; mujeres recluidas en casa y abducidas por fanatismos religiosos. Y al mismo tiempo, la autora no deja de ofenderse por la visión igualmente estereotipada, con la que los norteamericanos la perciben como inglesa. Se cumple en esta obra la que podríamos considerar la maldición de los libros de viajes: en buena medida el país imaginario que lleva el autor en su equipaje, las expectativas que le han llevado a emprender el viaje, se sobrepone e incluso sustituye al país real. Ya hemos incluido numerosos ejemplos en Clásicos de Historia

Trollope, sin embargo admira mucho de los Estados Unidos. Además de reconocer la abundancia de avances técnicos y mécanicos, el uso del vapor en la navegación fluvial, la general calidad de sus establecimientos hoteleros, el tono más civilizado de Nueva York, la autora se extasía con los variados paisajes naturales norteamericanos. Los valles fluviales, las montañas, la portentosa vegetación, y especialmente las cataratas de la región de los grandes lagos, le sobrecogen y son descritos de forma muy atractiva, con talante plenamente romántico. El resultado final de la obra puede considerarse contradictorio: Trollope se reconoce conservadora, y sin embargo deplora la esclavitud (aunque considera mejor el servicio doméstico esclavo al libre.) Defiende un mayor papel social de las mujeres (como el que ella lleva a cabo), y rechaza el mismo concepto de igualdad democrática que impregna con fuerza todo el país.

Domestic Manners of the Americans resultó un éxito editorial. Reimpreso y traducido a las principales lenguas con rapidez, fue objeto de considerable polémica. En los Estados Unidos se publicó, sin permiso de la autora, el mismo año de su salida a luz; aunque se edita fielmente el texto, se le antecede con un prólogo denigratorio, que hemos incluido como apéndice en esta edición digital. En la Europa sumida en los enfrentamientos entre liberales moderados y radicales, la obra fue mejor recibida por los primeros que por los segundos. Un ejemplo de ello lo tenemos en las notas del traductor español Juan Florán, emigrado muy joven con la caída del Trienio, a la sazón liberal exaltado (aunque más tarde se moderará considerablemente).

Cincinnati en 1840

lunes, 30 de septiembre de 2024

Jesse Ames Spencer, Historia de los Estados Unidos desde su primer período hasta la administración de Jacobo Buchanan

Desconocido.
Daguerrotipo norteamericano

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Jesse Ames Spencer (1816-1898) fue un clérigo episcopaliano natural de Nueva York, al que ciertos problemas de salud le apartaron todavía joven de un ejercicio convencional de su ministerio parroquial. Por ello, y tras un viaje por Europa, Egipto y Palestina (sobre el que publicó más tarde el correspondiente libro), se centró en tareas docentes y literarias en las que acabaría destacando. A lo largo de su vida publicó numerosas obras, sobre todo de temática clásica (editó numerosos textos), religiosa, e histórica. Sin embargo, le fue bastante difícil en un principio su dedicación en exclusiva a tareas intelectuales.

Gregory M. Pfitzer, en su Jesse Spencer as Historian, señala cómo «resultó complicado dar con un trabajo intelectual serio que le proporcionara un salario digno. En 1854 entró en un período que él mismo describe como días oscuros durante el cual se vio obligado a escribir anuncios para artículos tales como betún para el calzado, imperdibles o cerveza de jengibre. Aunque desanimado por este infra dignitate, dependía, no obstante, de su escasa remuneración. Y añadió: En aquella situación, me vi necesariamente obligado a dirigir mi atención hacia otros terrenos... Junto con varias ocupaciones literarias diversas, comencé, en 1854-1855, la preparación de una obra extensa y laboriosa, a saber, la Historia de los Estados Unidos, desde el período más antiguo hasta el presente, que se publicará por entregas, con finos grabados en acero…

»Spencer creía que los historiadores norteamericanos tenían la obligación de adoptar un enfoque activo hacia el pasado. Consideró que debía recordar a los lectores la responsabilidad que conllevaba vivir su destino como norteamericanos en la década de 1850. Creía que la Providencia había trazado un rumbo especial para los norteamericanos, pero disponer de dicho plan no significaba tenerlo seguro. Los norteamericanos no podían sencillamente quedarse sentados, pasivos, como si una ignotas fuerzas controlaran su futuro; debían actuar basándose en sus convicciones morales para que no se desviarse del camino correcto. Por tanto, los historiadores no sólo habían de preservar la memoria del pasado; tenían que utilizar el pasado para mover a los ciudadanos a actuar en el presente y en el futuro.»

Esta Historia de los Estados Unidos es, naturalmente, obra de su tiempo: se centra fundamentalmente en los asuntos políticos y bélicos, tanto en su pasado colonial como en su vida independiente. Abundan las referencias a leyes y reglamentos, a disputas jurídicas, a reivindicaciones y derechos, operaciones militares y matanzas varias. Sin embargo no faltan algunos interesantes episodios en los que se incrementa lo puramente narrativo. Por ejemplo, la historias de Pocahontas, las brujas de Salem, el complot negro de Nueva York…

El autor se limita a afirmar en el arranque de la obra que «el único gran objetivo que me he propuesto ha sido presentar una narración veraz, imparcial y accesible sobre el origen, crecimiento y progreso de esta poderosa República que ahora ya se extiende de océano a océano, y que avanza, año tras año, a pasos agigantados, hacia un mayor poder e influencia entre la familia de naciones.» Pero naturalmente, es una obra cumplida, inadvertidamente nacionalista, cuyo planteamiento deriva evidentemente del Destino manifiesto del pueblo norteamericano, que justifica tanto la expulsión de los habitantes que quieren seguir siendo súbditos del rey de Inglaterra, las matanzas y deportaciones de la población india, el sistema esclavista y la discriminación de la población libre de color, las enormes ganancias territoriales por acuerdos políticos que dejan de lado a sus habitantes (Luisiana, Oregón) o directamente por la fuerza (Florida, Tejas, Nuevo Méjico, California).

Publicada esta Historia con anterioridad al estallido de la guerra civil, recoge perfectamente el conflicto latente entre el Norte y el Sur, y no sólo a causa de la esclavitud. Lógicamente, las ediciones posteriores de esta obra la amplían con la presidencia de Abraham Lincoln, la guerra, la abolición de la esclavitud y la presidencia de Johson. En cambio, la traducción española de 1873 agrega un interesante texto del ilustre periodista y editor Horace Greeley, que dirigió el New York Tribune, y que publicó asimismo The American conflict: a history of the Great rebellion in the United States of America, en dos volúmenes. Esperamos incluirlo en algún momento en Clásicos de Historia.

lunes, 16 de septiembre de 2024

Benjamín Franklin, Esclavos y razas (Textos 1751-1790)

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Benjamín Franklin (1706-1790) fue uno de los más influyentes ilustrados de las trece colonias británicas de América, y luego de los Estados Unidos. En su día José Luis Comellas lo caracterizó como «científico, revolucionario y patriota norteamericano. Activo miembro de las logias masónicas, recibido triunfalmente en París poco antes de la Revolución, es uno de los símbolos de la llamada Revolución Atlántica, o vinculación existente entre los procesos de transición al Nuevo Régimen en América y Europa. Con su aire pueblerino y sus gustos sencillos, Franklin causó sensación en la Francia de fines del XVIII, y fue considerado como el prototipo del hombre natural roussoniano.»

A diferencia de otros famosos ilustrados, Franklin no se limitó al terreno intelectual: su vida presenta una poderosa vertiente práctica con la que toma parte activa de los acontecimientos, tanto en su faceta de exitoso editor y periodista, como mediante el desempeño de diversos cargos: concejal, juez de paz, miembro de la asamblea de Pensilvania, director de correos, representante de las colonias ante la corte de Londres a lo largo de veinte años, embajador en Francia tras la independencia durante casi diez años, gobernador de Pensilvania… Su fama internacional fue enorme, y se tradujeron a los principales idiomas europeos muchas de sus obras; pero en los Estados Unidos su reconocimiento público adquirió un nivel extraordinario, prácticamente al nivel de George Washington. Su firma aparece tanto en la Declaración de Independencia, en la Paz con Inglaterra y en la definitiva Constitución.

Pero en esta entrega de Clásicos de Historia nos limitaremos a recoger unos pocos pero representativos textos sobre la abolición de la esclavitud. Aunque Franklin fue propietario de esclavos a lo largo de su vida, y sus periódicos publicitaron anuncios de ventas de negros y avisos de fugas de esclavos, su actitud en este aspecto evolucionó progresivamente, y se interesó por iniciativas para la educación de los esclavos y de los negros libres, y por la mejora de sus condiciones. En sus últimos años se posicionó radicalmente en contra de la esclavitud y fue elegido presidente de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery and for the Relief of Free Negroes Unlawfully Held in Bondage.

El primer texto que comunicamos es de 1751 y se titula Observaciones sobre el crecimiento de la humanidad y el poblamiento de los países. Tuvo una gran difusión y sus planteamientos influyeron en Adam Smith, en Malthus, y a través de éste en Darwin. Podemos observar la valoración negativa de la esclavitud pero principalmente por considerarla poco rentable, ya que comporta un coste superior al de los trabajadores libres. Y asimismo, se pueden observar en el documento las ideas de Franklin sobre las razas.

Otros textos posteriores hacen referencia a las tareas y manifiestos de la sociedad abolicionista antes mencionada. Resulta interesante el Proyecto para mejorar la condición de los negros libres, con admirables propósitos filantrópicos… pero con un talante que en el mejor de los casos podemos considerar paternalista.

El último artículo que publicó Franklin, a menos de un mes de su muerte resulta especialmente atractivo. Habiéndose presentado una petición en la Cámara de Representantes del Congreso en contra del tráfico de esclavos, intervinieron en los correspondientes debates diversos defensores de la esclavitud y de la trata. Franklin los parodia fingiendo el discurso de un gobernante argelino a favor de la piratería y la esclavitud ejercidas en perjuicio de los europeos, con los mismos argumentos con los que se justificaba en el Congreso la realizada contra la población africana.

Hemos incluido también unas Observaciones sobre los salvajes de la América del Norte, en las que se critica algunas de las condiciones a las que se somete a la población india.

Emblema de la Pennsylvania Society for Promoting the Abolition of Slavery, hacia 1789, con el llamativo lema "Trabaja y sé feliz".