domingo, 24 de diciembre de 2017

Gilbert Keith Chesterton, La esfera y la cruz


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Nuestra sección de ficciones se nutre hoy con la obra que adjuntamos, magistralmente traducida por Manuel Azaña. La esfera y la cruz nos permite acercarnos al penúltimo cambio de siglo, antes de la Gran Guerra, desde la penetrante, divertida, anticipadora e inquietante mirada de Chesterton. Pero dejémoslo aquí; hace unos días Fernando Savater publicó en El País un espléndido artículo con el título El hombre que fue Chesterton, del que entresacamos algunos párrafos que aventajan cualquier otra apreciación que pudiéramos hacer:

«Uno de los empeños más evidentes de Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936) en casi todas las páginas que escribió es refutar la perspectiva moderna, pero de raíces clásicas, que describe el mundo con tintes lúgubres y pesimistas, un lugar donde incluso los goces sensuales y rebeldes están tocados por el ala negra de la desesperación. Para Chesterton la verdadera herejía moderna no es haber rechazado o ignorar a Dios sino rechazar o ignorar en qué consiste la alegría. No oculta su intención apologética, más bien blasona de ella hasta el punto que a veces su particular cruzada llega a hartar un poco incluso a quienes sentimos mayor simpatía por él. No es que predique con demasiado entusiasmo sino que su enorme entusiasmo sólo alcanza su cénit en el arrebato predicador. Pero no hay que confundir su actitud con una postura conformista que conjura los abismos de la existencia irreligiosa con abluciones de agua bendita. Al contrario, apuesta por la ortodoxia descartada en la era moderna pero desde una orilla trémula e incierta que tras un velo de humor resulta tan inquietante como el peor paganismo. No promete un futuro feliz para tranquilizarnos sino que precisamente nos inquieta por medio de él. Por decirlo con las mismas palabras con que describe la función de la buena poesía, “clama contra todos los mojigatos y progresistas desde las mismísimas profundidades y abismos del corazón destrozado del hombre, que la felicidad no es sólo una esperanza, sino en cierto extraño sentido un recuerdo y que somos reyes en el exilio” (…)

»Borges señaló perspicazmente que una característica de Oscar Wilde que suelen menospreciar hasta los que más festejan sus boutades y trallazos de ingenio es que por lo común además tiene razón. Algo semejante puede decirse del estilo pugnaz de G. K. Chesterton: no busca sobre todo sorprender o desconcertar (aunque es evidente que no le disgusta conseguirlo) sino hacernos pensar dos veces y desde un ángulo menos trillado lo que suponemos obvio… porque vemos a otros aceptarlo como tal. Cuando polemiza con escritores de talento a los que sin duda admira (Chesterton tenía buen ojo literario y nunca desprecia a un autor por no compartir sus ideas) se nota especialmente este tipo de chocante esgrima. Elijo un ejemplo entre mil. (…) También la creciente idolatría de la naturaleza, que ya apuntaba en su tiempo en la aplicación del darwinismo a la moral y en el nuestro en la psicología evolutiva o la ecología, le mueve a reflexiones oportunas: “Basarse en la teoría evolutiva permite ser inhumano o absurdamente humano, pero no humano. Que tú y el tigre seáis lo mismo puede ser un motivo para ser amable con el tigre. O para ser tan cruel como él”. En cuanto a sus ideas políticas, la fundamental para él era la democracia y la entendía del mejor modo posible: “He ahí el primer principio de la democracia: que lo esencial en los hombres es lo que tienen en común y no lo que los separa”. Aún no se había puesto de moda lo de que la mayor riqueza humana es la diversidad y quincalla intelectual semejante…»

Concluyamos con un último desacuerdo con Chesterton. La esfera y la cruz no debió ser una de sus obras preferidas, según la chispeante dedicatoria que puso al frente del ejemplar de un amigo (nos lo cuenta Pearce en su Sabiduría e inocencia):

                                                                «No me gusta a mí este libro,
                                                                lléveselo a Heckmondwikw,
                                                                triste y espantoso exilio,
                                                                castigado por ser malo.
                                                                Ni lo saque del estante
                                                                (leerlo intenté una vez:
                                                                se dialoga a trompicones,
                                                                los capítulos se alargan
                                                                y además la historia entera
                                                                no tiene pies ni cabeza).
                                                                Escóndalo entre los páramos,
                                                                en donde nadie hable inglés.»

lunes, 18 de diciembre de 2017

José Antonio Primo de Rivera, Discursos y otros textos


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Escribe Stanley G. Payne en su Franco y José Antonio, el extraño caso del fascismo español: «El fascismo llegó a España de importación. Fue en un principio abrazado por miembros de la intelligentzia radical, como en otros países, pero carecía del apoyo cultural y social necesario para desarrollarse. Giménes Caballero hizo el primer esfuerzo importante por afirmar un fascismo español que respondía no simplemente al nacional-sindicalismo revolucionario original del fascismo italiano sino a a la tentativa de síntesis italiana de 1928-1932, con sus compromisos derechistas y semicatólicos, que él intentó hispanizar como la nueva catolicidad (…) Un fascismo pleno o genuino fue, pues, el que articuló Ramiro Ledesma Ramos, a quien se puede considerar como un paradigma del intelectual radical. Para él, el fascismo era sólo revolucionario, y Ledesma buscó extraer la más plena consecuencia lógica de las ideas fascistas, cosa fácil para él ya que nunca tuvo que dirigir una fuerza política de tamaño importante alguno (…)

»En contraste, el punto de partida de José Antonio Primo de Rivera era distinto, ya que éste buscaba vindicar la labor de su padre y desarrollar la fórmula de un régimen nacionalista y autoritario efectivo y moderno. En su caso, el fascismo era la solución más que la motivación, y así su mimentismo inicial de 1933-1934 se hizo lógico y obvio, aunque en última instancia embarazoso. En 1935 intentaba crear una especie de fascismo diferenciado que fuera menos dependiente del modelo italiano, pero, aun siendo un hombre libre, José Antonio no renunció en ningún momento a los principios fascistas fundamentales de nacionalismo extremista, Estado autoritario, sindicalismo nacional radical y las tres negaciones fascistas ―oposición a la izquierda colectivista, al centro liberal y a la derecha conservadora o reaccionaria―, ni tampoco al militarismo fascista y a la preferencia de una orientación hacia la violencia, aunque en la práctica se había resistido a veces a ella.

»La diferenciación del fascismo en el pensamiento tardío de José Antonio Primo de Rivera suponía (…) el intento de crear una especie de humanismo fascista con un hincapié abstracto en el hombre portador de valores eternos, y el reconocimiento de la personalidad humana quizá hubiera sido más prometedor si esta vena retórica hubiera gozado del más ligero desarrollo en la teoría política. Pero, como casi todos los conceptos de José Antonio, éste permaneció vago, abstracto, se quedó en una fórmula, y nunca fue articulado o desarrollado en conjunción con un programa o teoría políticos precisos (…) No cabe duda de que la religión y el tradicionalismo cultural eran importantes para él, pero no los integró con claridad a la doctrina política ni utilizó la religión para controlar o diferenciar a esta última de una manera específica.

»Como sea que los movimientos fascistas han dado enorme importancia a los roles de las élites y de los líderes ―características plenamente reflejadas en Falange―, hay que plantear la pregunta de si el liderazgo del fascismo en España fue inherentemente deficiente. En 1935, José Antonio había establecido un dominio casi incontestado dentro de Falange, pero nunca pudo ejercer el liderazgo de manera efectiva en la política española. Dado, sin embargo, el limitado número de factores fascistogénicos que afectaron a los asuntos españoles con anterioridad al estallido de la guerra civil, es dudoso que un liderazgo más habilidoso hubiera tenido mucho más éxito.»

El encarcelamiento y posterior fusilamiento de José Antonio descabecerá definitivamente al auténtico fascismo español. Manuel Azaña lo supo ver, según anota en su diario el 6 de octubre de 1937 (y Payne reproduce): «Cuando se hablaba de fascismo en España, mi opinión era ésta: hay o puede haber en España todos los fascismos que se quiera. Pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo tradicional. Por muchas consignas que se traduzcan y muchos motes que se pongan. Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da otra cosa. Ya lo están viendo. Tarde. Y con difícil compostura.»


lunes, 11 de diciembre de 2017

Mao Zedong, Citas del Presidente o El pequeño libro rojo


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François Furet, en su El pasado de una ilusión. Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX, compara a Stalin con Mao Zedong, y considera al segundo como el auténtico continuador del primero: «Mao quiso, como Stalin, hacer una revolución en la revolución: su gran “salto adelante” puede compararse con las marchas forzadas de los primeros planes quinquenales, y su “revolución cultural” con el socialismo en un solo país. Ambos líderes quisieron destruir el partido del que seguían siendo las cabezas; Stalin por medio de su policía, Mao recurriendo a sus “guardias jóvenes”. Ambos fueron los grandes maestros sucesivos de un catecismo marxista-leninista expuesto en fórmulas sencillas y sacramentales: Fundamentos del leninismo y El pequeño libro rojo: dos grandes best-sellers mundiales.»

Las Citas del presidente Mao Tse-Tung (como se transliteró habitualmente su nombre entre nosotros) o simplemente Libro Rojo, es una colección de más de cuatrocientos fragmentos procedentes de más de un centenar de textos de Mao, seleccionados en 1964 bajo la dirección de Lin Biao. Constituyó una herramienta clave para la recuperación del poder ejecutivo por parte de Mao, lo que culminará con la Revolución Cultural. En este sentido, no parece ser casualidad que el texto más citado en esta antología sea Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo (del 27 de febrero de 1957), que figura en casi la cuarta parte de la paginación total de la obra. A este texto le siguen por la abundancia de las citas: Sobre el gobierno de coalición (24 de abril de 1945), y el Discurso ante la Conferencia Nacional del Partido Comunista de China sobre el Trabajo de Propaganda (12 de marzo de 1957).

Durante los agitados años que siguieron, esta breve obra adquirirá una importancia que supera incluso lo propiamente propagandístico, para constituirse en un emblema casi sagrado de la Revolución y del culto al líder. En su pormenorizado análisis sobre La revolución cultural china, MacFarquhar y Schoenhals se refieren así al hecho de que «a principios de 1968, millones y millones de personas a lo largo y ancho de China practicaban variaciones más o menos elaboradas del ritual. El posteriormente premio Nobel Gao Xingjian describió el proceso de este modo: “A las seis en punto de la mañana, la corneta llamaba a filas a la gente, que tenía veinte minutos para lavarse los dientes y lavarse un poco. Entonces se ponían en pie delante del retrato del Gran Líder en la pared para pedir las instrucciones de la mañana, cantar canciones de las Sentencias de Mao y, con el Pequeño Libro Rojo en alto, gritar tres veces larga vida antes de ir al comedor a comer gachas. Después venía la asamblea, y las Obras Selectas de Mao eran recitadas durante media hora antes de que la gente se cargara al hombro sus azadones y sus picos para trabajar la tierra.” Una de las trabajadoras hablaría por muchos cuando posteriormente escribió: Yo encontraba el ritual sin sentido, humillante y monótono, pero obviamente no lo podía decir

domingo, 3 de diciembre de 2017

Luis de Ávila y Zúñiga, Comentario de la Guerra de Alemania hecha por Carlos V, máximo emperador romano, rey de España, en el año de 1546 y 1547

Bob de Moor

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Luis de Ávila y Zúñiga (1504-1573) fue uno de tantos estrechos colaboradores que mantuvieron en pie la monarquía universal de Carlos V. Estuvo presente en la capital (aunque no tanto decisiva) campaña de Alemania contra los príncipes de la Liga de Smalkalda, que culminó en la celebérrima batalla de Mühlberg, y decidió redactar para mayor glorificación del Emperador «una relación de parte de sus hechos (...) tan verdadera y sucinta, que si algo se le quitase, sería hacer agravio a la verdad del que la escribió. Vuestra majestad la lea, y dé gracias a Dios, que le hizo tan gran príncipe, y tan merecedor de serlo, que es más; y también nosotros se las daremos, pues nos le dio por señor; que tanto le debe vuestra majestad por lo uno, como nosotros por lo otro.» Y nos narra detenida y vivazmente las dos campañas, de las que ha sido testigo de vista: la primera contra la liga de los príncipes protestantes en torno al Danubio, y la segunda, al año siguiente, directamente contra el elector Juan Federico de Sajonia y el landgrave Felipe de Hesse.

Y concluye: «Desta manera ha compuesto el Emperador las cosas de Alemania, que estaban en la cumbre de la soberbia y con tanto poder, que los que eran cabezas dellas no les parecía su soberbia presunción, sino razón. Y sin duda ninguna su poder era tan grande, que, cuanto a lo humano, no parecía que había fuerzas en el resto de la cristiandad toda junta para contrastar con las destos; mas Dios, que todo lo puede, ha permitido lo mejor. Y así, el Emperador ha ganado estas victorias, de las cuales quedará su nombre más claro que el de los emperadores romanos, pues en los efectos muy grandes ninguno le hizo ventaja, y en la causa dellos él la ha hecho a todos; y así, tiene obligados a todos estos príncipes que estén por la determinación de la Iglesia, así como al conde Palatino y duque Mauricio y marqués de Brandemburg, electores, y a todos los de su nombre y al duque de Vitemberg, y lo que más imposible parecía en Alemana, al mismo Lantgrave y otros príncipes, y juntamente todas las ciudades imperiales; de lo cual desde Augusta, donde se tiene la dieta, su majestad envió con el cardenal de Trento larga relación a su santidad.

»La grandeza desta guerra merece muy más larga relación que esta mía; mas yo con esta breve ayudo a la memoria de los que la han de hacer de toda ella más particularmente. Sólo esto diré, que César, de cuyos comentarios el mundo está lleno, tardó en sojuzgar a Francia diez años, y con sólo haber pasado el Rin y estado diez y ocho días en Alemania, Roma hacía suplicaciones a los dioses, y le pareció que bastaba aquello para la autoridad y dignidad del pueblo que señoreaba el mundo. El Emperador en menos de un año sojuzgó esta provincia, bravísima por testimonio de los romanos y de los de nuestros tiempos. También Carlomagno en treinta años sojuzgó a Sajonia; y el Emperador en menos de tres meses fue señor de toda ella. Así que la grandeza desta guerra merece otros estilos más altos que el mío, porque yo no la sé escribir sino poniendo la verdad libre y desnuda de toda afición apasionada; porque la memoria della, en cuanto en mí es, pues lo vi todo, sea tan perpetua cuanto merece la grandeza de la empresa, la cual y la del año pasado han sido gobernadas por el Emperador tan acertadamente, que si de otra manera se hubiera guiado, no se hubiera conseguido el fin que todos hemos visto. Porque todas las veces que ha sido menester el gobierno y arte, se ha observado la orden para aquel efecto necesaria; y cuando ha sido conveniente la fuerza y la determinación, se ha ejecutado con aquel ánimo y esfuerzo que es menester para que la fama de su majestad quede tan superior a la de los capitanes pasados, cuanto en la virtud y valor él lo es a todos ellos.»


lunes, 27 de noviembre de 2017

José María de Pereda, Pedro Sánchez


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Añadimos hoy un nuevo jalón a la sección, recién inaugurada, de ficciones que nos acercan a un momento histórico determinado. Al igual que los Episodios Nacionales de su amigo Galdós, Pereda se propuso aproximarnos a una etapa clave del reinado de Isabel II, la revolución de 1854. 

José Manuel González Herrán (de cuya La obra de Pereda ante la crítica literaria de su tiempo nos aprovechamos para esta presentación) señala: «En Pedro Sánchez se reconstruyen con precisión y exactitud aquellos ambientes cortesanos de los años cincuenta, que Pereda, estudiante en Madrid entre 1852 y 1854, conocía bien. De ahí las coincidencias entre la biografía juvenil del autor y la de Pedro, que no pasaron desapercibidas ni para los críticos ni para los lectores coetáneos de Pereda y que han permitido a la mayoría de los biógrafos y estudiosos de su obra utilizar muchos datos de esta novela como complemento de los rigurosamente biográficos. Como, de otra parte (...) el relato está en primera persona, todo ello influye para que, en palabras de Cossío, “ya desde su publicación se ha pretendido que esta novela tiene un marcado carácter autobiográfico.”» Pero escuchemos otras voces.

Emilia Pardo Bazán (antes de la publicación de Pedro Sánchez): «Puédese comparar el talento de Pereda a un huerto hermoso, bien regado, bien cultivado, oreado por aromáticas y salubres auras campestres, pero de limitados horizontes (...) No sé si con deliberado propósito o porque a ello le obliga el residir donde reside, Pereda se concreta a describir y narrar tipos y costumbres santanderinas, encerrándose así en breve círculo de asuntos y personajes (...) jamás intentó estudiar a fondo los medios civilizados, la vida moderna en las grandes capitales, vida que le es antipática y de la cual abomina; por eso califiqué de limitado el horizonte de Pereda (...) Si algún día concluyen por agotársele los temas de la tierruca ―peligro no inminente para un ingenio como el de Pereda―, por fuerza habrá de salir de sus favoritos cuadros regionales y buscar nuevos rumbos. No falta, entre los numerosos y apasionados admiradores de Pereda, quien desea ardientemente que varíe la tocata.»

Marcelino Menéndez Pelayo: «Temíamos el autor y yo que pareciese esta novela (Pedro Sánchez) conjunto de reminiscencias algo pálidas o de adivinaciones remotas y que la ausencia del modelo vivo le quitase frescura y animación. Temíamos que pareciese lenta y perezosa en los primeros capítulos, y un tanto atropellada hacia el final. Temíamos que renunciando el pintor a casi todas sus ventajas indiscutibles, al paisaje, al diálogo, al provincialismo, a lo más enérgico y característico de su manera, renunciase por el mismo hecho a sus mayores triunfos. Temíamos que la forma autobiográfica, la forma de Memorias, perjudicase al fácil caudal de un ingenio tan exterior y tan objetivo, y tan poco amigo de refinamientos psicológicos. Temíamos que el mismo carácter del héroe, entidad algo pasiva, movida por las circunstancias, mucho más que movedora de ellas, comunicase cierta languidez al conjunto de la obra, impidiendo al lector interesarse sinceramente por el protagonista. Temíamos, finalmente, que el carácter en gran manera prosaico de las escenas políticas, que son la mayor parte del libro, hubiese influido en detrimento de su valor estético.»

Leopoldo Alas, Clarín: «En mi humilde opinión es la mejor novela de Pereda, y una de las mejores que se han escrito en España en estos años de florecimiento (…) Yo debía al ilustre montañés un artículo franco, entusiástico aplauso para el día en que él cumpliera ciertas condiciones que en Pedro Sánchez ha cumplido (…) La calidad, no menos apreciable, de haber prescindido de todo espíritu de secta, si no en el secreto de la intención (que esto yo no lo examino) en cuanto se refiere a los recursos del arte. Pereda nos pinta una época de lucha entre el doctrinarismo y la revolución; narra vicios y ridiculeces de uno y otro partido; encuentra, con arte admirable, la parte flaca de los caracteres que atribuye a doctrinarios y liberales, sin exceptuar al protagonista; pero hace todo esto como fiel observador, trayendo a colación lo bueno y lo malo.»

En fin, José María Pereda, en carta a Menéndez Pelayo:  «¿Qué te ha parecido el artículo de Clarín? ¿Qué el de Luis Alfonso, si lo has visto, sahumerio de igual alcance que el de aquél? Nada te digo de un sin número de dioses menores que han cantado en la misma partitura, ni de otras cartas (inclusa la de Milá) en que se declara a Pedro Sánchez lo mejor que yo he hecho y de lo mejor que se ha visto en el ramo de novelas [...] En Barcelona ha sido extraordinario el éxito entre los muchos devotos que tengo allá. ¿Conoces a Sardá, crítico catalán? ¿Vale algo? En opinión de éste, según me escribe Savine, Pedro Sánchez es la mejor novela de estos tiempos»

Y una observación final. ¡Qué tiempos aquellos, los de la garbancera Restauración, los del género chico y el caciquismo, en los que la discrepancia de tendencia (como se decía por entonces) no impedía el reconocimiento de los méritos ni la más estrecha amistad!

lunes, 20 de noviembre de 2017

Pío XI, Ante la situación social y política (1926-1937)


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En su obra Las libertades y las democracias, escribe Gonzalo Redondo: «Los diecisiete años del pontificado de Pío XI corresponden de forma íntegra al período de entreguerras. Sucesor de Benedicto XV, el cardenal Achille Ratti fue elegido Papa el 6 de febrero de 1922 y murió el 10 de febrero de 1939. Había nacido en Desio en 1857. Hombre intelectual y de estudio, Benedicto XV le confió su primera misión al enviarle como visitador apostólico a Lituania y Polonia, en 1918. Al año siguiente fue nombrado nuncio en Polonia. Y en la capital polaca permaneció ―fue el único representante diplomático que no abandonó Varsovia― en los momentos difíciles del verano de 1920, cuando los ejércitos soviéticos de Tujachevsky y Budienny parecían a punto de entrar en la capital de una Polonia que acababa de recobrar su independencia. En 1921 mons. Ratti fue llamado a Italia, donde se le confió la archidiócesis de Milán y fue elevado al cardenalato. Su lema como Pontífice fue pax Chisti in regno Christi. Era Pío XI muy consciente no sólo de la falta de paz sino de las razones por las que esta paz faltaba en el mundo.»

A lo largo de su pontificado Pío XI se ocupó con frecuencia de valorar desde el punto de vista de la Iglesia católica la grave acumulación de problemas y conflictos que se suceden sin cesar en estos años. Por un lado se refiere a los graves problemas sociales y económicos de fondo, con la Quadragesimo Anno, en unos momento en que todo parece sumergirse en la Depresión. Y después, su planteamiento descansará en la afirmación de la primacía de la persona sobre el grupo, cuando proliferan múltiples religiones políticas desde las más diversas posiciones ideológicas, pero coincidentes en reducir al individuo a un átomo, un mero elemento constitutivo de la clase, o la raza, o la nación… Reduccionismos varios que siempre coinciden en proponer como solución a las calamidades de las sociedades actuales, la imposición de unas recetas que, siempre, se consideran infalibles. El papa se opondrá, en consecuencia, a las diversas revoluciones totalizadoras que proliferan: mejicana, italiana, española, española, alemana, rusa…

Gonzalo Redondo concluye del siguiente modo: «En 1937… Pío XI, en el espacio breve de dos semanas, publicó tres documentos que fueron otras tantas condenas rotundas de situaciones que parecían irreversibles. El domingo 14 de marzo apareció la encíclica Mit Brennender Sorge, en la que se condenó razonadamente nada menos que el nacionalsocialismo, entonces en crecida y ante el cual los poderes europeos procuraban plegarse o, al menos, no irritarle. El viernes 19 publicó una nueva carta encíclica, la Divini Redemptoris, en la que de forma igualmente razonada, clara y enérgica, tomó postura frente al comunismo lejano y un tanto desconocido de la Unión Soviética, pero también frente al mucho más cercano y patente que por esas mismas fechas estaba a punto de imponer su dominio en la España republicana. Pocos días más tarde. El domingo 28, otro documento, la encíclica Firmissimam constantiam centraba de nuevo la atención, al menos del mundo católico, en un problema quizá no olvidado del todo, pero en apariencia un tanto marginal, como era el de la evolución sectaria de la revolución mexicana. Tres advertencias que no fueron tres simples noes, aunque se negaron muchas cuestiones que se tenían como incontrovertibles; tres advertencias frente a tres distintas manifestaciones de un fenómenos único: el totalitarismo; tres advertencias firmes que ya no sólo para los católicos sino para todos los hombres de atención medianamente despierta supusieron justamente una toma de postura radical, en defensa del hombre, ante los procesos que gustaban presentarse como dominadores y constructores del hombre mismo.»

Fotograma de Roma ciudad abierta, de Rosellini

domingo, 12 de noviembre de 2017

Herbert Spencer, El individuo contra el Estado


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Chesterton nos presentó en una de sus últimas obras a James Haggis, que «era de esos viejos progresistas que resultan más rígidos y dogmáticos que cualquier retrógrado; y, aunque teóricamente defendía un programa de austeridad y reformas, terminaba imponiendo que casi toda reforma era demasiado costosa para las exigencias de la austeridad. De esta traza su veto había desbaratado el generalizado apoyo suscitado por la admirable campaña del viejo Dr. Campbell para combatir la epidemia en los barrios pobres durante los momentos más críticos. Pero acaso sería una inferencia desmesurada colegir de sus objeciones económicas que era un demonio que disfrutaba viendo niños pobres morir de tifus (…) Por lo demás, era reconocidamente honrado en los negocios y fiel a su esposa y su familia.» (Las paradojas de míster Pond)

Mr Haggis nos recuerda al influyente victoriano Herbert Spencer (1820-1903), maestro y crítico de su tiempo en tantos saberes, habitualmente construidos a partir del liberalismo y el evolucionismo, siempre presentes, y también en sus reflexiones políticas: «Y, sin embargo, es extraño decirlo, ahora que se reconoce esta verdad (el evolucionismo de Darwin) por las personas más cultas, ahora que definitivamente han comprendido los eficaces resultados de la supervivencia de los más aptos, más que se comprendía en tiempos pasados, ahora, mucho más que nunca en la historia del mundo, ¡están haciendo todo lo que pueden para favorecer la supervivencia de los menos aptos! (…) Sí, ciertamente; su principio se deriva de la vida de los brutos , y es un principio brutal. No me persuadiréis de que los hombres deben vivir bajo la misma disciplina que los animales. No me importan sus argumentos de historia natural. Mi conciencia me enseña que se debe ayudar al débil y al desgraciado...» Pero anota a pie de página el caso de «una cierta hija del arroyo… Margaret, que fue la madre fecunda de una raza prolífica. Además de gran número de idiotas, imbéciles, borrachos, lunáticos, depauperados y prostitutas el Registro del condado cita doscientos de sus descendientes que han sido criminales. ¿Existió crueldad o bondad en permitir que se multiplicaran, generación tras generación, y que llegaran a constituir una calamidad para la sociedad?»

Hannah Arendt puso de manifiesto en Los orígenes del totalitarismo, como «Herbert Spencer, que consideraba la sociología como una parte de la biología, creía que la selección natural beneficiaba a la evolución de la humanidad y determinaría una paz perpetua. El darwinismo ofreció dos importantes conceptos para la discusión política: la lucha por la existencia, con la afirmación optimista sobre la necesaria y automática “supervivencia de los más aptos”, y las posibilidades indefinidas que parecían existir en la evolución del hombre a partir de la vida animal y que iniciaron la nueva “ciencia” de la eugenesia (…) La eugenesia prometía superar las perturbadoras incertidumbres de la supervivencia según las cuales era imposible predecir quién resultaría ser el más apto o proporcionar los medios para que las naciones llegaran a desarrollar una aptitud permanente.»

Y en lógica correspondencia, Spencer defiende el individualismo, la primacía del individuo sobre el Estado: condena lo que denomina una auténtica «superstición política», la pretensión del «derecho divino del Parlamento», heredado de los viejos reyes. Lo cual se traduce en una invasión de la privacidad de los ciudadanos a través de innumerables reglamentos que afectan todas las esferas de la vida social: asistencial, educativa, laboral... hasta la propia moralidad y usos. Con su intervencionismo, los gobiernos obstaculizan el progreso natural fruto del interés y la cooperación, ambas espontáneas, de los ciudadanos en sociedad. Muy crítico con los políticos de su tiempo, rechaza el abuso de las mayorías, su imposición sobre las minorías.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Baltasar Gracián, El Criticón


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Vamos a acercarnos a la mentalidad barroca por medio de la obra que hoy proponemos. Ahora bien, es una visión desencarnada: no hay individuos y personas, sino tipos, conceptos y actitudes; y tras los sentimientos y emociones, siempre se descubre el interés. Y sin embargo tras el amargo, desencantado relato, se advierte siempre la presencia aguda, desentrañadora, del autor. Y lo que descubre ―o mejor desencubre― de la crítica sociedad de su tiempo, nos resulta igualmente vivo, pertinente y perspicaz aplicado a las crisis sociales del nuestro.

Escribe Manuel Alvar (Aragón, literatura y ser histórico, 1976): «...hemos llegado a la culminación de la literatura aragonesa, si no de muchas otras literaturas: Gracián. Y en Gracián se condensan todas las quintaesencias que he descrito: la protesta contra lo que debiera ser y no es, el apreciar lo que se estima como justo, el orden frente al caos, el captar la intensidad expresiva, la protesta contra la sinrazón, el relativismo de nuestras capacidades y, como consecuencia, soledad y desengaño. Porque nuestro gran escritor es ―siempre― un escritor ético. Cada libro suyo aspira ser un arquetipo de imitaciones: héroes, discretos, prudentes, agudos, serán los varones que nos proponga a imitación, aunque ―también él― caiga en elogios de homúnculos o de realidades que son ―desde nuestra perspectiva― miserables. Pero es que la realidad cambia con la fuga del tiempo y el hombre ―hasta el hombre de excepción― es una criatura dentro de su contingencia.

»Si acertamos a leer el epistolario del jesuita encontraremos patentes todas estas críticas que la letra impresa ―él, que tuvo que publicar con seudónimo― no le dejaría divulgar. Nada tan dramático como aquellas dos cartas de 1655 que escribe a Francisco de la Torre: nuestra realidad ya no es, todo se ha perdido o está a punto de perderse; sin embargo ―como rictus amargo de esperpento―, para remedio de males “no hay otra nueva de consuelo en España, sino el estar preñada la reina.” Amargura y dolor pespunteado sobre un carnaval grotesco, y quiera Dios que no se repita: “El gobernador está en Calatayud; fue a sosegar un motín que se levantó por causa del desaire de no haberles dado ni obispo ni cátedras, y dicen que los de Tarazona, en triunfo de la victoria, sacaron un obispo de paja, y lo quemaron, diciendo: Judíos de Calatayud, ¡socorred a vuestro obispo, que se quema!” Todo cuanto Gracián descubre con sus ojos no es sino motivo de desengaño. Porque la ruina del país es fruto del caos, y la realidad no permite otra cosa que aprender mentiras o vaciedades (…)

»Como “los hombres no son ya los que solían”, Gracián se enfrenta con la necesidad de mudar el mundo. Inútil pretensión que sólo puede conducir al fracaso: cada día tratan de adobarlo los necios, pero el mundo sigue sin concierto y entonces “viéndome sin amigos vivos, apelé a los muertos, di en leer, comencé a saber y ser persona.”» Pero concluyamos dándole la palabra al discreto autor: «No hay lisonja, no hay fullería para un ingenio, como un libro nuevo cada día (…) ¡Oh! gran gusto el leer, empleo de personas que si no las halla, las hace.»


lunes, 30 de octubre de 2017

Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar


                                                                                                      Tomo 1. A-Alicante
                                                                                                      Tomo 2. Alicanti-Arzuela
                                                                                                      Tomo 3. Arra-Barcelona
                                                                                                      Tomo 4. Barzella-Buzoca
                                                                                                      Tomo 5. Caabeiro-Carrusco
                                                                                                      Tomo 6. Casebastia-Córdoba
                                                                                                      Tomo 7. Cordobelas-Ezterripa
                                                                                                      Tomo 8. Faba-Guadalajara
                                                                                                      Tomo 9. Guadalaviar-Juzvado
                                                                                                      Tomo 10. La Alcoba-Madrid
                                                                                                      Tomo 11. Madrid de Caderechas-Móstoles
                                                                                                      Tomo 12. Nabaja-Pezuela
                                                                                                      Tomo 13. Phornacis-Sazún
                                                                                                      Tomo 14. Scalae Anibalis-Toledo
                                                                                                      Tomo 15. Toledo (Huesca)-Vettonia
                                                                                                      Tomo 16. Vía-Zuzones

Pascual Madoz (1806-1870) es conocido ante todo por la puesta en marcha, en 1855 durante el Bienio Progresista, del tercer gran proceso desamortizador, la denominada «desamortización civil», que en cierta medida se prolongará hasta el siguiente cambio de siglo a través de regímenes bien diferenciados. Sus consecuencias afectarán poderosamente a los municipios españoles y a su gestión económica, haciéndoles muy dependientes del poder central, lo que contribuirá con fuerza al desarrollo del caciquismo clásico de la Restauración. Sin embargo en esta ocasión vamos a referirnos a su otra magna obra, anterior, el monumental Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar que se imprimirá y distribuirá abundantemente durante la Década moderada. En el prólogo manifiesta su propósito: permitir un conocimiento profundo, veraz y preciso de la nueva España liberal: «La España de 1845 no es, está muy lejos de ser, la España del siglo XVIII, la España de la guerra de la Independencia, la España anterior a las reformas hechas por la revolución.»

Madoz, desde presupuestos nacionalistas y progresistas, se sintió atraído desde su primer exilio en Francia, hacia 1830, por los novedosos estudios geográficos y estadísticos que se desarrollaban en el país vecino, y a su regreso los aplicó con rigor (y con la ayuda de un nutrido grupo de colaboradores) en la redacción de un Diccionario geográfico universal, y más tarde en la obra que nos ocupa que por su talante exhaustivo superó y relegó otros anteriores, como el meritorio Diccionario geográfico y estadístico de España y Portugal (1826-1829) de nuestro conocido Sebastián Miñano. Madoz partió de la nueva división provincial de Javier de Burgos, e inició su elaboración en enero de 1834, que sólo concluiría dieciséis años después.

Miguel Artola señala que «decidir acerca de la capacidad científica de Madoz es un punto extremadamente difícil. Aunque cabe suponer que en las diez mil páginas a dos columnas y tipo minúsculo que componen el Diccionario, intervendría en más de una ocasión directamente, lo único cierto es el hecho de su enorme capacidad empresarial, que se refleja entre otras cosas en la patente mejora de su situación económica, aunque no tuviese unos orígenes tan modestos como pretendía ni todos sus negocios fueran buenos hasta el final. Al poner en marcha su proyecto, Madoz aparece como director de una Sociedad literaria de amigos colaboradores a los que dio las gracias por su colaboración sin publicar por ello la relación de sus nombres, en tanto editaba el Diccionario bajo su sola firma. Desde su escaño parlamentario recordó que los gastos anteriores a la publicación habían superado el millón de reales, y no vaciló en reconocer la existencia de una sociedad tras la iniciativa. Durante el período de elaboración la constante presencia de Madoz en las Cortes hubo de contribuir decisivamente a proporcionarle el acceso a la documentación estadística de que disponía la administración pública, atención que agradeció públicamente al declarar de los diferentes gobiernos: todos, sin distinción de colores políticos, han secundado noble y lealmente mis esfuerzos


domingo, 22 de octubre de 2017

Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales



Serie I  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Serie II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Serie  III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Serie IV  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Serie V  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

Una buena parte de la imagen popular de los orígenes de la España contemporánea proceden de esta magna empresa de Benito Pérez Galdós, su recreación novelada. Su éxito entre el público se mantuvo hasta nuestros días, a través de cambiantes regímenes y modas ideológicas más o menos efímeras. Y eso a pesar de que Galdós no renuncia en ningún momento a enunciar sus propios principios y planteamientos: nacionalismo, liberalismo progresista y republicano, un anticlericalismo moderado aunque patente… Todo ello en absoluto limita su enorme interés literario e histórico, al contrario: advertimos sus tomas de partido, sus filias y sus fobias, como facetas que enriquecen nuestro acercamiento a la época, aunque no las comportamos. Pero quizás resulte más útil releer al maestro Julián Marías, en su artículo La clave de los Episodios Nacionales, publicado en ABC en 1987:

«Acabo de terminar la lectura ―relectura en gran parte― de los cuarenta y seis volúmenes de los Episodios Nacionales de don Benito Pérez Galdós. Los he leído seguidos y por su orden. La impresión que producen así es considerablemente diferente de la que viene de una lectura fragmentaria y a salto de mata. Debo adelantar que, salvo una decepción final de la que será menester hablar, pocas veces he tenido mayor placer literario, o he sentido mayor admiración por un novelista. Sorprenderá que diga esto a propósito de los Episodios, que suelen ser desestimados incluso por los devotos de Galdós (…) Los Episodios Nacionales suelen verse más como una crónica de tres cuartos de siglos de la historia de España, desde Trafalgar hasta los primeros tiempos de la Restauración. Sin duda son esto, con un valor asombroso, salvo contadas excepciones. Pero lo que los Episodios son, antes que otra cosa, es una maravillosa serie de novelas. Desiguales, ciertamente, pero casi siempre con enorme talento de novelista y de historiador a la vez.

»Galdós era un escritor fecundo y rapidísimo. Solía poner al final de sus libros las fechas de composición: la mayoría de los tomos de los Episodios fueron escritos en dos, tres, rara vez cuatro meses. Y sorprende la extraordinaria documentación que los respalda; no sólo la propiamente histórica, sino la geográfica de innumerables lugares, ciudades, pueblos, montes, ríos, llanuras, puertos de montaña o de mar; y la que corresponde a los oficios y a los diversos estratos de la sociedad: desde los conventos hasta la técnica de los cereros o de los pescadores. Los diez tomos de la primera serie y los diez de la segunda se escribieron entre 1873 y 1879, aunque parezca increíble; luego viene la gran interrupción, en que Galdós se dedica a la novela contemporánea, y en 1898 ―después de Misericordia, que es de 1897― reanuda la publicación de las series tercera y cuarta, veinte volúmenes hasta 1907. Por último, la serie final, incompleta, seis tomos entre 1907 y 1912. Hay diferencias importantes. Primero escribe Galdós de épocas no vividas por él (nació en 1843), imaginadas, reconstruidas, recreadas; en la cuarta serie empiezan a funcionar los recuerdos personales, la experiencia propia; la final, tan distintas de las anteriores, sobre todo los tres últimos volúmenes, se refiere a lo que Galdós vivió como adulto.

»Antes de empezar a escribir los Episodios Nacionales, ya en 1870, concibe Galdós la posibilidad ―y la conveniencia― de la gran empresa. Su novela La Fontana de Oro lleva un brevísimo prólogo, fechado en diciembre de ese año. Dice así: “Los hechos históricos o novelescos contados en este libro se refieren a uno de los períodos de turbación política y social más graves e interesantes en la gran época de reorganización que principió en 1812 y no parece próxima a terminar todavía. Mucho después de escrito el libro, pues sólo sus últimas páginas son posteriores a la revolución de septiembre, me ha parecido de alguna oportunidad en los días que atravesamos, por la relación que pudiera encontrarse entre muchos sucesos aquí referidos y algo de lo que hoy pasa; relación nacida sin duda de la semejanza que la crisis actual tiene con el memorable período de 1820-23. Esta es la principal de las razones que me ha inducido a publicarlo.” (...)

»Galdós era excepcionalmente inteligente. Su espontaneidad como escritor, su aparente descuido, su atención a los detalles cotidianos, incluso a los que se refieren a la comida, su trivialidad frecuente ―en general, y salvo “caídas” personales, justificada porque narra formas triviales de la vida―, todo eso ha hecho que con frecuencia se pase por alto su perspicacia, la hondura de su visión, la profundidad de los personajes. Hay una líneas en Montes de Oca, escritas en 1900, donde aparece la justificación de los Episodios como forma literaria y, si no me equivoco, mucho más: una comprensión profunda de la condición de la vida humana. Galdós dice así: “No hay acontecimiento privado en el cual no encontremos, buscándolo bien, un cabo que tenga enlace más o menos remoto con las cosas que llamamos públicas. No hay sucesos histórico que interese profundamente si no aparece en él un hilo que vaya a parar a la vida afectiva.”

»¿Qué quiere decir esto? Galdós comprende lo que es la circunstancialidad de la vida humana; lo privado, lo que se refiere a las personas como tales, no se reduce a ellas, sino que lleva a la realidad social, colectiva, pública, en que están insertas, de cuya sustancia están hechas. Es ilusorio el utopismo, y cuando se intenta por el escritor, las figuras humanas quedan mutiladas, paradójicamente menos personales. Pero, al mismo tiempo, descubre Galdós, casi sin darse cuenta, el carácter dramático de la vida, tanto individual como colectiva. Ningún suceso histórico interesa profundamente ―dice Galdós― si no está referido a la vida afectiva, es decir a la realidad palpitante, estremecida, de las vidas singulares; dicho con otras palabras, si no le pasa a alguien.

»Lo colectivo como tal no interesa, no conmueve, no apasiona; a última hora no es inteligible, carece de sentido, nos deja indiferentes. Es menester la proyección en vidas concretas, insustituibles, para que sintamos interés y para que podamos, simplemente, entender. Este es el error de muchos historiadores, muy especialmente en nuestra época, que olvidan que la historia está realizada por hombres y mujeres, es decir, por vidas individuales, aunque lo que resulta de sus acciones vaya más allá de ellas, de sus voluntades, de sus propósitos, hasta de lo que habían imaginado. Por eso la España del siglo XIX se comprende incomparablemente en los Episodios Nacionales: en ellos se ve que todo lo que sucedió entre 1805 y 1880 le pasó a alguien, a los personajes históricos tomados como personajes de ficción, mezclados con los que no eran más que eso (quizás Unamuno diría “nada menos que eso.”)

»Quiérese decir que unos y otros están imaginados, vistos por dentro, entrelazados además. Eso es, precisamente, la verdad histórica: los personajes “históricos”, famosos, han vivido con ―a veces para― los otros, los que no aparecen en los libros, los que han vivido solamente sus vidas privadas. Y por eso Galdós tiene que crear un fabuloso mundo de personajes de ficción, un asombroso mundo novelesco.»

lunes, 2 de octubre de 2017

Andrés Giménez Soler, Don Jaime de Aragón último conde de Urgel


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La historia en ocasiones parece no tanto repetirse como reiterar situaciones, que luego se resuelven de manera diversa. El rey de Aragón Martín el Humano fallece tras la muerte de sus descendientes directos, hijo y nieto. En sus últimos meses de vida intenta resolver el problema mediante la convocatoria de una junta con representantes de todos los reinos, incluso de Sicilia, «y que esta junta, examinados los derechos de cada pretendiente, teniendo a la vista los testamentos y codicilos de los reyes anteriores, declarara el legitimo heredero.» No llegó a buen término, y sólo durante el consiguiente interregno se resolverá de un modo parejo con el conocido Compromiso de Caspe. Y aunque Jaime de Aragón, conde de Urgel, había estado muy próximo al viejo rey, será preterido, y el nuevo rey será el infante y regente de Castilla, Fernando de Antequera. Tras dudarlo, Don Jaime acaba por prestarle juramento, pero poco después encabeza la rebelión que había venido preparando tiempo atrás. Concita apoyos diversos entre los descontentos de Aragón, Cataluña…, gestiona el apoyo de tropas francesas e inglesas… Pero buena parte de la población y las instituciones mantienen su fidelidad al rey legítimo, también en Cataluña, aunque de allí procedían los dos únicos votos que obtuvo en Caspe. La sublevación finalizará con la toma de Balaguer.

Andrés Giménez Soler (1869-1938), de quien ya comunicamos su excelente La Edad Media en la Corona de Aragón, confeccionó esta breve biografía y la acompañó de un interesante aparato documental que se prolonga en el tiempo hasta el fallecimiento de su protagonista. Como ejemplo veamos la Carta comunicando a los reinos la nueva de la rendición:

«Promens. be creem vos sie manifest com començam entrar per nostres regnes e terres venint a la ciutat de Leyda per reverencia de Deu del qual tots bens procehexen nos havem piadosament vers Jayme durgell no solament perdonantli tots crims e excessos que tro aquella jornada hagues comesos ans entenents aquell proseguir de moltes gracias e favors pero lo dit Jacme oblidant la naturalesa e feeltat per les quals a nos era estret no tement Deu ans exalat de superbia ha assaiat offendre en diverses maneres nostra magestat donant dampnatges infinits per la sua escandalosa superbia a nostres sostmesos e vassalls e rebellant en moltes maneres contra nos. Mas Deu tot poderos que no consent que la verga del peccador longament estigue sobre la sort del just ha aplanada la altesa de la sua superbia. Car venints nos a la ciutat de Balaguer on lo dit Jacme e altres complices seus eren environam e assetiam la dita ciutat ab la nostra benaventurada host carregantlos incessantment ab diverses linatges de invasions no sens gran renom e fama de nostre molt car oncle lo duch de Gandia comtes barons nobles cavallers e altres gentils homens axide nostres regnes e terres com del regne de Castella aci en nostre servey residents. E ara a la perfi nostre senyor Jhesu Crist a suplicacio de la humil verge Maria en los quals es tota nostra sperança e devocio singular no volents la mort dels peccadors obrils via de salud ço es que vuy data de la present lo dit Jacme ensemps ab ses muller mare e germanes e altres es vengut a nos e ab los genolls en terra nos ha demanat misericordia ens ha soplicat li volguessem perdonar. E nos per reverencia de nostre senyor Deu e de la sua molt gloriosa mare havem usat vers ell mes de misericordia que de justicia rigurosa car havemli perdonade les penes de mort de mutilacio de membres e exil perpetual de nostres regnes e terres, semblantment a les dites muller mare e germanes sues e altres de la dita ciutat havem perdonat les dites mort exil e mutilacio e encara detencio de preso de ses persones exceptats los qui entrevingueren en la mort del Arquebisbe de Saragoça. Pero lo dit Jacme havem posat sots guardia e custodia feels. Perque sabents de cert que de aquestes coses haurets plaer aquelles agotx vos manifestam eus trametem lo feel de nostra cambra..... exhibidor de la present. Dada en lo siti de Balaguer sots nostre segell secret a XXXI dias doctubre del any MCCCCXIII. Rex Fernandus.»


Una visión romántica y decimonónica:
José Mª Tamburini y Dalmau, El Conde de Urgel en poder del rey Fernando de Antequera.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Juan Luis Vives, Tratado del socorro de los pobres


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Comunicamos hoy otra obra del autor de los Diálogos o Linguæ Latinæ Exercitatio. Pero el humanista Juan Luis Vives fue también innovador en el campo del pensamiento social con su De subventione pauperum. José Vicente Gómez Bayarri, en su Vigencia actual de la obra del humanista valenciano Juan Luis Vives (Revista Valenciana d'Estudis Autonòmics, 60, 2015: 5-55) lo expone así: «En este tratado, nuestro humanista se plantea y analiza la problemática de la beneficencia como función social y está considerado como un monumento pragmático de la sociología de la época y una obra precursora de muchas de las ideas de la sociología moderna e, incluso, algunas de sus propuestas tienen de vigencia en el mundo actual. Es un verdadero ensayo sobre la organización municipal o estatal de la beneficencia pública con el objetivo primordial de remediar la pobreza, no valiéndose sólo de la limosna sino acudiendo a otras medidas que las instituciones públicas y privadas deben poner al servicio de la sociedad para atajar la plaga del pauperismo. Vives en De subventione pauperum interpreta, según Marcel Bataillon, el espíritu de las ciudades que empezaban a tener conciencia de la necesidad de organizar la beneficencia pública y los deseos de una reforma de orden intelectual, moral y religiosa que encarna perfectamente nuestro pensador, a la vez que su mentalidad puritana y laboriosa concuerda con las aspiraciones de ciertos sectores de la ciudad de Brujas que soñaban en la prosperidad por medio del trabajo. Su sentido social de la vida municipal le llevó a identificarse con los regidores que aspiraban a poner ciertos intereses particulares al servicio del bien común de los ciudadanos.»

Por su parte, Víctor Lillo Castañ, en su artículo Un reformista en la corte de los Austrias: sobre el autor de Omníbona, una utopía castellana anónima del siglo XVI (Studia Aurea, 10, 2016: 105-129), se refería así a la obra que presentamos, a la que considera una de las fuentes de la que estudia. Dice así: «Las reformas que acabamos de exponer guardan un evidente parecido con el De subventione pauperum (1526) de Juan Luis Vives, tratado en el que el humanista valenciano abogaba por acabar con la mendicidad. Vives censuraba a los que, pudiendo trabajar, preferían pedir limosna por las calles y las iglesias, proponía censar a los pobres que vivían en sus casas, y que aquellos que pudieran trabajar pero no supieran ningún oficio recibieran instrucción de forma gratuita. El plan asistencial de Vives desplazaba a la Iglesia del papel que tradicionalmente había desempeñado en la beneficencia; la tarea de recolectar y distribuir el dinero entre los pobres recaía ahora en los consejos municipales, encargados de la correcta administración de los hospitales y las casas de acogida (...)

»El De subventione pauperum no estuvo exento de polémica. En una carta fechada en agosto de 1527, Vives confesaba a su amigo Cranevelt que Nicolas de Bureau había “atacado con fortísimas críticas mi librito sobre los pobres. Lo declara herético y fautor de la facción luterana; parece ser que amenaza con denunciarlo”. Aunque no sabemos con certeza qué motivó esta airada reacción, Bataillon sugiere que podría deberse a que Bureau era un fraile franciscano y que, al pertenecer a una orden mendicante, no debió ver con muy buenos ojos las propuestas de Vives. A pesar de que el humanista valenciano se mostrara sorprendido ante tal acusación, pues admite que se esmeró en no ofender a nadie con su tratado, lo cierto es que el De subventione pauperum estaba destinado a levantar ampollas. En 1530, cuatro años después de su publicación se escuchan ecos de la misma polémica en Ypres donde “representantes de las cuatro órdenes mendicantes (...), denunciaban los estatutos reformistas de la ciudad” (Santolaria) que prohibían la mendicidad y apostaban por secularizar las ayudas a los pobres, al considerar que estaban basados en la doctrina luterana.

»Pero, dejando de lado la comprensible oposición de las órdenes mendicantes, ¿había motivos para considerar que las reformas del De subventione pauperum (...) eran de cuño luterano? El tratado de Vives, como se ha señalado, era mucho más revolucionario por su fondo que por su forma —en vano buscaremos en sus páginas ataque alguno a los frailes mendicantes, aunque en parte fuera por ahí por donde le vinieran las críticas—. En palabras de Bataillon, “el tema que abordaba —la extinción del pauperismo, como dirá el siglo XIX— desde luego tenía el alcance suficiente como para poner en tela de juicio la estructura económica de la sociedad al mismo tiempo que la moral” (Bataillon). El opúsculo del valenciano, además, coincidía en lo esencial con las medidas en contra de la mendicidad aprobadas unos años antes en Wittenberg (1522), Altemburg (1522) o Leising (1523) “cuyas ordenanzas de pobres habían sido inspiradas por adalides del luteranismo (…) como Andreas Carlstadt, Wenzel Lick o el mismo Lutero” (Pérez García). A pesar de estas coincidencias, no me atrevería a tildar de luterano el De subventione pauperum. Creo, con Michele Fatica, más sensato suponer que tanto Lutero como Vives participan de una mentalidad común, la de una clase media urbana que busca soluciones nuevas y radicales al problema inveterado de la pobreza.»

Jacques Callot, Mendigos, talla dulce y aguafuerte, 1622