lunes, 24 de marzo de 2025

Nicolás de Condorcet, Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano

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La Ilustración troca el viejo mito de la pasada y admirable Edad de Oro, por el nuevo mito del futuro y admirable Progreso; hay una ley en la naturaleza humana que la aboca a una perfectibilidad sin límite. Sólo cuando la sociedad da la espalda a la razón (por culpa de la tiranía y la superstición) se producen retrocesos o estancamientos de los que saldrá gracias a las luces de los filósofos. La confianza en el Progreso se convierte así en el elemento central de la nueva religión secular, todavía hoy dominante.

Son progresistas los que incorporan esta creencia a su modo de enfrentarse a la realidad, para comprenderla, y para actuar en ella. Resulta, además, muy satisfactoria: sitúa a su practicante en el lado bueno de la historia, ya que está destinado necesariamente a triunfar: trabajan por el Progreso, son necesariamente beneméritos. El rechazo al Progreso es en cambio abominable: lo practican los reaccionarios que rehúsan la aplicación de las correctas medidas a que induce la razón; necesariamente son necios o malvados (o las dos cosas).

Pero aquí se nos plantea un problema de considerable entidad. Los que se han caracterizado como progresistas en estos últimos dos siglos y medio, se han representado (con esforzado convencimiento) el Progreso de la humanidad de formas muy variadas: poco tienen que ver el futuro y las recetas para alcanzarlo que ofrecen ilustrados y revolucionarios de fines del XVIII, con el de los liberales doctrinarios, con el de los radicales y republicanos del XIX, con el de los socialistas y comunistas del XX, con el de los posmodernos actuales.

Todos sus futuros son contradictorios entre sí, y resultan inservibles para la siguiente generación. Y sin embargo, al reflexionar sobre el pasado se mantiene un sentimiento de hermanamiento con todos los progresistas, del ayer, hoy y mañana, y lo más que se hace es desplazar a los reaccionarios actuales los futuros rechazados de los progresistas pretéritos. El talante progresista se convierte así en una cáscara vacía, a rellenar con los valores, principios ideológicos, gustos estéticos, que estén de moda en cada época.

Podemos considerar al ilustrado Nicolás de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794) como uno de los más prestigiosos fundadores del progresismo. Matemático, científico, filósofo y político, se implicó a fondo en la Revolución francesa, desde el primer Comité de los Treinta hasta acabar militando en las filas girondinas. El terror jacobino le amenazó de muerte y le obligó a esconderse, y durante varios meses redactará este Bosquejo, el plan de una extensa obra destinada a examinar pormenorizadamente la historia de la Humanidad, en su progreso indefinido. Finalmente será detenido y encarcelado, y parece ser que se dio muerte apenas dos días después.

Luis Suárez en sus Grandes interpretaciones de la historia nos lo presenta así: «El libro del marqués de Condorcet, Esbozo de un cuadro histórico de los progresos de la mente humana, es en cierto modo una obra trágica, pues fue escrito por su autor cuando esperaba ser guillotinado en el Terror de 1793. Constituye un a modo de testamento de la Ilustración. Condorcet arrancaba de dos principios en los cuales creía firmemente: a) la perfectibilidad humana es indefinida, y b) la razón nunca puede retroceder. De modo que, mientras la tierra pueda soportar a los hombres, éstos seguirán progresando en sabiduría, en virtud y en libertad, sin que quepa la menor duda de ella. Por vez primera se formula la famosa ecuación de Auguste Comte: sabiduría, riqueza y felicidad.

»Condorcet creía haber descubierto una ley universal, la del progreso, válida para explicar la Historia y para predecir el futuro. Un día llegará en que los hombre vivan en libres comunidades nacionales, sin tiranos ni sacerdotes, subordinados todos a la razón. El progreso abarca todos los aspectos. Es riqueza que aparece como resultado de la ciencia. Es larga vida, que nacerá de los nuevos conocimientos médicos e higiénicos. Es virtud, porque la educación sistemática heredada hará del hombre una criatura moral. Nos parece escuchar, en estos principios, el credo social de nuestros abuelos. Pese a todo, Condorcet admite que el progreso no es función natural y necesaria: dos obstáculos se le oponen, la religión, que divide a los hombres, y el exceso demográfico —una preocupación europea muy de su tiempo—, que puede quebrantar el índice de riqueza. Como remedio a lo primero aconseja la instrucción laica; para lo segundo, el maltusianismo.»

En Clásicos de Historia comunicamos en su día las siguientes obras de Condorcet: Reflexiones sobre la esclavitud de los negros (1781), y el Compendio de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith (1776).

lunes, 10 de marzo de 2025

Martín Hume: Historia del pueblo español; su origen, desarrollo e influencia

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«Yo podría citaros, y aquí los traigo, algunos textos admirables del gran historiador Martín Hume, que honra hoy a la ciudad de Madrid que le hospeda. No los leo; son tan vivos, afirman con tanta intensidad esa diferencia [la personalidad nacional de Cataluña, a la que acaba de referirse], que supongo que, al través de mis labios, esos textos os ofenderían, y yo no he venido aquí para ofenderos.» Es Francisco Cambó el que se dirige así en 1907 a los diputados en el Congreso, en el curso de la discusión sobre la Ley de reforma de la Administración Local presentada por el gobierno largo del conservador Antonio Maura.

El historiador al que se refiere es Martin Andrew Sharp Hume (1843-1910), y posiblemente los textos a los que alude proceden de la obra The Spanish people; their origin, growth, and influence (1901), cuya temprana traducción (1904) comunicamos hoy aquí. Este importante hispanista británico, establecido en España durante una parte considerable de su vida, gozó de una considerable fama en nuestro país por sus estudios, centrados sobre todo en los siglos XVI y XVII y en las relaciones entre España e Inglaterra.

Trató y fue apreciado por buena parte de la intelectualidad española de su época, que se refirieron así la obra que presentamos. Rafael Altamira, en su Psicología del pueblo español: «Merece respeto, aunque cabe discutirla en muchos puntos, la opinión de míster Martin A. S. Hume formulada en su libro The Spanish peopleJulián Juderías, en La leyenda negra y la verdad histórica: «Hasta ahora no ha escrito ningún español un… análisis de la época de Felipe IV como el de Martin Hume.» Miguel de Unamuno: «Pocos libros me han sido más sugestivos de reflexiones respecto a nuestra España y a nosotros los españoles, que este libro de un inglés que nos conoce y nos estima. Es a primera vista un excelente compendio de historia de España; pero si bien se mira, resulta un excelente tratado de psicología del pueblo español.» En cambio, tras reconocer su popularidad e influencia, el hispanista mejicano Carlos Pereyra concluye: Hume ha construido una «fantástica historia de un pueblo imaginario».

Y hoy, siglo y cuarto después de su publicación, ¿cómo podemos valorarla? Y ¿qué interés tiene su lectura? Hume no muestra ninguna animadversión hacia España y los españoles. Al contrario, muestra ese interés y cercanía característico de tantos hispanistas, que les lleva a emprender la confección de síntesis históricas sobre España con las que pretenden darla a conocer a sus compatriotas y explicarla, y que suelen ser recibidas con interés y reconocimiento en los medios cultivados españoles. (Una de las últimas muestras de ello, que todavía no he tenido ocasión de leer, es The Penguin History of Modern Spain, 1898 to the Present, de Nigel Townson.)

Quizás el problema (y por tanto el interés en su lectura) radique en el punto de partida de Martin Hume: «Se intenta en este libro trazar la evolución de un pueblo muy complejo, a partir de sus varias unidades étnicas, y buscar en las particularidades de su origen y en las circunstancias de su desarrollo la explicación de su carácter e instituciones, y de las principales vicisitudes que ha atravesado como nación.» El subrayado es mío.

A la hora de emprender su síntesis totalizadora de la historia de España, Hume acude ante todo a la herramienta entonces aun no desprestigiada que oscila entre el etnicismo y el racismo: los pueblos constituyen entidades cerradas en sí mismos que conservan a través de los siglos sus características primordiales, para bien y para mal. Un acercamiento a dicho planteamiento lo hicimos en Las razas europeas en la Antropología racista, y una manifestación clara es La Raza, de Pere M. Rossell. Así, Hume considera el sustrato hispánico-ibérico como africano, beréber, que continuamente aflora a través de los siglos, pero que cuando interesa se fragmenta en etnias contrapuestas, «los celtíberos romanizados y bautizados, y los francogodos feudales». Aquí radica el entusiasmo que mostraba Cambó por nuestro autor.

Pero es que además, Hume en su esfuerzo de entender y explicar la historia de España, asume buena parte de la leyenda negra: el esplendor y tolerancia de Al Ándalus, donde «la gran mayoría de la población civil mozárabe estaba muy contenta con su suerte»; el papel de la Iglesia es dominante en lo social, económico y cultural; la Inquisición española parece asumir en sí toda la intolerancia europea; la casi eterna decadencia española, que se inicia apenas se sale de las brumas medievales, que dura casi hasta el presente, y sólo se interrumpe brevemente por la acción limitada de ilustrados y liberales…

En realidad estos despropósitos y exageraciones ya habían sido aceptados como hechos evidentes por una parte significativa de la intelectualidad y de la clase política española, especialmente desde la orilla progresista y radical. Y, naturalmente, no resultaron eficaces para contrarrestarlos la leyenda rosa del nacionalismo más conservador o tradicionalista. Ya lo señaló Julián Juderías: «Esta leyenda, convertida en dogma, hace que los liberales, para serlo, tengan que afirmar públicamente que la historia de España va envuelta en las sombras de la intolerancia y de la opresión, y que los reaccionarios, para serlo también, entonen himnos de alabanza al Santo Oficio y consideren como un timbre de gloria para nuestra patria el haber mantenido tan benéfica institución por espacio de tres siglos.»

Hemos incluido como Anexos dos interesantes artículos en los que se enjuicia y valora la Historia del pueblo español. El primero, patentemente laudatorio, de Unamuno, que encuentra coincidencias de pensamiento con Hume en lo referente al individualismo español. El segundo, de Pereyra, evidentemente crítico, que enumera lo que considera errores, omisiones y contradicciones por parte de Hume.