Bartolomé Domínguez, Un desconocido |
Continuamos una semana más con las bullangas de Barcelona que caracterizan, junto con las de otras ciudades, la guerra civil y las maniobras de la Corte y los políticos, el establecimiento definitivo del régimen liberal en España. Pero nos vamos a centrar en esta ocasión en la primera, la de la quema de conventos y matanza de frailes, que le da un característico tono anticlerical (o anticatólico), de larga persistencia en la historia posterior. Acudimos a la obra que publicó en el mismo año de 1835 Francisco Raull, que había sido alcalde constitucional durante el Trienio liberal, exiliado posteriormente, y a la sazón principal responsable del periódico El propagador de la libertad. Naturalmente, es una obra sesgada, que enfoca los acontecimiento desde un riguroso planteamiento progresista, y atendiendo a los intereses coyunturales de su cuerda política.
Así, explica los acontecimientos de la noche del 25 al 26 de julio por la falta de talante revolucionario de los gobernantes de Madrid y Barcelona, por la persistencia del dominio de las clases privilegiadas, y por la diversidad territorial de jurisdicciones y administraciones, «cuando la España no debe formar más que un solo estado, un solo territorio, un solo Todo, gobernado por los mismos principios y las mismas leyes.» Luego, describe los ataques e incendios a los conventos y la muerte de religiosos como hechos fortuitos e inevitables: «el odio había pasado de raya y más se embraveciera cuanto mayor fuera el esfuerzo para contenerle.»
Procura asimismo enjalbegar a los mismos incendiarios: no hubo pillaje, fueron diligentes y prudentes, puesto que desistieron de quemar algunos conventos por el peligro de que el fuego se extendiera a las casas colindantes, y «ningún convento de monjas sufrió el menor ataque, ningún clérigo un insulto, ni ninguna fea maldad, que ordinariamente acompañan a semejantes conmociones nocturnas, se cometió en aquella espantosa noche.» En cambio, en el seminario «defendiéronse los frailes haciendo fuego, e hiriendo a algunos hicieron volver las espaldas a los demás.» ¡Qué desfachatez! Respecto a los frailes muertos, lo fueron no se sabe cómo, parece que por accidente: todo lo que dice es: «pereciendo unos cuantos en medio de la confusión y del trastorno.»
Raull justifica la inacción de las autoridades por las circunstancias, critica las medidas de autoridad posteriores, y responsabiliza del linchamiento del general Bassa a la imprudencia de la propia víctima. Naturalmente, se subleva ante el incendio de la fábrica de Bonaplata, y considera de justicia que se indemnice a su propietario… Y concluye la obra felicitándose por el establecimiento de la Junta de Autoridades (de la que forma parte nuestro conocido Xaudaró), y la elección indirecta de la Junta Auxiliar, y recomendando «que el Pueblo adquiera la convicción de que la Junta vela sin cesar sobre los altos destinos de la Patria.»
El talante anticlerical del autor es patente: por aquellos días escribió en El propagador: «De varios puntos del Principado recibimos semanalmente avisos de la perniciosa influencia de parte del clero sobre la clase proletaria, a la que seduce con sus sermones para que vaya a engrosar las filas de los facciosos, suponiendo que la religión está perdida si todos los cristianos no toman las armas para defenderla (…) Esto era consecuente atendida la poca instrucción de los pueblos de la montaña, su fanatismo inveterado, la falta de trabajo, el no haber experimentado los labradores ningún beneficio material desde que se proclamó el Estatuto; y sobre todo nos convencimos de que sucedería lo que está pasando luego que tuvimos conocimiento de la medida imprudente, antipolítica e inconcebible de permitir que los frailes a quienes se había echado a hierro y fuego de los conventos se diseminasen por todo el Principado irritados como debían estarlo y a pesar del proverbio bien sabido de que el fraile no perdona.» (Cuaderno VII, julio de 1835).
El abogado Francisco Raull (1788-1861) fue uno de los personajes destacados de la Barcelona isabelina. Con motivo de la campaña en su contra que se llevó a cabo en El Republicano, acusándole de aceptar sobornos, de imponer honorarios excesivos y otras corrupciones, su hijo Carlos publicó Calumnia y vindicación (Barcelona 1842), en la que sintetiza y ensalza la trayectoria de su padre: «Desde el momento en que mi padre abrazó la causa de la libertad, ha sido uno de sus más constantes defensores. Innumerables testigos de ello existen en todos los países a que la contra-revolución y las reacciones le han conducido: ni un momento de vacilación en sus ideas ha experimentado en toda su vida política: y nadie será capaz de presentarle un documento legítimo que pruebe lo contrario; pero como la calumnia en los artículos transcritos ha llegado a un grado a que no era creíble pudiese alcanzar la perversidad humana (…)
»Otro comprobante hay aun: desde que mi padre vino de emigrado se le ha honrado en esta ciudad con los destinos de capitán de la 5.ª compañía del batallón 15.° de M. N.; con el de primer comandante del de Artillería; con el de Síndico procurador del Común; con el de vocal auxiliar de la Junta de gobierno de esta provincia en 1840 y actualmente es vocal secretario de la Junta protectora de la escuela de ciegos: verdad es que el haber sido alcalde constitucional en 1823 le valió diez años de emigración en Francia y los demás honores después de su regreso, un año de destierro en Canarias y dos de ausencia por estar perseguido por el Barón de Meer; pero mi padre lo sufrió todo con resignación por ser en defensa de la patria y de la libertad; ¿y qué padecimientos habrá sufrido por ella el detractor de mi padre? ¿y qué empleos de elección popular ha obtenido nunca él que se complace en desacreditarle? Hace bien en ocultar su nombre para evitar la comparación.»
A esta edición de la Historia de conmoción de Barcelona hemos agregado en Anexo algunos documentos oficiales (como la estadística que elaboró el gobernador civil), algunos testimonios de particulares (jóvenes o niños cuando se produjo la revuelta) que fueron testigos presenciales, a los que se añade el pasaje correspondiente de las Memorias del general Llauder, y tres análisis históricos cercanos a los acontecimientos: la de la importante obra Panorama español, crónica contemporánea (1845, la más imparcial), la de Víctor Balaguer (1851, la más literaturizada y a la vez la más dependiente de Raull), y la de Vicente de la Fuente (1871, la más crítica).
La ciudad se convierte en un mar de llamas (Patxot) |