Alexander Hamilton por John Trumbull |
En mayo de 1931 Miguel de Unamuno escribía en su habitual comentario publicado en El Sol, unas reflexiones que hoy, casi un siglo después, continúan siendo actuales: «Hay otro problema que acucia y hasta acongoja a mi patria española, y es de su íntima constitución nacional, el de la unidad nacional, el de si la República ha de ser federal o unitaria. Unitaria no quiere decir, es claro, centralista, y en cuanto a federal, hay que saber que lo que en España se llama por lo común federalismo tiene muy poco del federalismo de The Federalist o New Constitution, de Alejandro Hamilton, Jay y Madison. La República española de 1873 se ahogó en el cantonalismo disociativo. Lo que aquí se llama federar es desfederar, no unir lo que está separado, sino separar lo que está unido. Es de temer que en ciertas regiones, entre ellas mi nativo País Vasco, una federación desfederativa, a la antigua española, dividiera a los ciudadanos de ellas, de esas regiones, en dos clases: los indígenas o nativos y los forasteros o advenedizos, con distintos derechos políticos y hasta civiles. ¡Cuántas veces en estas luchas de regionalismos, me he acordado del heroico Abraham Lincoln y de la tan instructiva guerra de Secesión norteamericana! En que el problema de la esclavitud no fue, como es sabido, sino la ocasión para que se planteara el otro, el gran problema de la constitución nacional y de si una nación hecha por la Historia es una mera sociedad mercantil que se puede rescindir a petición de un parte, o es un organismo.»
Es éste, quizás, un momento oportuno para volver a la obra citada por el rector de Salamanca. Alexander Hamilton (1755-1804) y James Madison (1751-1836) jugaron un papel decisivo de la Convención de Filadelfia (1787) que elaboró la definitiva constitución norteamericana, en sustitución de la vieja y más laxa confederación de diez años atrás. Representaban a Virginia y Nueva York, respectivamente, por lo que ambos aparecerán entre los firmantes del nuevo texto constitucional. Pero la necesidad de lograr su ratificación por los trece estados en medio la polémica y lucha de intereses entre los partidarios y enemigos de un mayor poder central en la joven república, decidió a Hamilton a emprender una serie de artículos para combatir a los críticos, tarea en la que contó con la colaboración de Madison y de John Jay (1745-1829) diplomático (había sido embajador en España) que ocupaba entonces el cargo de secretario de asuntos exteriores. Fueron en total ochenta y cinco entregas, publicadas bajo el seudónimo de Publius principalmente en tres periódicos de Nueva York, aunque reproducidos en otros estados. Su difusión fue grande, y se recogieron en dos volúmenes ya en 1788. Mucho más tarde acabarán siendo conocidos como The Federalist Papers.
El resultado fue la asunción, hasta cierto punta definitiva, del concepto de pueblo (We the People…), que se quiere supere ampliamente al de cada uno de los trece estados. Y será el pueblo norteamericano ―pueblo nacional― el que se revista con una nueva identidad que supera, incluyéndolas, a las de las antiguas trece colonias. El poder central ya no es una mera delegación de los poderes originarios de los estados, con frecuencia dispuestos a reclamar estos o a ignorar aquella, como ha ocurrido frecuentemente por todo el territorio de la república una vez terminada la guerra de Independencia. Ahora culmina el proceso revolucionario: una nueva realidad, el pueblo de los Estados Unidos, es el origen tanto del poder local como del central. Ambos representan esferas o ámbitos complementarios, respetables los dos, pero es cada vez más evidente para todos cuál representa más perfectamente los intereses, la voluntad popular, del pueblo norteamericano. El partido federal de John Adams, Hamilton y Jay ha triunfado plenamente, pero no por mucho tiempo. Su tendencia conservadora y su acercamiento y reconciliación con el Reino Unido, acabarán por restarles apoyos y serán derrotados en el cambio de siglo por los republicanos demócratas de Thomas Jefferson, al que se incorporará Madison. Y como luctuoso final de una época, el 11 de julio de 1804 Alexander Hamilton muere en el duelo con el que se enfrenta a su rival de Nueva York, el también abogado Aaron Burr.