Escribía Juan Reglá en su conocido manual de Historia de la Edad Media, tomo II: «La derrota angloangevina de Bouvines obligó a Juan Sin Tierra a capitular ante sus barones sublevados, los cuales, con el apoyo del clero y de la burguesía londinense, impusieron al monarca la Carta Magna (1215), primer monumento de las libertades inglesas. La curia de los reyes ingleses, limitada a una misión consultiva, integrada por los barones, prelados y delegados de la ciudad de Londres ―Concilium magnum generale― se convertía ahora en órgano esencial del gobierno, ya que era indispensable su consentimiento para establecer cualquier impuesto real. Los barones, la Iglesia y la burguesía limitaron el absolutismo a que tendía la realeza en nombre de los derechos nacionales. En 1216, ya bajo Enrique III, el Concilium tomó el nombre de Parlamento y se convirtió en una asamblea política. En la Carta Magna de 1215 radica la base de las instituciones sobre las cuales se levantaría el edificio de la Historia británica. El país, con un mayor grado de centralización que las restantes monarquías de la época, se divide en condados gobernados por funcionarios, los sheriffs. El monarca posee en todo el territorio los poderes jurisdiccionales, que ejerce por medio de jueces y jurados de notables. A fines de la centuria se organiza el procedimiento de apelación para las causas criminales. Bajo la influencia directa del Derecho romano, a través de la famosa escuela de Bolonia, la jurisprudencia y los statuts del monarca crean un Derecho nacional coherente.»
Por su parte, el siempre sugestivo Gilbert Keith Chesterton, en su Breve historia de Inglaterra, la valoraba así hace casi un siglo: «Durante el reinado de Juan y de su hijo, siguieron siendo los barones los dueños del poder, y no el pueblo; pero entonces comenzaron sus contemporáneos ―y los historiadores constitucionales después― a percibir cierta justificación para hacerse con él (…) La Carta Magna no fue un paso adelante en el camino de la democracia, sino un paso atrás en el despotismo. Esta doble interpretación nos facilita la inteligencia de todos los ulteriores sucesos. Un régimen aristocrático algo tolerante vino así a conquistar, y muchas veces lo mereció, el nombre de libertad. Y toda la historia de Inglaterra podría resumirse advirtiendo que, de los tres ideales de la divisa francesa —Libertad, Igualdad, Fraternidad— los ingleses han demostrado gran apego al primero y han perdido, en cambio, los otros dos.»