Presentamos un nuevo testimonio sobre la Rusia leninista, en esta ocasión desde una postura de radical rechazo. La redacta Joseph Douillet (1878-1954), que se presenta así: «yo, un belga, que ha vivido treinta y cinco años de su vida (1891 a 1926) en Rusia, que habla el ruso, que se ha creado allí un vasto campo de relaciones, afirmo conocer el país a fondo. Durante la revolución he desempeñado el cargo de Cónsul de Bélgica en Rusia. Después del advenimiento del Soviet, formé parte de la Comisión de Socorros, que dirigía el profesor Nansen, Alto Comisario de la Sociedad de las Naciones; fui más tarde apoderado en los territorios soviéticos del Sudeste; director adjunto de la Misión Pontificia en Rostov del Don y de otras varias instituciones internacionales. He aquí condiciones particularmente favorables para estudiar el funcionamiento del régimen soviético hasta en los menores detalles de la vida diaria y en los lugares mismos de su aplicación. Llegué a gozar de amplia libertad de movimientos, enteramente excepcional en la Rusia comunista. Agréguese a esto el gran caudal de relaciones que me fue dable adquirir en todos los campos sociales, mucho antes de la revolución, y se explicará el lector las razones por las cuales pude observar personalmente el cuadro de conjunto de la vida en Rusia bajo el régimen comunista, aun en sus detalles más íntimos y menos accesibles.»
Sin embargo, esta vida rusa en Rusia, con las anteriores salvaguardias internacionales, se verá truncada con el encarcelamiento de su hijo, y luego de él mismo (por motivos que no explicita), cuando el nuevo régimen soviético se encuentra definitivamente asentado. El resultado será el regreso a occidente y la publicación de esta obra, que gozará de una rápida y abundante difusión. Naturalmente, nos encontramos una vez más con una obra de combate, patentemente condenatoria de la realidad que describe, y con el propósito manifiesto de desenmascarar la propaganda comunista y el engaño a que se somete a los abundantes compañeros de viaje occidentales. Es un texto maniqueo, de condena absoluta y en bloque, tanto del régimen comunista como de todos sus autoridades y funcionarios. Es superficial en los detalles cuando no directamente fabulador, sobre todo cuando quiere realzar las acciones que desarrolla el autor en representación de organizaciones extranjeras, y sus ocasionales intervenciones casi providenciales. Y, sin embargo, es veraz en el fondo: muchas de sus observaciones coinciden en buena medida con las de otros viajeros más perspicaces y equilibrados (Pestaña, De los Ríos...) e incluso con las de militantes convencidos profundamente devotos de la Revolución (por ejemplo, Makarenko).
Las limitaciones del Moscú sin velos podrían haber provocado un rápido olvido, y merecer como mucho una mínima nota a pie de página en el estudio correspondiente. Pero una circunstancia casual lo evitará. El joven Georges Remi, Hergé, utilizará este libro como única fuente de su Tintín en el país de los soviets (1929), primera aventura de este personaje clave en la historia del cómic. Es una obra primeriza, y el mismo autor, en sus conversaciones con Sadoul, llega a considerarla «un pecado de juventud». Michael Farr, en su Tintín; el sueño y la realidad, señala: «El retrato que Hergé hace de la Rusia soviética es muy sombrío.» Pero después resalta coincidencias con «la narración que luego hará Malcolm Muggeridge, cuatro años más tarde, de un viaje por el norte del Cáucaso. “Es evidente que la población civil se muere de hambre. Aquí no hay pan desde hace tres meses”, escribió en marzo de 1933 para el Manchester Guardian. “Una parte de los alimentos que les han quitado ―y los campesinos lo saben muy bien― siguen exportándose al extranjero.” Las palabras de ambos periodistas, Tintín y Muggeridge, no son muy distintas: producen escalofríos. Muggeridge habla del “sentimiento de desesperación que reinaba”. “He visto”, escribió, “con mis propios ojos un grupo de veinte campesinos marcharse escoltados. Era un espectáculo tan habitual que ni siquiera suscitaba curiosidad.” Esta descripción hubiera podido figurar en la aventura en la que Tintín se había sumergido años antes.» O en la obra de Douillet, añadimos nosotros.