Pere Màrtir Rossell i Vilà (1882-1933) fue un destacado veterinario natural de Olot, con una dilatada carrera profesional en el primer tercio del siglo XX; director de la Escuela de Agricultura y del Zoológico de Barcelona, publicó numerosos libros y artículos sobre zootecnia, en catalán, en castellano y en otras lenguas. Pero también fue desde su juventud un acérrimo nacionalista catalán, con obras como Diferències entre catalans i castellans: les mentalitats específiques (1917), Las razas animales en relación con la etnología de Cataluña (1930), Organització de la defensa interior (1931), y numerosos artículos. Pero no sólo fue un intelectual: su compromiso le llevó a afiliarse a Estat Català, el partido de Macià, y luego a Esquerra Republicana de Cataluña, con la que obtuvo un escaño en el Parlamento de Cataluña, tras las sorprendentes elecciones de 1932.
Como los principales forjadores del catalanismo político, Rossell es racista; pero quizás influido por su labor profesional, se adentra con decisión en el campo del mal llamado racismo científico, muy difundido entre un sector radical de la intelectualidad europea y europeizada. Ahora bien, como su racismo es consecuencia de su nacionalismo catalán, no le sirven buena parte de los planteamientos de los expertos consagrados (de los que incluimos algunas pinceladas en la última entrega de Clásicos de Historia). Y así, publicará en 1930 su obra más ambiciosa, la que hoy comunicamos: un exhaustivo análisis de lo que él entiende por raza. Como en tantas pseudo-ciencias, ideologías políticas o sociales, y supersticiones varias, parte de una creencia (aunque no la considera tal): las razas surgieron en la prehistoria por la acción del medio ambiente, y se mantienen perennes, inalterables, incomunicables. Esta verdad se proclama como evidente e irrebatible, lo que hace superflua cualquier demostración.
A partir de ahí funda su raciología o ciencia de las razas, como síntesis realizada desde todas las ciencias…, y desvela el papel decisivo que en todas ellas han jugado siempre las razas. Pero éstas no se diferencian entre sí tanto por sus características morfológicas (aunque también), sino por su mentalidad propia y exclusiva; ésta es la aportación innovadora de Rossell: «Los múltiples aspectos que pueden revestir las actividades de una raza, la filosofía, la ciencia, el arte, la literatura, la economía, la vida social, todas y cada una de las manifestaciones humanas, están presididas por una idea básica, que es la mentalidad. Una manera especial de cultivar la tierra supone igualmente una literatura determinada. Dentro de una misma raza, la unidad mental abarca todas las disciplinas, y está presente en cada una de sus obras. Una vez establecida la mentalidad, es inalterable.»
Pero existen unas calamidades que destruyen la supuesta feliz coexistencia separada de las razas: el imperialismo, auténtico motor de la historia, que supone la conquista de unas razas por otras, la existencia de razas dominadoras y razas dominadas. Pero mucho peor es el mestizaje, la mezcla de razas: «Los elementos extraños que se reproducen dentro de una raza, con la consiguiente mezcla de características, causan alteraciones profundas que tardan en desaparecer por lo menos cuatro generaciones. Las consecuencias se agravan cuando la reproducción se practica entre individuos ya mezclados: entonces el estado de desorden somático puede prolongarse indefinidamente, si los sujetos mezclados reciben nuevas aportaciones de elementos perturbadores.»
Pero esta llamativa construcción que se quiere científica a veces hace sospechar al lector de la existencia de un curioso trampantojo: las características de las razas son aquellas que el autor puede aplicar a la raza catalana; son calamidades las que puede percibir en la raza catalana; las razas decaen al modo de la decadencia catalana, y se recuperan, naturalmente, como en la Renaixença… La enorme estructura raciológica que ha levantado parece tener un objetivo mucho más concreto y práctico que finalmente se desvela: justificar el nacionalismo catalán. Veamos algunos párrafos de la obra.
«El área geográfica de la raza catalana ocupa el Limousin, parte de Guyena y Gascuña, el condado de Foix, el Languedoc, Auvernia, Provenza, Condado de Venaissin, Condado de Niza, Rosellón, el Principado o Cataluña estricta, Andorra, zona pirenaica y parte del Bajo Aragón, Valencia, una parte de Murcia y las Baleares. Llamar al conjunto de todos estos pueblos con el nombre genérico de raza catalana se debe al hecho de que entre todos sus componentes la región del Principado es la que se ha diferenciado más persistentemente, la que presenta más homogeneidad entre todos, la más irreductible a las influencias exóticas, y por último, la que ha creado una cultura propia en los últimos períodos ya muy evolucionados de la prehistoria, lo que se repite en la edad media; además, modernamente ha sido la primera en renacer.»
«El núcleo racial catalán, y con él la mayoría de las otras fracciones de la raza, se pueden considerar establecidos en el solutrense. La mentalidad surgiría y se fijaría entre el final del musteriense y las últimas etapas del solutrense, período que habría durado aproximadamente 50.000 años.» «Las razas vecinas de la catalana son la cantábrica, la francesa, la ligúrica, la almeriense o andaluza y la española. Las diferencias culturales entre estas razas a lo largo de la prehistoria y de la historia son grandes y persistentes. (…) Y así la mentalidad específica de la raza catalana se explica únicamente por haber existido en el paleolítico superior una raza cuya mentalidad ya estaba definitivamente formada, y suficientemente fuerte para así neutralizar y absorber a los que les invadían.»
La aplicación de sus estrictos principios raciales llevan a Rossell a reivindicar la catalanidad de Frédéric Mistral, Joaquín Costa, y Ramón y Cajal, aunque ninguno haya nacido en Cataluña, y en cambio negársela a Albéniz y a Granados, nacidos en Cataluña pero españoles, y a Manolo Hugué por mestizo. Más curioso es el caso de Fortuny, hijo y nieto de catalanes, pero en el que percibe la presencia de un atavismo salido a flote desde un lejano antepasado, que le hace español. «No sabemos qué gloria puede proporcionar a una raza la producción de sujetos cuyas obras, extrañas a la mentalidad autóctona, sean al contrario en espíritu, plasmación y técnica, propias de otra raza. La raza catalana en este caso ha hecho simplemente el papel de nodriza, y toda su gloria sería la que corresponde a la nodriza de un gran hombre. El caso de Fortuny enseña que un mínimo de sangre extranjera que se infiltre en una raza, puede ser una perturbación o una servidumbre que a la larga se paga.»
¿Y merece la pena leer este libro, con frecuencia farragoso y repetitivo, y otras veces contradictorio? ¿Este descabellado monumento encaminado a sumergir a las personas reales en unas supuestas razas, meras construcciones imaginarias e irreales, pero que dictan con talante totalitario la conducta del individuo, cuáles son las costumbres, las acciones, las preferencias, los sentimientos, las creencias, las diversiones propias de su raza? En último término, quién es un buen catalán y quien es un mal catalán (o español, o francés...) Pienso que sí, ya que conviene tomar como aviso los monstruos que produce el sueño de la razón.
Buena parte de los planteamientos de este racismo científico siguen hoy plenamente activos, por ejemplo, la preocupación por determinar quién es catalán en este foro, al que también corresponde este otro hilo. Y del mismo modo está hoy bien vigente el uso de argumentos cientifistas que revisten con una apariencia de rigor epistemológico lo que con frecuencia no son más que elucubraciones y consejos de calendario. Para muchos hoy, como en La Raza, no todos merecen la misma valoración y respeto, sino que ambas dependen de la pertenencia o proximidad a ciertos grupos o creencias. Rossell reinterpretó el mundo y su historia a partir de sus fantasías zoológicas y nacionalistas. Creó una humanidad ficticia regida con mano de hierro por la ley de las razas. Muchos ideólogos han creado y crean humanidades paralelas regidas por principios tan vaporosos como el de nuestro autor: la clase, el género, el progreso... El problema es que detrás de ellos marchan políticos voluntaristas dispuestos a tender a la sociedad en el lecho de Procusto.
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Macià y Companys en las elecciones al Parlamento de Cataluña en 1932. |