Escribe Lourdes Royano Gutiérrez, en su Marcelino Menéndez Pelayo frente a sor Juana Inés de la Cruz: «Una mujer adelantada a su tiempo, increíblemente inteligente, que ya desde niña compone loas, conoce el latín, lee todos los libros que están a su alcance y desde los trece años vive en la Corte del virrey marqués de Mancera, hasta los dieciséis años en que ingresa en un convento como religiosa hasta su muerte. Su personalidad es interesante, su obra lo suficientemente atractiva para la investigación histórica. Porque ser monja, escritora de encargo, poetisa, investigadora y defensora de la mujer puede parecernos interesante o incluso común; pero serlo en México, en el siglo XVII, es extraordinario. Y solo esa clara condición de saberla diferente en un mundo diseñado para la mujer desde la cuna, nos hace acercarnos con cierta expectativa a su obra. Cuando luego comprobamos que sus versos amorosos son de una calidad insuperable para cualquier poeta de su tiempo no podemos menos que reconocer las palabras justas de Menéndez Pelayo cuando afirma que sor Juana es superior a todos los poetas del reinado de Carlos II (…)
»A su afán de saber, hay que añadir la importancia y fama que logró en su momento histórico. Sor Juana vivió sumergida en la vida literaria, se escribe con profesores, poetas de México y España, teólogos... incluso llega más lejos y se opone rebatiéndolo a un sermón del padre jesuita Antonio de Vieyra, célebre por sus prédicas. Su Carta a sor Filotea de la Cruz obra muy estudiada por los investigadores, es un rico y brillante documento autobiográfico, de los más hermosos que existen en castellano, un género poco frecuente hasta el siglo XX. Incluso al lector de hoy le sorprende la propiedad de su lenguaje filosófico, la exactitud de las citas bíblicas y sobre todo la habilidad con que somete a crítica y va rebatiendo los argumentos de Vieyra, a los que encuentra siempre el punto débil que atacar y, al mismo tiempo, mostrar su agudeza. La respuesta a sor Filotea no es autobiografía propiamente dicha sino la narración de la evolución de sus conocimientos; si se prefiere la autobiografía de su saber: cómo aprendió, por qué pensó... Sus palabras al respecto son muy claras:
»El escribir nunca ha sido dictamen propio, sino fuerza ajena; que les pudiera decir con verdad: Vos me coegistis. Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones ―que he tenido muchas―, ni propias reflejas ―que he hecho no pocas―, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aun hay quien diga que daña. Tesis y vida se funden en una respuesta magistral. La tesis de la conveniencia y el derecho de la mujer al campo intelectual y su propia autobiografía mental: pide la igualdad de conocimientos con el hombre.»