lunes, 24 de febrero de 2025

François Plaine, Los pretendidos terrores del año mil

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La creencia en el fin del mundo es un lugar común en muchas civilizaciones, quizás como mera consecuencia del hecho, fácilmente constatable, de que todas las cosas caducan. Y por lo general, se asocia ese futurible con grandes catástrofes naturales y humanas. Tampoco ha sido infrecuente el anuncio de la inminencia de dicho evento, con más o menos seguidores fanatizados, pero siempre con el mismo nulo acierto. Esto mismo, pero a una escala muy superior es lo que, durante mucho tiempo, se sostuvo que ocurrió en el año 1000 de nuestra era.

En 1503 el importante humanista alemán Johannes Trithemius concluyó la redacción de unos anales y crónica del monasterio de Hirsau. Allí relaciona ciertas catástrofes naturales del año 1000 con la creencia en un próximo fin del mundo que había anunciado un clérigo cuarenta años antes. Sin embargo, no parece que ni la profecía ni el texto tuvieran un difusión apreciable.

Fue el cardenal César Baronio (1538-1607) en su monumental obra Anales Eclesiásticos, ingente recolección y crítica de cuantas fuentes alcanzó, el que partiendo de la sugestión anterior, la convirtió en lo que podría considerarse un auténtico fenómeno de masas, que se habría «difundido por todo el mundo, creído por muchos, aceptado con temor por los más simples, pero rechazado por los más doctos.»

Poco después Jacques Le Vasseur, en una obra de carácter local publicada en 1633, ya acude al mito del año 1000 para explicar el ímpetu constructivo que, a su parecer, se inicia con el inicio del siglo XI. Y la presunción se mantendrá durante muchos años. Así, en 1769, le servirá al ilustrado William Robertson para explicar el origen de las cruzadas...

Pero el relato de los omnímodos terrores del año mil alcanzará su estado definitivo a principios del siglo XIX, por la yuxtaposición de liberalismo y romanticismo, aliñado con un patente anticlericalismo. Y el mito alcanza su paroxismo. En 1822 Simonde de Sismondi, en su Historia de la caída del Imperio Romano, describe patéticamente la supuesta parálisis absoluta en la que se sumió Europa: «todo trabajo corporal o espiritual perdió su sentido.» Y Jules Michelet presenta la supuesta psicosis colectiva del año 1000 como un hecho probado en su pletórica Historia de Francia (1833).

Pero también desde el ámbito católico se acepta la leyenda, como hace en 1846 la influyente, extensa y muy traducida Historia Universal de César Cantú. Sin embargo, también se plantean ciertas críticas: por ejemplo poniendo de manifiesto el enorme número de programas constructivos y fundaciones diversas que se llevan a cabo en la segunda mitad del siglo X, cuando supuestamente el mundo se ha paralizado.

Pues bien, el benedictino François Plaine puso punto final en el ámbito académico (en la cultura popular es otra cuestión) a este mito en 1873, por medio de un artículo con el que pretende «averiguar de buena fe qué ocurre con esta consternación general, con este pánico universal que se atribuye a la generación de la segunda mitad del siglo X. ¿Fueron los hombres de esta época, sí o no, sus víctimas? En otras palabras, ¿la opinión sobre los terrores supersticiosos del año 1000 tiene alguna base sólida que se apoye en los testimonios de autores de esa época? ¿Se basa en algún documento digno de ser tenido en cuenta, o este sentimiento sólo habría quedado acreditado en una fecha muy posterior al hecho mismo, por ejemplo, alrededor del siglo XVI? ¿No tendrá por base únicamente conjeturas engañosas e hipótesis sin demostrar?»

Y resuelve la cuestión por el simple método de confrontar las fuentes en que dicen apoyarse Sismonde y Michelet, con lo que realmente dicen dichas fuentes. Y observa que ningún autor aludió a un terror generalizado por un supuesto y próximo fin del mundo, antes de que lo manifestara así Baronio. Y tampoco demuestra nada el hecho de que el final del siglo X esté repleto de acontecimientos variados, guerras, destronamientos, triunfos y derrotas; o de que se produzcan hambrunas, terremotos y otras catástrofes naturales; todo esto es, en resumidas cuentas, lo mismo que ocurre en cualquier otra época, la nuestra por ejemplo.

El benedictino François Plaine (1833-1900) fue un prolífico medievalista que se ocupó especialmente de la Bretaña francesa. Le interesaron las hagiografías alto medievales, la llamada guerra de sucesión (inmersa en la de los Cien Años), el duque Carlos de Blois, la colonización de la vieja Armórica por los bretones… Residió en los monasterios de Solesmes y de Ligugé, hasta que en 1881, exclaustrado por los decretos anticlericales de la tercera República, se estableció en España, en el monasterio de Santo Domingo de Silos.

Presentamos la traducción de Les prétendues terreurs de l’an mille, acompañada de una selección de textos diversos de los autores que sostuvieron el mito, y de aquellos en los que éstos quisieron fundamentarse. Para saber más se puede acudir al artículo del profesor Eloy Benito Ruano, titulado El mito histórico del año mil (1999)

Códice de Fernando I y Dña. Sancha (1047)

lunes, 10 de febrero de 2025

Juan Ximénez Cerdán, Letra intimada al Justicia de Aragón


Blasón del autor

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El pasado 20 de diciembre se celebró, como todos los años, una de las numerosas fiestas que se han generalizado con la prevalencia del expansivo santoral laico sobre el tradicional cristiano. Me refiero al día del Justicia y de los derechos y libertades de Aragón, que conmemora la ejecución de Juan de Lanuza V tal día de 1591. El profesor Jesús Morales Arrizabalaga le dedicó un interesante artículo en el Heraldo de Aragón de ese día, en el que reflexionaba sobre la multiplicidad de significados y connotaciones de la peculiar institución aragonesa del Justiciazgo.

La justicia es una de las funciones imprescindibles en cualquier sociedad de cualquier tiempo, y por tanto atributo inexcusable del poder soberano. La Cristiandad medieval y moderna (lo que ahora llamamos Europa), acuñó muchas soluciones diferentes a partir de las de la Antigüedad tardía, de las variopintas tradiciones y costumbres de los diversos pueblos que la constituyeron, y de la recuperación del derecho romano a partir de cierto momento. Pero en todas ellas coexiste una diversidad de magistrados, tribunales y jurisdicciones.

En el Aragón del siglo XIV, y como consecuencia del proceso de afirmación del rey sobre los poderosos ricoshombres de la alta nobleza, uno de estos jueces alcanza grandes atribuciones en defensa del orden foral y las libertades del reino: la firma de derecho, en el que el procesado en cualquier tribunal reclama la intervención del Justicia, que vigilará o revisará aquel; la manifestación de un procesado, que voluntariamente pasa de la jurisdicción de un tribunal a la del Justicia; el contrafuero, en oposición de una acción, decisión o nombramiento de cualquier autoridad, incluyendo al rey. Y el Justicia sólo responde ante las Cortes de los cuatro brazos: alta y baja nobleza, eclesiásticos y ciudadanos honrados. La institución se conservará hasta 1711.

Ahora bien, como señalaba el profesor Morales, «luego está el Justicia imaginario, el mito, el héroe defensor de la libertad. Arranca en páginas editadas en 1435 por Juan Jiménez Cerdán [que presentamos en esta entrega]. Esta primera semilla de la leyenda de los Fueros de Sobrarbe será amplificada por cronistas del siglo XV, y llevada al paroxismo triunfante por Jerónimo de Blancas. En el reinado de Felipe II, Antonio Pérez interviene decisivamente en el éxito de la deformación. Antonio Pérez, desleal, mala persona, y probablemente autor de delitos graves, que aprovecha maliciosamente su pertenencia a familia aragonesa y que maneja ideas fuerza de las élites aragonesas del siglo XVI, consiguiendo que el bisoño Juan de Lanuza V interpusiera el escudo de los Fueros de Aragón contra la acción del rey y del Santo Oficio de la Inquisición (…)

»Las libertades que defendía el Justicia eran privilegios de la aristocracia y los poderosos… ¿Qué ventajas objetivables habían obtenido la baja nobleza, los ciudadanos honrados… por el régimen de Fueros? La evocación de pasados heroicos, sobre todo los mitificados, debe ser administrada con extrema cautela. Una dosis excesiva de restitución de glorias imperiales pasadas produce a los Mussolini, Hitler… y tantos neoemperadores.»

* * *

En 1435, Martín Díez de Aux, entonces Justicia de Aragón, solicita a su antecesor en el cargo, Juan Ximénez Cerdán, de ochenta años de edad, un informe sobre el origen y evolución del Justiciazgo, y sobre su prolongado desempeño del mismo. Éste redactará en su señorío de Agón la Letra intimada (esto es, carta dada a conocer), autentificada por un notario ante testigos, y remitida no sólo al Justicia, sino a las principales autoridades del reino: diputados, arzobispo y jurados de Zaragoza. Tuvo por tanto desde el principio un carácter semioficial, que se incrementará cuando su promotor el Justicia la incluya en las Observancias del reino de Aragón, y aun más con su impresión en el incunable de 1496 de los Fueros y Observancias de Aragón.

Naturalmente predomina en la Letra intimada la justificación y encomio de su autor y de su padre, que le antecedió en el cargo. Sus acciones siempre triunfan, aunque tenga que enfrentarse a nobles y reyes. Su papel en la resolución de la crisis sucesoria mediante el compromiso de Caspe, es decisivo. Legista y forista, vierte los texto legales al latín. El mismo papa Benedicto XIII lo considera «el más elevado cargo secular del mundo». Pero a pesar de su visión de parte, la obra posee gran interés por lo que nos cuenta y cómo nos lo cuenta, y a través de ella percibimos un animado cuadro del otoño de la edad media, como lo denominó Huizinga.

Presentamos la versión original en aragonés, y una traducción propia. También hemos incluido dos breves textos de Andrés Giménez Soler (de quien ya hemos comunicado otros varios en Clásicos de Historia). El primero nos informará sobre la administración de la justicia en el Aragón medieval, y el segundo nos proporcionará abundante información sobre la gestión de Ximénez Cerdán, datos que completarán con algunas sombras las exclusivas luces relatadas por el autor. Especialmente clarificador resulta lo relacionado con su cese como Justicia, en el que el enfrentamiento con el rey alcanzó grandes proporciones, y que se omite por completo en la Letra intimada.

Del considerado manuscrito original.

lunes, 27 de enero de 2025

Andrés de Mena y Francisco de Rioja: Sobre el Conde Duque de Olivares, en su caída

Velázquez, supuesto retrato de Rioja

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Propaganda y contra-propaganda es una constante en las luchas políticas de todos los tiempos. Justificar a los propios y condenar a los contrarios, atacar y defenderse, son operaciones habituales desde la Antigüedad hasta nuestros días. Pues bien, el largo gobierno del conde duque de Olivares, más de veinte años, dio lugar a una considerable oposición (aristócratas y altos funcionarios preteridos) que se incrementó considerablemente con una situación interior y exterior cada vez más desfavorable para los intereses españoles. Y en enero de 1643, cuando Felipe IV acepta finalmente separar de su cargo al conde duque, tendrá lugar un encarnizado debate mediante pasquines, panfletos y folletos, impresos o manuscritos, del que comunicamos las dos obras más importantes e influyentes.

J. H. Elliott, en su El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia (Barcelona 1990) nos narra el conflicto de este modo: «En febrero (de 1643) apareció un folleto impreso que contenía una serie de acusaciones contra el conde-duque. Su autor, Andrés de Mena, había sido, al parecer, un antiguo oficial real que había servido en 1633-1634 como agente del duque de Béjar en la corte. El folleto constituía básicamente un resumen de las críticas acumuladas contra el conde-duque por sus enemigos de la nobleza durante los años de su ministerio. Se le echaba la culpa de haber puesto fin a la tregua con los holandeses en 1621, y de haber metido a España en la guerra de sucesión de Mantua. Se le responsabilizaba de la rebelión de Cataluña. Que a su vez había dado ánimos al duque de Braganza para declarar la independencia de Portugal (…) Ya era hora de que Felipe alcanzara nuevas cotas en la condición de rey. Debía devolver los poderes a los consejos y, en adelante, seleccionar para su servicio sólo a aquellos que gozaran de la aprobación del pueblo.

»La lluvia de acusaciones formuladas por Mena exigía una respuesta vigorosa. Ésta apareció en el mes de mayo en un impreso clandestino que llevaba por título el Nicandro. Nicandro, médico griego del siglo II a. C., era el autor de los Alexipharmaca, tratado sobre los venenos y sus antídotos. La edición de Colonia de 1531 se hallaba entre los libros de la biblioteca del conde-duque y parece verosímil que su bibliotecario, Rioja, fuera el que redactara este poderoso antídoto contra el veneno de Mena, tal vez ayudado por José González… Aunque la prosa en que está escrito el Nicandro es demasiado clara para ser del conde-duque, no puede librarse de su poderoso influjo. Se trata de la defensa de sus veintidós años de gobierno, presentada con el aplomo de un hombre que no ve nada en su hoja de servicios de lo que tenga que excusarse (…)

»Esta animosa defensa de su anhelada política de unión y uniformidad no había de ganar, como es natural, nuevos adeptos para su causa, precisamente cuando esa política había fracasado de forma estrepitosa (…) No es de extrañar que esta defensa impenitente y a veces descarada de la carrera ministerial del conde-duque provocara gritos de protesta… Para los enemigos del conde-duque, frustrados por su incapacidad de echar a los olivaristas de la corte y la administración, el Nicandro vino como agua de mayo. Pero, según parece, el rey siguió impertérrito y se dice que lo había considerado muy superficial como defensa del ministro caído. Su circulación, sin embargo, había suscitado tales emociones que se vio en la obligación de ordenar la incautación de todas las copias que se encontraran, y una investigación para descubrir a los responsables (…)

»El grado de influencia del que aun gozaban los partidarios del conde-duque tanto en los círculos judiciales como en los administrativos, se echa de ver en que el autor de los cargos originales, Andrés de Mena, fue severísimamente condenado a una multa y a un destierro de seis años a Orán, y su impresor recibió un castigo más riguroso que el del Nicandro

Resulta interesante e instructivo confrontar estos dos textos contrapuestos, sus argumentos, y tácticas y maniobras. Pero es que además nos proporcionan una información de primera mano sobre una época de crisis generalizada en buena parte del mundo, que Geoffrey Parker, en un interesante artículo, describió así: «La década de 1640 fue testigo no sólo de las peores condiciones climáticas en siglos (lo cual produjo catastróficas hambrunas) sino también las peores revueltas políticas en siglos, algunas de las cuales desembocaron en regicidios (en Inglaterra y en el Imperio Otomano, mientras que en China sólo suicidándose se libró el emperador Chongzheng de ser ejecutado por el ejército rebelde que había tomado su capital)…

»La crisis mundial de mediados del siglo XVII no ha sido la única catástrofe global conocida –otra incluso más grave, en torno a la Peste Negra, tuvo lugar a mediados del siglo XIV–, pero fue la primera que dejó abundante documentación en todo el mundo. Para explicarla, sugiero un proceso compuesto por cuatro factores: 1. Un episodio repentino de enfriamiento global que puso bajo extrema tensión a muchas (aunque no a todas las) zonas superpobladas del planeta. 2. El desmoronamiento del régimen demográfico imperante bajo tal tensión. 3. Surgieron nuevas ideologías radicales en muchas (aunque no en todas las sociedades), provocando estallidos de violencia y arrebatos de creatividad. 4. A pesar de estas dificultades, muchos, aunque no todos los gobiernos, incrementaron fuertemente la presión social, religiosa y (sobre todo) fiscal.»

Pasquín portugués de 1641, tras la rebelión. Felipe IV y Olivares como
Don Quijote y Sancho Panza. (Hispanic Society of America, Nueva York)

lunes, 13 de enero de 2025

La falsa vida del falsario Saavedra (relatos y refutaciones)

Rafael, El cardenal (1510)

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Alonso Pérez de Saavedra ha pasado a la (pequeña) historia con el apelativo de el falso nuncio de Portugal. Desde mediados del siglo XVI se difundió por España la noticia de que este excelente pendolista cordobés, derivado en falsificador y estafador enriquecido, se hizo pasar por nuncio del papa en Portugal, fue recibido con toda pompa por su rey, y con los abundantes documentos fabricados por él mismo, logró establecer la Inquisición en Portugal, al modo de Castilla, para perseguir a judíos y judeoconversos. Pero, descubierto tras seis meses de representar tan espléndido papel y vuelto a España, fue procesado y condenado a galeras.

La breve relación supuestamente redactada por el mismo Saavedra, de la que se aseguraba que su original autógrafo estaba en El Escorial, circuló en abundantes copias manuscritas. Y su fama se agrandó con la representación de una comedia que popularizó (como las series actuales) el relato. El historiador Gonzalo de Illescas (1521-1574) y el cortesano y curioso escritor Luis Zapata de Chaves (1526-1595) aseguraron haberlo conocido, cuando ya estaba amarrado al duro banco. Hay referencias al caso en el anónimo Viaje de Turquía (anterior a 1557), en el historiador Jerónimo Román (1536-1597) y otros muchos autores. En fin, Luis de Páramo tradujo al latín la relación de Saavedra en 1598. Posteriormente, algunos autores portugueses, con largos periodos de residencia en Castilla tras la incorporación de Portugal a la Monarquía de Felipe II, también darán crédito al caso: Vicente da Costa Mattos en 1623, y el historiador Manuel de Faria e Sousa (1590-1649).

Pero será otro portugués, el estudioso de la Inquisición Antonio de Sousa (1580-1632) el primero que realice una pormenorizada investigación y concluya en 1628 que «De todo lo dicho hasta aquí, y de las Bulas Apostólicas, cuyos ejemplares se guardan en los Reales Archivos y en los Secretos de la Santa Inquisición, y también de los Libros de las Inquisiciones particulares de este Reino, se colige claramente que es falso... que Saavedra instituyó en Portugal el Santo Tribunal de la Inquisición, o que a lo menos fue causa de su institución (…) A esto se agrega que este hecho no se halla en memoria alguna de este Reino, ni por escritura ni por tradición de hombres, cuando hemos conocido muchos de aquel tiempo, los cuales nunca hablaron cosa alguna de este asunto; ni el hecho es de tal naturaleza que fácilmente se olvidase.» Y moteja a Saavedra de «ladrón, falsario, embustero e infame.»

Y sin embargo, la falsa historia seguirá corriendo… y creciendo. A la escueta Relación original se le van agregando circunstancias, anécdotas, opiniones, en la línea de la novela picaresca, hasta cuajar en una nueva y más extensa Vida del falso nuncio de Portugal. Pero en 1734 el muy admirado e influyente ilustrado Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) publica en el sexto tomo de su Theatro Crítico Universal una descalificación total de lo que considera una mera fábula. Lo cual no impide que de nuevo se reedite como verdad histórica en Madrid en 1739 y 1788, por parte de Bernardino Antonio Ochoa de Arteaga y Juan Bernardino Roxo respectivamente. Ambos publican la nueva versión extendida, y no se privan de criticar acerbamente a Feijoo por su refutación de Saavedra. En cambio Josef Marcos Hernández defenderá a Feijoo en su traducción (1789) de la obra de Antonio de Sousa antes mencionada.

Aun podemos citar un último creyente en la historia del falso nuncio, aunque sea ponderándola y aminorándola: en 1817 el ilustrado, secretario de la Inquisición, emigrado y liberal Juan Antonio Llorente (1756-1823), publica su Histoire critique de l’Inquisition d’Espagne, de gran difusión y pronto retraducida al castellano. Sin embargo, la fábula del falso nuncio ya ha perdido todo su brillo. Cuando Alexandre Herculano, el importante historiador decimonónico portugués, publica en 1864 su amplia Historia da origem e estabelecimento da Inquisição em Portugal, en tres tomos, omite naturalmente cualquier referencia al falsario Saavedra.

¿Qué nos queda de contrastado y cierto de todo lo anterior? Quizás quien mejor lo concluye es Feijoo: «Lo único, pues, que puedo admitir como verdadero en esta historia, es aquello poco que se requiere para que la mentira fuese hija de algo. Creíble es que Saavedra se fingiese Legado Pontificio, e hiciese el papel de tal en algunas aldeas o lugares cortos de Castilla y Portugal, donde sin mucha dificultad podría hacer valer el embuste, y utilizarse mucho en él, ya pidiendo dineros prestados, ya beneficiando dispensaciones; y que después sobre el pie de esta verdad añadiese en su relación circunstancias fabulosas, que engrandeciesen la historia hasta el grado de hazaña heroica en la línea de la trampa.»

* * *

Presentamos en esta entrega Clásicos de Historia dos de las variadas versiones de la historia del falso nuncio: una breve y más antigua, y otra extensa y más moderna. Pero lo que verdaderamente nos ha interesado es cómo recibieron y trasmitieron la noticia diversos historiadores y polígrafos varios; la facilidad con que aceptaron como verdadera una narración tan peregrina, y tan ausente de cualquier documentación y pruebas; la indiferencia o rechazo ante los alegatos críticos de algunos autores como Sousa y Feijoo… Podemos preguntarnos por las razones que tuvieron para ello. En realidad parecen ser muy variadas: el gusto creciente por lo sorprendente y maravilloso; la justificación de la conducta criminal de Saavedra porque condujo a un fin considerado positivo, como fue el establecimiento de la Inquisición; y al contrario, en fechas posteriores, porque demostraría la falsía y malevolencia de esa institución…

La perduración de mitos y leyendas durante mucho tiempo, por más que se haya probado una y otra vez su falsedad, es algo frecuente: la idea de que los antiguos pensaban que la tierra era plana; los terrores del año 1000; el convencimiento de la ignorancia, barbarie y superstición generalizada en la Edad Media cristiana y, por contra, el refinamiento y feliz convivencia pacífica en el Al Ándalus medieval; la creencia en la existencia de razas y de sus distintas capacidades física, intelectuales o morales… Y actualmente se siguen acuñando y promoviendo nuevos mitos y leyendas sobre el constante y permanente cambio climático, sobre unas consideraciones de los géneros dignas de los gnósticos neoplatónicos...

En cualquier caso, en nuestro bulo o fake de esta semana parece dominar la percepción del protagonista como un embaucador de personalidad atractiva, capaz de seducir y engañar a altos personajes y a la gente del común, con unas dotes excelsas como falsificador, pero que además es generoso y amigo de hacer el bien a los que le rodean: esa viuda con la que inicia su carrera criminal, esa preocupación por sus sirvientes. Sólo consigue rentas y dinero de los ricos y poderosos, a los que se supone que no les hace un auténtico perjuicio... Es el característico maleante bueno de la literatura y la tradición. En el fondo, disfrutaremos de un trasunto suyo en los protagonistas de la oscarizada película El golpe, de George Roy Hill; a ellos tampoco les vemos estafar a gente humilde y del común que, previsible, razonablemente, serían sus principales clientes

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Para saber más disponemos del artículo que me ha guiado oportunamente en la recolección de todos estos textos: Jesús-Antonio Cid, La Relación de la vida del falso nuncio de Portugal, en sus reescrituras, y los orígenes de la ficción autobiográfica en España. Revista Criticón, núm. 76, 1999. Pág. 53-98.

Una de las abundantes copias manuscritas.