lunes, 27 de diciembre de 2021

Quinto Septimio Florente Tertuliano, Apologético

Desconocido de El Fayum

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

Tertuliano nació en Cartago en 160, hijo de un centurión. Fue retor y jurista, y se hizo cristiano en la última década del siglo II. Su obra es muy abundante y de temática variada: en la treintena de obras suyas que se han conservado, justifica el cristianismo y defiende a los cristianos, critica el paganismo, el gnosticismo y otras sectas, propone un rigorismo extremado… Como señala Bernardino Llorca, en el tomo I de la veterana Historia de la iglesia Católica de la BAC (1955), «su influjo en la antigüedad fue extraordinario y apenas llegó a disminuir por los errores que defendió al fin de su vida. Él fue, indudablemente, el primer iniciador del tecnicismo teológico latino.» Y para ello Tertuliano integró en su cosmovisión cristiana buena parte de la alta cultura romana, especialmente del estoicismo, de Séneca y de Cicerón. Llorca continuaba así:

«Tertuliano recibió una sólida formación científica; aprendió el griego, se distinguió en la oratoria y fomentó particularmente los estudios de derecho y jurisprudencia. Durante algún tiempo llevó una vida bastante libre; pero el año 190 se convirtió a la fe cristiana, atraído por el ejemplo sublime de los mártires. Con su carácter fogoso y arrebatado, desarrolló desde el principio una actividad literaria extraordinaria, que lo convierten en uno de los escritores más eminentes de la antigüedad cristiana. Pero esta misma fogosidad de carácter y su modo de ser intransigente y apasionado lo llevaron en 205 al rigorismo de la secta montanista, en que perseveró hasta su muerte, ocurrida el año 220. Tertuliano es un escritor de gran originalidad y profundo talento. Unía la vehemencia de los africanos con el sentido práctico de los romanos. Poseía una inteligencia profunda y conocimientos vastísimos. Era orador vehemente y jurisconsulto de gran renombre. Con su viva fantasía, su habilidad en el chiste y la ironía, su dominio de la lengua, su estilo acerado, ora mordaz e incisivo, ora obscuro y amigo de extremismos, se nos presenta como una de las lumbreras más brillantes de su tiempo.»

Respecto a «su célebre obra Apologeticum... pueden marcarse muy bien las características siguientes: en primer lugar, toma el sistema de defenderse atacando. Así se revuelve con vehemencia contra el paganismo, invocando hechos bien comprobados: inmolación de niños a Saturno en África, víctimas inmoladas en el seno dela familia, juegos sanguinarios. Rechaza con elocuencia y exaltación las calumnias contra los cristianos: antropofagia, malas costumbres. Mas como lo principal es de orden político, es decir el sostener que son los cristianos incompatibles con el Estado romano, insiste en esto con particular ahínco. Pondera su fidelidad en el cumplimiento de sus deberes como buenos ciudadanos. Nunca conspiran contra la autoridad constituida. Son súbditos fieles; obedecen a todas las leyes mientras no se opongan a la ley de Dios. Por otra parte, contra las calumnias que se esparcían, prueba que los cristianos no tienen culpa ninguna en las calamidades que afligían al Imperio.»

Presentamos el original latino de la obra, acompañado de una venerable versión, la que publicó en 1644 el aragonés Pedro Manero, futuro obispo de Tarazona. La profesora Carmen Castillo García en la introducción a su excelente traducción de la obra (Biblioteca Clásica Gredos, 2001), la califica así: «La traducción de Fray Pedro Manero se titula Apología contra los gentiles y ha sido reeditada muchas veces; en la colección Austral hay dos ediciones de 1947. Es más una glosa que una traducción propiamente dicha; el autor da título a los capítulos con un estilo cervantino; es el suyo un modo de proceder didáctico, que introduce constantemente frases aclaratorias complementarias al texto tertulianeo, privándolo de su tono incisivo y directo; es una prosa cuidada, que se sirve de unas formas de expresión propias del lenguaje culto de su época, pero que —como digo— no coinciden con el estilo del original.» Toda versión es necesariamente hija de su tiempo, y conlleva cierto falseamiento; a pesar de lo cual ésta en concreto puede resultar un atractivo modo de acercarse a la obra.

Codex Balliolensis 79, Oxford, siglo XV.

lunes, 20 de diciembre de 2021

Flavio Arriano, Historia de las expediciones de Alejandro

Desconocido de El Fayum

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

También conocida como Anábasis de Alejandro. Federico Baráibar y Zumárraga, su traductor, la presentaba así: «Flavio Arriano nació en Nicomedia de Bitinia, donde se educó y fue sacerdote de Ceres y su hija Proserpina, que recibían en aquella ciudad especial culto. Floreció en tiempo de Adriano y de los dos Antoninos, consagrando su existencia a la filosofía, las letras y las magistraturas civiles y militares. Discípulo de Epicteto y partidario de la doctrina estoica, escribió ocho libros de las Disertaciones de aquel filósofo, doce de sus Homilías, una Biografía del mismo y un Manual de su filosofía. Aficionado desde niño a las letras, cultivó con ingenio singular la historia y la geografía, conquistándole su talento honores tan distinguidos como la ciudadanía de Roma y Atenas, el gobierno de la Capadocia y el mismo consulado, y granjeándole la amistad de los hombres más eminentes de su siglo, entre los cuales figuran Plinio el Joven y Luciano de Samosata, que hablan de él con extraordinario aprecio. Sus puestos oficiales le permitieron poner en práctica sus dotes de general y jurisconsulto, de las cuales dejó buena memoria, facilitándole al propio tiempo la composición de algunos trabajos históricos, tales como las Guerras contra los Partos (Παρθικὰ), Contra los Alanos (Ἀλανικὰ), el libro de Táctica (Τέχνη τακτική) y el Periplo del Ponto Euxino (Περίπλους Εὺξείνου Πόντου).

»Estas y otras obras, y el particular y a menudo feliz empeño que puso Arriano en imitar al autor de la Anábasis, le valieron el sobrenombre de nuevo Jenofonte, modelo que siguió constantemente hasta copiarlo con la excesiva nimiedad que es de notar principalmente en la Historia cuya versión ocupa este volumen. El título, la división en siete libros, el dialecto, las formas de la narración, el sobrio empleo de los discursos, la minuciosidad en las descripciones militares y otros pormenores, son idénticos en las Anábasis de ambos escritores; pero al compararlos, resulta claramente la inferioridad de Arriano, a pesar de su innegable mérito. “Su dicción, dice Saint Croix, es menos elegante, y no tiene la gracia de la de su modelo, notándose en ella, no obstante su claridad, la falta de soltura y el amaneramiento casi inevitable en las imitaciones. Arriano es recomendable por el orden y colocación de las palabras, pero su narración no es animada ni dramática como la de Jenofonte. La precisión de Arriano nunca le hace degenerar en oscuro; pero su sencillez es más fruto del arte que de la naturaleza. Si emplea términos nuevos, son siempre inteligibles y no perjudican a la claridad, su principal mérito. Carece de elevación, y cuando deja un instante de imitar y usa una frase enteramente suya, incurre a veces en bajeza. Sin embargo, la lectura de sus obras no cansa ni fatiga.”

»Con esto, y con añadir que el estilo de Arriano es en general sencillo, elegante y templado, sin caer casi nunca en excesos retóricos ni salirse del tono conveniente a la historia, creemos haber dicho lo suficiente para quien desconozca el griego o no quiera molestarse leyendo el original. Las observaciones que pudieran hacerse sobre otros méritos o defectos de su Historia, justamente considerada como la mejor que se ha escrito de Alejandro, amén de ser quizá mera repetición de lo consignado ya en cien libros, están al alcance de los ilustrados lectores. Respecto a nuestra traducción, primera que se imprime en castellano, nos cierra la boca otro orden de consideraciones. Sólo diremos, pues, recomendándonos a la benevolencia del público, que hemos procurado ser fieles al original, sin ceñirnos siempre rigurosamente a su letra para evitar repeticiones y giros que serían insoportables en nuestro idioma. El texto que hemos seguido es el publicado por Fr. Dübner en la Biblioteca griega de Fermín Didot (1877), agregando a la versión las notas absolutamente indispensables para su inteligencia, huyendo del aparato de fácil y pedantesca erudición.»

lunes, 13 de diciembre de 2021

Luciano de Samósata, Cómo ha de escribirse la Historia

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

En sus divertidas y embusteras Historias verdaderas, Luciano de Samósata se refiere así a los geógrafos e historiadores de su época: «Ctesias de Cnido, hijo de Ctesíoco, ha escrito de la India y de sus habitantes cosas que no ha visto ni oído. Yámbulo ha referido muchos portentos del Océano en una obra cuya ficción es evidente para todos, pero no desnuda de atractivo. Otros muchos siguiendo igual sistema, han descrito como suyos ciertos viajes y aventuras, donde hablan de animales monstruosos, hombres crueles y rarísimas costumbres (...) Al leer todos estos autores, no los he vituperado agriamente por sus mentiras, considerando que éstas son ya frecuentes en los preciados de filósofos, me ha pasmado en ellos el que hayan creído que no iba a conocerse que no escribían la verdad. Por lo cual yo mismo, deseoso de dejar algo mío a la posteridad, y de no ser el único que no ejercitase el derecho de fingir, me he decidido, a falta de sucesos verdaderos que contar, pues no me ha ocurrido nada digno de mención, a ejercitarme también en una mentira mucho más razonable que la de los demás; pues cuando menos habrá una verdad en mi libro: la confesión de que voy a mentir. Con ella creo eximirme de la acusación que a los otros narradores acabo de hacer. Cuento, pues, cosas que no he visto, aventuras que no me han sucedido y que no he oído que hayan sucedido a nadie, y añado cosas que ni existen ni pueden existir. Los lectores no deberán, por consiguiente, darles el menor crédito.»

Más en serio (relativamente), Luciano de Samósata (125-195) lleva a cabo en la breve obra que presentamos un análisis y crítica severa de ese modo interesado, falto de rigor y poco valioso del trabajo de muchos de los historiadores de su tiempo, que contrapone a las reglas que considera oportunas. Ahora bien, su concepción de la Historia es eminentemente literaria: es una de las Artes (su musa es Clío), y se encuentra a caballo de la retórica y la sofística. Rechaza como vicios capitales la tendencia a la adulación de capitanes y príncipes, a los excesos literarios (trágicos o poéticos), a la pedantería que lleva a explayarse en detalles nimios o meramente geográficos, a la imitación servil de los grandes historiadores… Para él, la historia es ante todo una obra retórica y su valor depende tanto de su forma literaria como de su utilidad práctica y pública de carácter político y moral: «El buen escritor de historia ha de tener dos condiciones esenciales, a saber: grande inteligencia política y vigorosa elocución. La primera no se aprende, es un don natural; la segunda puede adquirirse con mucho ejercicio, asiduo trabajo y gran deseo de imitar a los escritores de la antigüedad. No pueden ser suplidas por el arte, ni necesitan de mis consejos.»

Pero ante todo debe atender a la verdad de los acontecimientos: «El único deber del historiador es narrar con veracidad los hechos. Pero no podrá cumplirlo si teme a Artajerjes, de quien es médico, o espera una túnica de púrpura, un collar de oro o un caballo de Nisea en premio de las lisonjas de su escrito. No harán esto Jenofonte, historiador imparcial, ni Tucídides. Si tiene enemistades particulares, las pospondrá al interés común, y la verdad vencerá al odio, y las faltas se dirán, aunque sean de un amigo. El decir la verdad, repito, es el único deber del historiador, a ella debe posponerse todo cuando de historia se escribe, y única regla, en fin, y única medida exacta es no mirar sólo a los que actualmente nos escuchan, sino a los que, en lo sucesivo, leerán nuestras obras. Así ha de ser el historiador exento de temor, incorruptible, independiente, amigo de la franqueza y de la verdad (...); sin conceder nada a la amistad ni al odio; sin perdonar nada por compasión, vergüenza o respeto; juez imparcial, benévolo con todos, sin excederse para nadie de lo justo; extraño a sus libros, sin rey, sin ley y sin patria, y sin preocuparse de lo que éste o aquél pensará, refiriendo verazmente los hechos.»

Pueden resultar de interés estas viejas reflexiones de este viejo sofista, retórico y satírico sirio-griego-romano, que desde su recuperación en el Renacimiento (lo vimos citado por Vasco de Quiroga la pasada semana), influyó poderosamente en la literatura europea. Quizás se podrían aplicar dichas observaciones a buena parte de los usos y abusos actuales de la vieja Clío: historias de clase, de género, de raza, de nación; supuestas memorias históricas o democráticas; leyendas negras y rosas… Un sinfín de manifestaciones de algo tan antiguo como es el uso de la Historia como instrumento para alcanzar ciertos fines, como herramienta, como propaganda: «El que controla el pasado —decía el eslogan del Partido—, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.»

lunes, 6 de diciembre de 2021

Vasco de Quiroga, Información en derecho sobre algunas Provisiones del Real Consejo de Indias

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

La semana pasada nos centramos en el gran activismo a que dio lugar (para combatirla) la Provisión real de 1534 que impulsaba y regulaba la esclavización de los indios en la América hispana, y que culminó con la intervención papal de Paulo III. Hoy presentamos el importante documento que uno de los oidores de la llamada segunda Audiencia, máximos gobernantes de México, dirige en 1535 a Carlos I. El texto supone una muy dura crítica, no sólo de la mentada Provisión, sino de la conducta generalizada de los españoles respecto de los indios en la Nueva España, desde los más variados puntos de vista: jurídico (sobre todo), ético, religioso y económico. En toda la información subyace la defensa de los naturales y de buena parte de sus tradiciones respecto a su organización y costumbres legales. Y es que considera que debe aceptarse que «ser éste, como es en la verdad con gran causa y razón y como por divina inspiración, llamado Nuevo Mundo, como en la verdad en todo y por todo lo es, y por tal debe ser tenido para ser bien entendido, gobernado y ordenado, no a la manera y forma del nuestro; porque en la verdad no son forma sino en cuanto justo y posible sea a su arte, manera y condición, convirtiéndoles lo malo en bueno y lo bueno en mejor.»

Vasco de Quiroga (1472-1565) fue uno de tantos destacados funcionarios de la monarquía. Sin embargo, apenas se conoce de su carrera anterior a su desembarco en América a últimos de 1530, nombrado oidor de la Audiencia de la Nueva España. Ésta recibió el encargo de organizar política y administrativamente el territorio, y junto con ello investigar, juzgar y corregir los notorios abusos contra la población indígena cometidos anteriormente. Y en este sentido, Quiroga rebasa con mucho su cometido, iniciando una fecunda labor social que pasa por la creación de los llamados pueblos-hospitales, asentamientos exclusivamente formados por los indios que se autogobiernan al margen de las Encomiendas regidas por los conquistadores: los únicos españoles son los clérigos que aseguran la atención religiosa. La original sociedad que diseña Quiroga se basa en partes equivalentes en las propias tradiciones indígenas, en las españolas de los cabildos, pero sobre todo en la Utopía de Tomás Moro, a la que se refiere en numerosos pasajes de la obra. Las Reglas y ordenanzas para el gobierno de los Hospitales de Santa Fe de México y Michoacán, publicadas incompletas en 1766, detalla la organización y reglas de estas originales fundaciones comunales. Posteriormente fue promovido al obispado de Michoacán, del que tomó posesión en 1538, lo que le permitió impulsar estos proyectos sociales.

Sin embargo, en la obra que nos ocupa el propósito manifiesto es el rechazo patente sobre el proceso de esclavización de los naturales. Para ello realiza un extenso análisis jurídico sobre la institución de la esclavitud en su enorme variedad: en el pasado y en la actualidad, en las sociedades indias y en Europa. Pondera todos los requisitos jurídicos para que ésta sea legal, y concluye la absoluta carencia de ellos en América. Quiroga es ante todo jurista y por ello predominan las referencias a códigos y leyes de todo tiempo y lugar. Pero no faltan las citas teológicas, filosóficas y humanistas. Y tampoco autores de su tiempo, auténticas novedades que le sirven para reforzar algún punto de su argumentación, como La nave de los necios de Sebastian Brand, la reciente traducción latina de las Saturnales de Luciano de Samósata, o su admirado Tomás Moro. Pero el autor no se limita a condenar la esclavitud, sino que, en sintonía con la labor que está llevando a cabo, propone las reformas que considera oportunas para salvaguardar la Nueva España.

En cuanto al estilo, el mismo Quiroga es consciente de su apresuramiento, sus reiteraciones y su desorden: «Querría, si pudiese, excusarme ahora, después del mal recaudo hecho y dicho, que me haya acontecido a mí en esta ensalada de cosas y avisos lo que a los abogados cautelosos en los pleitos y causas, que inculcan y redoblan y repiten las cosas disimuladamente por diversas maneras de decir en las posiciones y artículos que hacen, a fin que si el testigo o la parte o el que examina se descuidasen en mirar y entender y estar atentos en lo uno, que no se puedan escapar y vengan a caer y a dar de rostro en lo otro, que es como aquello, porque la verdad de la causa salga adelante y no se pierda por alguna inadvertencia. Y así yo, como piense en esto traer razón, verdad y justicia, confieso haber caído a sabiendas en este yerro, por usar de esta cautela; pero por ser yerros que se hacen por el amor de esta tierra y de la buena y general conversión y conservación e instrucción de ella y de sus naturales, creo me serán perdonados.»

Mural de Juan O'Gorman en Pátzcuaro (Michoacán) 1942

lunes, 29 de noviembre de 2021

Julián Garcés, Bernardino de Minaya y Paulo III, La condición de los indios (1537)

Paulo III

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

Desde su descubrimiento, las Indias dieron lugar a un encendido debate ético, jurídico y religioso sobre la licitud de la propia conquista, ocupación y dominio de los naturales, y sobre qué procedimientos utilizar en todos esos campos. Ya hemos comunicado en Clásicos de Historia algunos documentos en este sentido: la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas, el Demócrates segundo de Juan Ginés de Sepúlveda, y la conocida Controversia de Valladolid, en la que intervienen los dos anteriores junto con Domingo de Soto. Desde el terreno universitario fueron decisivas las Relecciones correspondientes de Francisco de Vitoria, así como desde el más pegado a la realidad cotidiana lo fueron las obras de Motolinía y Acosta y la muy posterior de Juan de Palafox… Pues bien, en 1534 y desde Toledo se autoriza mediante una Real Provisión la esclavización de los indios en ciertos casos, lo que desata un movimiento contrario en su favor. Isacio Pérez, en su contribución a la obra colectiva La ética en la conquista de América (Madrid 1984), nos lo cuenta así:

«Al recibirla en México, la Audiencia ―y en particular el oidor Vasco de Quiroga― escriben cartas en las que exponen sus reservas respecto a la ejecución de tal Provisión (…) En 1534 se encontraba Fray Bernardino de Minaya de Paz, O.P., en México (recién llegado del Perú), de cuyo convento era prior. De hecho, en México se atribuía ―parece que equivocadamente― la expedición de la mencionada Provisión al influjo en España del Parecer entregado años antes al Consejo de Indias por Fray Domingo de Betanzos, O.P., en el que presentaba a los indios como bestias humanas, incapaces de recibir la fe y de integrarse en una vida civilizada. Ante esta situación, Minaya, hacia fines de 1534, habla con el oidor Quiroga y, seguramente también… con el obispo Juan de Zumárraga, O.F.M.; y a principios de 1535, emprende (de modo fugitivo) viaje a Veracruz con el propósito de embarcar para España y llegar a Roma. Y al pasar por Tlaxcala, obtiene del obispo Garcés, O.P., la conocida carta latina de súplica al Papa Paulo III a favor de la racionalidad de los indios y de su capacidad para recibir la fe, que también es una carta de presentación de Minaya ante el Papa y que Minaya llevó en mano. En Roma, como es sabido, consigue la famosa bula Sublimis Deus, con la cual se desfonda de un pretendido justificante ético la esclavización de los indios y las guerras de conquista o saqueo conducentes a ella.»

En el mismo sentido, León Lopetegui señala que «La bula Sublimis Deus, del 2 de junio de 1537, término de las gestiones proindias en Roma, fue precedida en algunos días (29 de mayo de 1537) por la carta apostólica de Paulo III al cardenal Juan de Tavera, arzobispo de Toledo, ordenándole prohibir bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda, el reducir a los indios a la esclavitud en cualquier forma y por cualquiera. Esta intervención pontificia, un poco a espaldas de la corte y del cardenal Loaysa, dominico y presidente del Consejo de Indias, irritó a Carlos V, que ordenó recoger las bulas y consiguió de Paulo III que derogara el breve concedido al cardenal Tavera, en cuanto lesiva de los derechos patronales del emperador, o también perturbadora de la paz en las Indias. Una curiosa querella entre el Papa y el emperador en aquellos momentos decisivos en que se estudiaba la convocación del famoso concilio que definiera el campo doctrinal católico frente a la seudorreforma protestante. Nótese bien que el Papa anuló sólo el breve al cardenal Tavera por otro breve de 19 de junio de 1538 ―Non indecens videtur―, pero no la bula o las bulas sobre la racionalidad de los indios y diversas disposiciones disciplinares.» (Historia de la Iglesia en la América española, tomo I, Madrid 1965)

Bula Altitudo divini consilii, de Paulo III

lunes, 22 de noviembre de 2021

Napoleone Colajanni, Raza y delito

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

El racismo práctico es muy antiguo en la historia; no así el llamado racismo científico, que eclosiona en el siglo XIX entre algunos intelectuales hijos de la Ilustración. Pretende proporcionar un discurso, una justificación racional, secular y progresista al orgullo del propio grupo y al desprecio de los extraños, y al dominio de aquellos sobre éstos: el imperialismo. Su éxito será considerable, y en buena medida las sociedades occidentales (y otras extraeuropeas) interiorizarán un racismo muy extendido y muy variado: desde un humillante paternalismo hacia los considerados inferiores, hasta el exterminio de grupos enteros, pasando por la general explotación económica y la discriminación social. Políticos y publicistas de todas las tendencias se verán afectados, pero no todos: por muy diversos motivos (religiosos, filosóficos, políticos…) hubo numerosas personas e instituciones que rechazaron en mayor o menor medida ese consenso generalizado de la época; dominante pero no absoluto. Esas voces aisladas y minorizadas consuelan al espectador actual, ante otros consensos dominantes de nuestro tiempo...

Si las semanas pasadas comunicábamos en Clásicos de Historia a Ángel Pulido, uno de ellos, hoy presentamos al médico italiano (y también criminólogo, y sociólogo, y político republicano), Napoleone Colajanni (1847-1921), que se ocupó en varias obras del problema de las razas, especialmente en su Latini e Anglo-sassoni (Razze inferiori e razze superiori), publicada en 1903, donde estudia desde la fisiología, psicología y sociología de las razas, y rechaza las supuestas características definitorias de cada una de ellas y, por supuesto, la imaginada superioridad de unas sobre otras. Una derivación de estos planteamientos hacía depender la delincuencia de factores congénitos, es decir, de la raza. Lo cual conducía (todavía lo hace hoy) a identificar el crimen con los inferiores: pobres, extraños e inmigrantes. En la misma Italia, los mayores índices de delitos en el sur respecto del norte, eran atribuidos por diversos expertos de forma determinista, a factores antropológicos y ambientales: es decir, a un determinismo que se impone al individuo. En contra, Colajanni recalca la importancia decisiva de los factores culturales, sociales y económicos.

Comunicamos esta semana el breve artículo que sobre esta cuestión publica en 1899 en la revista porteña Criminología Moderna.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Ángel Pulido Fernández, Españoles sin patria y la raza sefardí

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

La pasada semana comunicamos Los israelitas españoles y el idioma castellano, obra con la que Ángel Pulido impulsó la campaña por él emprendida para lograr la reconciliación definitiva con los descendientes de los judíos expulsados en 1492. La nutrida correspondencia a que dio lugar constituye la parte esencial de este nuevo libro:

«Hemos procurado reivindicar la significación intelectual y moral que hoy demandan, ante la justicia y la razón, Israel en general y los expulsados de Iberia en particular; las consideraciones sociales que gozan en unas partes y merecen por natural y legítimo derecho en todas; su importancia cuantitativa y cualitativa; su cooperación a la obra del progreso humano; el estado en que se halla el ladino, ese testimonio de nuestra alma nacional, que llevaron consigo y mantuvieron más o menos alterado durante cuatro siglos (...) Hemos procurado, en fin, que acudan con una información amplia, inteligente y sincera, a exponer ante su antigua patria el estado de su alma y las emociones y afectos que les sugieren, no nuestra persona, de todos desconocida intelectual y moralmente, sino nuestras aspiraciones y el símbolo de nuestra nación querida, el cual hemos levantado como si fuese una bandera, que proclama la esperanza de futuras reconciliaciones y convivencias de Israel con España. No se podrá desconocer el valor de nuestra información. Damas y señoritas, rabinos, filósofos, jurisconsultos, médicos, literatos y periodistas eximios, banqueros, catedráticos y profesores, comerciantes y comisionistas de todas las grandes naciones, nos han favorecido con sus aplausos y consejos, formando un testimonio colectivo sin precedente.»

Ahora bien, el autor considera necesario dar un nuevo rumbo a su campaña a favor de los sefardíes, y se propone implicar en ella a otras instituciones: la Academia de la Lengua, la Asociación de Escritores y Artistas, la Unión Ibero-Americana, las Cámaras de Comercio, el Gobierno, la Prensa… Y concluye: «El autor de este libro ha realizado solo, cuanto le fue dable hacer, y ya no puede, ni debe, continuar haciendo nada, sino acompañado. Si, como cree, su pensamiento y sus aspiraciones responden a la conveniencia de grandes intereses hermanos, de raza y de nación, deben ser muchos los que acojan su idea y la realicen (…) Si estamos, o no, solos en adelante, lo sabremos pronto: seis meses de información tuvimos para conocer el espíritu israelita y traerlo a esta obra; pues otro período de seis meses abriremos, para recoger adhesiones con las cuales fundar una Alianza hispano-sefardita, que realice lo que demandan estos intereses. Si Dios se sirve conservarnos con vida y salud, volveremos por Octubre a ocuparnos en esta tarea, no para escribir un libro, sino para fundar una Asociación.» El resultado será la Alianza Hispano-Hebrea, la Casa universal de los sefardíes, la apertura de sinagogas, y un creciente interés por el estudio de la cultura judía española y la recuperación de sus monumentos.

Estamos, pues, ante una interesante muestra del talante liberal, nacionalista, regeneracionista… y expansionista (si no imperialista), característico de la España del penúltimo cambio de siglo, todavía partidaria en buena medida de las reformas, la moderación y el diálogo entre contrarios, y por tanto esperanzador: «No obstante sus desastres coloniales, sus agitaciones regionalistas y anarquistas, sus desaciertos políticos y la frivolidad de sus gobernantes, España es una nación que, por lo copioso de sus fuentes de vida, está presentando una evolución sorprendente y desarrollando, por donde quiera se la contemple, energías y progresos que tienden a juntarla con esos pueblos adelantados, de los cuales venía muy separada, con un retraso imposible de calcular.» Y es que «Los españoles somos un pueblo mal conocido y peor juzgado, y con fundamento nos indignan todas las majaderías que de nuestras costumbres, carácter y condiciones se propalan; y sin embargo, hacemos con los demás pueblos lo mismo exactamente que tanto nos subleva y nos irrita cuando se refieren a nosotros.»

Carta póstuma de Albert Kabili, Bulgaria 1943.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Ángel Pulido, Los israelitas españoles y el idioma castellano. Intereses nacionales

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

Tras la Gran Guerra, y en el marco de la conflictiva descomposición del Imperio Otomano, el Directorio Militar de Primo de Rivera aprobó el Real Decreto de 20 de diciembre de 1924 «sobre concesión de nacionalidad española por carta de naturaleza a protegidos de origen español», en cuyo preámbulo se afirma que «Existen en el extranjero, principalmente en las naciones de Oriente y en algunas del continente americano, antiguos protegidos españoles o descendientes de éstos, y en general individuos pertenecientes a familias de origen español que en alguna ocasión han sido inscritas en registros españoles, y estos elementos hispanos, con sentimientos arraigados de amor a España...» Naturalmente, aunque no los menciona, se refiere exclusivamente a la nutrida y dispersa población sefardí. Ahora bien, continúa, «representa la naturalización menos una concesión propiamente dicha que el reconocimiento de una realidad ya existente». El destacado hispanista Joseph Pérez (fallecido el pasado año), apostilla en su Los judíos en España: «No se puede decir de forma más clara que, para el Directorio, los sefardíes son españoles de hecho, si no de derecho.»

Este reconocimiento jurídico fue consecuencia directa del cambio de actitud con los descendientes de los judíos expulsados en 1492, superando la tradicional y rotunda descalificación por motivos religiosos aun generalizada en el siglo XIX, como observamos en la Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España de Vicente de la Fuente. Los contactos se habían reiniciado a raíz de la expedición militar a Marruecos de 1859, aunque con limitados resultados. Hubo, por tanto, que esperar al gran activismo desarrollado por el senador Ángel Pulido Fernández (1852-1932), médico, académico y político en la órbita del partido liberal de Sagasta. El motivo de su interés nos lo cuenta así Joseph Pérez: «en el verano de 1880, un médico español, con ocasión de un viaje por el Danubio y la Europa oriental (...) se llevó una inmensa sorpresa al encontrarse con varios judíos que le hablaron en español y le dieron noticia de las comunidades sefardíes de Serbia, Bulgaria, Rumanía y Turquía. Al regresar a España, el doctor Pulido escribió un primer artículo en forma de carta abierta en El Liberal de Madrid para informar de lo que había descubierto y llamar la atención de sus compatriotas sobre aquella situación totalmente desconocida.»

Y continúa: «Durante otros viajes a la Europa central, Pulido acumuló datos y documentos que le sirvieron para realizar una intensa campaña a favor del acercamiento a los sefardíes, campaña que impulsó en estrecha colaboración con el rabino de Bucarest, Enrique Bejarano. Pulido opinaba que el antisemitismo popular español iba orientado contra un judío casi legendario y añadía que la gran mayoría rechazaba el fanatismo de antaño (...) El 13 de noviembre de 1903, Pulido pidió en el Senado que España se acercase a los sefardíes balcánicos, nombrando cónsules entre ellos en las ciudades principales, abriendo escuelas para difundir la enseñanza en castellano y anudando vínculos comerciales. Al año siguiente, desarrolla su campaña por medio de la prensa —artículos en El Liberal, La Ilustración Española y Americana—. Recoge estos artículos en un libro, Los judíos españoles y el idioma castellano. Amplía esta campaña en 1905 con otro libro, Españoles sin patria y la Raza Sefardí

Naturalmente, la obra que comunicamos es hija de su tiempo: junto con lo que podemos considerar motivaciones humanitarias, generosas y admirables, percibimos un potente nacionalismo basado en la lengua, que envidia las campañas y proyectos que desarrollan en Oriente franceses, alemanes, ingleses e italianos. Por tanto, plantea que hay que actuar de modo semejante a aquellos, aprovechando la ventaja que supone el uso habitual del castellano por parte de los sefardíes, y que se deben estrechar vínculos comerciales y culturales que posibiliten mutuos beneficios de todo tipo. Ahora bien, los planes de Pulido no tienen en cuenta la existencia de múltiples fidelidades nacionales entre dicha población: turca, rumana, y cada vez más, sionista que quiere construir un hogar nacional en Palestina. Así, aunque algunos sefardíes se establecieron en España, las consecuencias prácticas de este acercamiento fueron muy limitadas. No deben sin embargo descalificarse: las reformas a que dieron lugar, y que hemos citado al inicio de esta entrada, constituyeron la base legal que posibilitó, pocos años después, el rescate de un número no despreciable de judíos europeos en las tremendas circunstancias del Holocausto.


La Alborada, de Sarajevo, escrito en castellano con caracteres hebreos.

lunes, 1 de noviembre de 2021

George Dawson Flinter, Examen del estado actual de los esclavos de la isla de Puerto Rico bajo el gobierno español

Ferdinand Machera, Oficial

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

Estamos ante una triste obra. George Dawson Flinter fue un militar irlandés que en 1811 es enviado a las Indias Occidentales. Al servicio de las autoridades británicas se establecerá en Venezuela, donde contraerá matrimonio, se naturalizará, y se convertirá en el acomodado propietario de una hacienda. El triunfo definitivo de los insurgentes le conducirá a las Antillas, donde redactará varias obras, en inglés y castellano, entre ellas la que nos ocupa, publicada en 1832. Ante la progresiva liberación de los esclavos en las colonias francesas e inglesas, Flinter levanta la voz para rechazar rotundamente su abolición en las españolas. Sus argumentos resultan llamativos: los esclavos ya lo eran en África, antes de ser trasladados a América; el excelente trato que se les da en Cuba y Puerto Rico, lo que les hace rechazar su devolución a África; las inferiores condiciones de vida a que se someten a innumerables campesinos europeos, comenzando por los de Irlanda; el inatacable derecho de propiedad que sobre ellos tienen sus amos; su inferioridad indudable que les incapacita para una vida ordenada y laboriosa sin subordinación total; el ejemplo de los Estados Unidos, «única república que existe, o que probablemente puede existir prácticamente sobre la faz de la tierra con instituciones libres»; las calamidades sin cuento que se constatan en la isla de Santo Domingo, en Jamaica, en las provincias españolas ya independientes…

La esclavitud, según Flinter, asegura por tanto el orden, la estabilidad y el bienestar común ¿Y cuáles son las causas de los ataques que sufre esta única forma viable de organización social en la región? No tiene ninguna duda, y en una segunda parte nos las refiere: «Rápido examen de los espantosos efectos de las revoluciones en la felicidad de las naciones. Ilustrado con un bosquejo del estado actual del Mundo Nuevo y Antiguo, corroborado con documentos oficiales, que manifiestan el floreciente estado de la agricultura y comercio, bajo el gobierno de España, y su decadencia desde el establecimiento de las Repúblicas en la América Española.» Han sido los principios revolucionarios los que está provocando este desmoronamiento general: la revolución francesa de 1793, las invasiones napoleónicas, las rebeliones en América, la española de 1820, y otra vez la francesa de 1830… «¿Por qué han de creer ciegamente los hombres en los preceptos de los demagogos o seguirlos, sin primero examinar la sinceridad de su fe y los motivos de su patriotismo? Examínense estos motivos y se encontrará que de las mil plumas y espadas alistadas en la causa de la revolución, las novecientas noventa y nueve son dirigidas por las más innobles pasiones.»

Ahora bien, paradojas de la vida, muy poco después de escribir estos encendidos períodos, nos encontramos al brigadier Jorge Flinter encabezando briosamente ejércitos liberales en contra de los carlistas. Antonio Pirala en su pormenorizada Historia de la Guerra Civil y de los partidos liberal y carlista, nos relaciona su desempeño, especialmente por tierras de Extremadura, La Mancha y Toledo en persecución de las famosas expediciones que recorren toda la península. También recoge proclamas y otros textos de nuestro autor, en alguno de los cuales parece buscar el ya inexistente entendimiento entre los propios liberales. Podemos intuir que este vuelco llamativo de principios y prácticas hubo de suponerle un desgaste anímico considerable. Así, el ilustre historiador, en su última referencia a Flinter nos indica que en 1838 sus operaciones militares «demostraban ya el extravío de su razón, que había de serle a poco tan funesto.» Destituido, se quitará la vida en septiembre de ese año.

Sobre la esclavitud disponemos en Clásicos de Historia de las siguientes obras: Tomás de Mercado y Bartolomé de Albornoz: Sobre el tráfico de esclavos (1571-73); Isidoro de Antillón: Disertación sobre el origen de la esclavitud (1802); y Rafael María de Labra: La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos (1873), además de múltiples referencias en otras. Una última observación. Resulta llamativo comparar los falaces y endebles argumentos que Flinter emplea para justificar la esclavitud, con los que en el pasado y en el presente se han usado y se usan para blanquear distintas instituciones sociales, auténticas calamidades, de consecuencias atroces para la humanidad: la guerra, la explotación económica, los tormentos judiciales, la pena de muerte, la discriminación racial, los duelos de honor, la eugenesia, el aborto, la eutanasia...

lunes, 25 de octubre de 2021

Vicente de la Fuente, Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España y especialmente de la Francmasonería

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |  

Estamos ante un libro de combate. Con la culminación de la revolución liberal en España, durante el conocido como Sexenio Democrático, el bilbilitano Vicente de la Fuente (1817-1889) encuentra el acicate para llevar a cabo un proyecto largo tiempo acariciado: «deseaba escribir acerca de la francmasonería y demás sociedades secretas en España, y presentar el verdadero origen de las continuas sediciones y pronunciamientos con honra y provecho.» En realidad, su obra es una condena sin paliativos del modo como dicha revolución (y la lucha contra ella) se ha llevado a cabo, con sublevaciones, golpes militares, asonadas varias y continuos amotinamientos (cadañeros, dice), de los liberales entre sí y contra los realistas, y de estos de igual modo. Y la consiguiente y habitual represión, expresada en los habituales fusilamientos de los vencidos…

La obra no es un aséptico estudio histórico, aunque se documenta y somete a crítica fuentes de las distintas opiniones. Rechaza por igual a liberales y carlistas, pero lo hace desde sus propios planteamientos ideológicos, anclados en la tradición y el catolicismo, que le llevan a condenar un modo de hacer política basado en la conspiración como medio de alcanzar y conservar el poder. Y atribuye a las sociedades secretas, formas embrionarias de los partidos políticos, una responsabilidad decisiva en los acontecimientos. Estas asociaciones tuvieron una gran difusión entre los herederos de la Ilustración en la medida que la sociedad se tiñe de romanticismo y nacionalismo. Ahora bien, en este sentido nos parece que fueron meras herramientas para la acción política ―revolucionaria o reaccionaria―, aunque percibidas ominosas y todopoderosas, dando lugar a algunas de las primeras teorías de la conspiración.

Quizás por ello, lo más interesante de la obra (además de los abundantes y variados textos que reproduce y valora) es la crítica persistente a la política entendida como lucha sin cuartel, que se practica en España desde el inicio de la revolución por parte de todas las tendencias e ideologías. Así, tras narrar el asesinato del esquilador de Ateca, exclama: «¡Cómo callar a vista de tales horrores! ¡¡Hay derecho para escribir los unos y callar los otros!! La prensa periódica que sistemáticamente execra los horrores de los contrarios, y absuelve, atenúa, disculpa, o niega los de los suyos, extravía la educación del pueblo, de eso que se llama pueblo y no es más que populacho fanático y grosero, que hoy con su porra aplasta a los realistas, y mañana en nombre de Dios quemaría a los liberales.» Y poco antes: «Notábase gran excitación en los barrios bajos de Madrid, feroces liberales en 1820, y feroces realistas en 1823, como fueron feroces degolladores de frailes en 1834 y como serían mañana feroces sarracenos si viniera por rey absoluto el moro Muza.»

Y tras narrar los fusilamientos del Conde de España: «He preguntado a varios realistas catalanes y barceloneses acerca de sus impresiones en aquel tiempo, y me han asegurado que no tuvieron terror ninguno en 1827 y 28, pero que lo tuvieron muy grande en 1834 y 35, cuando los liberales fusilaban a los realistas por represalias. Ya me figuraba yo esto mismo antes de que me lo dijeran, y no se necesitarán grandes esfuerzos para probar a los lectores, que cuando los vencedores políticos fusilaban a sus enemigos, los correligionarios de los fusilados se asustan mucho y creen que todo el mundo está asustado, y viste luto, siendo así que los amigos de los fusiladores hallan aquellos suplicios la cosa más natural del mundo.»

Lo que De la Fuente todavía ignora al publicar esta obra en 1870-71, es que poco después se va iniciar una exitosa nueva etapa en la historia de España, la de la primera restauración borbónica, en la que se alcanzará un entendimiento estable que permita la alternancia política pacífica y civilizada… aunque también corrupta. Durará medio siglo, y tras la repetida crítica a lo que es percibido como marasmo, se volverá inopinadamente al espasmo (en expresiones de Julián Marías) de la lucha cainita, que se plasmará en intolerancia, enfrentamiento, dictaduras, persecución, guerra civil: el intento de imponer una solución única y definitiva.

De Vicente de la Fuente hemos comunicado en Clásicos de Historia con anterioridad, los dos tomos que aportó a la magna España Sagrada (1865-66), y sus juveniles contribuciones (cuando todavía era un estudiante de leyes recién llegado a Madrid) a Los españoles pintados por sí mismos (1843-44).

Ilustración de Carlos Tauler

lunes, 18 de octubre de 2021

Francesco Guicciardini, Historia de Italia donde se describen todas las cosas sucedidas desde el año de 1494 hasta el de 1532

Tomo I |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  
Tomo II |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

Como dijo en su día Harry Lime, en parte sin mucho acierto, «en Italia, en 30 años de dominación de los Borgia no hubo más que terror, guerras y matanzas, pero surgieron Miguel Ángel, Leonardo da Vinci y el Renacimiento. En Suiza, por el contrario, tuvieron 500 años de amor, democracia y paz. ¿Y cuál fue el resultado? El reloj de cuco.» Y es por esta época por la que nos va a guiar magistralmente el princeps de los historiadores renacentistas, Francesco Guicciardini (1483-1540). Luis Suárez, en sus Grandes interpretaciones de la historia, califica así esta obra: «Pura obra de arte, con el recurso a la descripción minuciosa de batallas, o a los discursos, es apenas la exaltación de los grandes hombres del Renacimiento, el recuerdo analístico de los sucesos y la amarga confesión de la crisis política de Italia.» Autor y actor de los acontecimientos, resultará interesante confrontar su extensa obra con otras coetáneas ya editadas en Clásicos de Historia: El Diálogo de las cosas acaecidas en Roma de Alfonso de Valdés, la Historia de la guerra de Lombardía de Juan de Oznaya, la Relación de lo sucedido en la prisión del rey de Francia de Gonzalo Fernández de Oviedo, y, por supuesto, las Memorias de Carlos V.

A continuación extraemos del utilísimo Diccionario Histórico de la Traducción en España (Madrid 2009) lo más destacado del artículo de la profesora Montserrat Casas sobre nuestro autor: «Historiador, tratadista y político italiano, perteneciente a una de las familias aristocráticas más prestigiosas de Florencia. Estudió jurisprudencia y se ocupó de los intereses de grandes familias de la ciudad. En plena juventud escribió las Storie fiorentine (1509), su primera obra histórica. Fue luego embajador de Florencia en la corte de Fernando el Católico. Resultado de esta experiencia fue la descripción del itinerario seguido en Diario del viaggio in Spagna (1512). También escribió el célebre Discorso di Logroño: Del modo di ordinare il governo popolare (1512), donde se plantea la cuestión de la reforma del gobierno florentino y la Relazione di Spagna (1513) que comprende una descripción global del país y la personalidad del rey Católico. Mientras estaba en España, cayó la república de Florencia y los Medici retomaron el poder. La figura política de Guicciardini se reforzó notablemente y fue nombrado gobernador de los Estados de la Iglesia por León X.

»Cuando se agudizó el conflicto franco-imperial con Clemente VII, organizó y dirigió el ejército pontificio y todavía tuvo tiempo para escribir el Dialogo del reggimento di Firenze (1526), la más importante de sus obras políticas (...) A este período corresponde la última redacción de los Ricordi (1530), obra fundamental para comprender la evolución de su pensamiento y por la cual Guicciardini puede ser considerado como el fundador del aforismo, género literario que gozará de gran éxito en Europa; publicada póstuma en París (1576) por I. Corbinelli con el título: Consigli e avvertimenti in materia di repubblica e di privato (...) Fue uno de los principales promotores de la Liga de Cognac contra el emperador (1526), pero no consiguió evitar el saco de Roma, por lo que fue relevado de su cargo. Contraponiéndose a Machiavelli, escribió las Considerazioni sui Discorsi (1529), y Del modo di riformare lo stato dopo la caduta della repubblica (1531), donde analiza las causas de la crisis florentina. Ocupó sus últimos años en escribir la Storia d’Italia, que no se publicó íntegramente hasta 1567. Su éxito fue tal que al poco tiempo aparecieron ediciones y traducciones en toda Europa, y se convirtió en modelo a seguir para las historias nacionales de las monarquías europeas.

»En España, la recepción de La historia de Italia fue inmediata y, como en el resto de Europa, despertó gran interés, pero tuvo que hacer frente a los recelos de la Inquisición, que prohibió los últimos cuatro libros, de forma que la versión castellana completa no llegó a publicarse hasta el siglo XIX. De las versiones reducidas, la primera apareció en Baeza, en 1581, realizada por Antonio Flores de Benavides, un experto en la materia que ya había traducido con anterioridad a otros autores italianos; pero de esta traducción sólo pudo salir de la imprenta la primera parte (siete libros). Entre 1610 y 1628 el prestigioso historiador eclesiástico Luis de Bavia, capellán de la Capilla Real de Granada, realizó una nueva traducción que quedó inédita, y únicamente se sabe de su existencia por Nicolás Antonio, quien afirma que constaba en la biblioteca del conde-duque de Olivares.

»Poco después Felipe IV tradujo La historia de Italia junto con la biografía del autor, escrita por Remigio Fiorentino. Se trata de la primera versión completa, de la que se conservan cuatro redacciones manuscritas en la Biblioteca Nacional de España, una de ellas autógrafa y otra, copia caligráfica aparentemente preparada para la imprenta, con prólogo del traductor, que no declara el propio nombre. La fecha de redacción de la traducción debería fijarse entre 1633 (según declaración del propio autor en el epílogo) y 1640, inicio de la guerra de Cataluña; en cualquier caso, la época más serena de su reinado. Sin embargo, esta magna obra quedó inédita hasta el siglo XIX, cuando Antonio Cánovas del Castillo impulsó su edición* para rehabilitar la imagen del monarca (M., Viuda de Hernando y C.ª, 1889-1890); en ella no se declara si fueron cotejados todos los manuscritos, o si se utilizó ―cosa probable― únicamente la copia caligráfica.

»Pocos años después de la versión de Felipe IV se publicó una traducción compendiada por Otón Edilo Nato de Betisana, nombre encubierto de Antonio Sebastián de Toledo, segundo Marqués de Mancera; (M., Imprenta de Antonio Román, 1683) se trata de una síntesis de los primeros diez libros en un solo volumen, tomando como modelo alguna de las compilaciones existentes en italiano. El traductor no repara en alterar alguna que otra vez el sentido de los pasajes, ajustándolos al resultado de los hechos históricos o al punto de vista español. Se trata, por tanto, de una traducción libre y demuestra las muchas dificultades políticas y religiosas existentes en España en el periodo final de la Monarquía de los Austrias que dificultaron la recepción y la divulgación completa de La historia de Italia. En la Biblioteca Nacional de España se conserva también otra versión manuscrita e inédita de la Historia de Italia, traducida por Gonzalo José Hurtado, natural de Toledo, realizada entre los años 1691 y 1697.»

* Es la que reproducimos nosotros.

Éloi Firmin Féron: Entrada de Carlos VIII en Nápoles (1837)

lunes, 11 de octubre de 2021

Anti-Miñano. Folletos contra las Cartas del Pobrecito Holgazán y su autor

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

Escribía hace unos años Claude Morange: «Miñano fue uno de los primeros en lanzarse a la batalla periodística en 1820. El éxito de la empresa suscitó un sinnúmero de imitaciones y de ataques, que ocuparon el campo abierto por la ley de la libertad de la imprenta. La Colmena señala el hecho en su número de 11 de mayo: “Han empezado a salir papeles y folletos, en que ya por activa, ya por pasiva, se hace figurar la holgazanería, encontrando sus autores, en esta palabra mágica, la piedra filosofal.” Más tarde, Miñano lo recuerda, con ironía y orgullo, en el fingido diálogo entre el Holgazán y el Censor: “Censor: ...pero como he visto tantas impugnaciones… Holgazán: Sí, señor, muchas han sido; pero creo que han sido muchas más las imitaciones, y no por esto han prosperado más éstas que aquéllas. Impugna todo el que quiere, y sólo imita el que puede...”»

Esta semana comunicamos varios de aquellos panfletos críticos o condenatorios, que agitaron la opinión pública, creciente y militante, del Trienio Liberal: El Lechuzo descubierto en el pobrecito holgazán, El holgazán disputador a Fr. Sardanápalo Cordillas, Testamento, enfermedad y muerte del pobrecito holgazán. Y junto a ellos destacamos especialmente dos: la Carta de un soldado español que nunca perdió los derechos de ciudadano, al autor de los lamentos políticos del pobrecito holgazán, que, según Morange, «salió entre la quinta y la sexta del Lamentador, ya que éste lo cita en la sexta. Lo cita también La Colmena de 11 de mayo. El título basta para entender que se trata de un folleto anti-afrancesado.»

Peor intención tuvo, ya en 1821, la publicación de la Vida, virtudes y milagros del pobrecito holgazán, por otro título el autor de las Semblanzas; o séase Mr. el abate Miñano. Ya en el título se atribuye a Miñano la autoría de la obra Condiciones y semblanzas de los Diputados a Cortes para la legislatura de 1820 y 1821, a pesar de que él lo negó reiteradas veces. Volveremos a ella próximamente. Para Morange «es un furioso ataque personal contra el autor del Pobrecito Holgazán, en forma de biografía comentada. Tan cierto es esto que Miñano denunció el folleto “por injurioso y calumnioso”. Pero los jurados, de tendencia liberal, pronunciaron un “no ha lugar a la formación de causa”.» Incluimos dos artículos publicados por Miñano condenando la obra y el proceso.

En cualquier caso, todas estas producciones, de intención puntual y validez efímera, nos ilustran perfectamente el carácter de la lucha política en el renaciente Nuevo Régimen. A los serviles o absolutistas, mantenidos al margen de las Cortes, las instituciones y la opinión pública, se les convierte en espantajo ya derribado y vencido, en la práctica se les ignora, y desaparecen del debate político. Entre los liberales es patente desde el inicio de la revolución, el enfrentamiento entre antiguos patriotas y antiguos afrancesados, entre moderados y exaltados, entre masones y comuneros...

Goya, Duelo a garrotazos (1820-1823)

lunes, 4 de octubre de 2021

Sebastián de Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán que estaba acostumbrado a vivir a costa ajena

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

Uno de los primeros que aprovechó el restablecimiento de la Constitución en marzo de 1820 fue nuestro conocido Sebastián de Miñano (1779-1845), artífice del gran éxito editorial que constituyeron las diez cartas que comunicamos esta semana. Si redactó la primera con la intención de publicarla en La Miscelánea, del también afrancesado Javier de Burgos, convinieron ambos en convertirla en folleto independiente, darle continuidad, e imprimir semanalmente una nueva Carta, entre finales de marzo y principios de junio. Su difusión fue sorprendente: múltiples reimpresiones en Madrid, en provincias y también en América. Nuestro también conocido Eugenio de Ochoa (tradujo la Historia de Inglaterra de Hume, escribió varios tipos de Los españoles pintados por sí mismos), que pasa por ser hijo natural de Miñano, propuso que «puede calcularse, sin exageración, que la tirada hecha de cada una de aquellas cartas pasó de 60.000 ejemplares. Esto, que hoy sería enorme, era entonces enormísimo, monstruoso...» El hispanista francés Claude Morange (recientemente fallecido), de quien tomamos la cita, relaciona referencias a Los lamentos en la prensa del Trienio, y lo que es más relevante, el gran número de folletos de imitación o de impugnación que comenzaron a imprimirse en paralelo a aquellos, y de los que enumera veinticinco.

El éxito de Miñano radica en su planteamiento satírico: da la palabra a unos servilones extremados, ridículos, ignorantes, caricaturescos, y sobre todo defensores estrictos del Antiguo Régimen (ya utiliza esta expresión), naturalmente por puro egoísmo propio. La correspondencia entre el Lamentador (antiguo familiar de la Inquisición) y el abogado Servando Mazculla (en la primera carta, Mazorra) acumula con talante jocoso absurdas justificaciones ―en realidad condenas― de instituciones, personajes, doctrinas y valores tradicionales: desde los diezmos y los gremios, a los estamentos privilegiados. Ahora bien, si algo domina en esta obra del canónigo secularizado que es Miñano, es su anticlericalismo acérrimo: frailes (sobre todo) y clérigos, prelados y priores, son considerados los auténticos impedimentos del progreso en España. Naturalmente, falta cualquier esfuerzo de crítica razonada. El autor crea unos despreciables monigotes, indefendibles, a los que asimila todo aquello que quiere condenar. La táctica ha tenido gran predicamento, y está plenamente vigente.

Con su escrito, Miñano busca incorporar al liberalismo triunfante el abundante grupo de los afrancesados (como él mismo), y al mismo tiempo, criticar a los neoliberales conversos que se apresuran a adaptarse a la nueva realidad revolucionaria. Pero el rechazo a los famosos traidores se mantuvo entre amplio sectores de liberales puros, y la reacción de aquellos que se consideraron aludidos injuriosamente en las Cartas, hizo que se multiplicaran los ataques ―tan furibundos como el original― contra nuestro autor. Naturalmente, con argumentos ad hominem similares, falaces pero facilitados por la asendereada vida de Miñano. Por ello, éste se siente obligado en ocasiones a abandonar las voces postizas de sus personajes (por ejemplo, en la carta sexta), para defenderse de estos cargos. Pero será en la última Carta, a punto de abandonar el tono jocoso que ha llegado a cansarle, cuando percibiremos un algo distinto, una cierta decepción, en el siguiente párrafo, que podemos considerar plenamente vigente en la actualidad:

«En este mundo caduco las cosas no tienen más fondo que el nombre que se las quiere dar, y así aunque Vmd. oiga decir que la libertad arriba y la libertad abajo, no ha de entender Vmd. eso tan materialmente como suena porque se llevará chasco. Ahora hay libertad completa para decir mal de todo lo que acabó hace tres meses, pero Dios le libre al más pintado de meterse a murmurar de lo presente, porque eso ya no sería libertad sino licencia. Puede quitarse el pellejo a cuantos hayan mandado sin distinción de personas, pero cuidado amiguito con deslizarse a echar pullas contra los que todavía conserven poder o influjo, porque dirán que se abusa y que ahora no viene al caso publicar ciertas verdades, ni desacreditar lo que se haga aunque sea un disparate notorio. En esto de libertades cada cual tiene la suya y su modo de entenderla; mas lo que no admite duda es que ahora, entonces y siempre hay libertad absoluta para prodigar elogios a los que dan los empleos, con que sirva de gobierno y pasemos a otra cosa.»