lunes, 19 de diciembre de 2022

Alonso de Sandoval, Mundo negro y esclavitud

José de Ribera, Un jesuita.

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Nacido en Sevilla, Alonso de Sandoval (1576-1652) vivió desde los siete años en la América hispana, sobre todo en Lima y en Cartagena de Indias. Jesuita, trabajó especialmente con los esclavos africanos, como indica en la obra que presentamos: «Si es cierto, como lo es, que nuestra principal vocación en las Indias es el empleo de los indios, tan encomendado por nuestras constituciones, no es menos cierto ser empleo muy propio nuestro en ellas, el de los negros que en estas partes nos sirven, porque es sin duda, que los motivos que los de la Compañía acá tenemos de ayudar a los naturales, esa misma, sin diferencia ninguna, tendremos de ayudar a los negros (…) por ser mucho mayor la necesidad de los negros de que tratamos, y mucho más extrema (como claramente hemos visto) que la que padecen los indios.» Fruto de ello fue su obra De instauranda ætiopum salute. Historia de Etiopía, naturaleza, policía sagrada y profana, costumbres, ritos y catecismo evangélico de todos los etíopes conque se restaura la salud de sus almas, publicada en Sevilla en 1627, y vuelta a imprimir en Madrid en 1647, aunque sólo el primero de los dos tomos previstos; eso sí, considerablemente ampliado.

El profesor Jaime José Lacueva en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, resume así el contenido de la obra, dividida en cuatro libros: «El primero de ellos es toda una descripción antropológica de los pueblos africanos de los que procedían los esclavos. El segundo detalla la injusta situación de los negros sin llegar a condenar, no obstante, la esclavitud. El tercero recoge la metodología fruto de su propia experiencia y aborda el problema de los “rebautismos”. El cuarto, finalmente, es una apología del apostolado jesuítico con los negros de Nueva Granada.» Para esta entrega de Clásicos de Historia he seleccionado diversos capítulos, agrupados en tres bloques: El primero es una descripción del mundo negro, que rebasa el África subsahariana, y se prolonga por Asia hasta las Filipinas y Nueva Guinea. Es un trabajo elaborado a partir de los libros y noticias que le llegan al autor. El segundo bloque aunque más breve puede resultar el más interesante, al describir las informaciones que ha recogido de diversos interlocutores y por su propia experiencia, sobre la trata de esclavos y las penosas condiciones de vida y trabajo de la población esclava en las Indias. En un tercer bloque recogemos la valoración extremadamente positiva que tiene de los africanos, y que quiere apoyar en un buen número de autoridades y escritores religiosos.

En su día vimos la admirable actitud radicalmente contraria a la esclavización de poblaciones indias y africanas por parte de Vasco de Quiroga (1472-1565), Julián Garcés (1452-1541), Bernardino de Minaya (1485-1565), Tomás de Mercado (1523-75) y Bartolomé de Albornoz (1524-73). Mucho más ambivalente es la postura de Sandoval. Si por un lado no se puede dudar de su auténtica obsesión por denunciar la trata y las condiciones de vida de los esclavos, de su preocupación por su bienestar material y religioso, nos decepciona su aceptación de la institución de la esclavitud, de las causas lícitas de su existencia, revestida con el oropel de una vasta erudición antigua y moderna. En realidad, y de algún modo, se deja llevar por el espíritu de su tiempo, por los valores dominantes de su época, por lo oportuno y lo políticamente correcto de entonces (de igual modo que tantos lo hacen ahora). A pesar de los cuantiosos y aberrantes datos que proporciona en su obra sobre la procedencia, captura y trato de los africanos, no llega a cuestionarse su licitud y moralidad, como sí hicieron los autores antes citados y unos años después, otros como Francisco José de Jaca (1645-1690) y Epifanio de Moirans (1644-1689).

Portada de la segunda edición (1647)

lunes, 12 de diciembre de 2022

Claudio Claudiano, Elogio de Serena

Jean-Paul Laurens, Honorio (1880)

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La hispana Flavia Serena, sobrina del emperador Teodosio, fue adoptada por éste y casada con su más destacado general, el vándalo de origen aunque romanizado Estilicón. Cuando muere en 395 aquel último gran emperador romano, y con sus hijos y herederos Arcadio y Honorio se consuma la división entre Oriente y Occidente, Estilicón se hará cargo del segundo, de apenas once años de edad, como su tutor y regente. Durante una década Estilicón será el auténtico gobernante de las provincias del oeste, y casará al nominal emperador sucesivamente con sus dos hijas, María y Termancia. Pero las abundantes incursiones germánicas y la sucesiva pérdida de apoyos acabará con su poder: en 408 será acusado de conspirar contra Honorio, y ejecutado. Poco después lo será Serena, su esposa, parece ser que a instigación de su prima Gala Placidia.

Con un estilo que nos puede resultar un tanto declamatorio y decimónico, Adolfo de Castro publicó en 1870 una obra con el título de Serena. Recuerdo de historia y filosofía cristiana. En ella se refiere así al autor de esta semana: «Al par de un guerrero de origen bárbaro [Estilicón] que quería restaurar la libertad de Roma, había un poeta egipcio que hacía revivir las glorias de las Musas latinas. Claudiano vivió en Alejandría treinta años hasta la destrucción del templo de Serapis. Pasó a Bizancio, y de Bizancio a Italia en la hueste que Teodosio mandaba para el castigo de los matadores de Valentiniano. En Roma con Olybrio y Probino, sus Mecenas, oradores, poetas y ciudadanos, aprendió la lengua latina; en el ejército de Estilicón, político y guerrero, hábil sobre todo encarecimiento, recibió las inspiraciones para sus cantos. Homero, Virgilio y Lucano celebraron héroes que no conocieron sino por las tradiciones. Claudiano celebraba lo que veía y lo celebraba con más enérgico colorido que Tíbulo y que Lucano mismo. Estilicon fue su protector: también fue el objeto de la mayor parte de sus poemas. La admiración y la gratitud acrecentaban su numen. ¿Y Serena? Serena también sirvió de bellísimo asunto a sus alabanzas: él celebró la rubia cabellera y la blancura de Serena: él la ofrece a nuestros ojos como discreta al par que modesta uniendo dos virtudes desconocidas en aquel siglo...»

Es decir, el alejandrino (algunos lo hacen originario de Asia Menor) Claudiano se convirtió en el poeta cortesano de la poderosa pareja que constituían Estilicón y Serena. De modo más conciso lo expresan así Martín de Riquer y José María Valverde en su conocida Historia de la literatura universal: «Claudio Claudiano, nacido en Alejandría y cultivador de la literatura griega, fue entre los años 394 y 404 poeta oficial de la corte de Arcadio y Honorio, protegido por Estilicón; logró dominar la versificación latina, en la que tuvo por modelos a los clásicos. Claudiano es un fervoroso admirador de la pretérita gloria de Roma, cuyos valores, virtudes y estilo pretende hallar en la decadente corte a la que se encuentra vinculado; escribe poemas sobre temas mitológicos, como el rapto de Prosérpina, poesías ocasionales laudatorias y aparatosamente solemnes, epigramas con agudeza e intención. En conjunto la obra de Claudiano semeja un hábil y barroco remedo de los antiguos líricos latinos, si bien su condición de poeta áulico hace que en ciertos aspectos parezca un escritor medieval.»

Su Elogio a Serena, que no ha llegado íntegro a nuestros días, nos puede interesar también por otro motivo: el panegírico de Hispania, origen de ella y de su familia. Ramón Menéndez Pidal, en su Universalismo y nacionalismo, romanos y germanos (Introducción al tomo III de la Historia de España que dirige), la compara con la conocida Laus Spaniae de Isidoro de Sevilla: «Esta férvida Laus Spaniae se inspira, a mi ver, principalmente en la Laus Serenae de Claudiano… Isidoro, con su vaga mención de la riqueza de España en príncipes y gentes, nos impresiona menos que Claudiano con sus precisas alusiones a los augustos hispanos; es que Isidoro tiene el mal acuerdo (lo mismo en todo su relato histórico) de buscar elevación o elegancia en la vaguedad, huyendo la individuación de personas y lugares; no estima, como Claudiano, el alto valor poético de lo concreto.»

Presentamos el original latino y la esmerada traducción que Luis María Ramírez y de las Casas-Deza publicó en la revista El mundo pintoresco del 7 de octubre de 1860.

Díptico de Estilicón, Serena y su hijo Euquerio (hacia el año 400).

lunes, 5 de diciembre de 2022

Concilio IV de Toledo (633)

Tremis de Sisenando

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En la Introducción al tomo III de la gran Historia de España que dirige, Ramón Menéndez Pidal subraya la importancia de las ideas políticas de Isidoro de Sevilla: «Esta concepción de San Isidoro era participada por todos. La patria y los godos son dos cosas inseparables; Gothorum gens ac patria es la expresión corriente, lo mismo en las leyes que en los cánones, para significar el interés general del Estado. En esta edad germanorromana el universalismo imperial desaparece, quedando sólo representado por el universalismo eclesiástico, y surge un sentimiento contrario: el nacionalismo político y cultural. Los germanos son los que suelen dar nombre a estos círculos nacionales nuevos: Anglia, Francia, Burgundia, Lombardía…; España está a punto de ser una Gotia si no es porque Ataúlfo dijo que no quería que eso sucediera; pero aunque el rasgo fisonómico más saliente de los nuevos países es germánico, el sentimiento nacional es una creación románica.»

Pues bien, tras el decisivo Concilio III de Toledo este proceso culminará en el IV, convocado en 633 para solucionar una de las frecuentes crisis políticas. Suintila había sido depuesto por Sisenando, con ayuda militar de los francos, y el nuevo rey de los godos ―nos cuenta Juan de Mariana en su Historia general de España― «como persona discreta advirtió que, por estar los naturales divididos en parcialidades y quedar todavía muchos aficionados al partido contrario, corría peligro de perder en breve lo ganado si no buscaba alguna traza para acudir a este peligro. Parecióle que el mejor camino sería ayudarse de la religión y del brazo eclesiástico, capa con que muchas veces se suelen cubrir los príncipes y aún solaparse grandes engaños. Juntó de todo su señorío como setenta obispos en Toledo con voz de reformar las costumbres de los eclesiásticos, por las revueltas de los tiempos muy estragadas; mas su principal intento era procurar que el rey Suintila fuese condenado por los padres como indigno de la corona, para que los que le seguían y de secreto le eran aficionados, mudado parecer, sosegasen (…) Lo que se pretendía con este decreto, y a que todo lo demás se enderezaba, era asegurar en el reino a Sisenando, y junto con esto para lo de adelante dar aviso que ninguno imitase ni se atreviese a hacer locuras semejantes.»

Lo que respondió inicialmente a un intento de remediar un conflicto determinado, acabará por tomar una importancia decisiva. Así lo explica José Orlandis, en su Época visigoda (409-711): «El canon 75, último de los promulgados por el concilio, tuvo extraordinaria importancia y puede considerarse como el fundamento de la constitución política del reino. El carácter notoriamente excepcional que en la España del siglo VII se atribuía a este decreto lo resalta el hecho de que el quinto concilio toledano ordenase que en todos los concilios que se celebrasen en lo sucesivo fuera preceptiva la lectura de aquel texto, para que su memoria no se perdiera con el paso del tiempo. El canon del cuarto concilio toledano debía ser ―así se pretendió― la ley fundamental de la Monarquía católica y el texto constitucional por el que los principios doctrinales isidorianos se plasmaban en la realidad política. La finalidad perseguida por el decreto conciliar era, según sus propias palabras, fortalecer el poder de los monarcas y garantizar la estabilidad de la gens gothorum ―el pueblo de los godos― frente a las infidelidades y traiciones, tantas veces reiteradas en tiempos pasados. Como fundamento del deber moral de respeto y obediencia a los reyes, se aducen aquí unas razones de índole religiosa, que eran las apropiadas para la monarquía electiva y sacral que se trataba definitivamente de instituir.»

Sin embargo Chris Wickham, en su El legado de Roma, señala que «las leyes sobre la sucesión legítima dictadas por el cuarto concilio de Toledo en 633, por ejemplo, casi nunca se cumplieron. Pero los textos legales, tanto seculares como canónicos, eran moneda corriente en la práctica política hispánica. La gente (al menos cuando se trataba de obispos o aristócratas) sabía de su existencia; e incluso los reyes, si no disponían de apoyos lo bastante fuertes… podían verse atrapados por ellas. Esto indica una diferencia con respecto al estilo de la política franca [y de los otros reinos germánicos, añadimos]: en la Hispania visigoda, como también en menor medida en la Italia lombarda, los principios legales representaban importantes puntos de referencia; lo mismo había ocurrido en el imperio tardorromano, un imperio del cual, en ciertos aspectos, visigodos y lombardos distaban menos que de los francos.»

Códice Albeldense