viernes, 11 de julio de 2025

La epopeya de Gilgamesh

 |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  | 

AHORA EN INTERNET ARCHIVE  

C. V. Ceram, en su excelente clásico divulgador Dioses, Tumbas y Sabios, nos cuenta de las expediciones en Mesopotamia de Austen Henry Layard a partir de 1839, y su decisivo descubrimiento de la biblioteca de Asurbanipal en Nínive diez años después. El hallazgo de treinta mil tablillas de arcilla con escritura cuneiforme proporcionó una ingente información de primera mano sobre la historia y la cultura mesopotámica. Además de abundantes obras religiosas, mágicas y médica (todo relacionado), «también se hallaron listas de reyes, anotaciones históricas, noticias políticas, sucedidos e incluso poesías, cantos épicos, leyendas mitológicas, e himnos. Por último, entre todo aquel tesoro hallóse redactada en placas de arcilla la obra literaria más importante del antiguo mundo mesopotámico: la primera epopeya de la Historia universal, la leyenda del maravilloso y terrible Gilgamés, mítica figura que tenía dos tercios de ser divino y uno de persona humana.»

Pero fue George Smith el que, a partir de 1872 y en Londres, donde se habían enviado las tablillas, localizó y tradujo por primera vez la epopeya de Gilgamesh. «Por aquella época, nadie sospechaba que hubiera existido una literatura asirio-babilónica digna de ser comparada con las posteriores grandes obras clásicas de la literatura. No era aquello lo que fascinaba a Smith, científico en el fondo, sin ambición literaria y, probablemente, sin afición por las musas. Pero apenas hubo comenzado el desciframiento, quedó fascinado por la trama de la leyenda y la acción narrada, no por su forma. Y cuanto más progresaba en su tarea, más le entusiasmaba lo que allí se decía, sobre todo una alusión secundaria que hallaba al final...

»Smith había seguido apasionadamente la narración de las grandes hazañas de Gilgamés. Había leído la leyenda del hombre del bosque, Enkidu, que fue llevado a la ciudad por una sacerdotisa prostituta del templo para vencer a Gilgamés, el presumido. Pero la terrible lucha entre los dos héroes no dio una victoria, sino que Gilgamés y Enkidu se hicieron amigos y ambos realizaron juntos nuevas hazañas portentosas: mataron a Chumbaba, el terrible dueño del bosque de los cedros, e incluso provocaron a los mismos dioses al insultar groseramente a la diosa Istar, que había ofrecido a Gilgamés su amor divino.

»Y descifrando fatigosamente, Smith había leído cómo Enkidu falleció de una terrible enfermedad, cómo Gilgamés le lloraba y cómo, para no compartir igual destino, se marchó en busca de la inmortalidad. Encaminóse adonde estaba Ut-napisti, el antepasado común de todos los humanos, el único que con su familia logró eludir el gran castigo impuesto por los dioses al género humano, haciéndose así inmortal. Y Ut-napisti, el antepasado común, contó a Gilgamés la historia de su milagrosa salvación.

»Smith leía aquello con ojos encendidos. Pero cuando su excitación empezaba a transformarse en la certeza de un nuevo descubrimiento, tropezaba cada vez con más lagunas en el texto de las placas enviadas por Rassam, constatando Smith que sólo poseía una parte del texto y que lo esencial, el final de la gran epopeya, con el relato de Ut-napisti, sólo restaba en fragmentos. Pero lo descifrado hasta entonces de la epopeya de Gilgamés no le permitía callar. Al conocerse este hecho, toda Inglaterra, país muy aficionado a las lecturas bíblicas, se conmovió. Un diario muy conocido ayudó a George Smith. El Daily Telegraph hizo saber que pondría 1.000 guineas a disposición de quien hallara el resto de la epopeya de Gilgamés, marchando a Kuyunjik para buscarlo.

»Y George Smith, el ayudante del Museo Británico, aceptó aquel desafío. Lo que le pedían no era ni más ni menos que esto: recorrer miles de kilómetros, desde Londres a Mesopotamia, para buscar allí, en una montaña de escombros que en relación con su volumen apenas estaba escarbada, determinadas placas de arcilla. Llevar a cabo tal tarea era algo así como buscar la famosa aguja en un pajar. George Smith, repetimos, aceptó la propuesta de emprender tan audaz labor. Pero lo más sorprendente es que se repitió uno de aquellos increíbles golpes de fortuna que en el transcurso de las exploraciones arqueológicas se han dado tantas veces: ¡Smith halló inmediatamente las partes que faltaban de la epopeya de Gilgamés!

»Regresó a Londres con 384 fragmentos de placas de arcilla, y entre ellas estaban las que completaban el relato de Ut-napisti, cuya primera alusión tanto le excitó. Aquella historia era la descripción del Diluvio, pero no de una de esas catástrofes acuáticas que aparecen en la mitología primitiva de casi todos los pueblos, sino la descripción de un diluvio bien determinado, exactamente igual al que mucho más tarde contaba la Biblia. Pues Ut-napisti no era sino el bíblico Noé.»

* * *

Presentamos una adaptación simplificada a partir de la edición de Federico Lara Peinado (Editora Nacional, Madrid 1980.) El profesor Lara reunió y tradujo las diferentes versiones asirias, babilónicas, sumerias, hurritas e hititas de cada una de las doce tablillas que componen la Epopeya. Para facilitar el acercamiento a esta obra capital de la Mesopotamia de la primera mitad del segundo milenio antes de Cristo (aunque basada en varios poemas sumerios anteriores), se han unido y simplificado las distintas versiones del poema, y se han introducido leves cambios. No se indican las lagunas del texto, y se han seleccionado y resumido las abundantes notas del editor.

Terminamos con este párrafo del profesor José María Blázquez (1926-2016): «En el Poema de Gilgamesh —y de ahí su impresionante grandeza temática— se cuestionan multitud de facetas de la vida humana (el amor, la amistad, la muerte, la inmortalidad), que quedan más o menos simuladas tras variados elementos de acción, religiosidad o pura fantasía, que orquestan toda la narración en un perfecto crescendo de interés, narración que tanta influencia habría de proyectar sobre los textos bíblicos.»

Placa de terracota que representa la lucha de Gilgamesh
y Enkidu contra Humbaba. Siglos XIX-XVII a. C. (Berlín.)