Se puede considerar a Francisco Cambó (1876-1947) como el principal colaborador y sucesor de Enric Prat de la Riba, el primero de los patriarcas del nacionalismo catalán que ocupó una importante parcela de poder al ser nombrado presidente de la Diputación Provincial de Barcelona y de la Mancomunidad catalana. A su muerte en 1917, Cambó se convirtió en el máximo dirigente de la Lliga Regionalista (luego Catalana), fuerza política conservadora, dominante hasta que fue desplazada por Esquerra Republicana en la Segunda República.
Pero su protagonismo era anterior: en 1906 jugó un papel decisivo en la creación de Solidaridat Catalana, la efímera coalición de partidos tan opuestos entre sí como los carlistas, los republicanos, los integristas, además de los catalanistas. Su triunfo en las elecciones del año siguiente llevó a Cambó al Congreso de los Diputados, desde donde su creciente influencia contribuyó a la expansión de la Lliga y a la creación de la Mancomunidad de Cataluña y, más tarde, a su nombramiento como ministro en dos ocasiones.
Cambó fue en su tiempo el máximo representante de un catalanismo conservador que rechazaba el separatismo, preocupado por la economía y por el orden público, en los años de los eufemísticamente llamados problemas sociales. Fue un catalanista de orden, lo que a veces ha llevado a aplicarle el calificativo de moderado. Y desde el punto de vista ideológico no lo fue en absoluto, sino un nacionalista estricto: «Ante una afirmación nacionalista, las opiniones callan y hablan únicamente los sentimientos. El nacionalismo no se discute, no se analiza; se repudia o se ama... es un hecho, es una realidad, más fuerte y más sólida que una montaña, y ante esa realidad no caben más que dos caminos: o aceptarla como cosa fatal, como cosa santa, como son santas todas las cosas vivas, o considerarla como una monstruosidad, como un pecado, combatirla sin compasión, combatirla con todo el ímpetu, con toda la intensidad del odio, y mirar si se puede acabar con ella.»
La personalidad nacional catalana (para la que luego acuñará la expresión del hecho diferencial) existe desde hace milenios, y se entronca con la etnia ibérica. Y si el nacionalismo crea este pueblo catalán idealizado, abstracto, necesita asimismo crear el antagonista perfecto: un pueblo castellano igualmente abstracto siempre obsesionado por asimilar al pueblo catalán. Contra asimilistas y contra separatistas, ambos considerados extremistas, Cambó exige una autonomía política total, integral, aunque dentro de España, que tenga la capacidad de influir en la marcha del conjunto, de la España grande.
Cambó es nacionalista, conservador, de orden… pero también oportunista. Supo reaccionar y adaptarse a las cambiantes circunstancias históricas: de la petición de la descentralización administrativa, a la defensa de la autonomía política total; del enfrentamiento a la colaboración; de promover una ruptura del régimen político (1917), a ser nombrado ministro al año siguiente… La variación de estas circunstancias durante la Segunda República le llevarán a constituir el Frente Catalá d’Ordre para las elecciones de febrero de 1936, y su derrota, junto con los desmanes de la primavera trágica, le conducirán a apoyar la sublevación militar, como hicieron también otros muchos liberales, republicanos, y también nacionalistas vascos y catalanes.
Una cosa más. Puede resultar de interés (y quizás de actualidad) algunas reflexiones que Cambó hace sobre los revolucionarios y sublevados de octubre de 1934. Su opinión sobre Companys y Esquerra no puede ser más dura: «El 6 de octubre es la primera locura en la que Cataluña ha quedado en ridículo; ¡y eso es lo que Cataluña no puede perdonar! El 6 de octubre es una cosa tan vergonzosa que no me explico, si no es por debilidad, cómo hombres respetables puedan asociarse a una campaña en la que se defiende esta fecha. El 6 de octubre es un movimiento revolucionario único en la historia; es un movimiento revolucionario que concluye en el momento exacto en que comienza la violencia. ¿Para qué los fusiles, las armas, las municiones, si habían hecho la reserva mental de no utilizarlos?»
Y sobre la amnistía con la que ya se cuenta un mes escaso después, en una intervención parlamentaria del 5 de noviembre de ese año (no incluida en esta selección de textos) afirma: «Yo pediría a todos los Sres. Diputados que nos comprometiéramos a que el día en que se discuta la reforma constitucional se establezca en ella un precepto que dificulte la concesión de la amnistía en España para los delitos que se llaman políticos y sociales... Recordad, Sres. Diputados y señores del Gobierno, que en menos de cuatro años se han dado tres amnistías generales. ¿Creéis, Sres. Diputados, que cualquier pena que no sea la de muerte —que todos hemos de tener interés en que no se prodigue— tiene ejemplaridad alguna? Si todos los que están hoy encausados y tienen la convicción de que no se les ha de aplicar la pena de muerte, están convencidos de que los años de presidio que se les impongan no han de tener efectividad alguna, porque regirán las mismas normas que han regido en los últimos años, y a los ocho, diez o doce meses se verán amnistiados, entonces el espíritu de justicia habrá desaparecido en el animo de los legisladores... La legislación española, en realidad, es una legislación que consagra el más absoluto impunismo.»
¿Resulta o no aplicable esta reflexión al momento presente?
Asistentes a la conferencia de Cambó en San Sebastián, el 15 de abril de 1917. |
Muchas gracias.
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