Felipe Reyes Palacios, en su Fernández de Lizardi y la comedia lacrimosa, analiza la opinión ilustrada sobre el teatro del gran publicista mexicano y primer novelista hispanoamericano con su divertido Periquillo Sarmiento. Pone de relieve la similitud de su planteamiento a este respecto con el de Jovellanos, y su rechazo hacia los indecentes mamarrachos, de gran éxito popular tanto en la vieja como en la Nueva España. Así, «ya en la época de la república, recuerda con indignación la manera cómo el pueblo novohispano se entusiasmaba viendo las comedias con que se celebraba, el 13 de agosto, la caída de México-Tenochtitlan: “Ocho o quince días se representaba sin cesar la comedia de la Conquista de México. La gente se atropellaba para verla, y al desenrollarse en el vuelo el muchacho que hacía a Santiago, el mismo pueblo ignorante y fanático se moría de gusto y celebraba a palmotazos la odiosa representación de la sangrienta conquista de sus padres, de ellos y de sus hijos venideros, y cuando el Santiago gritaba: A ellos, a ellos, Cortés valeroso, entonces este sencillo pueblo reventaba en aplausos de sus tiranos.”»
Y seguidamente se refiere así a la breve pieza teatral que hoy comunicamos: «Para celebrar entonces la nueva independencia escribe, según dice él mismo, “una cosa como comedia, bien cortita, en dos actos”, titulada El grito de libertad en el pueblo de Dolores, con el objeto de que se representara el 16 de septiembre [su aniversario]. Pero lejos de utilizar los recursos espectaculares propios de este género, como “el vuelo del muchacho que hacía a Santiago”, Lizardi trata de dignificar su asunto combinando las parrafadas patrióticas, en el primer acto, con un número literario-musical a cargo de un coro y, en el segundo, con escenas sentimentales que exaltan las virtudes caritativas del cura Hidalgo con su feligresía.» Y el resultado es la sacralización decisiva del personaje, su conversión en un ser providencial, que levanta a criollos e indios para luchar contra los españoles y por una Libertad con mayúsculas. Y como Moisés del nuevo Méjico, no le será dado alcanzar la tierra prometida… Éste es el Hidalgo que nos presenta Fernández de Lizardi.
Aunque desde los inicios de la independencia se descubren visiones más críticas (por ejemplo, la conservadora de nuestro conocido Lucas Alamán), Hidalgo permanecerá incólume en el altar de la patria largo tiempo. En 1941, el norteamericano Lesley B. Simpson, en su Many México’s, señalaba: «Hablar sobre Miguel Hidalgo resulta muy espinoso. El patriotismo mexicano ha hecho de él el Padre de la Independencia y el símbolo de la revuelta contra todos los males del antiguo régimen, el látigo de los tiranos, el amigo de los oprimidos, el hombre de México. Todo movimiento colectivo ha de tener sus símbolos y mitos. En los Estados Unidos hemos deformado a tal punto la imagen de nuestros grandes hombres que ni sus mismas madres los reconocerían. En estos últimos años, México ha deificado la figura de Hidalgo en los textos escolares y en las pinturas murales, en grado tal que ha perdido toda semejanza con el confuso y entusiasta sanguinario que aparece en los documentos de su época. El mejor partido es reconocer a dos Hidalgos: la figura simbólica y el hombre. De los dos el hombre es infinitamente el más interesante.»
El grito de Dolores. Óleo sobre lienzo. Siglo XIX. |
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