Disfrutábamos la pasada semana con las Noches áticas de Aulo Gelio. En el libro XVII, cap. XIV, nos presenta así a nuestro autor de esta semana: «Publio escribió mimos que le merecieron puesto al lado de Laberio. C. César estaba de tal manera ofendido por la malicia e insolencia de Laberio, que prefería a sus mimos los de Publio. Cítanse de éste multitud de pensamientos notables, muy a propósito para adornar la conversación; de los que elijo los siguientes, contenidos [cada uno en un único verso], que tengo verdadera satisfacción en copiar aquí: Mala resolución es aquella que no puede uno cambiar. Dar a quien lo merece, es recibir al dar. Soporta y no te quejes de lo que no puedes evitar. Se puede más allá de lo justo, se quiere más allá de lo posible. En viaje un compañero que habla bien, vale por un carro. La buena reputación la robustece la frugalidad. Lágrimas de heredero, risa oculta. Paciencia cansada se convierte en furor. No se debe acusar a Neptuno en el segundo naufragio. Al vivir con tu amigo, piensa que podrá ser tu enemigo. Perdonar una injuria antigua es provocar una nueva. No se triunfa del peligro sin peligro. Excesiva discusión aleja la verdad. Atenta negativa es semi favor.»
Publilio Siro se cree que nació hacia el 85 a de C. en Antioquía. Todavía niño, fue hecho esclavo y conducido a Roma, donde algunos años después obtuvo la libertad y se dedicó al mimo, el género teatral de origen griego y carácter popular que por entonces se difundía con gran éxito por Italia. Este género menor se caracterizaba por la actuación de actores y actrices (mimi y mimæ), sin caretas ni coturnos, que imitaban, reproducían de forma grotesca la vida cotidiana, con breves escenas humorísticas, canciones, bailes, improvisaciones y abundante gestualidad. Con frecuencia las representaciones derivaban hacia lo chabacano y licencioso, lo que motivó cierto rechazo por parte de algunos censores. Nuestro Marco Valerio Marcial, ya en el Imperio, se burla de dichos críticos en el prólogo a su libro I de epigramas: «Conociendo los dulces ritos de la jocosa Flora, las chanzas festivas y la licencia del vulgo, ¿por qué has venido, severo Catón, al teatro? ¿No habrás venido tan sólo para salirte?»
El autor de esta semana alcanzó gran fama en estos menesteres, y reconocimiento del mismo Julio César. Sin embargo, cuando dos siglos después lo evoca Aulo Gelio, como indicábamos más arriba, ya se había producido una curiosa conversión del personaje y de su obra: ésta se ha reducido a una extensa colección de breves sentencias, destiladas de sus mimos, y aquel ocurrente satírico se ha transmutado en profundo moralista. El éxito y pervivencia de este su nuevo avatar fue considerable: las Sentencias fueron usadas para la enseñanza, copiadas y citadas durante la baja romanidad y la época medieval. Su fama se revitalizó con el Renacimiento: aunque se imprimen por primera vez en Nápoles en 1475 (atribuidas a Séneca), será la selección y publicación que lleva a cabo Erasmo de Rotterdam en Lovaina en 1514, la que la popularice y difunda, como prueban las numerosas ediciones en las siguientes centurias.
Junto al texto latino, tomado de la Bibliotheca Augustana, reproducimos la vieja traducción (1893) de nuestro conocido Francisco Navarro y Calvo.
Ilustraciones de Delaby & Dufaux. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario