viernes, 26 de febrero de 2016

Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

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Próximamente se cumplirán los cuatrocientos años del fallecimiento de Miguel de Cervantes. Martín Fernández de Navarrete (1765-1844) fue un interesante historiador, y autor de la primera biografía rigurosa del genial escritor, que publicó en 1819. Luis Astrana Marín, en el tomo I de su monumental Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid 1948, pág. XXVII-XXXIV, se refiere así a la obra que presentamos:

«Ya don Martín Fernández de Navarrete recogía noticias, desde 1804, para componer su de todo punto extraordinaria y admirable biografía del gran genio. Siguiendo en el estilo el método de Ríos y en la investigación el de Pellicer, se propuso, y lo consiguió, forjar una obra documental con el auxilio principalmente de los archivos, fuente verdadera científica y entonces casi inexplorada. Y así, pudo lisonjearse “de haber dado tanta luz y novedad a los sucesos de Cervantes, que parece la vida de otro sujeto diferente si se compara con las anteriormente publicadas”. Sobre sus investigaciones propias, apeló a la erudición y cultura de los archiveros, bibliotecarios, académicos y demás personas de relieve intelectual en España, solicitando de ellos documentos, inquiriendo datos y sometiéndoles cuestiones e interrogatorios. Véase cómo explica el resultado feliz (aunque no siempre lo fuera) de sus afanes: “El Ilmo. Sr. D. Manuel de Lardizábal (escribe), secretario de la Academia Española, que residía en Alcalá de Henares, registró por sí mismo y por otros amigos suyos los libros parroquiales, los del Ayuntamiento y los de la Universidad, y examinó cuantas memorias podían existir allí de Cervantes y de su familia. El teniente de navío D. Juan Sans de Barutell, individuo de la Academia de la Historia, que se hallaba reconociendo por orden del Rey el Archivo General de Simancas, encontró en él varios documentos que dieron nuevas luces sobre los destinos de nuestro escritor en las campañas de Italia, de Levante y de África, y sobre la embajada del cardenal Aquaviva (...)”

»La nueva biografía apareció en 1819, formando parte, como tomo de los cuatro que integran El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de Mancha, Cuarta edición corregida por la Real Academia Española, en cuyo Prólogo se anuncia diciendo “que ahora se publica”. Pero su gran difusión hízose en tirada aparte. Del concienzudo trabajo de Fernández de Navarrete, magnífico a la par por su fina y cuidada prosa, bastará con decir que, a pesar de haber transcurrido bastante más de una centuria desde su publicación, todavía se consulta con fruto, por la innumerabilidad de documentos que contiene, no sólo referentes a Cervantes y su familia, sino también a otras personas enlazadas con hechos atinentes a él. Los primeros suben en conjunto al número de treinta y siete, treinta y uno de los cuales se hallan exclusivamente relacionados con nuestro autor. Fue, pues, la primera biografía extensa asentada sobre rigurosas bases científicas, que no tuvo después superación en este punto concreto.

»El defecto de ella es que Fernández de Navarrete, escritor admirable por otro lado, carecía de talento constructivo. No acertaba a distribuir bien las partes de un libro docto, darles la debida proporción y armonía, arrancar para la narración lo importante de los documentos y extraer de ellos todo su relieve, a fin de infundir a los hechos el máximo vigor y belleza. Su biografía, consecuentemente, está mal compuesta, como está la de Máinez, de que luego hablaremos: obras no de verdaderos literatos y artistas profesionales, sino de muy ilustres aficionados. A la vista de tanta documentación, uno y otro hiciéronse, como vulgarmente se dice, un lío, sin atinar a disponerla ni a que rindiese en su lugar el debido provecho. Relegan lo más sobresaliente de la misma a ilustraciones, apéndices, notas y autoridades, fuera de los capítulos, caos que desorienta, confunde y fatiga al lector. A menudo dichas ilustraciones, colocadas al fin, ofrecen más interés que la narración principal. Así, la Vida de Fernández de Navarrete, volumen respetable de 644 páginas, sobre parca en examen crítico, termina propiamente el relato en la 199; las ilustraciones, documentos y citas, en medio de los cuales intercala bibliografía, llenan desde la página 200 a la 539; después coloca las notas de la parte primera, y, por último, las notas y autoridades de la parte segunda. Y si bien el índice de las principales materias no deja nada que desear, la obra en total resulta informe y desordenada. Por ello, casi nunca se ha reimpreso íntegra, sino sólo sus 199 primeras paginas.
En las ilustraciones recogió catorce poesías de Cervantes, una de ellas, a mi juicio, apócrifa, procedente de cierto manuscrito de 1631; y las demás, genuinas, impresas por aquél en libros de autores contemporáneos.

»Hoy, a la luz de la investigación moderna, pueden señalarse muchos yerros en la obra de Fernández de Navarrete. Los más admiten excusa: son esclarecimientos posteriores; pero no pocos dimanan de su fantasía y de acoger equivocaciones precedentes sin someterlas a análisis. Conviene enumerarlos, por haber nutrido las biografías subsiguientes y considerarse en buena parte como ciertos. En primer lugar es falso todo cuanto asienta referente a la genealogía de Cervantes. Cree que estudió primeras letras en Alcalá, habla de haber compuesto “una especie de poema pastoral” titulado Filena, y llama al duque de Sessa don Carlos de Aragón: todo ello erróneo. Afirma respecto de la Mancha: “no puede dudarse que vivió en ella mucho tiempo, especialmente en Argamasilla [de Alba], que hizo patria de su Ingenioso hidalgo”. Nada más disparatado. Sostiene que dejó por albacea a su mujer y “al licenciado Francisco Núñez”, confundiéndolo con Francisco Martínez, y que las monjas trinitarias se habían fundado en 1612 en la calle del Humilladero. También se equivoca al suponer que Cervantes y Shakespear (sic) murieron el mismo día. Yerra asimismo en mantener que las citadas religiosas se establecieron en 1633 “en el nuevo convento de la calle de Cantarranas”, y que trasladaron allí los restos enterrados en la iglesia de su primitiva residencia, y, por tanto, los de Cervantes.

»Es autor de la presunción gratuita de que éste fue admitido en la comitiva de monseñor Aquaviva y marchó con él a Roma. Se engaña al escribir que hay sobrados fundamentos para creer que trató familiarmente a Francisco Pacheco, concurrió a su academia y éste pintó su retrato. Aventuró la tesis incierta de haber estudiado dos años en Salamanca, e hizo monja en las trinitarias descalzas a su hija Isabel. Consignó igualmente, atenido a un documento equivocado, que el cura Francisco de Palacios vivía en Madrid en la misma casa que su hermana doña Catalina la mujer de Cervantes. Tuvo por seguro que en La Galatea retrató éste a su esposa. Niega, contra lo ya probado por Pellicer, que doña Magdalena de Sotomayor fuese hermana de Cervantes, consideró a éste el último de los hijos de su padre Rodrigo y estableció la leyenda de que la hija de Cervantes lo era de “alguna dama portuguesa”. Se equivoca en varios años al fijar la data del fallecimiento del referido padre de Cervantes, a pesar de haber tenido en sus manos la partida de defunción, por tomar a la letra una declaración de su esposa, que se fingió viuda para mover a los poderes públicos a la entrega de adjutorios destinados al rescate de Miguel. Rebate sin razón lo certeramente sugerido por Nicolás Antonio, de que Cervantes oyó de joven representar a Lope de Rueda en Sevilla, creyendo que donde le escuchó fue en Segovia. Habla de un hermano mayor de Cervantes llamado Rodrigo, bautizado con el nombre de Andrés, y yerra, con Herrera y Cabrera de Córdoba, en establecer la Corte en Madrid el año 1560 (…)

»La nueva biografía, por otro lado inmejorable como semblanza moral de Miguel, anuló a las precedentes y no fue superada ni aún igualada, en el orden documental, por las posteriores, a pesar de que algunas contaron con datos inéditos, producto de la investigación ajena. Porque en adelante las conquistas que irán esclareciendo los contornos obscuros de la vida del autor, se deberán a los investigadores, y no a los biógrafos; a la crítica docta y no, a los narradores ocasionales, adversarios de la erudición y los archivos. Con la Vida de Fernández de Navarrete, las letras españolas, excluidos los lunares marcados, tuvieron una importante y magnífica biografía, punto precioso e ineludible de arranque para futuros y más completos trabajos biográficos.»

Y como homenaje personal del blogger, he incluido un rampallo de obras cervantinas y cervantinófilas (y alguna cervantinofóbica) en Cervantes, antes y después, para disfrute de aquel al que le interese.


sábado, 20 de febrero de 2016

Lucas Alamán, Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente


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Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo IV  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

Lucas Alamán (1792-1853) publica su gran obra sobre la independencia mejicana a partir de 1849, cuando este país se recupera de la invasión norteamericana, que le ha supuesto la pérdida de la mitad del territorio nacional. El autor, junto con sus ocupaciones empresariales y científicas, ha ocupado puestos relevantes en la república, y ha reflexionado a fondo sobre el nacimiento de la nación y sus pecados originales. Desde sus presupuestos ideológicos liberal-conservadores y ante la grave crisis, considera necesario emprender una tarea desmitificadora de la emancipación, del falso relato de los acontecimientos que ha vivido. Pone de relieve el carácter español de Méjico, escasamente deudor del mundo precortesiano, y sí del virreinato. Muestra cómo los autores de la independencia desde 1821 (Iturbide, por ejemplo), son los responsables del fracaso de los movimientos anteriores de Hidalgo, Morelos y el primer congreso. Subraya una y otra vez el carácter civil (o incivil) del conflicto; las lealtades son confusas y cambiantes; el levantamiento se hace en nombre de Fernando VII y contra los gachupines; se mezclan desinteresadas aspiraciones de elevado carácter moral, con las más despiadadas depredaciones, crímenes y asesinatos. El lector queda abrumado con la permanente reiteración de los fusilamientos generalizados de prisioneros, habituales en los dos bandos.

Pero Alamán fue mucho más que historiador. Enrique Krauze ha puesto de relieve repetidas veces sus valores (y también sus errores). En un interesante ensayo con motivo del bicentenario de su nacimiento, lo contrapone a su contrario/complementario, el doctor Mora: «Aunque los liberales y los conservadores no llegarían nunca a reconocerlo, en las versiones históricas de ambos habría un fondo de verdad. La liberal, hija ideológica de Mora, tendría razón al subrayar el esfuerzo casi milagroso de construir un país independiente y soberano, un Estado relativamente moderno, un modesto mercado nacional y una sociedad laica y libre (…) Pero la versión conservadora, hija ideológica de Alamán, tendría razón también al poner el acento en las profundas raíces históricas (valores éticos, estéticos, intelectuales, religiosos) que provenían de Nueva España (…) Y aunque tampoco llegarían a reconocerlo, ambas posiciones estaban erradas en cuanto propendían a la idealización: a lo largo de todo el siglo XIX, los liberales habían idealizado la facilidad con que el país podía acceder al futuro plenamente moderno (republicano, capitalista, federal, democrático) con sólo proponérselo (sobre todo en las leyes); por su parte los conservadores idealizaban el pasado colonial cuyas instituciones de toda índole (políticas, religiosas, económicas, educativas) denotaban una anacrónica rigidez que las hacía enteramente inapropiadas para sobrevivir en el mundo del siglo XIX.» (Vidas paralelas: Lucas Alamán y el Doctor Mora.)

Concluyamos. Algunos aspectos de este nada complaciente relato me parecen especialmente significativos para nuestro volátil presente. En primer lugar una cierta reivindicación de la historia sine ira et studio (con inevitables y palpables limitaciones), que supone el rechazo a convertir la historia en una mera herramienta de ingeniería política o social. Hoy, como entonces (como siempre), abundan las propuestas de memorias históricas o democráticas o de la gente, que intentan imponer una particular interpretación de los acontecimientos que ampare la actuación propia, condene la del contrario (incluso sus intenciones), y, en casos extremos, justifique su arrinconamiento o persecución. Y estas artificiales memorias no son sólo partidistas, adoctrinadoras y hemipléjicas, sino que además, en la medida en que sustituye el conocimiento por la propaganda, no deben ser consideradas historia. Pero Alamán todavía nos proporciona una última reflexión, también actual: la ruptura y creación de una nueva nación (por más que se considere preexistente e intemporal) no sale gratis. Y su precio se paga en sangre, en destrucción y retroceso económico, y sobre todo en una sociedad fracturada y peligrosamente ensimismada, precisada de teñir en nacionalismo cualquier manifestación de lo que simplemente debería ser la común vida humana.


Tomo I (Libros I, II y III de la primera parte): 1808-1812.
    Tomo II (Libros IV, V, VI y VII de la primera parte): 1812-1820.
      Tomo III (Libros I y II de la segunda parte): 1821-1824.
        Tomo IV (Apéndices de toda la obra)

        viernes, 12 de febrero de 2016

        Enrique Cock, Anales del año ochenta y cinco

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        Nacido hacia 1540 en Gorkum, en la Holanda meridional, el humanista Henricum Coquum (su nombre latinizado) se verá obligado a abandonar su país natal en 1572 a causa de su conquista por parte de los conocidos como Mendigos del Mar: ha comenzado la larga guerra de Flandes. Inicialmente se establecerá en Roma, etapa si no muy prolongada, aparentemente decisiva: es posible que contactara con otros estudiosos amantes de las antigüedades, quizás se reafirmó en su lealtad a su religión y a su rey, y aprendió el oficio de notario. En cualquier caso, en 1574 se ha establecido en España, con el suficiente prestigio y contactos como para entrar a servir a la casa ducal de Feria. Durante varios años recorrerá toda España y trabajará en la elaboración de una descripción de España, escribirá su Asafrae descriptio, en verso, y numerosas obras más (en latín por supuesto) de índole geográfico-histórica y cartográfica...

        Sin embargo, en 1583 se establece en Salamanca bajo la protección del secretario real para los flamencos. Tampoco parece lograr suficiente estabilidad: puede consultar los ricos fondos bibliográficos de la ciudad, pero debe ocuparse de otras tareas menores como traducciones e impresiones de otros autores, cada vez más absorbentes… y en su escaso tiempo libre sigue escribiendo sus propias obras y ampliando su biblioteca. En consecuencia, sus esperanzas parecen dirigirse a ingresar en la corte, pero no parecen tener éxito sus gestiones, y la plaza que le ofrecen sus amigos le hace dudar: miembro de la Guardia Real de archeros de Borgoña. Aunque el prestigio del cargo es grande y las condiciones pueden serle favorables, proporcionándole mucho tiempo libre para sus estudios y composición de libros, no le atrae, en absoluto, el ejercicio de las armas. La necesidad, sin embargo, le obligará a aceptarlo a fines de 1584. Y una de sus primeras tareas consistirá en acompañar al rey Felipe II en el largo periplo de 1585 con motivo de la boda de su hija Catalina con el duque de Saboya, y la jura de su hijo el futuro Felipe III, por parte de los estados de la Corona de Aragón, lo que le llevará a Zaragoza, Barcelona y Valencia, además de Monzón, donde se celebran las Cortes. Y el resultado será la obra que comunicamos.

        Los primeros editores de la obra, en 1876, Morel-Fatio y Rodríguez Villa, resumieron así el atractivo e interés de esta obra: «Muchos pasajes de sus Anales muestran con qué cuidado, con cuánta perseverancia se informaba, por donde quiera pasaba la comitiva Real, del origen de las ciudades, del estado de sus santuarios, de sus recursos económicos, del gobierno y carácter de sus habitantes. No es maravilla que Cock, como hombre de su tiempo, carezca de crítica y acoja con asombrosa facilidad las leyendas más absurdas, sobre todo las que se refieren a la fundación de monasterios y capillas en que su devoción poco ilustrada se complacía. Estos defectos están, sin embargo, suficientemente compensados por una cualidad tan rara como estimable: el espíritu de observación. A la vez que descripciones de fiestas y torneos, listas de señores e itinerario de la familia Real, encierran estos Anales abundante copia de preciosos detalles, que seguramente ningún otro cronista oficial nos hubiera jamas dado. A esta laudable curiosidad somos deudores de los pasajes relativos a la fabricación de la cerámica morisca de reflejos metálicos, cuyo ingenioso procedimiento era punto menos que ignorado, a la explotación de las salinas cercanas a Zaragoza, y tantos otros detalles sobre las costumbres de todas las clases de la sociedad en aquel tiempo, y el carácter peculiar de aragoneses, catalanes y valencianos, que en vano se buscarán en otras obras históricas. Hoy que con tanta avidez se recogen datos para reconstruir la historia de las clases obreras y de los usos y tradiciones populares, tan desdeñados por nuestros cronistas, ofrece la Relación de Cock mayor interés y más poderoso atractivo.»


        viernes, 5 de febrero de 2016

        Eutropio, Breviario de historia romana

        El emperador Valente
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        Eutropio fue un alto funcionario de larga carrera en el declinante imperio romano del siglo IV, que conocemos con detalle a través de la obra de Amiano Marcelino, ya editada en Clásicos de Historia. Aunque se ignora mucho sobre su vida, se ha propuesto un posible origen griego, por su nombre y por el uso esporádico de vocabulario de esta procedencia. El hecho de que escriba en latín se explica por la preferencia por esta lengua en las obras de historia de la época, y por haber sido dedicada al emperador Valente, que no sabía griego. En cualquier caso, parece que nuestro autor ocupó progresivamente puestos de gran responsabilidad en la administración del estado: magister memoriae (como indica en la dedicatoria citada), procónsul de Asia, y como culminación de su carrera, cónsul de Roma junto con Valentiniano II. Eutropio fue, señala Emma Falque, «una persona competente y leal, y además un superviviente nato. Tuvo que ganarse el respeto no sólo de sucesivos emperadores de carácter e intereses dispares, sino también de jefes militares, funcionarios civiles y destacados senadores, lo que no resultaba una tarea fácil en aquellos tiempos.»

        El Breviario de historia romana (o Breviarium ab urbe condita) es un excelente ejemplo de los epítomes o resúmenes que abundan por entonces, como el falsamente atribuido a Sexto Aurelio Víctor (así como los que realmente compuso). Las clases educadas los demandan, y numerosos escritores se apresuran a satisfacer sus gustos. Así, Eutropio sintetiza toda la historia romana, pero a diferencia de otros autores, utiliza un buen número de fuentes y procurar dotar al conjunto de un aspecto unitario, especialmente en los libros dedicados al imperio, en los que el hilo conductor de la narración son las biografías de los emperadores (un poco, al modo de Suetonio). El resultado constituyó un éxito: fue traducida al griego por Peanio hacia 380, y por tanto en vida del autor, y aún en otras dos ocasiones en el siglo VI, lo que es muestra de su popularidad. Y ésta todavía fue mayor entre los latinos: la utilizarán en sus obras san Jerónimo, Orosio, Casiodoro, Isidoro de Sevilla, Paulo Diácono (que la amplió hacia 800)...

        Los catálogos de bibliotecas monásticas catedralicias y universitarias medievales suelen poseerlo siempre, y su popularidad se mantendrá en los siglos siguientes, multiplicándose las versiones e impresiones en las más variadas lenguas. Muestra de ello es la traducción que presentamos, publicada por Juan Martín Cordero en 1561, y que acompaña al texto original latino.


        viernes, 29 de enero de 2016

        Pedro Ordóñez de Ceballos, Viaje del mundo

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        Escribe M. Serrano y Sanz*: «Difícil es averiguar cuánto hay de verídico y cuánto de fabuloso en un libro publicado por D. Pedro Ordóñez de Ceballos, nacido en Jaén a mediados del siglo XVI, con el extravagante título de Historia y viage del mundo del clérigo agradecido. Sí que deben ser ciertas en líneas generales, no en detalles, las aventuras del autor por América a fines del siglo XVI; pero llevan el sello de fantásticas las sucedidas en Cochinchina, donde convirtió nada menos que a la Reina y a otros personajes, quienes, por lo visto, podían tan poco que no le evitaron ser reducido a prisión. Ordóñez compendia así sus méritos en un documento que inserta como certificación del Consejo de Indias, de cuya autenticidad no respondemos:

        »Atento a que ha treinta años que sirve, y antes que so ordenase, sieudo seglar, de Alférez Real en las galeras, y después en las Indias, fue Capitán contra los negros cimarrones de Cartagena que estauan revelados, y prendió y sacó más de quatrocientos, de que cupo a Su Magestad más de ciento y sesenta que se vendieron, y montó mucha suma de ducados, y asseguró los caminos y la tierra; y buelto, el Gobernador le embió contra dos nauíos de la Rochela, y los venció y echó a fondo; y en la jornada de Uraua y Caribana metió a su costa treinta y seis soldados y seis negros, y después fue nombrado por Maese de Campo della, en la qual tuvo diversas batallas y guaçauaras, y peleó cuerpo a cuerpo con un indio valentísimo, y por su vencimiento quedaron de paz y se poblaron dos ciudades, la Concepción y Santiago de los Caualleros; y después la Audiencia del nuevo Reyno le nombró Visitador de Antioquía y Popayan, y después por Gouernador de Popayan; y siéndolo fue contra los indios pixaos y paeces y los retiró y socorrió al Capitán Diego Soleto, que le tenían cercado los sutagaos, y en mucho riesgo, y auió la gente del Capitán Juan López de Herrera, y con el socorro se fundó la ciudad de Alta Gracia de Suma Paz.

        »Y siendo sacerdote fue Cura y Vicario de Pamplona y dos veces Visitador general del nuevo Reyno. Y auiéndose embarcado eu Acapulco para ir al Perú, por auerse derrotado con temporal fue a parar al Reyno de la Cochinchina, y en el dicho viaje de ida y vuelta peleó con navíos flamencos y turcos cosarios y aportó a una isla y socorrió algunos españoles que estauan perdidos; y entrándose en el dicho Reyno baptizó á la Reyna y algunos virreyes y Gouernadores suyos y mucha gente del Reyno y los instruyó y los enseñó todo lo tocante a la fe, y por ello fue preso y condenado a muerte y al fin desterrado; y saliendo dél rescató algunos nauíos portugueses que estauan detenidos en él y les socorrió y les dio lo necesario para auiarse, y bolvió hasta cerca del estrecho de Magallanes y encontró con muchos nauíos de Inglaterra y peleó y echó a fondo dos dellos y salió muy herido, y por Buenos Ayres bolvió al Perú y a la provincia de los Quijos, estando rebelados los indios, con quarenta hombres para reducirlos, y la libró y entró a los indios de guerra que avía y sacó de paz; enseñó, doctrinó y baptizó más de catorze mil dellos, y de ellos pobló doze pueblos y rescató muchos que ellos mismos vendían, y fundó un pueblo y los dio a todos libertad, en que gastó más de veinte mil ducados; y de allí fue por cura de Pimampiro, donde enseñó y baptizó gran cantidad de indios y entre ellos repartió de limosna más de quatro mil ducados.

        »Otros varios episodios refiere, si no absurdos, por lo menos inverosímiles; difícil resulta creer la historia de aquella dama española que encontró en la isla de Malta vestida de soldado, fugitiva de España por dar muerte al calumniador de su honra, a quien cortó lengua, nariz, orejas y manos; otro tanto decimos de aquella expedición que las galeras de Malta y Ordóñez en ellas hacen al mar Negro, llegando hasta la entrada del lago Meotis (mar de Azof), pasando forzosamente por el Bósforo. Imaginario es también aquel Mahomad, Bajá de Túnez, que profesaba el cristianismo y obsequió con mil amores a nuestro héroe y le regaló varios cautivos, entre ellos un exgobernador de Indias y tres mujeres. Sospechosos son los viajes que realizó por Europa juntamente con el Marqués de Peñafiel, llegando hasta la Tierra Verde (Groenlandia).»

        El jiennense Pedro Ordóñez de Ceballos, que vivió entre 1550 y 1635, publicó este Viaje del mundo en 1614.

        * M. Serrano y Sanz, en su “Introducción” a Autobiografías y Memorias coleccionadas e ilustradas por… Nueva Biblioteca de Autores Españoles, 2. Madrid 1905. Pág. XCII-XCIV. 


        Mapa de Asia (1689)

        viernes, 22 de enero de 2016

        Flavio Josefo, Contra Apión. Sobre la antigüedad del pueblo judío

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        Flavio Josefo (ca. 37-100 d. C.), del que ya hemos comunicado Las guerras de los judíos, publicó sus Antigüedades judías hacia el año 93 o 94, con la intención de difundir la historia de su pueblo entre los lectores griegos y romanos. Parece ser que esta obra atrajo la atención de algunos círculos antijudíos (especialmente de Alejandría), lo que propició la redacción de un nuevo y breve texto de carácter polémico por parte de Flavio Josefo. Posiblemente este Contra Apión fue su última obra. Y en su propio carácter incidental radican algunos de sus atractivos para un lector contemporáneo: nos permite asistir a un reñido debate en ocasiones con epítetos gruesos; observamos el modo de argumentar y de aceptar o rechazar las afirmaciones de los autores contrarios; y, en el calor de la polémica, repasa ante nosotros la bien nutrida biblioteca a la que tiene acceso.

        Cita numerosos historiadores, de la mayoría de los cuales apenas conocemos más que las citas y fragmentos que ésta y otras obras incluyen: a Manetón, historiador egipcio del siglo III a. C., a las crónicas fenicias, al comediógrafo Menandro de Éfeso, al verdadero Beroso de Babilonia, Filóstrato, Megástenes, Hermipo, Teofrasto, Heródoto, Querilos, Clearco, Hecateo de Abdera, Agatarquides, Jerónimo. Y aun añade: «a éstos se agregan Teófilo, Teodoto, Manaseas, Aristófanes, Hermógenes, Euhemer, Conón, Zopirión y muchos otros pues no he leído todos los libros, que hablan de nosotros con bastante extensión.»

        Estas autoridades que cita en pro de la antigüedad del pueblo judío, no le impiden criticarles allá donde sus afirmaciones desmerecen de lo que considera verdadero: Manetón, Jairemón, Lisímaco «que tomó para sus mentiras el mismo tema que los otros, pero superándolos en su enormidad por la incredibilidad de sus ficciones.» Pero en el libro II se centra en su objetivo principal: «Tengo mis dudas de si debo ocuparme del gramático Apión. Algunas de las cosas que escribe son muy similares a lo que dicen otros; en cambio, lo que agrega por su cuenta, es de escasa importancia. La mayor parte de sus engendros es chabacana y, a decir verdad, revela una profunda ignorancia; se ve que proceden de un hombre de perversas costumbres y que toda su vida fue un charlatán.»

        Apión, una generación anterior, había sido un egipcio helenizado, ante todo estudioso de Homero, que se implicó en los conflictos entre alejandrinos griegos y judíos. Formó parte de una de las dos comisiones rivales (la otra encabezada por Filón) que se dirigieron a Roma en tiempos de Calígula o de Claudio. Fue autor de una Historia de Egipto en la que sostenía el origen egipcio de los judíos, lo que provocó que Josefo algunos años después, cuando Apión ya había fallecido posiblemente en Roma, no renunciara a ningún medio para descalificar sus afirmaciones, y las caracterizara como meras ficciones de tan patente falsedad que al propio Apión habrían acabado «abrumándolo con el peso de su necedad y sus mentiras.»


        Traducción alemana de 1552 de las obras de Flavio Josefo

        jueves, 14 de enero de 2016

        José Cadalso, Cartas marruecas

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        Escribe Gonzalo Anes: «De las críticas que se hicieron sobre España y sobre los españoles destacan las de Montesquieu, en las Cartas persas y en determinados pasajes de El espíritu de las leyes, y la famosa voz publicada en el tomo II de la Geographie, de L'Encyclopédie Méthodique, escrita por Masson de Morvilliers. Ambas posiciones críticas suscitaron respuestas en España, movidas por sentimientos patrióticos. Frente a las afirmaciones de Montesquieu, José Cadalso escribió las famosas Cartas marruecas sobre los usos y costumbres de los españoles antiguos y modernos, hacia 1768. No se imprimieron hasta 1789. Se trata de una sátira en la que ridiculiza las versiones de viajeros que se equivocaron en su descripción de la vida y costumbres de los habitantes de los países que visitan. Estos errores se cometían no sólo cuando los viajeros se fundaban en lo que decían otros sino también por quienes narraban sus impresiones sobre el país que visitaban, por ser mucha “la preocupación con que se suele viajar”. Cadalso presenta como ejemplo a Montesquieu, quien, “no obstante lo distinguido de su origen, lo elegante de su pluma, lo profundo de su ciencia” y tantas otras cualidades que le daban “tanta y tan universal fama en Europa”, parecía haberse transformado en otro hombre al hablar de España: sus errores y falsas apreciaciones se debían a “las malas noticias” que le habían dado “algunos sujetos poco dignos de tratar con tan insigne varón, en materias tan graves como la crítica de una nación que ha sido muy principal en todos tiempos entre todas las demás”.

        »José Cadalso fue escritor precoz en exponer ideas nuevas sobre España como nación. Para él, un auténtico sabio habría de conocer bien la comunidad a la que perteneciese, por lo que era necesario que se interesase por su historia. Por eso recomendó la lectura de obras escritas por historiadores sobre el pasado de España. Sólo así sería posible comprender la individualidad de la patria y su carácter nacional. Afirma que cada nación “tiene su carácter”, mezcla de vicios y virtudes, “cada reino tiene sus leyes fundamentales, su constitución, su historia, sus tribunales y conocimiento del carácter de sus pueblos, de sus fuerzas, clima, productos y alianzas”. “La ciencia de los Estados” consistiría en entender todo ese complejo, para lo que es imprescindible conocer la historia, ya que la historia crea lo específico, lo que caracteriza a cada nación (...)

        »Para Cadalso, el carácter nacional de un país ―Francia, Inglaterra, España― determina el ser francés, inglés o español. La nación como comunidad humana, en su ser específico, con su unidad, existe aunque haya discrepancias entre sus miembros, incluso profundas, como las que mantienen quienes quieren cambios y quienes desean que todo permanezca como está. Unos y otros tienen imágenes distintas del ser de España, pero acaban por entenderse políticamente. Con su carácter “mixto de vicios y virtudes, en el que los vicios pueden apenas llamarse tales si producen en la realidad algunos buenos efectos, y éstos se ven sólo en los lances prácticos que suelen ser muy diversos de los que esperan por mera especulación”. De ahí que el amor a la patria pueda ser ciego “como cualquier otro amor”. Ha de dirigirlo el entendimiento para que no lleve “a aplaudir lo malo, desechar lo bueno, venerar lo ridículo y despreciar lo respetable”. La actitud de Cadalso ante España y lo español es crítica: piensa que las guerras han desangrado el país; que la religión ha invadido campos que no le corresponden; que el espíritu caballeresco ―o guerrero― es causa del desprecio de las artes mecánicas y del comercio; que los nobles son vanidosos y que perturban el deseable orden social; que el oro y la plata de las Indias han sido y son perjudiciales para el buen funcionamiento de la economía; que, por todo ello, España ―la Península― “se hundió a mediados del siglo XVII” y que “ha vuelto a salir de la mar” sólo “a últimos del XVIII”. Cadalso sabe que la denominada por él “cultura nacional” tiene que mejorar con el conocimiento del extranjero, por lo que piensa que debe fomentarse la traducción de todo lo bueno que, de fuera de España, pueda recibirse. Los viajes a otros países permitirán adquirir una formación que luego será beneficiosa para la patria.

        »El sentimiento de patria es comprobable en Cadalso, como en tantos otros autores del siglo XVIII, en varios pasajes de su obra: sabe que despierta uno de los afectos más nobles; que “la fuerza de los vínculos que unen a la patria” permite hacer el bien “al total de la nación”. La idea de nación y la de patria llevan a Cadalso a plantear la necesidad de que se escriba “una historia heroica de España”.» (Gonzalo Anes, España como nación en el siglo de las luces, en Real Academia de la Historia, España como nación, Barcelona 2000, pág. 197-199.)