domingo, 27 de marzo de 2016

Teresa de Jesús, Libro de la Vida

Por Gregorio Fernández

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Escribe Magdalena Velasco Kindelán*: «El Libro de la Vida, cuyo manuscrito se conserva en la biblioteca del Monasterio del Escorial, es una autobiografía incompleta, escrita desde la altura de los 47 años de su protagonista, en 1562. Aún vivirá 17 años más, en los que realizará sus fundaciones, viajando por Castilla y Andalucía. Pero también se trata de una biografía incompleta porque Teresa cuenta tan sólo algunas cosas de su vida, con un criterio de selección muy estricto (…) Es evidente que se trata de una autobiografía espiritual, en la que se da más importancia a lo psicológico que a los acontecimientos externos. Teresa dedica trece capítulos de su obra a hablar de su oración porque en ella radica su verdadera aventura espiritual. Ella ha recorrido espacios del espíritu, ha vivido realidades interiores. Lo externo se convierte en secundario ante sus ojos.

»Si reflexionamos acerca de los motivos que suelen llevar a algunas personas a escribir su autobiografía o sus memorias -me refiero a obras serias, no a esas fruto del simple oportunismo económico-, veremos que pueden resumirse en el deseo de justificar la propia trayectoria vital. Suele tratarse de personas que están próximas a cerrar el arco de sus vidas, y quieren exponer sus anhelos e intenciones al juicio de los demás, o incluso, desafiando ese juicio, apelar al de la historia o al de Dios. La autobiografía de Teresa de Jesús es diferente. Ella aún no está en el declinar de su vida; tiene menos de 50 años, y le queda mucho, y quizás lo más importante, por realizar. Bien es cierto que desde un punto de vista subjetivo, al terminar el Libro de la Vida, Teresa disfrutaba de un período de cierta tranquilidad externa en el Convento de San José de Ávila, y pensaba que su «vida pública» había terminado. Por otra parte no parece tener gran interés en justificarse ante los demás. Repite que no le importa el juicio de los hombres, que quiere vivir oculta, olvidada de todos, ocupándose sólo de Dios y de las almas. Afirma que «trae el mundo bajo los pies», y nada de él le interesa; no aspira al poder, el dinero o la honra. No quiere ganar fama como escritora.

»Después de estas consideraciones negativas la pregunta que surge es: ¿por qué, pues, escribe? ¿Cuáles son las razones poderosas que mueven a Teresa a afilar la punta de su pluma de ave, a mojarla en tinta terrosa y a deslizarla veloz por el papel barato, pulcramente cosido en cuadernillos por sus hermanas? ¿Qué motivaciones le impulsan a escribir a deshora, robando tiempo al descanso, «casi hurtando el tiempo y con pena, pues me estorbo de hilar, por estar en casa pobre, y con hartas ocupaciones» (Cap. X)? De una reflexión atenta podemos deducir una triple respuesta a esta pregunta. Teresa escribe por tres razones poderosas: la primera, para dar gloria a Dios y dar a conocer «sus misericordias»; después, por obedecer a Dios y a quienes lo representan, que le mandan taxativamente que escriba; por ultimo, para hacer bien a otras almas y evitarles los sufrimientos de la soledad espiritual que ella ha sufrido. A estos tres motivos se corresponden los tres destinatarios del texto. Los confesores, en primer lugar, que serán el filtro por el que su obra llegará a esas otras personas: sus hermanas religiosas, y un pequeño círculo de almas selectas. Y de forma eminente, Dios, al que continuamente se dirige Teresa, fundiendo así la rememoración del pasado con la oración presente, en una extraordinaria manifestación de reviviscencia.»

* Magdalena Velasco Kindelán, Motivaciones y destinatarios del Libro de la vida de Santa Teresa de Jesús, AISO, Actas V (1999).

Autógrafo de Tersa de Jesús

martes, 22 de marzo de 2016

Prisco de Panio, Embajada de Maximino a la corte de Atila


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Prisco de Panio (c. 410-472), también llamado Prisco de Tracia, participó en la embajada enviada por el emperador Teodosio II a la corte de Atila, caudillo de los hunos. Nos dejó un pormenorizado informe de la expedición y numerosos textos sobre este pueblo, entonces en pleno apogeo y aparentemente invencibles. Los historiadores que le sigan en el siglo VI, como Casiodoro o Jordanes, tomaran la obra de Prisco como fuente principal sobre los hunos. Susan Bock lo expresa así en su obra Los hunos, tradición e historia (Murcia 1992):

«Casi todo lo que acontece hasta la muerte de Teodosio II nos es conocido por el testimonio de Prisco, un testigo de excepción de los acontecimientos durante esta embajada y el único que nos ha dado una historia de este período. Pero su obra no ha llegado intacta sino en fragmentos y presenta algunas dificultades para los historiadores modernos. En su obra, los términos técnicos, cronologías y cifras se evitan según la moda literaria de la época, igual que su uso del término escita cuando se refiere a los hunos. Este era el nombre dado a todos los nómadas en general. No todos los escitas eran hunos. Natural de Panio, en Tracia, Rhetor et Historike,  fue la fuente principal sobre los hunos para los autores antiguos y, a pesar de que la mayor parte de su obra se ha perdido, para los historiadores posteriores. Su historia comienza en el año 434, cuando Atila y Bleda aparecen como los nuevos jefes de los hunos. El historiador godo Jordanes le cita como fuente con frecuencia y, aunque a veces no le cita, los años 430 a 474 de su Getica, quizá los más vívidamente descritos, parecen estar basados, o copiados directamente, de la Historia Bizantina de Prisco. Mommsen dice que Jordanes no dice más de Atila de lo que se puede encontrar en Prisco.

»No sabemos nada de este historiador antes de su viaje con la embajada de Maximino a la corte de Atila. Se supone que ocupó un cargo de cierta importancia en el gobierno y que entabló amistad con su superior Maximino. W. Ensslin piensa que quizá Prisco trabajaba en uno de los scrinia bajo el mando del Magister Officiorum. Lo que parece respaldar esta hipótesis, de que ostentó un cargo de alguna relevancia y que tuvo acceso a los documentos oficiales, es el gran número de detalles que narra sobre los tratados entre los hunos y el imperio. Thompson recuerda que en el imperio tardío era la práctica el incluir en las embajadas un filósofo o sofista, oradores elocuentes, y que probablemente Prisco fue invitado a tomar parte en ésta porque ya había alcanzado cierta fama como orador en la escuela sofista (…) A pesar del gran valor de su obra, Prisco, como todos los demás historiadores antiguos, ha sido duramente criticado. Se tiende a ignorar que su Historia Bizantina, fue más bien un esfuerzo literario que seguía las normas literarias de su época y no la historia de una época como nosotros la entendemos. Los principales fallos en su obra son las imprecisas descripciones geográficas, la ausencia de información militar o estratégica (quizá porque no tenía interés o conocimientos en esos campos), una falta de traducciones precisas de los títulos y cargos, y un prejuicio patriótico sobre la superioridad de todo lo romano.»

Por su parte, en su clásica Historia del Imperio Bizantino (tomo I), Alexander A. Vasiliev nos presenta así el marco histórico del texto que presentamos: «En la pars orientalis (del Imperio), Teodosio tuvo que luchar contra los salvajes hunos, quienes invadieron el territorio bizantino y llegaron, en sus devastadoras, incursiones, al pie de las murallas de Constantinopla. El emperador hubo de pagarles una importante suma y cederles territorios al sur del Danubio. Las relaciones pacíficas que se establecieron a continuación con los hunos, motivaron el envío de una embajada al gran campamento huno de Panonia. Al frente de la embajada iba Maximino. Un amigo de éste, Prisco, que le acompañó a Panonia, ha dejado una relación completa de la embajada y una descripción interesante de la corte de Atila y de los usos y costumbres de los hunos. Tal descripción es particularmente interesante en el sentido de que puede ser considerada un relato, no sólo de la vida de los hunos, sino de las costumbres de los eslavos del Danubio medio, a quienes los hunos habían sometido.»

El Banquete de Atila, por el pintor húngaro Mór Than (1870)

sábado, 12 de marzo de 2016

Luis Gonçalves da Câmara, Autobiografía de Ignacio de Loyola

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Presentamos un buen ejemplo de historia oral del siglo XVI. El autor recoge directamente del personaje la narración de su vida, con el propósito de documentarla fielmente para la institución a la que ambos pertenecen. Transcribirá casi toda ella en castellano, excepto una parte que lo hace en italiano, en función del amanuense de que puede disponer. Y las copias circularán manuscritas rápidamente, dando lugar a una auténtica memoria histórica. Aunque comúnmente es denominada Autobiografía (y en algunas ediciones se ha sustituido la tercera persona por la primera), parece conveniente no obviar la presencia constante en el texto del memorialista Gonçalves, que aun respetando la esencia de lo comunicado, naturalmente lo filtra desde su propia percepción de Ignacio de Loyola. La conservación y transmisión del texto, además, dentro de la propia orden (no se editará hasta 1904), no excluye la posibilidad de otros filtros menores.

J. Ignacio Tellechea Idígoras, en su Ignacio de Loyola. Solo y a pie, abunda así en este aspecto: «Increíble, por no decir sospechosamente, no se conservan los papeles originales de Câmara, aunque sí muchas copias y la versión latina muy temprana del texto destinado a manos de la ya internacional Compañía. ¿Cómo explicar la desaparición de semejante reliquia, tan codiciada y tan laboriosamente alcanzada? En el texto actual se liquidan en dos líneas las travesuras de mancebo, tan clara, distinta y circunstancialmente contadas por Ignacio. Nos consta que las refirió. ¿Las puso por escrito Câmara? ¿Fue respetuoso con la sinceridad del hombre o le venció el respeto al santo? En cualquier caso es lamentablemente sobrio en el inicio del relato que actualmente poseemos, cuya primera copia es la llamada de Nadal, hombre excesivamente empeñado en teologizar sobre los episodios edificantes de Loyola y en convertirlos en espejo de la Compañía recién nacida. Con ello perdemos contacto con el hombre Ignacio, más proclive a contar sus flaquezas que sus carismas.»

En cualquier caso, nos encontramos con una voz viva y directa que nos llega desde el abigarrado mundo del humanismo y reformismo renacentista.

Luis Gonçalves da Câmara nació hacia el año 1519 en la isla portuguesa de Madeira, de la que era gobernador su padre. Estudió en París, donde obtuvo el grado de Maestro en Artes, y entró en contacto con los compañeros de Ignacio de Loyola. Más tarde regresa a Portugal, donde estudia Teología en Coimbra, e ingresa en la Compañía de Jesús. Su vida transcurrirá desde entonces en su país, salvo breves estancias en Valencia, Tetuán, entre 1553 y 1555 en Roma (cuando redactará el texto que presentamos), y otra vez en 1558-59. Su regreso definitivo a Portugal se produjo al serle encargada la educación del niño rey Sebastián, lo que sumerge en la brillante corte lisboeta y en el ámbito de los conflictos entre la abuela y el tío del monarca, los dos sucesivos regentes. Gonçalves morirá en 1575; su antiguo discípulo el joven rey Sebastián (cuenta apenas 20 años), expresará la pena por su muerte, ignorando que apenas le sobrevivirá otros tres...



viernes, 4 de marzo de 2016

Lucas Mallada, Los males de la patria y la futura revolución española


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Lucas Mallada y Pueyo (1841-1921) fue ingeniero, geólogo y uno de los padres de la paleontología española. Y también, como otros científicos, juristas y literatos de su tiempo, atento observador de la sociedad española. Y como ellos se sintió responsable y obligado a comunicar sus reflexiones a la opinión pública por medio de frecuentes artículos en El progreso, en la Revista Contemporánea… Algunos de ellos acabarán componiendo Los males de la patria, en 1890. Con antelación a los regeneracionistas, como Costa, y a la generación del 98, como Unamuno y Maeztu, Mallada inicia el estudio del entonces llamado problema de España. Nos proporciona un exhaustivo análisis del estado del país, enfocado al mismo tiempo con el distanciamiento del científico y con la pasión del patriota. La mayoría de estos artículos se redactan en los años de mayor éxito del sistema canovista, durante la regencia de María Cristina y el gobierno largo de Sagasta, con el funcionamiento pleno de la alternancia pacífica que posibilita el establecimiento de reformas: ley de asociaciones, jurados, sufragio universal masculino… Y ante el triunfalismo que se extiende ―se quiere percibir que España está en camino de recuperar su estatus de potencia―, Mallada pondrá de relieve el revés de la trama: un cúmulo de carencias e incompetencias, falta de recursos y mala gestión de ellos, atraso generalizado, inmoralidad pública, desbarajuste administrativo y partidos políticos manifiestamente mejorables…

Lo que observa no le gusta, pero añade: «En medio de nuestro pesimismo, queremos alejarnos de toda exageración, de toda intransigencia de escuela y de todo espíritu de partido. Queremos juzgar a la patria de hoy puestos los ojos en la patria de mañana, como la juzgaría un extranjero enteramente imparcial, o como nos juzgará la historia dentro de medio siglo. Sin más esperanza que en Dios, y con escasa fe en las cosas humanas, séanos permitido impugnar fatales preocupaciones, muy arraigadas aún en el país, hijas de la fantasía nacional y origen de crasos errores, constantemente opuestos a toda suerte de adelantos.» Y es que «la loca fantasía es nuestro principal defecto; la fantasía convierte en un verdadero laberinto la administración pública; la fantasía nos hace ser los mayores proyectistas y los más holgazanes de Europa; a la fantasía debemos ese lujo de fiestas, romerías y ferias en que se negocia poco y nos divertimos mucho; la fantasía nos hace creer que España es un país privilegiado; la fantasía nos induce a reclamar un puesto de honor entre las grandes naciones, aunque continúa flotando el pabellón británico en Gibraltar; la fantasía nos hace esperar que seamos algún día los redentores de ese continente que colonizan los franceses desde la Argelia y los ingleses desde el Cabo; la fantasía nos cierra los ojos y nos tapia los oídos para no ver ni oír una sola verdad.»

Los males proceden, pues, de la fantasía hispánica, concepto en el que reúne las carencias que percibe en la sociedad y en los individuos que la componen: pereza, imprevisión, falta de iniciativa, envidia… Acomodamiento a las circunstancias, buscar la solución a los propios problemas en el Estado, talante de leguleyo que domina la vida política y administrativa, ocultar las taras del presente con las glorias del pasado. En resumen, confundir los sueños con las realidades. Y ante esta situación propone soluciones, no como fórmulas mágicas, sino como meros pero necesarios medios de mejora. Así la repoblación forestal, la concentración parcelaria, la simplificación administrativa, la descentralización, etc. En estos cambios consiste la revolución necesaria (interna, no meramente política) en España. Costumbres e instituciones deben adaptarse, modernizarse y cambiar. Y si no lo hacen, naturalmente la corriente de la historia las arrastrará, incluso a la propia monarquía.

Unos años después el deterioro, las debilidades del sistema, se harán más patentes: la reanudación de la guerra colonial en Cuba, y el inicio de la filipina, el asesinato de Cánovas, llevarán a Lucas Mallada a elaborar una segunda parte ―prometida pero retrasada― sobre esta revolución pendiente (en expresión que utiliza). A lo largo de 1897 redactará un puñado de artículos, finalizados con una última entrega en enero del año siguiente. El pesimismo se hace mayor. La fantasía de la sociedad española es abrumadora, repleta de patriotismos altisonantes. Nuestro autor será una de las escasas voces que abogará de forma clara por el abandono de unas colonias que ya da por perdidas. Y el colofón de la inevitable derrota, teme, pudiera ser una nueva ―la cuarta― guerra civil...


Ricardo Baroja, grabado

viernes, 26 de febrero de 2016

Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra

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Próximamente se cumplirán los cuatrocientos años del fallecimiento de Miguel de Cervantes. Martín Fernández de Navarrete (1765-1844) fue un interesante historiador, y autor de la primera biografía rigurosa del genial escritor, que publicó en 1819. Luis Astrana Marín, en el tomo I de su monumental Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid 1948, pág. XXVII-XXXIV, se refiere así a la obra que presentamos:

«Ya don Martín Fernández de Navarrete recogía noticias, desde 1804, para componer su de todo punto extraordinaria y admirable biografía del gran genio. Siguiendo en el estilo el método de Ríos y en la investigación el de Pellicer, se propuso, y lo consiguió, forjar una obra documental con el auxilio principalmente de los archivos, fuente verdadera científica y entonces casi inexplorada. Y así, pudo lisonjearse “de haber dado tanta luz y novedad a los sucesos de Cervantes, que parece la vida de otro sujeto diferente si se compara con las anteriormente publicadas”. Sobre sus investigaciones propias, apeló a la erudición y cultura de los archiveros, bibliotecarios, académicos y demás personas de relieve intelectual en España, solicitando de ellos documentos, inquiriendo datos y sometiéndoles cuestiones e interrogatorios. Véase cómo explica el resultado feliz (aunque no siempre lo fuera) de sus afanes: “El Ilmo. Sr. D. Manuel de Lardizábal (escribe), secretario de la Academia Española, que residía en Alcalá de Henares, registró por sí mismo y por otros amigos suyos los libros parroquiales, los del Ayuntamiento y los de la Universidad, y examinó cuantas memorias podían existir allí de Cervantes y de su familia. El teniente de navío D. Juan Sans de Barutell, individuo de la Academia de la Historia, que se hallaba reconociendo por orden del Rey el Archivo General de Simancas, encontró en él varios documentos que dieron nuevas luces sobre los destinos de nuestro escritor en las campañas de Italia, de Levante y de África, y sobre la embajada del cardenal Aquaviva (...)”

»La nueva biografía apareció en 1819, formando parte, como tomo de los cuatro que integran El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de Mancha, Cuarta edición corregida por la Real Academia Española, en cuyo Prólogo se anuncia diciendo “que ahora se publica”. Pero su gran difusión hízose en tirada aparte. Del concienzudo trabajo de Fernández de Navarrete, magnífico a la par por su fina y cuidada prosa, bastará con decir que, a pesar de haber transcurrido bastante más de una centuria desde su publicación, todavía se consulta con fruto, por la innumerabilidad de documentos que contiene, no sólo referentes a Cervantes y su familia, sino también a otras personas enlazadas con hechos atinentes a él. Los primeros suben en conjunto al número de treinta y siete, treinta y uno de los cuales se hallan exclusivamente relacionados con nuestro autor. Fue, pues, la primera biografía extensa asentada sobre rigurosas bases científicas, que no tuvo después superación en este punto concreto.

»El defecto de ella es que Fernández de Navarrete, escritor admirable por otro lado, carecía de talento constructivo. No acertaba a distribuir bien las partes de un libro docto, darles la debida proporción y armonía, arrancar para la narración lo importante de los documentos y extraer de ellos todo su relieve, a fin de infundir a los hechos el máximo vigor y belleza. Su biografía, consecuentemente, está mal compuesta, como está la de Máinez, de que luego hablaremos: obras no de verdaderos literatos y artistas profesionales, sino de muy ilustres aficionados. A la vista de tanta documentación, uno y otro hiciéronse, como vulgarmente se dice, un lío, sin atinar a disponerla ni a que rindiese en su lugar el debido provecho. Relegan lo más sobresaliente de la misma a ilustraciones, apéndices, notas y autoridades, fuera de los capítulos, caos que desorienta, confunde y fatiga al lector. A menudo dichas ilustraciones, colocadas al fin, ofrecen más interés que la narración principal. Así, la Vida de Fernández de Navarrete, volumen respetable de 644 páginas, sobre parca en examen crítico, termina propiamente el relato en la 199; las ilustraciones, documentos y citas, en medio de los cuales intercala bibliografía, llenan desde la página 200 a la 539; después coloca las notas de la parte primera, y, por último, las notas y autoridades de la parte segunda. Y si bien el índice de las principales materias no deja nada que desear, la obra en total resulta informe y desordenada. Por ello, casi nunca se ha reimpreso íntegra, sino sólo sus 199 primeras paginas.
En las ilustraciones recogió catorce poesías de Cervantes, una de ellas, a mi juicio, apócrifa, procedente de cierto manuscrito de 1631; y las demás, genuinas, impresas por aquél en libros de autores contemporáneos.

»Hoy, a la luz de la investigación moderna, pueden señalarse muchos yerros en la obra de Fernández de Navarrete. Los más admiten excusa: son esclarecimientos posteriores; pero no pocos dimanan de su fantasía y de acoger equivocaciones precedentes sin someterlas a análisis. Conviene enumerarlos, por haber nutrido las biografías subsiguientes y considerarse en buena parte como ciertos. En primer lugar es falso todo cuanto asienta referente a la genealogía de Cervantes. Cree que estudió primeras letras en Alcalá, habla de haber compuesto “una especie de poema pastoral” titulado Filena, y llama al duque de Sessa don Carlos de Aragón: todo ello erróneo. Afirma respecto de la Mancha: “no puede dudarse que vivió en ella mucho tiempo, especialmente en Argamasilla [de Alba], que hizo patria de su Ingenioso hidalgo”. Nada más disparatado. Sostiene que dejó por albacea a su mujer y “al licenciado Francisco Núñez”, confundiéndolo con Francisco Martínez, y que las monjas trinitarias se habían fundado en 1612 en la calle del Humilladero. También se equivoca al suponer que Cervantes y Shakespear (sic) murieron el mismo día. Yerra asimismo en mantener que las citadas religiosas se establecieron en 1633 “en el nuevo convento de la calle de Cantarranas”, y que trasladaron allí los restos enterrados en la iglesia de su primitiva residencia, y, por tanto, los de Cervantes.

»Es autor de la presunción gratuita de que éste fue admitido en la comitiva de monseñor Aquaviva y marchó con él a Roma. Se engaña al escribir que hay sobrados fundamentos para creer que trató familiarmente a Francisco Pacheco, concurrió a su academia y éste pintó su retrato. Aventuró la tesis incierta de haber estudiado dos años en Salamanca, e hizo monja en las trinitarias descalzas a su hija Isabel. Consignó igualmente, atenido a un documento equivocado, que el cura Francisco de Palacios vivía en Madrid en la misma casa que su hermana doña Catalina la mujer de Cervantes. Tuvo por seguro que en La Galatea retrató éste a su esposa. Niega, contra lo ya probado por Pellicer, que doña Magdalena de Sotomayor fuese hermana de Cervantes, consideró a éste el último de los hijos de su padre Rodrigo y estableció la leyenda de que la hija de Cervantes lo era de “alguna dama portuguesa”. Se equivoca en varios años al fijar la data del fallecimiento del referido padre de Cervantes, a pesar de haber tenido en sus manos la partida de defunción, por tomar a la letra una declaración de su esposa, que se fingió viuda para mover a los poderes públicos a la entrega de adjutorios destinados al rescate de Miguel. Rebate sin razón lo certeramente sugerido por Nicolás Antonio, de que Cervantes oyó de joven representar a Lope de Rueda en Sevilla, creyendo que donde le escuchó fue en Segovia. Habla de un hermano mayor de Cervantes llamado Rodrigo, bautizado con el nombre de Andrés, y yerra, con Herrera y Cabrera de Córdoba, en establecer la Corte en Madrid el año 1560 (…)

»La nueva biografía, por otro lado inmejorable como semblanza moral de Miguel, anuló a las precedentes y no fue superada ni aún igualada, en el orden documental, por las posteriores, a pesar de que algunas contaron con datos inéditos, producto de la investigación ajena. Porque en adelante las conquistas que irán esclareciendo los contornos obscuros de la vida del autor, se deberán a los investigadores, y no a los biógrafos; a la crítica docta y no, a los narradores ocasionales, adversarios de la erudición y los archivos. Con la Vida de Fernández de Navarrete, las letras españolas, excluidos los lunares marcados, tuvieron una importante y magnífica biografía, punto precioso e ineludible de arranque para futuros y más completos trabajos biográficos.»

Y como homenaje personal del blogger, he incluido un rampallo de obras cervantinas y cervantinófilas (y alguna cervantinofóbica) en Cervantes, antes y después, para disfrute de aquel al que le interese.


sábado, 20 de febrero de 2016

Lucas Alamán, Historia de Méjico desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente


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Tomo II  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo III  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |
Tomo IV  |  PDF  |  EPUB  |  MOBI  |

Lucas Alamán (1792-1853) publica su gran obra sobre la independencia mejicana a partir de 1849, cuando este país se recupera de la invasión norteamericana, que le ha supuesto la pérdida de la mitad del territorio nacional. El autor, junto con sus ocupaciones empresariales y científicas, ha ocupado puestos relevantes en la república, y ha reflexionado a fondo sobre el nacimiento de la nación y sus pecados originales. Desde sus presupuestos ideológicos liberal-conservadores y ante la grave crisis, considera necesario emprender una tarea desmitificadora de la emancipación, del falso relato de los acontecimientos que ha vivido. Pone de relieve el carácter español de Méjico, escasamente deudor del mundo precortesiano, y sí del virreinato. Muestra cómo los autores de la independencia desde 1821 (Iturbide, por ejemplo), son los responsables del fracaso de los movimientos anteriores de Hidalgo, Morelos y el primer congreso. Subraya una y otra vez el carácter civil (o incivil) del conflicto; las lealtades son confusas y cambiantes; el levantamiento se hace en nombre de Fernando VII y contra los gachupines; se mezclan desinteresadas aspiraciones de elevado carácter moral, con las más despiadadas depredaciones, crímenes y asesinatos. El lector queda abrumado con la permanente reiteración de los fusilamientos generalizados de prisioneros, habituales en los dos bandos.

Pero Alamán fue mucho más que historiador. Enrique Krauze ha puesto de relieve repetidas veces sus valores (y también sus errores). En un interesante ensayo con motivo del bicentenario de su nacimiento, lo contrapone a su contrario/complementario, el doctor Mora: «Aunque los liberales y los conservadores no llegarían nunca a reconocerlo, en las versiones históricas de ambos habría un fondo de verdad. La liberal, hija ideológica de Mora, tendría razón al subrayar el esfuerzo casi milagroso de construir un país independiente y soberano, un Estado relativamente moderno, un modesto mercado nacional y una sociedad laica y libre (…) Pero la versión conservadora, hija ideológica de Alamán, tendría razón también al poner el acento en las profundas raíces históricas (valores éticos, estéticos, intelectuales, religiosos) que provenían de Nueva España (…) Y aunque tampoco llegarían a reconocerlo, ambas posiciones estaban erradas en cuanto propendían a la idealización: a lo largo de todo el siglo XIX, los liberales habían idealizado la facilidad con que el país podía acceder al futuro plenamente moderno (republicano, capitalista, federal, democrático) con sólo proponérselo (sobre todo en las leyes); por su parte los conservadores idealizaban el pasado colonial cuyas instituciones de toda índole (políticas, religiosas, económicas, educativas) denotaban una anacrónica rigidez que las hacía enteramente inapropiadas para sobrevivir en el mundo del siglo XIX.» (Vidas paralelas: Lucas Alamán y el Doctor Mora.)

Concluyamos. Algunos aspectos de este nada complaciente relato me parecen especialmente significativos para nuestro volátil presente. En primer lugar una cierta reivindicación de la historia sine ira et studio (con inevitables y palpables limitaciones), que supone el rechazo a convertir la historia en una mera herramienta de ingeniería política o social. Hoy, como entonces (como siempre), abundan las propuestas de memorias históricas o democráticas o de la gente, que intentan imponer una particular interpretación de los acontecimientos que ampare la actuación propia, condene la del contrario (incluso sus intenciones), y, en casos extremos, justifique su arrinconamiento o persecución. Y estas artificiales memorias no son sólo partidistas, adoctrinadoras y hemipléjicas, sino que además, en la medida en que sustituye el conocimiento por la propaganda, no deben ser consideradas historia. Pero Alamán todavía nos proporciona una última reflexión, también actual: la ruptura y creación de una nueva nación (por más que se considere preexistente e intemporal) no sale gratis. Y su precio se paga en sangre, en destrucción y retroceso económico, y sobre todo en una sociedad fracturada y peligrosamente ensimismada, precisada de teñir en nacionalismo cualquier manifestación de lo que simplemente debería ser la común vida humana.


Tomo I (Libros I, II y III de la primera parte): 1808-1812.
    Tomo II (Libros IV, V, VI y VII de la primera parte): 1812-1820.
      Tomo III (Libros I y II de la segunda parte): 1821-1824.
        Tomo IV (Apéndices de toda la obra)

        viernes, 12 de febrero de 2016

        Enrique Cock, Anales del año ochenta y cinco

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        Nacido hacia 1540 en Gorkum, en la Holanda meridional, el humanista Henricum Coquum (su nombre latinizado) se verá obligado a abandonar su país natal en 1572 a causa de su conquista por parte de los conocidos como Mendigos del Mar: ha comenzado la larga guerra de Flandes. Inicialmente se establecerá en Roma, etapa si no muy prolongada, aparentemente decisiva: es posible que contactara con otros estudiosos amantes de las antigüedades, quizás se reafirmó en su lealtad a su religión y a su rey, y aprendió el oficio de notario. En cualquier caso, en 1574 se ha establecido en España, con el suficiente prestigio y contactos como para entrar a servir a la casa ducal de Feria. Durante varios años recorrerá toda España y trabajará en la elaboración de una descripción de España, escribirá su Asafrae descriptio, en verso, y numerosas obras más (en latín por supuesto) de índole geográfico-histórica y cartográfica...

        Sin embargo, en 1583 se establece en Salamanca bajo la protección del secretario real para los flamencos. Tampoco parece lograr suficiente estabilidad: puede consultar los ricos fondos bibliográficos de la ciudad, pero debe ocuparse de otras tareas menores como traducciones e impresiones de otros autores, cada vez más absorbentes… y en su escaso tiempo libre sigue escribiendo sus propias obras y ampliando su biblioteca. En consecuencia, sus esperanzas parecen dirigirse a ingresar en la corte, pero no parecen tener éxito sus gestiones, y la plaza que le ofrecen sus amigos le hace dudar: miembro de la Guardia Real de archeros de Borgoña. Aunque el prestigio del cargo es grande y las condiciones pueden serle favorables, proporcionándole mucho tiempo libre para sus estudios y composición de libros, no le atrae, en absoluto, el ejercicio de las armas. La necesidad, sin embargo, le obligará a aceptarlo a fines de 1584. Y una de sus primeras tareas consistirá en acompañar al rey Felipe II en el largo periplo de 1585 con motivo de la boda de su hija Catalina con el duque de Saboya, y la jura de su hijo el futuro Felipe III, por parte de los estados de la Corona de Aragón, lo que le llevará a Zaragoza, Barcelona y Valencia, además de Monzón, donde se celebran las Cortes. Y el resultado será la obra que comunicamos.

        Los primeros editores de la obra, en 1876, Morel-Fatio y Rodríguez Villa, resumieron así el atractivo e interés de esta obra: «Muchos pasajes de sus Anales muestran con qué cuidado, con cuánta perseverancia se informaba, por donde quiera pasaba la comitiva Real, del origen de las ciudades, del estado de sus santuarios, de sus recursos económicos, del gobierno y carácter de sus habitantes. No es maravilla que Cock, como hombre de su tiempo, carezca de crítica y acoja con asombrosa facilidad las leyendas más absurdas, sobre todo las que se refieren a la fundación de monasterios y capillas en que su devoción poco ilustrada se complacía. Estos defectos están, sin embargo, suficientemente compensados por una cualidad tan rara como estimable: el espíritu de observación. A la vez que descripciones de fiestas y torneos, listas de señores e itinerario de la familia Real, encierran estos Anales abundante copia de preciosos detalles, que seguramente ningún otro cronista oficial nos hubiera jamas dado. A esta laudable curiosidad somos deudores de los pasajes relativos a la fabricación de la cerámica morisca de reflejos metálicos, cuyo ingenioso procedimiento era punto menos que ignorado, a la explotación de las salinas cercanas a Zaragoza, y tantos otros detalles sobre las costumbres de todas las clases de la sociedad en aquel tiempo, y el carácter peculiar de aragoneses, catalanes y valencianos, que en vano se buscarán en otras obras históricas. Hoy que con tanta avidez se recogen datos para reconstruir la historia de las clases obreras y de los usos y tradiciones populares, tan desdeñados por nuestros cronistas, ofrece la Relación de Cock mayor interés y más poderoso atractivo.»