lunes, 28 de marzo de 2022

Georges Desdevises du Dézert, Ideas de Napoleón acerca de España

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Los acontecimientos actuales nos animan a trastocar una vez más las entregas programadas en Clásicos de Historia. La guerra de Ucrania nos presenta el recurrente escenario de un país con un líder poderoso que quiere dominar/transformar a otro país vecino, ya sea para situarlo en la órbita propia, ya sea para trocearlo y absorberlo en parte. Lógicamente, todo ello por la fuerza de las armas y con los más especiosos pretextos y justificaciones. Son múltiples los paralelos que podríamos establecer, extraer de ese depósito de calamidades que también es la Historia. Hemos escogido la guerra de Independencia española y este breve trabajo del destacado historiador de múltiples intereses Georges Desdevises du Dézert (1854-1942). Corresponsal con Rafael Altamira, una buena parte de su ingente obra la dedicó a temas españoles, lo que le incluye en el selecto grupo de los grandes hispanistas franceses. De hecho se han reeditado en los últimos años su estudio sobre el Príncipe de Viana, y algunos de los tomos de su exhaustiva La España del Antiguo Régimen.

La obra que presentamos se publicó en la Revista Aragonesa en 1908, con ocasión del primer centenario de los sitios de Zaragoza, conmemorados con una Exposición Hispano-Francesa que quería plasmar la reconciliación y la amistad entre los dos antiguos enemigos. En estas circunstancias, Desdevises se interroga sobre Bonaparte: «¿Cómo un genio tan vasto, un espíritu tan maravillosamente lúcido, pudo dejarse arrastrar por una empresa tan insensata?» Y analiza sus planteamientos, sus cambios de intereses, sus errores de cálculo… Y concluye: «Nosotros creemos que el origen de este error procede de la ignorancia extraordinaria que, sobre las cosas de España, todavía se perpetúa en Francia.» Y constata como finalmente, en 1814, «él mismo reconocía la ruina completa de todos sus designios. La vergüenza de esta gran picardía (dice Desdevises en su castizo castellano) empañará siempre la gloria del emperador, y la resistencia opuesta por España a Napoleón servirá siempre de ejemplo a las naciones ávidas de vivir y celosas de su honor.»

Lo que ignoraba entonces nuestro autor es que Francia sufriría pocos años después una invasión y una ocupación semejante, en este caso por parte de los alemanes. Durante la Gran Guerra, Desdevises recogerá sus Récits de guerre, testimonios de los múltiples padecimientos sufridos por la población: documentos, su correspondencia con amigos, colegas y alumnos movilizados, múltiples fotografías que recogen destrucciones y víctimas… Es posible que este afán de recopilar y denunciar la crueldad y la barbarie nos recuerde al del autor de Los desastres de la guerra . Con la mención a uno de sus grabados ha iniciado Desdevises la obra que comunicamos: Goya «representa el águila imperial francesa agitando vanamente sus muñones desplumados y perseguida a pedradas y palos por una muchedumbre rebosando odios y rencores. Una de las alas había quedado en Rusia; la otra en España.»

lunes, 21 de marzo de 2022

Alexandre de Laborde, Los grabados del Voyage pittoresque et historique de l’Espagne

Los grabados |  PDF  |
La obra original |  BNE  |

Comunicamos esta semana la parte gráfica del magno proyecto editorial de Alexandre de Laborde (1773-1842) titulado Voyage pittoresque et historique de l’Espagne, dos tomos en cuatro volúmenes de 43 por 60 cm. A través de sus excelentes grabados contemplaremos un amplísimo reportaje de paisajes, ciudades, antigüedades y monumentos varios de buena parte de España, en su estado anterior a las destrucciones de la guerra de la Independencia, de las civiles, de las desamortizaciones y, naturalmente, de las restauraciones y falsificaciones que las han vulnerado con los más especiosos motivos. Pero vamos a presentar la obra con algunos párrafos del interesante artículo publicado en 2012 en el Archivo Español de Arte, por Antonio Gámiz y Antonio Jesús García: «El Voyage pittoresque et historique de l’Espagne (1806-1820) es una monumental obra gráfica que incluye en sus dos tomos (con dos partes cada uno) un total de 272 láminas o grabados, con vistas y planos resultantes del trabajo de un equipo de excelentes dibujantes dirigido y costeado por Alexandre de Laborde, también dibujante y redactor del texto. En su recorrido por la España de principios del siglo XIX acometieron un pionero ejercicio de catalogación gráfica del patrimonio paisajístico, arquitectónico y arqueológico de la época.»

«En el año 1800 Lucien Bonaparte fue nombrado embajador en la Corte de Carlos IV y viajó a Madrid, acompañado de Alexandre de Laborde como agregado cultural. A partir de ese momento éste recorrería España, encabezando un equipo de artistas que reunió abundante material gráfico. Según se indica en el propio texto del Voyage visitó Córdoba en el año 1800 (…) En su recorrido por España Laborde recopiló tanta información que decidió publicar otra obra, Itinéraire descriptif de l’Espagne (1808), con cinco volúmenes y un atlas de 29 mapas... Esta minuciosa guía, que en cierto modo se complementa con el Voyage, reunió copiosos datos sobre distintos lugares de España, incluyendo datos de interés para todo viajero y en especial para los militares franceses que ocuparon nuestros territorios. La principal fuente de los textos de ambas obras sería el [Viage de España de Antonio] Ponz, y además se usarían textos de Gaspar Melchor de Jovellanos, de Alexander von Humboldt, de la España Sagrada del padre Flórez, etc. También se copiaron planos de diversos autores y láminas publicadas por la Real Academia de San Fernando.»

«El Voyage tuvo una doble concepción, gráfica y literaria. Intentaría complacer a sus lectores con un inteligente equilibrio al combinar los placeres de la visión, mediante novedosas ilustraciones de gran calidad, con una miscelánea de textos que aporta datos históricos, arqueológicos, artísticos, científicos, geográficos, etc. Todo ello se aglutinó diluyendo fronteras entre las disciplinas del artista-dibujante, del historiador y del científico. La obra se organiza en cuatro partes: España romana, árabe, gótica y moderna. El tomo I, sobre la España romana, incluye Cataluña, Valencia y Extremadura. El tomo II en su parte primera, sobre la España árabe, comprende Andalucía. En la segunda parte se considera como España gótica y medieval a [Navarra], Aragón, [Castilla]; y finalmente se aborda la España moderna, en especial Madrid. En cada parte hay una introducción histórica, grabados y textos explicativos.»

Colaboraron en la realización de los grabados unos veinte artistas, entre los que destacan Jean Lubin Vauzelle (31 láminas), François Ligier (96), Jacques Moulinier (80), Dutailly (30) y el propio Laborde (28). «Es importante advertir que el Voyage no incluye vistas fantasiosas o idealizadas ni románticas, porque se usaría cámara oscura para encajar y proporcionar las vistas de forma objetiva, según carta de aquellos años, conservada en el reverso de un dibujo del Monasterio de Montserrat. En dicha carta uno de los hermanos Dumotier, perteneciente a una prestigiosa firma familiar de fabricación de instrumentos ópticos y mecánicos de París, comunica la conclusión de la cámara oscura que se le había encargado. El uso de este artilugio gráfico, antecedente de la fotografía, podría justificar la inexistencia de firma en la mayoría de los dibujos originales conservados, e incluso hace pensar en la dudosa atribución de algunas autorías. Posiblemente, el propio Laborde o los dibujantes más cualificados elegían puntos de vista y encuadres, mientras sus ayudantes completaban la toma de datos con la cámara oscura (…) Así, en el Voyage se produjo una singular reunión de imágenes fieles a la realidad, que aportan información objetiva y útil desde un punto de vista histórico, paisajístico, arquitectónico...; pero además casi todas las imágenes son atractivas y, aún sin llegar a ser obras maestras, están realizadas con cierta sensibilidad, e invitan a su contemplación y disfrute.»

lunes, 14 de marzo de 2022

Pompeyo Trogo, Los asuntos de Hispania (libro 44 del Epítome de las Historias Filípicas, por Justino)

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Pompeyo Trogo (siglo I a. de C.) es un destacado historiador romano, de la misma época que Tito Livio. Pero mientras este último se ocupa de la historia de Roma desde su fundación, Trogo se plantea la composición de una historia universal, al modo de la de Polibio, un siglo anterior, o de la de su contemporáneo Diodoro Sículo. El resultado de esta ingente tarea pudo denominarse Libro de las Historias Filípicas y orígenes de todo el mundo y descripción de la Tierra (con el que figura en algunos manuscritos). El arranque del título se debe a que la materia más extensamente desarrollada trata de los reinos macedónicos, aunque también se ocupa más brevemente de las restantes regiones del mundo, desde la mítica Asiria de Nino y Semíramis, hasta Roma, la India, o Hispania. Desgraciadamente este ingente proyecto no ha llegado a nuestros días, y sólo la conocemos a través de un epítome posterior.

Esta inmensa obra influyó y fue considerablemente utilizada por otros historiadores, como por ejemplo Paulo Orosio, que lo cita con cierta frecuencia. Su importancia fue, pues, considerable. José Castro Sánchez en su imprescindible traducción del epítome (Editorial Gredos, Madrid 1995) lo señala así: «Las Historias Filípicas constituían una empresa singular y... casi revolucionaria por su concepción. Para Trogo la historia es una sucesión de imperios universales, a los que caracteriza su política expansionista, que se encuentran en un eje geográfico que va de este a oeste, que, partiendo de Oriente, de una Asiria legendaria y considerada cuna de la civilización, pasa a Media, y después a Persia, Egipto y Macedonia, hasta llegar a Roma y Partia (...) La novedad de Trogo, lo verdaderamente revolucionario por su realismo y objetividad, fue el colocar a Roma al final de la evolución histórica junto a Partia, con la que en ese momento compartía el dominio del mundo.»

Fue un oscuro escritor de principios del siglo III, Marco Juniano Justino, el que llevó a cabo la abreviación de la obra de Trogo que nos permite conocerla. En su prólogo lo explicó así: «En los momentos de ocio que disfrutábamos en la ciudad, seleccioné los hechos más dignos de conocimiento de estos cuarenta y cuatro libros (pues publicó otros tantos) y, después de desechar aquellos que ni era grato conocer ni eran necesarios como ejemplo, hice, por así decir, un pequeño florilegio, para que quienes los habían conocido en griego tuvieran con qué recordarlos y quienes no los habían conocido con qué aprenderlos..» Es decir, enseñar deleitando, como subraya el profesor antes citado. El resultado fue una considerable poda, que se calcula la dejó reducida a entre una quinta y una décima parte de su extensión, lo que sin embargo no le resta interés; de hecho acabó sustituyendo al original. Debemos considerar que en la actualidad se siguen practicando estas abreviaciones, como por ejemplo la muy difundida en su día que realizó D. C. Somervell de la colosal obra Estudio de la Historia de Arnold J. Toynbee, o la de Dero A. Saunders de la Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon.

Comunicamos esta semana el libro cuadragésimo cuarto y último, en el que Trogo (a través de Justino) se ocupa de Hispania. Es breve, y recoge noticias y datos conocidos por otros autores. Sin embargo, podemos destacar su especial importancia en dos cuestiones. En primer lugar, contiene uno de los primeros laus hispaniæ conocido, fuente de otros posteriores como el famoso de Isidoro de Sevilla. En segundo lugar, es el único autor antiguo que nos transmite la leyenda de Gárgoris y Habis, esto es, el mito fundacional de Tartessos; sin embargo los especialistas discrepan: para unos tiene evidente origen griego, mientras que otros lo consideran autóctono. Presentamos el original latino acompañado de la venerable traducción (más o menos actualizada por este editor digital) que llevó a cabo Jorge de Bustamante, y publicó en Alcalá de Henares el año 1540. Sigue totalmente a Justino, y el filtro del casi medio milenio transcurrido puede convenir para establecer un cierto y respetuoso distanciamiento con el texto. Por un motivo similar he mantenido los nombres de lugar modernos que usa Bustamante: España, Francia, Portugal o Cartagena, en vez de Hispania, Galia, Lusitania o Cartago Nova.

Reconstrucción de Konrad Miller de la sección perdida de la Tabula Peutingeriana (1898)

lunes, 7 de marzo de 2022

Sam Berman, David Low, E. Derso, A. Kelen y otros: Antes de la catástrofe. Caricaturas políticas en la revista Ken 1938-1939

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En Washington, ante el Comité de actividades antiamericanas, en la sesión del 6 de octubre de 1938, prestó testimonio Arnold Gringrich, de Chicago, fundador de la revista Ken: «La revista Ken se opone por igual a las amenazas de dictadura, tanto desde la izquierda como desde la derecha, independientemente de su etiqueta. Se llamen comunismo o fascismo, nos oponemos por igual, sin importar si esta presión viene de la izquierda o de la derecha. (Y tras señalar que en la revista se ocupan por igual de la actuación de los dos movimientos en los Estados Unidos, añade:) Todos los que investigan ambos, son inevitablemente acusados por cada uno de dichos extremos como representantes del punto de vista opuesto. En otras palabras, están tratando de imponernos aquí en Estados Unidos una elección tramposa. Si no eres comunista, eres fascista; si no eres fascista, eres comunista. La situación se puede comparar a una carretera ancha con dos senderos angostos, uno a cada lado; y hay un esfuerzo para sacarnos a todos de la calzada principal por la que queremos seguir, y obligarnos a tomar uno u otro sendero.»

La revista, sin embargo, mostraba una consecuente orientación izquierdista. Contribuyeron a ello destacados escritores como George Seldes (1890-1995), periodista de investigación y corresponsal, y Ernest Hemingway (1899-1961); ambos cubrieron la guerra civil española, y desde un punto de vista en buena parte coincidente. Trató a fondo temas sociales y laborales propios de la Depresión, sin dejar de lado otros tan populares como el cine y el deporte. También prestó especial atención a las cuestiones internacionales y, desde sus propios planteamientos ideológicos, a la progresión en el mundo de los fascismos, dejando un poco en segundo plano el comunismo. Y este aspecto, en su vertiente gráfica, es del que nos ocupamos en la entrega de esta semana. Gringrich y Seldes dispusieron de un nutrido grupo de colaboradores, y a través de sus realizaciones observaremos el aumento de tensión en el mundo y el temor al porvenir, consecuencia de los cada vez más numerosos conflictos bélicos: la guerra de Abisinia, la conquista del norte de China por parte del Japón, la guerra civil española, y sobre todo la expansión alemana en Austria, Checoslovaquia…

De Sam Berman (1907-1995) hemos escogido unos cuantos retratos inmisericordes de los protagonistas de la época: Goering, Mussolini, Chamberlain, Stalin, Goebbels, Halifax, Hirohito y Franco. El británico de origen neozelandés David Low (1891-1963) adquirió una gran prestigio con sus dibujos políticos. Creó personajes inolvidables, como el coronel Blimp, caricatura del militarismo inglés. En los chistes seleccionados criticaba sobre todo la política de apaciguamiento de los países occidentales. Emery Kelen (1896-1978) y Alois Derso (1888-1964), los dos judíos húngaros, y que trabajaban juntos desde 1922, acababan de establecerse en Estados Unidos tras una exitosa carrera en Europa. John Groth (1908-1988) fue corresponsal de guerra e ilustrador… Y otros más: Corsair, W. Cotton, Robert Malone, Grosz… Todos ellos nos permiten acercarnos al modo como percibían, asimilaban y condenaban, hace más de ochenta años, la catástrofe que se aproximaba rápidamente, y que llegó apenas un mes después del cierre definitivo de la revista en agosto de 1939.

lunes, 28 de febrero de 2022

Frederick Hardman, Escenas y bosquejos de las guerras de España

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En 1926, apenas ha echado a andar el medio siglo autoritario español (dictadura de Primo de Rivera, segunda República, Guerra Civil y dictadura de Franco), Gregorio Marañón inicia sus trabajos de tema histórico, luego tan abundantes, que se sumarán a sus predominantes tareas médicas y científicas. El fracaso del golpe militar comúnmente llamado la Sanjuanada, y a pesar de que no ha tomado parte en él, le ha deparado una considerable multa y una estancia de un mes en prisión, que aprovechará para traducir y publicar una parte de la obra que comunicamos esta semana, con el título El Empecinado visto por un inglés. En el prólogo se excusa «por esta incursión en un terreno extraño a mi actividad habitual. Con ello he querido descansar de una labor científica y profesional demasiado prolongada y buscar un esparcimiento más en las largas horas en que he gustado la áspera bienaventuranza de sufrir persecución por la justicia.» También valora así la obra:

«La lectura del volumen es, por de pronto, encantadora. Su autor demuestra un minucioso conocimiento de las cosas de España. Pero luego se echa de ver que es un extranjero, en el valor que da a los detalles pintorescos, que un ojo nacional no aprecia; y digámoslo también, en el complaciente amor con que se ocupa de nuestro país y de sus indígenas. El español, por muy patriota que sea, nunca llega a estos extremos de verdadera ternura. Somos hijos un poco ariscos con nuestra madre. Y es preciso leer la literatura extranjera sobre España para encontrar la delectación, el entusiasmo y la disculpa para todo lo español, sea bueno, regular o malo. Porque se ha hablado y se habla mucho de lo maltratados que somos por los escritores de otros países, lo cual es verdad: mas lo es también que España goza del privilegio de suscitar, al par que las opiniones más hostiles, los entusiasmos más fervientes. Yo tengo el achaque de leer libros extranjeros sobre mi país, y la impresión que domina a todos, cuando ya se conocen unas cuantas docenas, es ésta de la incapacidad del paisaje y de la vida de la península para suscitar opiniones ecuánimes. Es raro el viajero que ha traspuesto el Pirineo o ha desembarcado en nuestras costas sin venir provisto de un par de anteojos, que indefectiblemente son o de color negro o de color de rosa.»

La obra que presentamos es principalmente literaria, y está compuesto por numerosos cuadros, parte de los cuales ya había publicado en la prensa inglesa. La primera mitad se centra ante todo en las proezas de uno de los más famosos guerrilleros de la guerra de la Independencia, el Empecinado; en la segunda narra diversas hazañas bélicas o novelescas de la guerra carlista, en la que participó el autor. Sólo en el último capítulo, más extenso, interviene Hardman en la acción, como era de esperar en una obra que se dice fruto de su propia experiencia. El mismo autor se cura un tanto en salud, al señalar que «las escenas descritas en las páginas siguientes no deben considerarse meras ficciones.» Y sin embargo es la ficción lo que predomina: la España tópica que podían reconocer sus lectores, reafirmándole en sus prejuicios o ideas previas: fiera, vengativa y atrasada, y al mismo tiempo valiente, generosa y enamorada. En suma, un romanticismo aventurero apto para ser consumido un día de pertinaz niebla, bien retrepado en una cómoda butaca: carlistas sanguinarios, clérigos fanáticos, mujeres de rompe y rasga, liberales, guerrilleros…

Y sin embargo… La obra, a pesar de lo limitado de los tipos y acontecimientos seleccionados (es tanto lo decisivo que ocurría en estos tiempos a lo que no alude Hardman), a pesar de la inverosimilitud de mucho de lo narrado, a pesar de la superficialidad con que lo trata, a pesar de su esfuerzo en enjalbegar el texto con un color local un tanto postizo, presenta un considerable atractivo: es un buen ejemplo del típico cómo nos vieron, que puede dar lugar al nos vemos como nos ven, y al consecuente actuamos como esperan que actuemos. Y se puede disfrutar de su percepción del paisaje, de lo entretenido de sus anécdotas, de su disposición constante a admirarse de unos personajes en buena medida fruto de su imaginación. Merece la pena leerla, aunque no alcance el prodigioso nivel de George Borrow y su La Biblia en España, una genial cumbre de la falsificación de la realidad. Y de mismo modo otras obras de ficción: Los españoles pintados por sí mismos, las Historietas nacionales de Alarcón, Los Episodios Nacionales de Galdós...

Frederick Hardman (1814-1874) fue ante todo periodista, aunque en el origen de su vocación está su alistamiento, en 1835, en la Legión Auxiliar Británica que participó en la primera guerra carlista en apoyo de los liberales. Herido en 1838, y tras recuperarse en el sur de Francia, sus experiencias le proporcionaron materiales suficientes para iniciar su carrera publicista. Aunque publicó numerosos libros, fue ante todo un avezado corresponsal (en The Times desde mediados del siglo) que recorrió media Europa, y cubrió los conflictos más destacados: la revolución de 1854, la guerra de Crimea, la franco austríaca con la unificación italiana de fondo, la de Marruecos impulsada por O’Donnell, la prusiana del Schleswig, la franco-prusiana… Su último destino fue la dirección de la prestigiosa representación de The Times en París, donde falleció.

J. W. Giles, La Plaza Nueva de Vitoria durante la guerra

lunes, 21 de febrero de 2022

Fustel de Coulanges, Alsacia alemana o francesa, y otros textos nacionalistas

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En el prefacio a su Monarchie franque (1888), Fustel de Coulanges (1830-1889) insistía en la imparcialidad como requisito imprescindible en la Historia. «Muchos piensan que resulta útil y conveniente para el historiador, el partir de preferencias, de ideas-clave, de concepciones superiores. Esto, se dice, da más vida a su obra y más encanto; es la sal que corrige la insipidez de los hechos. Pensar así supone tergiversar profundamente la naturaleza de la historia. Ésta no es un arte, sino una ciencia pura. No consiste en contar agradablemente ni en discutir con profundidad. Consiste, como toda ciencia, en observar hechos, analizarlos, juntarlos, subrayar sus vínculos.» Por ello, poco más arriba, ha rechazado la historia hecha desde la ideología (el espíritu de partido) o desde el nacionalismo (el amor de su patria y de su raza): «el patriotismo es una virtud, pero la historia es una ciencia; no se los puede confundir.»

Ahora bien este planteamiento puede resultar difícil de llevar a la práctica. En 1870 Francia entra en crisis con la guerra franco-prusiana: la derrota, el hundimiento del Segundo Imperio, la ocupación alemana, la Comuna, la proclamación de la III República… Fustel, desde la historia, desde el positivismo y desde el liberalismo, se siente interpelado tanto por los acontecimientos, como por la toma de postura de un historiador tan prestigioso como es Theodor Mommsen. Su respuesta, en octubre de 1870, se centrará en la defensa del carácter francés de Alsacia, en cuya capital ocupaba una cátedra, rechazando la argumentación del profesor alemán. Y así podemos observar las dos orientaciones aparentemente contrapuestas del nacionalismo: para unos, como Mommsen, la nación viene determinada por la lengua, la cultura, la raza, con su volksgeist o espíritu del pueblo; para otros, como Fustel o Renan, por la simple decisión de serlo, por la comunidad de ideas, intereses, afectos, recuerdos y esperanzas. Ahora bien, ambas posturas son nacionalistas, ambas contienen idéntico germen de voluntarismo, en ambas la propaganda y la imposición es sobreabundante, y en ambas los individuos quedan subordinados al conjunto, a la nación: y resulta indiferente que ésta sea un fenómeno natural o inducido.

En los siguientes meses, Fustel mantendrá este activismo. Así, dedicará un largo artículo a condenar lo que denomina espíritu de conquista e invasión, con el que caracteriza a Bismarck. En atención a la imparcialidad, lo compara y asimila a la política semejante que, en su momento, llevó a cabo el ministro Luvois, y concluye que del mismo modo que fracasó dicha política en la Francia de Luis XIV, así ocurrirá en la Alemania de Guillermo I. Ahora bien, el nacionalismo francés sigue patente en Fustel, y el rechazo de aquel periodo se compensa con un blanqueo general de la restante historia francesa: «Artois y el Rosellón, legítimamente arrebatados a España, parte de Alsacia adquirida con el consentimiento formal de Alemania.» «Llegó la Revolución Francesa; no sólo había anunciado el deseo de paz, sino que había exigido con ingenuidad la supresión de los ejércitos. Para obligar a la república a volverse guerrera, había sido necesario atacarla primero e invadir su suelo. Es cierto que en represalia había invadido a su vez, pero nunca al menos había anexado una provincia sino por deseo formal de la población. El imperio había cedido entonces al exceso de la guerra; la ambición personal del Emperador había sido sobreexcitada por las incesantes y excesivamente hábiles provocaciones de los poderes monárquicos.»

En otro artículo posterior, tras realizar un juicio extremadamente negativo y nada imparcial sobre la historia y los historiadores alemanes, se justifica del siguiente modo: «Seguramente sería preferible que la historia tuviera siempre un aspecto más pacífico, que siguiera siendo una ciencia pura y absolutamente desinteresada. Quisiéramos verla flotar en esa región serena donde no hay pasiones, ni rencores, ni deseos de venganza. Le pedimos esa encantadora imparcialidad perfecta que viene a ser la castidad de la historia. Seguimos proclamando, a pesar de los alemanes, que la erudición no tiene patria. Quisiéramos que no se pudiera sospechar que comparte nuestros tristes resentimientos, y que no se doblegará ni por nuestras legítimas pesadumbres, ni por las ambiciones de los demás. La historia que amamos es esa verdadera ciencia francesa de antaño (...) La historia de entonces no conocía ni el odio de partido ni el odio racial; buscaba sólo lo verdadero, alababa sólo lo bello, odiaba sólo la guerra y la codicia. No sirvió a ninguna causa; no tenía patria; no promovía la invasión, ni promovía la venganza. Pero hoy vivimos en tiempos de guerra. Es casi imposible que la ciencia conserve su antigua serenidad. Todo es lucha a nuestro alrededor y contra nosotros; es inevitable que la erudición misma se arme con escudo y espada. Durante cincuenta años, Francia ha sido atacada y hostigada por una tropa de eruditos. ¿Podemos culparla por sopesar un poco el parar los golpes? Es bastante legítimo que nuestros historiadores finalmente respondan a estos ataques incesantes, confundan las mentiras, detengan las ambiciones, y, si aun hay tiempo contra la avalancha de esta novedosa invasión, defiendan las fronteras de nuestra conciencia nacional y el contorno de nuestro patriotismo.»

El Temple-Neuf de Estrasburgo tras el asedio prusiano.

lunes, 14 de febrero de 2022

Theodor Mommsen, A los italianos (la guerra y la paz)

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Presentamos esta semana una obra muy menor del gran historiador alemán Theodor Mommsen (1817-1903), autor de muy extensa obra, pero entre la que destaca sin duda el Corpus Inscriptionum Latinarum, proyecto que promovió, desde 1847, para recoger de forma exhaustiva la epigrafía romana (actualmente, unas ciento ochenta mil inscripciones). Sin embargo, quizás su obra más difundida, traducida, reeditada, y todavía hoy de lectura placentera (si no imprescindible) es su gran Römische Geschichte, elaborada con un propósito evidente de divulgar la historia romana entre los lectores cultos, pero no especialistas, de su tiempo. Publicó sus tres volúmenes entre 1854 y 1856, abandonando después el proyecto, por lo que sólo se alcanza hasta Julio César. Sólo más tarde añadió un quinto volumen sobre las provincias, que en realidad constituye una obra independiente. Pero Mommsen, a la par de su ingente obra académica, se implicó activamente en la vida política de su época. Joven, participa en los agitados acontecimientos de 1848, lo que motivará la pérdida de su cátedra en Leipzig. Liberal, nacionalista, y partidario del federalismo, formará parte del parlamento prusiano y después del Reichstag.

Antonio Duplá Ansuategui en su contribución al homenaje en el centenario de nuestro autor, lo caracterizaba así: «En realidad, Mommsen es expresión del nacionalismo alemán de la primera mitad del siglo XIX en su vertiente más liberal, que propugna una línea federativa reformista, a partir de la existencia de una comunidad nacional alemana indudable, pero que no necesariamente juega con la perspectiva de un Estado nacional único y centralizado. Pero el fracaso de 1848 reforzó su desconfianza ante la escasa voluntad reformista de los príncipes alemanes y su esperanza en las posibilidades reformadoras de un Estado nacional alemán centralizado y unificado alrededor de Prusia. Partidario de la “pequeña Alemania”, sin la unificación con Austria, participa del entusiasmo nacionalista ante la unidad alemana, entusiasmo que resulta evidente tanto en sus intervenciones públicas durante la guerra franco-prusiana de 1870, como en la celebración de los logros culturales y materiales derivados de la nueva unidad nacional. Sin embargo, la evolución militarista, radicalmente conservadora y agresiva de cara a la homogeneidad interna del Reich (antisemitismo, represión de las minorías nacionales, etc.) del Estado prusiano en el ultimo cuarto de siglo, provocará su alejamiento de la política activa y claros posicionamientos críticos.»

Y el profesor Duplá recalca «su aparente ambivalencia política: liberal y partícipe activo en 1848, nacionalista y admirador de la tarea nacional de Bismarck y César, pero enemigo del Bismarck más agresivo y de los junkers, así como de los localismos y también del federalismo. Su aspiración a un gobierno nacional fuerte, por encima de los antagonismos de clase, explica sus críticas a los socialistas, pero también a la gran burguesía. De hecho, en un artículo de 1902, al final de su vida, denuncia el autoritarismo y absolutismo prusianos, así como la condena sumaria de los partidos obreros, y aboga por una alianza entre liberales y socialdemócratas frente a la amenaza que representa esa deriva autoritaria. Cabe pensar, en particular a la vista del codicilo de su testamento escrito en 1899, que ante el mundo político circundante el sentimiento final de Mommsen es el de un profundo pesimismo.»

Pues bien, comunicamos el breve folleto de propaganda política que publica en italiano en 1870. Cuando estalla la crisis franco-prusiana, nuestro autor aceptará plenamente la argumentación gubernamental de Berlín: Prusia sólo ha reaccionado ante el injusto ataque del imperio francés. Es por lo tanto una guerra defensiva, en la que la razón está de su parte. Y Mommsen intentará evitar la implicación del reino de Italia en el conflicto, como consecuencia de su relativa dependencia de Napoleón III. Publicará dos artículos en este sentido en la prensa italiana, en los que quiere poner de relieve los opuestos intereses nacionales italianos y franceses. Cuando la derrota del imperio francés es ya evidente, Mommsen, en un nuevo texto más extenso, variará tanto el tono como el propósito. La seguridad de la victoria le lleva ahora a centrarse en el diseño de la paz futura. También aquí se observa su sintonía con los planteamientos oficiales. Prusia no conquista: recupera territorios y poblaciones alemanas, Alsacia y Lorena. Las fronteras futuras que se establezcan, perseguirán exclusivamente la seguridad de Alemania. Europa no debe inquietarse; la federación alemana es esencialmente pacífica, y desea conservar el equilibrio europeo.

La Flaca, 1870

He corregido algunos errores manifiestos en el archivo en pdf.