lunes, 29 de agosto de 2022

Américo Vespucio, Tres cartas sobre el Nuevo Mundo (1500-1504)

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Roberto Levillier inició su estudio de la carta Mundus Novus, de Américo Vespucio, con el epígrafe «la carta que revolucionó la geografía», en referencia a su afirmación de que las tierras descubiertas por Colón constituían un nuevo continente. Tradicionalmente se atribuyen al florentino varias cartas dirigidas a su protector, Lorenzo Pedro de Medicis, con el relato de sus viajes, que fueron múltiples veces traducidas e impresas por toda Europa, con las consiguientes variantes, imprecisiones y contradicciones. Su éxito y gran difusión, justifica que en la temprana fecha de 1507 el cartógrafo Martín Waldseemüller denominara con su nombre de pila al cuarto continente y, en las ilustraciones del mapa, lo confrontara (imagen superior) junto al Nuevo Mundo, con el venerable Ptolomeo acompañado del Viejo.

El historiador argentino antes citado valora así la importancia de Vespucio: «Las noticias eran revolucionarias. Revelaban por primera vez estos secretos de la naturaleza: las nuevas tierras descubiertas forman un continente independiente; es lícito llamarlas un nuevo mundo; los antípodas son habitables por los blancos; las gentes de esas tierras son casi todos caníbales, sin dioses, ni reyes. Vespucio indica en la primera edición de París [del Mundus Novus], con el gráfico de un triángulo recto, que la posición de la gente que habita las nuevas tierras hasta 50° Sur, es en relación a la que vive en Lisboa como la hipotenusa que partiendo del zenit de Lisboa, en 40° Norte, se une al zenit de 50° S. formando los catetos, un triángulo recto (...) Estas cuatro novedades aislaron a Vespucio de los demás nautas, y lo elevaron a una notoriedad sin par, acaso algo exagerada, no porque hubiese hecho más que otros, sino porque ningún español, portugués o italiano innovó en geografía, contra la tradición de Tolomeo, concretándolo como él lo hizo (…) Lo que hizo Vespucio fue dirigir la visión de los nautas hacia las tierras australes y hacer progresar la conquista de ellas hasta 50° de latitud, preparando así la ruta a Magallanes, que reconoció expresamente en Patagonia, en 1519, la precedencia del florentino, en ese suelo.»

Por su parte, y más recientemente, Dietrich Briesemeister valoraba así las cartas de nuestro autor: «Al inicio de la época moderna, ningún otro corpus de textos ha fijado tan duraderamente la imagen del Nuevo Mundo en Europa como las relaciones sobre el descubrimiento de aquella parte de América llamada Brasil que desde 1512 circulaban en numerosas ediciones tanto latinas como vernáculas y en folletos ilustrados bajo el nombre de Vespucci (…) Solamente en el primer tercio del siglo XVI salieron de las imprentas europeas más de 60 ediciones (sin contar las perdidas) del texto presuntamente vespuciano. Entre las 37 ediciones tempranas ―en italiano, francés, neerlandés, pero ninguna en castellano ni en portugués― se registran nada menos que 17 en alemán, mientras que sólo 23 de las 60 ediciones aparecieron en latín. En la literatura extensa y controvertida sobre la imagen temprana de América estos textos impresos son muchas veces interpretados sin vacilar como si hubieran sido escritos de la mano de Vespucci, pero no es así. La mayoría de los investigadores modernos admite sólo dos de los cuatro viajes transatlánticos de Vespucci como comprobados.»

Y más adelante: «Las cartas dirigidas a Lorenzo di Pier Francesco de Medici están dirigidas a impresionar a quien es su Patrón y se adaptan en el estilo al rango del alto destinatario: le informan de los conocimientos más recientes del mundo, comunican experiencias personales y observaciones nuevas, suscitan intereses y procuran el apoyo para futuras empresas, instruyen y ofrecen el deleite de la lectura “come frutta dipoi levata la mensa”, Vespucci define sus misivas como scritta, menzione, lettera o “buena e vera relazione” con la función de “dare notizia” o “dare conto per lettera”. En la época de los descubrimientos el género epistolar alcanza una importancia extraordinaria. La carta como informe oficial adquiere el carácter de confirmación oficial de la toma de posesión, hace una relación de los hechos en la ejecución de un encargo (Cristóbal Colón, Hernán Cortés). La carta transmite novedades y comenta los eventos (Pedro Mártir de Anglería), profiere acusaciones públicas (Bartolomé de las Casas). La carta erudita está muy cerca del ensayo o del tratado.»

lunes, 22 de agosto de 2022

Publilio Siro, Sentencias

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Disfrutábamos la pasada semana con las Noches áticas de Aulo Gelio. En el libro XVII, cap. XIV, nos presenta así a nuestro autor de esta semana: «Publio escribió mimos que le merecieron puesto al lado de Laberio. C. César estaba de tal manera ofendido por la malicia e insolencia de Laberio, que prefería a sus mimos los de Publio. Cítanse de éste multitud de pensamientos notables, muy a propósito para adornar la conversación; de los que elijo los siguientes, contenidos [cada uno en un único verso], que tengo verdadera satisfacción en copiar aquí: Mala resolución es aquella que no puede uno cambiar. Dar a quien lo merece, es recibir al dar. Soporta y no te quejes de lo que no puedes evitar. Se puede más allá de lo justo, se quiere más allá de lo posible. En viaje un compañero que habla bien, vale por un carro. La buena reputación la robustece la frugalidad. Lágrimas de heredero, risa oculta. Paciencia cansada se convierte en furor. No se debe acusar a Neptuno en el segundo naufragio. Al vivir con tu amigo, piensa que podrá ser tu enemigo. Perdonar una injuria antigua es provocar una nueva. No se triunfa del peligro sin peligro. Excesiva discusión aleja la verdad. Atenta negativa es semi favor.»

Publilio Siro se cree que nació hacia el 85 a de C. en Antioquía. Todavía niño, fue hecho esclavo y conducido a Roma, donde algunos años después obtuvo la libertad y se dedicó al mimo, el género teatral de origen griego y carácter popular que por entonces se difundía con gran éxito por Italia. Este género menor se caracterizaba por la actuación de actores y actrices (mimi y mimæ), sin caretas ni coturnos, que imitaban, reproducían de forma grotesca la vida cotidiana, con breves escenas humorísticas, canciones, bailes, improvisaciones y abundante gestualidad. Con frecuencia las representaciones derivaban hacia lo chabacano y licencioso, lo que motivó cierto rechazo por parte de algunos censores. Nuestro Marco Valerio Marcial, ya en el Imperio, se burla de dichos críticos en el prólogo a su libro I de epigramas: «Conociendo los dulces ritos de la jocosa Flora, las chanzas festivas y la licencia del vulgo, ¿por qué has venido, severo Catón, al teatro? ¿No habrás venido tan sólo para salirte?»

El autor de esta semana alcanzó gran fama en estos menesteres, y reconocimiento del mismo Julio César. Sin embargo, cuando dos siglos después lo evoca Aulo Gelio, como indicábamos más arriba, ya se había producido una curiosa conversión del personaje y de su obra: ésta se ha reducido a una extensa colección de breves sentencias, destiladas de sus mimos, y aquel ocurrente satírico se ha transmutado en profundo moralista. El éxito y pervivencia de este su nuevo avatar fue considerable: las Sentencias fueron usadas para la enseñanza, copiadas y citadas durante la baja romanidad y la época medieval. Su fama se revitalizó con el Renacimiento: aunque se imprimen por primera vez en Nápoles en 1475 (atribuidas a Séneca), será la selección y publicación que lleva a cabo Erasmo de Rotterdam en Lovaina en 1514, la que la popularice y difunda, como prueban las numerosas ediciones en las siguientes centurias.

Junto al texto latino, tomado de la Bibliotheca Augustana, reproducimos la vieja traducción (1893) de nuestro conocido Francisco Navarro y Calvo.

Ilustraciones de Delaby & Dufaux.

lunes, 15 de agosto de 2022

Aulo Gelio, Noches áticas

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Presentamos esta semana lo más semejante a un misceláneo blog de la época de los Antoninos. Aulo Gelio, nacido en Roma hacia el año 130, residió en su juventud en Atenas (etapa que parece añorar el resto de su vida), en estrecho contacto con gramáticos y filósofos varios. Es posible que entonces iniciara su hábito de anotar y extractar sus lecturas, las enseñanzas de sus admirados maestros (coetáneos o no) como Favorino, sus animados debates con amigos en ocios y festines, sus perspicaces desenmascaramientos de pretenciosos falsarios e ignorantes… Él mismo expresa su propósito: «mi único objeto al componerla ha sido preparar a mis hijos recreos literarios, para cuando, libres de negocios, quieran proporcionar plácido descanso al espíritu. He seguido el orden fortuito de mis apuntes, porque acostumbraba, siempre que leía un libro griego o latino, u oía algo notable, anotar en seguida lo que me llamaba la atención, y conservar de este modo, sin orden ni concierto, apuntes de toda clase; viniendo a ser como materiales que hacinaba en mi memoria, a la manera de almacén literario, con objeto de que, si me ocurría necesitar un hecho o un vocablo y me faltaba el recuerdo, o no tenía a mano el libro necesario, tener medio seguro de encontrarlo en seguida. Así, pues, en este trabajo aparece la misma incoherencia de materias que en las breves notas tomadas sin método alguno en medio de mis investigaciones y variadas lecturas.»

Javier Velaza, en un interesante artículo de 2012, en el que señalaba (y emprendía) la necesidad de una edición crítica de esta obra, nos la caracterizaba así: «El compendio de informaciones que Gelio fue recopilando desde sus años de estudiante in agro terrae Atticae y que decidió mucho más tarde redactar en forma de miscelánea para provecho de sus hijos es de tal variedad y abundancia que abarca prácticamente todos los ámbitos de la erudición, desde la fonética, la morfología y la lexicografía hasta el derecho, de la filosofía a la estética, de la mitología y la religión a la historia pasando por la música, la geometría, la anticuarística o la crítica textual. Los veinte libros que contienen 369 commentarii de desigual extensión y en voluntario desorden son hoy la fuente fundamental, cuando no única, para nuestro conocimiento de anécdotas y episodios de todo tenor, de textos fragmentarios y de palabras o expresiones que solo gracias a ellos se nos conservan. Por lo demás, constituyen el testimonio de una sociedad tan culta como decadente, por más que el propio autor se esfuerce en el prefacio en revestir su inagotable curiositas con los ropajes de la utilitas y de identificar su público con el prototipo del vir civiliter eruditus

Reproducimos la venerable traducción de Francisco Navarro y Calvo (1893), en la Biblioteca Clásica. Como ya señalamos en la entrada correspondiente a la Historia Augusta, también suya, fue supuestamente vertida desde el original latino, aunque en realidad ambas eran plenamente deudoras de versiones francesas anteriores, y contenían no pocos errores. Francisco García Jurado estudió a fondo esta cuestión, de especial interés porque «esta fue precisamente la traducción que hizo posible la moderna lectura de Gelio dentro del ámbito hispano a uno y otro lado del Atlántico, pues hasta el siglo XXI, curiosamente, no se llevarán a cabo las nuevas traducciones al español», y recalca la gran difusión de que gozó, y su influencia en «autores capitales como Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar.»

lunes, 8 de agosto de 2022

Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas

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Escriben Martín de Riquer y José María Valverde en su clásica Historia de la literatura universal: «Escasas noticias se tienen de Tito Lucrecio Caro (c. 98-55 a. de J.C.), de quien testimonios tardíos bastante suspectos nos informan de que se suicidó y de que redactó su famoso poema en los intervalos de lucidez que presentaba su locura. De la naturaleza (De rerum natura) quedó a su muerte en estado inconcluso y falto de revisión, tarea a la que, según se cree, se entregó Cicerón. Se trata de una epopeya científica y filosófica escrita en verso hexámetro, en la cual Lucrecio, con un vigor y a veces una destemplanza impresionantes, desarrolla de un modo personal las ideas físicas, morales y religiosas de su maestro Epicuro, a favor de las cuales intenta un ferviente proselitismo. Lucrecio, que abomina del arte insubstancial y que no lleve en sí una intención superior al mero placer literario o a la pura experiencia intelectual, cree que la poesía es un agradable recurso engañador, un halago o cebo para atraer al lector a unas ideas de carácter científico y filosófico en las que cree ciegamente y que quiere imponer, aun en pugna contra el más común opinar de sus contemporáneos y en franca oposición a las creencias religiosas del vulgo, al que en el fondo desprecia.

»Su exaltado entusiasmo y la intensidad de su sentimiento hacen que lo que pudiera haber degenerado en una fría exposición filosófica se eleve a una brillante interpretación poética, llena de episodios vigorosos y que desborda incluso cuando desarrolla temas abstrusos y apunta genialmente en medio de disquisiciones prosaicas. Lucrecio ha dado a su libro este aliento poético con toda conciencia y con preocupación de escritor, a pesar de su creencia en el valor accidental de la poesía. Afirma en una ocasión: “No se me oculta cuán oscura es la materia; pero, con agudo tirso, una gran esperanza de gloria hirió mi corazón y, a la vez, le infundió un dulce amor a las Musas; instigado por él, con vívido pensamiento recorro ahora los descaminados parajes de las Piérides, de nadie antes hollados. Pláceme descubrir fuentes intactas y de ellas beber; pláceme coger flores recientes y tejer para mi sien una insigne guirnalda, como nunca las Musas ciñeron la frente de un hombre”. La poesía de Lucrecio, trasunto de un drama personal, es, en efecto, de visión límpida y da una extraordinaria vida a todo cuanto cae en sus manos y a cuanto fantasea su intensa imaginación. El estilo de Lucrecio es rudo y sus versos no son perfectos (sin duda por haber muerto el poeta antes de poder limar su obra); la austeridad se impone a la belleza formal y la concepción del arte, típicamente arcaizante, se vincula a la obra de Ennio.»

Presentamos la ya venerable traducción en endecasílabos blancos de José Marchena (1768-1821), obra de juventud, elogiada por Menéndez Pelayo, su primer editor. En su Historia de los heterodoxos españoles escribió: «No era Marchena bastante poeta para hacer una traducción clásica de Lucrecio, pero estaba identificado con su pensamiento; era apasionadísimo del autor y casi fanático de impiedad; y, traduciendo a su poeta, le da este fanatismo un calor insólito y una pompa y rotundidad que contrasta con la descolorida y lánguida elegancia de Marchetti y de Lagrange. Los buenos trozos de esta versión son muy superiores a todo lo que después hizo, si es que la vanidad de poseedor no me engaña.»

Recientemente se preguntaba el afamado traductor Jordi Fibla sobre esta versión: «¿Vale la pena leerla? Uno de los aspectos más interesantes del libro que sobre el abate publicó Menéndez Pelayo es la ecuanimidad con que señala los fallos y aciertos de la traducción. Sí, contiene errores que claman al cielo, pero también logros que rozan lo sublime. Marchena hace suya la filosofía epicúrea de Lucrecio, se mete en su piel, por así decirlo, y, en 1791, traduce De rerum natura en unos versos que se me antojan más modernos que buena parte de lo que se escribía bien entrado el siglo XIX.» Y concluye: «Para Menéndez Pelayo “traducir no es ceñirse a poner en una lengua los pensamientos o los afectos de un autor que los ha expresado en otra. Débense convertir también en la lengua en que se vierte el estilo, las figuras; débesele dar el claro oscuro del autor original”. Y también: “Añadiremos que ninguno es buen traductor sin ser excelente autor, y que todavía es dable ser escritor consumado y menos que mediano intérprete”. En definitiva, a la pregunta de si vale la pena leer la traducción del poema de Lucrecio que hizo José Marchena en su juventud, respondo que sí, y lo mismo digo de la obra que Menéndez Pelayo, en sus antípodas ideológicas, escribió sobre él.»

lunes, 1 de agosto de 2022

Aurelio Prudencio Clemente, Psicomaquia o Pelea de las virtudes y los vicios

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En su día comunicamos el memorable Peristephanon o Libro de las Coronas del hispano Prudencio, del que en su Historia de la literatura romana Ernst Bickel destaca sus aptitudes formales y su fecundidad poética: «Con su poema alegórico Psycomachia, “el combate por el alma”, en el que siete parejas de virtudes y vicios se disputan el alma del hombre, produjo Prudencio grandísima impresión. La alegoría tiene entre los griegos su historia (…) Pero la gran irrupción de la alegoría en el mundo de griegos y romanos se produjo merced a la explicación alegórica de los mitos por obra del estoicismo. La predisposición del estoicismo a admitir influjos orientales fue evidente en este punto como en otros de esta filosofía.

»En Prudencio, el arte alegórico da a entender ante todo la vinculación de España con África, en donde la alegoría de origen oriental había encontrado terreno abonado y propicio. En el arte, vivificado por Oriente, de la provincia romana de África había tenido la alegoría, en la época de los Antoninos, su entrada triunfal en la leyenda de Amor y Psyche de Apuleyo. Sobre todo por mediación de Prudencio, el pensamiento alegórico influyó en la Edad Media cristiana. En Prudencio especialmente aprendieron los literatos cristianos de la Edad Media a perderse, con la interpretación plástica y alegórica, en las etéreas lejanías de la fantasía, así como a agotar en pedantesca rigidez los sucesos religiosos y morales de la vida del hombre por medio de comparaciones y personificaciones.»

Como señala Jennifer Solivan Robles en un interesante artículo: «La Psychomachia alcanzó una elevada cuota de popularidad, de hecho, en el siglo V circulaban ya abundantes copias en distintas partes de Europa. A propósito de su difusión, Isidoro Rodríguez afirmaba: “Le estudiaron con afán y le imitaron con celo todas las clases, edades y sexos; los monjes y los obispos, los seglares y las mujeres. Se le leía en las isla Británicas, en Alemania, Bélgica, Suiza, Francia, Italia, España…; por todas las latitudes hallamos sus manuscritos. Se le leía en casa, en las abadías y catedrales, centros oficiales de estudio del Medioevo, y los venerables jerarcas de la Iglesia prodigaban el códice prudenciano a los tiernos efebos…” Gracias a la popularidad que gozaron las obras del autor durante la Edad Media, hoy en día sobreviven en toda Europa más de trescientas copias. La más antigua, del siglo VI, es el manuscrito Lat. 8084 de la Biblioteca Nacional de Francia, y junto con este se conservan una veintena de ejemplares miniados dispersos en diferentes instituciones de dicho continente.»

Y más adelante: «La plasmación de las virtudes y los vicios a principios del siglo XII de los manuscritos iluminados se trasladó a la escultura monumental. El cambio de soporte requirió igualmente modificaciones en el lenguaje icónico, y para que esto fuera posible los escultores románicos simplificaron y sintetizaron el poema en un momento específico de la narrativa: el final del combate y el triunfo de las primeras sobre las segundas (…) Las representaciones escultóricas de la Psychomachia gozaron de gran popularidad en el suroeste de Francia, zona en la que se encuentran los ejemplos más tempranos con fecha de comienzos del siglo XII (…) La mayoría de estas representaciones se insertan en la fachada de iglesias que se encuentran en la ruta de peregrinación a Santiago de Compostela. Dada su monumentalidad, su ubicación no solo en relación con el edificio, sino también geográficamente, cabe suponer que estas gozaron de un público numeroso.»

Presentamos esta capital obra en la dieciochesca traducción romanceada que, dedicada a Godoy, publicó en 1794 Josef Félix Cano, autor asimismo de un Compendio de los modos de oraciones, que se hallan en los autores latinos, para facilitar el uso de la traduccion, y composicion. Y la acompañamos con la reproducción de las miniaturas de principios del siglo X procedentes de dos códices carolingios y deudores de un mismo arquetipo anterior perdido: el excelente 264 de la Burgerbibliothek de Berna (que sin embargo sólo alcanzan hasta el combate entre Humildad y Soberbia), y el 10066-77 de la Bibliothèque Royale de Bruselas.

lunes, 25 de julio de 2022

Luciano de Samósata, Historias verdaderas

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«Así como los atletas y los que se dedican a ejercicios corporales no se cuidan exclusivamente del gimnasio y de conservar sus fuerzas, sino de oportunos descansos que consideran como parte principal de su ejercicio, creo yo que a los consagrados a las letras les conviene, después de largas y serias lecturas, dar algún reposo al pensamiento, vigorizándolo de esta suerte para nuevos trabajos. Y esta remisión de quehaceres les será provechosa, si leen obras no simplemente recreativas por su ingenio y gracia, sino que reúnan la ciencia a la amenidad del arte, como sucede, si no me equivoco, en la presente.» El consejo es valioso, viniendo de quien viene, y ahora que nos aproximamos al ecuador del verano, puede ser un buen momento para aplicarlo en Clásicos de Historia. Vayamos al siglo segundo de nuestra era, y atendamos a Martín de Riquer y José María Valverde, dos clásicos que nos presentan así al autor de esta semana y de la anterior sabia reflexión.

«En este… período, que se suele considerar de decadencia, encontramos a uno de los más inteligentes escritores de la literatura griega, Luciano de Samósata (125-192). Luciano, en algunas de sus obras se llama a sí mismo “el sirio”, y efectivamente, la siria era su lengua materna. Ya mayor pasó a Jonia, donde se educó a la griega y donde asimiló de un modo sorprendente la cultura helena. Vale la pena de poner de relieve estos datos biográficos porque gracias a ellos advertimos la curiosa personalidad de Luciano, que llegará a ser uno de los escritores griegos más típicos, que dominará la lengua hasta tal punto que su prosa es parangonable con la más pura de los clásicos y que logrará adaptarse a la mentalidad y al gusto del tiempo de Pericles. En este aspecto, Luciano nos parece una especie de humanista, dando a esta palabra el sentido que tiene cuando la aplicamos a los renacentistas que vivían y escribían remedando la antigüedad clásica. De Jonia, Luciano se trasladó a Roma y al sur de las Galias, dando lecciones públicas de retórica, y finalmente se retiró a Atenas, donde se dedicó a cultivar toda suerte de géneros literarios.

»Luciano es el prototipo de escritor profundamente inteligente, independiente en sus creencias y en su moral, que no se esclaviza a ninguna doctrina y que lo contempla todo en actitud crítica, burlesca y desdeñosa, alejado de la común opinión del vulgo, al que satiriza sin compasión y al que hace desfilar en una especie de ingeniosa comedia humana. Los vicios y las vanidades de la humanidad son objeto de una intencionada y pintoresca descripción, de una crítica demoledora y displicente no con finalidad moralizadora sino en atención a su valor como tema artístico para un ejercicio literario destinado a ganarse un público refinado. De ahí que muchas veces Luciano sea un simple libelista que fustiga costumbres o actitudes literarias y que no se cansa de decir verdades, por más que escuezan a sus contemporáneos. Pero a pesar de ello Luciano no pretende corregir ni llevar por buen camino a los que fustiga, pues es demasiado escéptico para adoptar esta actitud moralizadora y carece de principios positivos.»

Y tras caracterizar su más destacas obras, concluyen: «Tiene carácter novelesco, asimismo, la inverosímil narración llamada Historia verdadera (Ἀληθὴς ἱστορία), parodia de los relatos de navegantes... El conjunto de la producción de Luciano, que comprende más de ochenta títulos, ofrece la impresión de una rica variedad, fruto de una sorprendente imaginación y de un agudo y fino sentido literario. Con él se puede decir que se cierra la literatura griega clásica, aunque le cupiera vivir en tiempos en que había caducado una serie de factores del clasicismo.» Incluimos en su día en Clásicos de Historia su interesante Cómo ha de escribirse la historia, y Las Saturnales.

lunes, 18 de julio de 2022

Concepción Arenal, La cuestión social

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Con motivo de los cien años del fallecimiento de Concepción Arenal (1820-1893), escribía la profesora Ana María Freire López en la revista A distancia, de la UNED: «Las celebraciones de centenarios nos invitan a detener la mirada en figuras que no deben caer en el olvido. En el caso de Concepción Arenal reclama la atención su obra escrita tanto como su actuación personal, reflejo ambas de un pensamiento —mejor, de unas convicciones— que explica toda su vida. Su labor social no ha quedado anclada en su época, sino que sentó precedentes, también jurídicos e institucionales, que perduran hoy. “El visitador del pobre”, “La beneficencia, la filantropía y la caridad”, “La mujer del porvenir”, “La mujer en su casa”, “Cartas a un obrero”, “Cartas a un señor”, “La instrucción del Pueblo”, “El pauperismo”, “Memoria sobre la igualdad”, y 474 artículos publicados en La Voz de la Caridad después recogidos en cinco volúmenes titulados Beneficencia y prisiones, son buena muestra de su preocupación y de su pensamiento en materias sociales.

»Pero no se limitó a escribir ni a denunciar, aunque en La Voz de la Caridad quizá la primera revista social que hubo en España, fundada por ella en 1870, puso de manifiesto situaciones injustas que se daban en cárceles, hospitales, asilos y otros establecimientos. Concepción Arenal tomó postura personal ante los problemas sociales de su tiempo: miseria, delincuencia, relaciones entre patronos y obreros... aportando posibles soluciones y comprometiéndose en ellas. En una España en la que tres de cada cuatro personas eran analfabetas, en la que la miseria —el pauperismo— era un problema alarmante, en donde la situación de las cárceles no ayudaba a la regeneración de los reclusos, en donde los establecimientos de beneficencia estatales no alcanzaban a paliar las necesidades, Concepción Arenal empeñó los medios a su alcance. Le resultaron de gran utilidad los conocimientos jurídicos adquiridos en la Universidad y al lado de su marido, pero también su temple audaz, generoso y nada temeroso de romper moldes, tuvo mucho que ver en la trascendencia de su labor social. Había sido la primera mujer que en España asistió a la Universidad, en cuyas aulas conoció al que sería su marido; una vez casada, vivió de su trabajo intelectual remunerado, en un tiempo en que no era corriente. Por eso no es raro que, habiéndose quedado viuda, después de nueve años de matrimonio y de haber traído al mundo tres hijos, empeñara sus esfuerzos en una tarea grande, que merecía la pena y para la que tenía aptitudes y preparación: la mejora material y espiritual de los más desfavorecidos. En 1860 iniciaba en Potes la rama femenina de las Conferencias de San Vicente de Paúl, para ayuda de los necesitados; tres años más tarde era nombrada por la reina Visitadora de Prisiones de Mujeres; desde 1868 hasta 1873 —en que desaparece el cargo— fue Inspectora de las Casas de Corrección de Mujeres; durante la guerra carlista fue Secretaria de la Cruz Roja española y dirigió personalmente los hospitales de Cenicero y Miranda de Ebro.

»La raíz de su pensamiento social es cristiana —en sus aportaciones coincide con encíclicas que todavía no se habían escrito sobre la cuestión social—, pero a la hora de remediar los problemas de su tiempo buscó —y halló— la colaboración tanto de quienes pensaban como ella —la Condesa de Mina— como de quienes partían de otros presupuestos, como el krausista Fernando de Castro. Defendía que ningún problema social afecta sólo a quienes lo padecen, sino a toda la sociedad, que debe sentirse implicada en remediarlo. Por otro lado, todo problema social es problema de cada individuo: la dignidad humana está en el centro de su pensamiento social y es el punto de partida para la búsqueda de soluciones. No concibe que pueda haber reforma social si no se busca la reforma individual, y por ello encuentra que en el fondo de muchas lacras sociales existe un problema de educación, que conducirá al perfeccionamiento moral e intelectual. Aborda también el tema del trabajo, ante el que defiende la igualdad del hombre y de la mujer, también en los salarios; defiende la participación del obrero en las ganancias de la empresa; apunta la idea —tan actual ahora como novedosa en su tiempo— de que los trabajadores disfruten de seguros de enfermedad y de un fondo para la jubilación; considera que la huelga puede ser un derecho del obrero, siempre que se haga sin violencia…

»Si algo cabe destacar en Concepción Arenal, además de la coherencia de pensamiento y vida, es el gran realismo con que aborda las cuestiones —no es, en absoluto, una teórica de lo social— y la lógica expositiva en la aportación de soluciones. Quizá resida ahí gran parte de la eficacia de su pensamiento social: claridad de ideas y habilidad para hacerse entender, por la fuerza de su convicción.»

Ford Madox Brown, Trabajo (detalle), 1852-1865.