Serguéi Necháiev (1847-1882) es reconocido por la historia como uno de los revolucionarios que, independientemente del resultado práctico de su acción revolucionaria, se constituirán en auténticos referentes para los revolucionarios posteriores. En su caso, de él queda su breve Catecismo del revolucionario, que comunicamos aquí, la memoria de su agitado activismo, así como la tremenda imagen reflejada (¿deformada?) por Dostoievski en Los endemoniados. Max Nomad, en su Apóstoles de la Revolución (citado por Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo), señala que el «sistema de desprecio total por cualquier principio de simple equidad y de justicia en la actitud [del revolucionario] hacia otros seres humanos… pasó a la historia revolucionaria rusa bajo el nombre de Nechayevschina.» Y su influencia posterior fue considerable...
Dimitri Volkogónov, en El verdadero Lenin (editado en España en 1996, con prólogo de Manuel Vázquez Montalbán) escribe: «Lenin admiraba mucho a Serguéi Necháiev, el revolucionario que había acabado loco en prisión. Bonch-Bruévich contó que Lenin le había dicho: “La gente ha olvidado totalmente que Necháiev poseía un talento especial de organizador, una capacidad para desplegar dones particulares, entre ellos el trabajo ilegal… Basta con recordar la respuesta precisa que hizo en uno de sus panfletos a la pregunta ¿A quién habría que matar de la familia real? La respuesta fue: A toda la ektenia. (Es decir, la lista completa de los Románov que se lee en una parte de la misa ortodoxa.) De modo que, ¿a quién habría que matar? A toda la Casa de los Románov, como cualquier lector podría entenderlo. ¡Genio puro!”»
Y en otro punto de su obra: «La presencia de Necháiev entre los predecesores de Lenin da que pensar. Tanto Marx como Engels habían condenado la doctrina de Necháiev de terror individual, y en numerosas ocasiones Lenin haría lo mismo. Pero Necháiev era más que un abogado del terror, pues su nombre fue sinónimo de conspiración política, incluidos los planes secretos para derrocar y exterminar sin piedad a las autoridades y gobiernos objetos de su odio. En la terminología de su época,tales tácticas eran llamadas blanquistas (por Louis Auguste Blanqui, activista radical que operó en Francia durante las décadas de 1830 y 1840). En tanto que condenaba ese punto de vista, Lenin no dudaría en recurrir a ello en momentos decisivos. Como escribió Plejanov en 1906: “Desde el comienzo mismo, Lenin fue más blanquista que marxista. Importó su contrabando blanquista bajo la bandera de la ortodoxia marxista más estricta” (…) Así la célebre máxima de Necháiev que sostiene que “todo lo que ayuda a la Revolución es moral, Todo lo que la impide es inmoral y criminal” fue adoptada por Lenin en el III Congreso de la Juventud Comunista de 1919 que todo lo que propiciara la victoria del comunismo era moral.»
Primera edición de Los endemoniados, de Dostoievski |
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