Es durante la regencia de María Cristina de Habsburgo cuando el catalanismo político, nacido a partes iguales de la Renaixença literaria, de la resistencia al estado liberal, y del éxito económico, alcanza su primera madurez. Políticos e intelectuales lo observan, según los casos, con interés, con desdén o con preocupación. De estos últimos será Gaspar Núñez de Arce (1832-1903), poeta, autor teatral y político a la sazón liberal fusionista. El 8 de noviembre de 1886 pronuncia en el Ateneo de Madrid el discurso de apertura de sus cátedras, con lo que supone una de las primeras reacciones al auge de lo que acabará siendo el nacionalismo catalán. Desde su talante progresista, pone de relieve lo contradictorio de las bases ideológicas de los que entonces se denominan a sí mismos particularistas:
«Ayuntamiento híbrido, y por tanto estéril, de opiniones encontradas, aunque igualmente extremas, fundidas por el renacimiento literario en mortal enemiga contra Madrid y la lengua castellana, este catalanismo bastardo pide y desea en nombre del elemento ultramontano la resurrección de sus antiguallas forales, cuya bandera ha enarbolado D. Carlos, y a la vez, en nombre de elementos radicalísimos, la constitución de un Estado independiente, adherido a la nacionalidad española, a lo sumo, por vínculos nominales, si es que no llega en su extravío hasta proclamar las excelencias de una separación insensata. Con la jactancia de ser un sistema lógico, racional y práctico, es el delirio más confuso de cuantos pueden salir de cerebro humano enfermo. Simultáneamente teocrático y racionalista, monárquico y republicano, idólatra de los pasados tiempos y ardiente defensor de los principios proclamados por la revolución francesa, el particularismo catalán no es más, en resumen, que la reunión fortuita de dos exageraciones irreductibles, juntas, pero no confundidas, como dos fieras dentro de la misma jaula, en el círculo estrecho de un renacimiento literario, falto en su origen de generosos ideales y de amplios horizontes.
»Mas tal como es, marchando al través de las mayores contradicciones y de los más inexplicables contrasentidos, como viajero que camina sin guía y al azar por selvas vírgenes e inexploradas, ha formulado, bien desabridamente por cierto, sus ofensas, y ha presentado sus soluciones en tres textos curiosos que, según tengo entendido, son, si no obra de la misma mano, inspiración del mismo ingenio: la Memoria presentada el año pasado a S. M. el Rey D. Alfonso XII; unos artículos impresos primeramente en francés en la Revue du Monde Latin, no diré sobre España, sino contra España, y un libro publicado en catalán por el último presidente de los Juegos florales de Barcelona. Tienen, el autor, o los autores de estas obras, la pretensión de haberlas escrito abundando en el sentido práctico y analítico, propio del genio catalán, como para formar contraste con las vanas imaginaciones a que, según ellos, es tan inclinado el pueblo castellano; y en efecto, en las tres muestran su repugnancia invencible a las generalizaciones, generalizando desde el principio hasta el fin de un modo pasmoso.
»Es de ver de qué manera, en estas producciones —que podrían calificarse de catecismo regional de Cataluña, si Cataluña aceptara como suyas, lo cual está muy lejos de suceder, las opiniones de un grupo exiguo pero bullicioso— se plantean y resuelven con un rasgo de pluma, los más arduos problemas antropológicos, étnicos y políticos, y con qué soberana desenvoltura, por medio de afirmaciones rotundas, a las cuales sólo falta la demostración de la prueba para adquirir valor científico, se lanzan sus autores, hacha en mano, por las intrincadas espesuras de la historia nacional, para convencernos de que en España, como si se tratara de Inglaterra invadida y conquistada por los normandos, ha habido durante las últimas centurias, y lo que es más asombroso, hay todavía en nuestros tiempos democráticos, razas dominadoras y razas dominadas.»
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